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El río que se quedó sin vida

(Foto: Proyeco Río Rímac)

Los pocos peces que aún surcan sus aguas habitan en las zonas de la sierra de Lima, antes del cruce con el río Blanco, en San Mateo. Los camarones han desaparecido. “El 85% de su biodiversidad ha muerto. Recuperar sus aguas costaría más de US$4 mil millones y tomaría de diez a veinte años”, dice el exministro de Energía y Minas, Pedro Gamio. Desde sus nacientes y a lo largo de sus 145 kilómetros de extensión, sus aguas van dejando de ser cristalinas y adquieren tonalidades ocre, rojizas y hollín. Luego de la Atarjea, el río está virtualmente devastado por la contaminación. ¿Cómo se convirtió el Rímac en el basurero de la ciudad de Lima?

El cauce del río Rímac atraviesa de principio a fin el poblado de San Mateo, en la sierra de Lima. Sus aguas son flanqueadas por unos muros de concreto, sobre los que en algunas zonas se asientan los tenderos a vender sus productos. Frente al mercado, apostado en uno de esos muros de concreto y con una mirada inalterable, reposa Jorge Sédamo Paucar, de 72 años, poblador que hoy vive allí pero que posee una granja en las alturas de la represa de Yuracmayo, junto al resto de su familia. Es en esta zona, punto de encuentro de las aguas del Rímac con las del río Blanco (uno de sus afluentes) donde Sédamo confirma que habitan truchas. “Hay bastantes criadores, pero también hay truchas en el río Blanco cerca de Casapalca. Hasta allá llegan algunos pescadores a recogerlas. Aquí en el Rímac hay muy pocas. Los peces se mueren cuando el agua del río Blanco llega al Rímac, se mueren en Casapalca por la contaminación de las mineras”, explica.

Muy cerca de Casapalca se encuentra la cuenca del Rímac, y solo a unos kilómetros la Contraloría General de la República ha calculado que existen 22 botaderos, 3 empresas mineras, 9 pasivos mineros, 17 desagües industriales y 11 desagües de centros poblados. “La parte alta es clara y saludable. Hay peces y criaderos de truchas. Casapalca y Quenauales, las mineras que operan en la zona, tienen autorización para descargar sus relaves tratados al Rímac”, asegura la coordinadora de la recuperación del Rímac, Flor de María Huamaní, de la Autoridad Nacional del Agua (ANA).

Jorge Luis Baca, uno de los artistas que en 2009 emprendió un viaje por todo el Rímac para retratar su estado, contó que en sus orígenes en la región de Junín, los afluentes del río son limpios y se puede beber de sus aguas, pero el paisaje cambia radicalmente en Casapalca. “Más adelante un canal, desvía agua del Río hacía la mina Casapalca. Una montaña de relave. Tratamos de caminar hasta allá. Nos detienen, está prohibido el ingreso. No hay nada que ver, sólo es relave. En los terrenos de la minera Los Quenuales hay basura, en el Río una espuma que nos indica que ya no podemos tomar más agua directamente de él. El cambio fue de golpe.”

Existe una amplia distancia entre lo que la ANA sostiene y las declaraciones de otros pobladores de San Mateo, que aseguran que la escasez de truchas se debe a la presencia de las mineras. ”Un caso específico es el de la pesca. Muchas personas dependen de esta actividad para subsistir en el río y, al estar contaminado, no podrían extraer peces y no tendrían ingresos para comer. Otro caso es el de la caza, donde la contaminación de la cuenca afecta a los animales, y estos sufren enfermedades, las cuales los hacen inconsumibles y, por lo tanto, improductivos”, señalan los cinco especialistas del blog de la PUCP, “Contaminación en la cuenca del río Rímac”.

Lo cierto es que la trucha ya no es un alimento abundante en San Mateo. Hace algunos años, según recuerda Sédamo, había muchas y su precio era bastante accesible. Hoy, la mayor parte de los restaurantes de la zona no ofrecen este platillo. Para encontrarlo, hay que recorrer varias cuadras hasta el restaurante campestre llamado El Rancho, cerca del mercado, donde el precio es de S/.14, el doble del menú corriente.

Pedro Gamio, exministro de Energía y Minas, muestra dos cifras del ANA que sustentan que la cuenca del río presenta serios problemas: hay 965 fuentes contaminantes, 53% de las cuales provienen de vertimientos de aguas residuales domésticas. No se trata, entonces, solo de los relaves. El mal planteamiento urbano y la poca educación sanitaria son factores clave. Pero el problema, queda claro, existe.

La huella del hombre
Conforme vamos descendiendo por la ribera del Rímac, la posibilidad de encontrar truchas o algún otro animal que viva en el río se hace cada vez más remota. El último rastro de vida fueron unos renacuajos que poblaban a montones las aguas a la altura del distrito de Matucana. En lo que resta del camino hacia Lima, el estado del río atraviesa un desmedro constante y progresivo, sus aguas cristalinas adquieren una coloración ocre y las moscas, atraídas por el olor que emanan los desmontes, empiezan a reemplazar a las mariposas y otros insectos. Los principales puntos de contaminación se encuentran en el distrito de Chosica y la desembocadura del río Huaycoloro en el Rímac, cerca de la planta de captación de la Atarjea, en donde Sedapal purifica el agua que luego llega a nuestras casas.

“Desde Chosica hasta la desembocadura tenemos serios problemas con los residuos sólidos de la construcción, domésticos y también aguas residuales. Se han construido casas en las riberas, en la faja marginal. Muchas de estas aún están conectadas al río Rímac y hacía allí lanzan sus desechos”, comenta Huamaní, la especialista del ANA.

Conforme vamos descendiendo por la ribera del Rímac, la posibilidad de encontrar truchas o algún otro animal que viva en el río se hace cada vez más remota

Pero el río que provee de agua al 80% de habitantes de Lima no solo es atravesado por relaves mineros, industriales, residuos sólidos, chatarra, bolsas de plástico y hasta animales muertos. Al descender por sus riberas pudimos palpar otro mal: ver cómo las aguas del río se van volviendo cada vez más turbias es como tomarle el pulso al desinterés de las autoridades. Constatar que a partir de Lima es poco lo que lo diferencia de ser un basurero público es una realidad que parece natural para las personas que viven allí. “Pareciera que haber sido un país devastado por el terrorismo, la hiperinflación, la crisis del Estado, nos ha hecho muy indolentes. Debemos reaccionar, hemos logrado avances en lo macroeconómico, ahora nos toca frenar la contaminación”, resalta Gamio.

A medida que la huella del hombre se hace más presente en su trayecto, a medida que seguimos su curso por los distritos más poblados de Lima, su fisonomía se torna de color marrón y el verde desaparece. En el punto en que el río se cruza con la Atarjea, a la altura de la cuadra dos de la carretera central, su caudal se reduce en un 90% y lo que llega a Lima es una exigua línea de agua a cuyos ambos lados hay desmonte, heces, papeles y cartones.

Solo en la historia
Trajinar los catálogos de bibliotecas y entidades estatales en busca de estudios que hayan investigado el estado de la fauna y la flora del río Rímac es una tarea infértil. “Es lamentable pero esa es la realidad, no existen estudios sobre ese tema”, comenta por teléfono el ingeniero Hernán Ortega, del Museo de Historia Natural.

La calle Camaroneros no posee ningún rasgo que la diferencie de tantas otras del popular distrito del Rímac. En ella encontramos casas despintadas, letreros con grafías de colores brillantes, techos de madera. Lo que la distingue es su historia. Hace más o menos cinco siglos, en esta misma calle, según describe el historiador Juan Luis Orrego, se levantaban viviendas rudimentarias: chozas de piedra en bruto, adobón con mezcla de cascajo y adobe prensado y cubiertas de caña.

En este lugar vivían los habitantes del valle Rímac, súbditos del curaca Tulichusco, a quienes los colonizadores españoles conocían como indios yungas. Ellos se ocupaban de la caza de camarones en las orillas del río Rímac, en las faldas del cerro San Cristóbal. Como los camarones eran muy demandados a inicios del virreinato, la participación de los yungas llegó a ser tan importante que en 1573 se creó el “Pueblo de indios camaroneros”.

Su historia avanza en el tiempo hasta mediados del siglo XX, cuando por la contaminación y la caída del caudal del río desaparecieron. ”En el río Rímac como en cualquier otro río de la costa sur y central habitaban camarones. Hay bibliografía que indica que allí había pescadores, había peces, camarones, pejerreyes y seguramente que habría algún tipo de nutrias. Hoy en día ninguno de esos peces existe debido a la contaminación y a la detracción en los caudales en muchas partes del río. Si vas por el río vas a encontrar zonas que son totalmente secas porque se está derivando agua para las centrales hidroeléctricas y eso afecta a la flora y la fauna. La parte baja desde la Atarjea hasta el mar está muy contaminada y ahí no hay posibilidades de vida”, comenta Juan Ocloa, biólogo especialista en calidad de recursos hídricos del ANA.

La biodiversidad, flora y fauna que anidaba en sus aguas y daba color al cauce del río, casi se ha extinguido. Con excepción de las pocas truchas que habitan en las alturas de San Mateo, el resto de animales son solo parte del recuerdo. “Hoy el 85% de su biodiversidad ha muerto. Esto se debe a la gran cantidad de descargas orgánicas e inorgánicas que reducen la cantidad de oxígeno disponible y contaminan el río con compuestos químicos”, indica Gamio.

Por la historia, sabemos también que no solo había camarones en el Rímac. En sus riberas se levantaban árboles de lúcuma, pacay y huarangos. Hoy todo el cauce del río que discurre por las zonas urbanas es árido y reflejo el desorden y el caos de una ciudad que ha crecido sin planificación. “La contaminación que origina el desarrollo humano es la alteración grave de ecosistemas. Las consecuencias son muy palpables, ya que no solo perjudica gravemente la calidad del ambiente, sino que también han desaparecido absolutamente todas las especies tanto de fauna como de flora”, indican los especialistas del blog de la PUCP.       

Los animales que hoy componen su biodiversidad en las zonas urbanas son la cara más elocuente de su estado: perros desnutridos, cuervos, insectos y ratas que buscan entre los escombros y la basura algo que comer. Animales carroñeros en un río que muere. “Avanzamos poco antes de ver una imagen grotesca, un río aparte de alguna ponzoña roja baja de la parte trasera de una fábrica y va directamente a nuestro riecito. Llegamos a El Agustino, el distrito nos recibe con un enorme desagüe. Desde aquí nunca más volvemos a ver el fondo del río. Ahora todo es una masa de agua turbia”, narra Baca.

Letra y nada más
En sus monitores, la ANA ha descubierto 700 puntos de contaminación en el río, de los cuales los más significativos se ubican en Huaycoloro. “La quebrada Huaycoloro es la principal causa de contaminación en la parte baja. Muchas industrias vierten a esa quebrada sin ningún tratamiento. Otros puntos críticos son los vertimientos de aguas residuales en San Mateo, Matucana, Chicla, Huachipa, hay varios distritos que vierten directamente al río”, explica, Huamaní. 

Trajinar los catálogos de bibliotecas y entidades estatales en busca de estudios que hayan investigado el estado de la fauna y la flora del río Rímac es una tarea infértil

El mapa que la ANA ha trazado divide el Rímac en tres puntos: zona alta, media y baja. Desde su cumbre a más de 4.500 metros sobre el nivel del mar hasta la desembocadura en el océano Pacífico, el río atraviesa por un descenso que bien podría asemejarse a una caída a los infiernos. “En la parte alta las aguas son aceptables. El problema de la contaminación está en la parte media y baja. La baja es la que sí está realmente contaminada, desde la Atarjea hacia el mar y en la parte media, hasta Matucana, tiene el problema de la contaminación principalmente de carácter orgánico, por vertimiento de aguas residuales, residuos sólidos e industriales, y en la parte alta por residuos ambientales mineros”, explica Ocloa.

Lo que podemos comprobar de todo esto es que existe un amplio número de estudios hechos por instituciones estatales, universidades y especialistas, que no dejan dudas: el río Rímac está en un estado crítico. No solo eso, los estudios ofrecen información detallada de cuáles son los puntos de contaminación, quiénes los están produciendo y cómo atacarlos. Pero, pese a tantos estudios, no se hace mucho. La razón, apunta Gamio, sería que “son estudios que todavía no se convierten en la línea base de una política pública y en un plan de acción de rescate. Hay superposición de funciones entre la ANA, la DIGESA, el OEFA, los gobiernos regionales, las municipalidades y el Ministerio del Ambiente. A ello se suma el rol de la policía ecológica y el Ministerio Público. Dicen que se debe hacer, pero no lo hacen.”

Gamio cita un estudio de este año hecho por la ANA en el que se dice que se necesitan cerca de US$4 mil millones para recuperar la calidad de agua del Rímac. Se tendrían que poner en marcha plantas de tratamiento de reúso de aguas residuales, zonas de recreacoón, rellenos sanitarios, recuperación de andenes, siembra de agua, ampliación de la red potable y alcantarillado. El tiempo, estima el exministro, depende de los recursos que se inviertan pero si se empieza ya una primera etapa podría tomar diez años y la tarea integral veinte. Una estrategia interesante, en este sentido, sería el uso de obras por impuestos.

“Una opción positiva ha sido anulada por el alcalde de Lima, el proyecto Municipal Parque Rímac. Se trataba de la recuperación de seis kilómetros de la ribera del río con muros de contención y áreas verdes para la gente. Muchas buenas iniciativas quedan en el camino”, se lamenta.

Colofón
Al lado de la avenida 28 de julio, en el centro de Chosica, se levanta una alameda de concreto y azulejos a ambos lados del río Rímac. Cada dos o tres cuadras, hay un puente de madera y unas bancas a los lados para sentarse a conversar o ver el paisaje. Desde ellas se puede observar las aguas verdes que enrumban hacia la ciudad de Lima. El paisaje está compuesto por arbustos, matas y algunas bolsas de basura atascadas en las raíces o troncos.

Un pájaro negro que parece un grajo levanta el vuelo. Sale de pronto de los arbustos. Por unos minutos, el ave traza círculos en su recorrido y de vez en cuando se oculta entre los arbustos. Finalmente, planea por las aguas del Rímac, desciende con rapidez y se posa sobre unas piedras que sobresalen como pequeños icebergs. El ave, negra y visible en la tarde soleada, observa con calma las aguas del río. A simple vista, parece un espectáculo agradable: el pájaro, las matas, el río verde y las personas pasando de un lado a otro. Una mirada más pausada muestra, sin embargo, una realidad no tan agradable: el río está deshabitado, el ave no tiene qué comer, hay contaminación acumulada que viene de sus afluentes. El Rímac es el río que se quedó sin vida.

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