De cómo perder por 40 mil votos en dos semanas

Cuando la cámara ponchaba el rostro de Keiko Fujimori, durante el primer debate presidencial, la mirada de la entonces candidata de Fuerza Popular denotaba no solo una confianza basada en su mejor preparación para dicha contienda. Aquella mueca de risa contenida, aquellos ojos centelleantes y el gesto henchido de aplomo eran también reflejos de algo que aquel domingo, a esa hora, pocos se habrían animado a cuestionar (ni siquiera curtidos ‘PPKausas’). Ese era el talante de quien sabía que apenas dos semanas la separaban de aquella conversación en la cálida Piura y el cálido abrazo de sus correligionarios tras los resultados a ‘boca de urna’. Para ella, como para las encuestas divulgadas el 22 de mayo, y quizás también para el mismo Pedro Pablo Kuczynski, el triunfo de los fujimoristas era cuestión de días.
¿Qué pasó entonces? Si la suerte parecía echada, cómo es que quince días después las urnas decretaron un giro de ciento ochenta grados que estaba fuera de todo cálculo. La respuesta tal vez sea materia de un análisis sociológico o histórico, pero en caliente podemos deducir que el partido cambió de vencedor por refuerzos de última hora en el equipo de PPK (un apoyo locuaz de la izquierda), por una hinchada que gritó más fuerte que nunca (la última marcha No a Keiko y su paradójica vinculación numérica con el conteo final de Onpe), por la inusitada reacción del candidato de ‘Peruanos por el Kambio’ en el último debate (la palabra “pelona” ya tiene un sitio en el imaginario político), pero quizás – y sobre todo – por los groseros autogoles que el equipo de Keiko Fujimori encajó en los días previos al 05 de junio.
Por un pelito, “pelona”
Con su hablar taciturno y masticado, con su figura de personaje de ‘Star Wars’ sin gracia, y con un lenguaje tecnócrata, PPK poco podía hacer en términos mediáticos frente a su adversaria. Parecía que sus mensajes para los debates habían sido escritos en un laboratorio mientras que el texto de Keiko Fujimori olía a política pura, aquella infalible combinación de efectismo, simplicidad y dardos envenenados directos al corazón del oponente. Ni siquiera cuando Kuczyunski jugó las anunciadas cartas referidas al pasado del fujimorismo se sintió que hubiera hecho daño. “Cómo has cambiado, pelona”, le dijo entonces, a modo de mofa, la candidata de Fuerza Popular, recordándole a PPK el pasivo de haberla apoyado durante la segunda vuelta del 2011 contra Ollanta Humala. Pero de una semana a la siguiente la “pelona” vaya que cambió.
Para el segundo debate, a siete días de las elecciones, PPK mostró un mensaje técnico digerible y a la vez más disposición de intercambiar dardos con su rival. Sin embargo, fue una frase, algo que seguramente se le ocurrió a un consejero anónimo y milagroso, la que marcó el destino de los dos debates. “Cómo has cambiado, pelona, me dijo. Yo le diría que tú no has cambiado, pelona, eres la misma”, dijo Kuczynski a manera de cierre y sin querer queriendo el parafraseo a Nicomedes Santa Cruz y a la misma Keiko Fujimori se hizo tendencia: las redes sociales, repletas de antifujimorismo, se encargaron de hacer crecer la ola y de posicionar el meollo del mensaje. Se podría decir que, al igual que en la campaña misma, Keiko iba ganando cómodamente los debates, pero al final perdió increíblemente por un ‘pelito’.
No es odio, es amor
Las redes sociales no solo constituyeron una activa fábrica de ‘memes’ y reflexiones sobre Fuerza Popular, también sirvieron para organizar movilizaciones contra la candidatura de Keiko Fujimori y, por defecto, a favor de PPK. Las cinco marchas ‘No a Keiko’ convocadas durante la campaña eran la demostración de que esta elección, como la pasada y quizás las venideras, se puede resumir en la lucha del fujimorismo contra el antifujimorismo. Si aquel tenía un partido político, este tenía calles enteras para hacer oír su voz. Los manifestantes lanzaban arengas de grueso calibre contra Keiko Fujimori. Los detractores de las marchas calificaban a sus participantes con adjetivos poco gratos. Ningún bando daba su brazo a torcer. Pero en medio de este juego sucio democrático (criticable y tal vez inevitable), resalta el punto de inflexión que tuvieron las marchas. Específicamente la última, llevada a cabo en la decisiva semana previa a las elecciones.
Para entonces, la fuerza mediática de las movilizaciones ‘No a Keiko’ había entrado en trombo. Se cuestionaba desde el público indeciso la validez de tomar plazas y avenidas solo para denostar un proyecto político opuesto. Así pues, la indignación de las marchas pasó a ser llamada odio, palabra que en un ambiente democrático pre electoral restaba antes que sumar a los ‘PPkausas’ subidos al coche. Sin embargo la última marcha se sacudió el estigma: “No es odio a Keiko. Es amor al Perú”, dijeron sus promotores y replicaron sus bases ubicadas en puntos estratégicos del ciberespacio. El mensaje volvió a cobrar fuerza y demostró que del odio al amor verdaderamente solo hay un paso.
Juntos como hermanos
Culminada la primera vuelta, definidos los contendores del balotaje, empezó la especulación sobre hacia cuál de los dos bandos se inclinarían los candidatos vencidos. Siendo ambos contendores de derecha, y habiendo tenido coincidencias cinco años atrás (el inolvidable respaldo de PPK a Keiko en 2011), el voto de la izquierda era la tarea más difícil que se les presentaba. Esa izquierda – que fue calificada de “terruca”, “antiminera” y “enemiga del Perú” – pasaba a ser endulzada con frases y promesas. Sus dos bolsones más importantes, Cajamarca y el sur andino, votaron masivamente el 10 de abril por ‘Goyo’ Santos y Verónika Mendoza, respectivamente, por lo que el pronunciamiento de ambos personajes, independientemente de sus partidos, iba a ser de vital importancia.
Desde su encierro carcelario, el expresidente regional de Cajamarca se manifestó primero y llamó a votar en blanco o viciado. Fue entonces que aquel sector de la izquierda que iba a votar por PPK para impedir el regreso de un Fujimori a Palacio de Gobierno esperaba que ‘Vero’ aconseje marcar la opción de ‘Peruanos por el Kambio’. Pero esta decisión tardó. Se escudó en proclamas contra el fujimorismo y luego llamó a no votar ni blanco ni viciado. Fue recién cuando la brecha entre PPK y Keiko obligaba a tomar partido, que la excandidata del Frente Amplio aceptó lo que a todas luces le costaba mucho: apoyar abiertamente a PPK. Lo hizo mediante un corto video en el que, primero, habló de votar contra la corrupción. Dicho esto, recién pidió que el respaldo en las urnas sea para Kuczynski. Importante o no, sustancial o no, lo cierto es que coincidió con un nuevo repunte en las encuestas a favor de PPK. Fue parte del gol de último minuto con que se definió la presidencia. Un tanto que se marcó con derecha e izquierda a la vez.
Fue recién cuando la brecha entre PPK y Keiko obligaba a tomar partido, que la excandidata del Frente Amplio aceptó lo que a todas luces le costaba mucho: apoyar abiertamente a PPK. Importante o no, sustancial o no, lo cierto es que coincidió con un nuevo repunte en las encuestas a favor de PPK.

Dime con quién andas…
Los goles ayudaron a la remontada, pero los autogoles fueron determinantes. Si a tu partido, y por extensión a la candidata presidencial, le salpican denuncias referidas al narcotráfico y al lavado de activos, lo primero que debes hacer es tomar cartas en el asunto, reaccionar de inmediato. Y evitar que la ola crezca, por supuesto. Esa lección quedó sustentada tras lo ocurrido con Fuerza Popular y la espinosa investigación que la DEA (agencia antinarcóticos estadounidense) lleva a cabo contra Joaquín Ramírez, exsecretario general de la agrupación fujimorista. Cuando el escándalo estalló, al final del primer debate técnico, lo que intentaron hacer desde tienda naranja fue ponerse en plan víctimas y desvirtuar a los periodistas que divulgaron el tema: maten al mensajero, que le llaman. El tiempo se encargó de demostrar que esa no fue la mejor opción.
Y es que si bien Keiko Fujimori, a título personal, no se vio afectada, Joaquín Ramírez tuvo que dar un paso al costado. Hasta ahí el control de daños daba resultados. Solo restaba dejar que la marea periodística bajara. Pero, en un afán suicida por limpiar de polvo y paja a Joaquín Ramírez, Fuerza Popular dejó dudas sobre las piedras que traía aquel ruidoso río: se quiso relativizar la penetración del narcotráfico en la política, se quiso acusar a la DEA de intromisión en el proceso electoral, pero lo más terrible fue el intento de hacer pasar por revelador un audio editado. José Chlimper – el alfil que le quedaba a Keiko – se vio involucrado en el último conato de hacer quedar mal al informante que destapó el caso de Joaquín Ramírez y sembró más dudas sobre un entorno de por sí dudoso. Lo que vino después, es historia conocida.
Y esto pasó en apenas dos semanas, quince días en los que el resultado de una elección se tornó de claro a oscuro (o viceversa, según la perspectiva). Los derrotados dirán que hubo mano. Para el equipo vencedor, fue muslo y gol.