Los rebeldes de la industria

Un pie en el arte, un pie en el negocio. Sensibilidad y cierta visión comercial. Ingresan al negocio por amor al arte. Por amor intentan una y otra vez mantenerse a flote. Unos lo logran y otros no. Por eso sus editoriales aparecen y desaparecen. Los editores independientes son, a la vez, los precursores de una industria en pañales y los olvidados del Estado.
La editorial Santuario no tiene oficina. Sus editores trabajan en los garajes de sus casas. Publica cinco o seis libros al año. La editorial Altazor tiene una oficina y un almacén en Breña. Publica alrededor de 30 libros al año. Estuvo presente en la feria del libro de este año en el stand de libros peruanos más grande, que midió 60.5 metros. Le ganó al de Peisa por 50 centímetros.
A inicios del año 2000 hubo un boom de editoriales independientes. De la noche a la mañana aparecieron 30. De ésas solo sobreviven Estruendomudo y Lustra. En los últimos años han aparecido unas nuevas y se calcula que son alrededor de 20.
Detrás de cada editorial siempre hay un apasionado por la literatura. En el caso de Santuario se trata de Víctor Ruiz, quien empezó con Lustra en el año 2004, una editorial que ha publicado más de 200 libros de poesía, y que se ha convertido en el sello de poesía más importante del país.
Ocho años después un feliz encuentro entre Ruiz y el novelista Diego Trelles se plasmó en una colección de narrativa que publica novelas y cuentos de autores latinoamericanos. Esos fueron los comienzos de la editorial Santuario. “Hace cuatro años Diego Trelles volvió de Estados Unidos y comenzamos a frecuentarnos. Tengo el mejor concepto de él como escritor y su antología del cuento latinoamericano me parece formidable. El nombre Santuario se debe a que ambos somos fanáticos de Faulkner”, sostiene Ruiz.
El papel de las editoriales independientes es llenar el vacío de la literatura de autor. Así como hay cine de autor, hay literatura de autor. Escritores que quieren descubrir un lenguaje propio, que experimentan, que no siguen las modas y tendencias del mercado, que se alejan del bestseller.
Es una literatura no comercial que nunca llegará al gran público. El placer del lector consiste en descubrir nuevos autores y propuestas originales, acceder a libros de autores que no llegan al país. No importa el apellido, el color o la imagen personal. No les importa el nombre sino la obra. Si un libro les parece bueno lo publican así su autor no sea conocido. Seleccionan uno de sus títulos y lo ingresan al mercado local. En ese sentido rompen con los estereotipos impuestos en los catálogos de las grandes editoriales.
El último descubrimiento de Santuario ha sido el escritor argentino Federico Falco del que ha publicado “La hora de los monos”, un libro de cuentos que estos editores consideran un clásico moderno. Antes publicaron “El lugar del cuerpo” de Rodrigo Hasbun, cuando discurría en el anonimato. Inés Bortogaray es una escritora que les ha entusiasmado porque ha escrito una novela faulkneriana, un monólogo interior. En este momento están preparando con entusiasmo la presentación de un libro que consideran “una joyita”: “El viento que arrasa” de Selva Almada.
Actualmente muchos de sus autores ya tienen manager y han firmado contrato con las grandes editoriales. Han ingresado al establishment y sus derechos los tienen Planeta, Random House o Alfaguara, por mencionar algunos de estos representantes de la industria del libro.
El acuerdo tácito es que las editoriales alternativas publiquen los libros que las grandes no van a publicar, aunque éstas tengan los derechos de autor. “Pero no hay problema porque existe una relación simbiótica con las grandes editoriales. A ellas les saldría muy caro situar a un autor desconocido en el mercado. En cambio, nosotros lo hacemos sin tanta parafernalia, de tal manera que nos sale más barato. Se han dado cuenta de que les conviene y que ambos nos beneficiamos”, afirma Ruiz.
Presentaciones, recitales y ferias son herramientas del marketing que estos negociantes sui generis utilizan para presentar productos alternativos. De estas técnicas de venta convencionales sabe muy bien Willy del Pozo, el editor ayacuchano, creador de Altazor, quien ha dado a conocer a muchos autores provincianos que después han sido ganadores del premio COPÉ, el más prestigioso del medio.
La historia de Willy del Pozo es interesante. Él vivía en Cádiz, España, y había estudiado ciencias económicas y empresariales, pero su interés era la literatura. Con sus amigos de filosofía y literatura sacó una revista artesanal cuyo primer número salió en fotocopia. El segundo número pasó por una imprenta y así logró que el ayuntamiento de Cádiz le comprara 100 ejemplares.
La revista se llamó Altazor, por el libro del poeta chileno Vicente Huidobro, y fue un homenaje a la literatura sudamericana. No escogió un título de Vallejo precisamente para ir a contracorriente. Con el dinero de la venta logró financiar proyectos de escritores jóvenes que se rebelaban ante los esquemas tradicionales de una región como Andalucía.
Comenzó a publicar literatura underground, no convencional. Sus tirajes llegaban a los 500 ejemplares. Cuando regresó al Perú se concentró en la publicación de literatura regional. Publicaba libros baratos. Sus ediciones, en ese momento, no respondían a los cánones estéticos que exige el mercado comercial: ni la calidad del papel, ni la cosida, ni el encolado, ni el formato, ni el número de páginas que debe llegar a las 120.
Fueron momentos afiebrados. Llegó a publicar 50 libros al año. Sostiene que su pasión le ganó a su criterio comercial. Admite: “Si alguien me gustaba publicaba el libro. Hasta que tuve que ir parando la mano”.
Gracias a su olfato de comerciante y a sus conversaciones con los vendedores de libros comprobó que el público, en general, no conoce a los escritores peruanos, salvo que sea Vargas Llosa o quizás Bryce Echenique. “El nombre no es el jale para que se vendan los libros. Cueto o Ampuero no les dicen nada. Lo que los clientes miran son las portadas para ver si el libro les puede interesar”. Eso lo llevó a diseñar carátulas llamativas, por no llamarlas kitch. Marcianos y casas embrujadas pueblan el imaginario de Altazor.
En general, estos editores están obligados a desarrollar su ingenio para subsistir en un medio que les es hostil. A veces la visión empresarial pesa más que sus intereses iniciales. Por ejemplo, del Pozo editó un libro sobre la vida de la Tigresa del Oriente que no tuvo el éxito de ventas que esperaba. Y existen otras editoriales independientes que abiertamente priorizan la rentabilidad. Tal es el caso de Mesa Redonda. “Lo literario puede quedar en un segunda plano cuando prima la visión empresarial”, sostiene del Pozo.
El Estado no los considera y las librerías son su calvario. Un libro en la vitrina de uno de estos establecimientos no dura más de tres semanas. Después lo llevan a un estante y lo ponen de costado sin que se vea la carátula. Les pagan 90 días después y les cobran el 40% de valor del libro.
Víctor Ruiz sostiene: “Les somos incómodos porque nuestros libros le quitan espacio a los que ellos importan y que les generan un margen de ganancia bastante mayor”.
Sin embargo, las grandes cadenas de librerías se benefician con la exoneración del pago de aranceles y del IGV establecidas en la ley del libro, y se han convertido en distribuidoras de libros de saldo que compran principalmente en España. Se decía que los precios iban a bajar, pero lo único que ha ocurrido es que no han subido. Por eso los independientes se preguntan cómo Crisol, emblema del negocio, esté en aprietos económicos y que sus accionistas – Jaime Carbajal, Antonio Chang y Alan García – estén pensando en tomar medidas extremas.
Víctor Ruiz gana poco, pero no pierde. Un aproximado de seis libros al año le permite mantenerse por el momento. Va buscando nichos de venta y utiliza frontpages en las que ofrece sus colecciones. Ha llegado a incursionar en la venta al menudeo. Paralelamente se encarga de trabajar con los textos y los autores.
El mercado de provincias
Willy del Pozo llegó de visita al país y viajó a regañadientes a su tierra. Eso fue en el año 1998 y se respiraban otros aires. Organizó un recital con la Asociación de Escritores de Ayacucho que incendió la pradera literaria por lo atrevido de las propuestas y planteamientos.
Trasladó su editorial al Perú, se instaló en Ayacucho y se propuso editar a todos los escritores ayacuchanos sin importar su calidad. Lo incentivó que los costos de producción fueran tres veces más bajos que en España. Así salieron del anonimato Sócrates Zuzunaga, Porfirio Meneses y Víctor Tenorio.
“Vendía libros a un sol, dos soles. Editaba unos tres mil ejemplares de cada uno y ganaba por volumen: Era una campaña de concientización. No quería que el precio fuese un impedimento para que la cultura llegue a la gente”, afirma del Pozo.
Vendió su carro para organizar la primera feria del libro ayacuchano. Sacó 20 títulos y con las ventas se compró otro.
Después de eso organizó otras tres ferias en la plaza de armas de Ayacucho y el público mayoritario estuvo conformado por los transeúntes. Incluso los cargadores del mercado que trabajan chacchando su coca han sido sus clientes ocasionales. Un día observó que un canillita compró varios libros de bromas en quechua recopiladas por Sócrates Zuzunaga. Al preguntarle por qué lo hacía, éste le respondió que los revendía a sus clientes a cinco soles.
En ese momento había mucho interés por la temática de la violencia política. Al editor le gustaba la provocación y algunos sectores lo tildaban de izquierdista; otros de pituco venido de España. Su tío que era presidente de la beneficencia de Ayacucho era cercano a Fujimori y al general Hermosa Ríos. “Me advirtió que tuviera cuidado porque me estaba juntando con pro senderistas que estaban en el ojo del SIN. Yo le dije que si me gustaba su literatura, yo los iba a publicar. Siempre fui de mente abierta”, afirma del Pozo.
Vendió su carro para organizar la primera feria del libro ayacuchano. Sacó 20 títulos y con las ventas se compró otro. Después de eso organizó otras tres ferias en la plaza de armas de Ayacucho y el público mayoritario estuvo conformado por los transeúntes o incluso por cargadores del mercado.

El año 2003 organizó una gira de siete novelistas latinoamericanos por diferentes provincias del país. Se trataba de jóvenes menores de 40 años y totalmente desconocidos. Por el Perú había seleccionado a Ernesto Carlín (no Carlos Carlín, el actor). Les publicó sus libros y les organizó las presentaciones. Recuerda: “Parecían estrellas de rock. La gente los perseguía como a los Beatles para tomarse fotos en la puerta del hotel. Los provincianos no están acostumbrados a recibir invitados de fuera y eso les emociona. Les compraron sus libros, hubo homenajes, auditorios llenos”.
Se hizo conocido como organizador de ferias regionales. Unos años después lo llamaron para organizar una biblioteca de libros para Piura y Áncash con buenos resultados. No puede decir lo mismo de la colección que trabajó para La Libertad que no funcionó como esperaba, a pesar que los escritores de ese departamento son más conocidos que los ayacuchanos.
Tuvo otra experiencia amarga cuando se hizo cargo de la campaña de la literatura del gobierno regional de El Callao. Esa entidad se comprometió a comprarle un gran lote de libros, pero la operación nunca se llevó a cabo y el gobierno entrante no asumió el compromiso. Fue estafado.
Posteriormente decide conquistar Lima. En ese momento las editoriales independientes más importantes eran Estruendomudo, Borrador,Matalamanga y Solar. De ésas solo sobrevivela primera. Armó un catálogo con escritores que tuvieran cierto peso. Es en ese momento que Carlos Calderón Fajardo se convierte en su escritor emblema, a quien le publicó nueve novelas. Reynoso y Gonzáles Viaña fueron parte de los escogidos.
Los anti
En general, son propuestas diferentes pero no antagónicas, y los “anti” no están por propuestas extremas ni rupturistas. No se pueden dar ese lujo.Sucede eso de“ni contigo ni sin ti”. Están en ambas ferias, dupletean.
La novedad más importante de este año ha sido la organización de la Anti Fil, una especie de anticumbre de la cultura. En ésta participaron una serie de editoriales independientes que no están de acuerdo con el manejo de la Cámara Peruana del Libro. Pero las discrepancias van más allá de la feria. Estos editores sienten que el gremio que debería agrupar a todos los productores de libro no los representa.
John Martínez es un editor de libros independiente y conoce bien de estos temas. Al inicio trabajó con la actual administración en la organización de la Feria del Libro del 2014 como asistente cultural, y en el 2015 estuvo en el stand La estación de la cultura. Uno de los aspectos con los que más discrepa Martínez es el cobro de 250 soles por presentación de cada libro en la Feria del Libro de Lima, cuando en años anteriores no se pagaba nada.
Esa medida atenta directamente contra los productores independientes ya que la cantidad de libros que venden en cada presentación es mínimo en comparación con las ventas de las grandes editoriales. Martínez sostiene que recaudaban un promedio de 150 soles por actividad; por lo tanto, desde este año se enfrentan a unapérdida casi segura. Las consecuencias son obvias:menos libros independientes, mayor cobertura de las grandes editoriales y, por lo tanto, un manejo más corporativo de la cultura.
“En la Cámara Peruana del Libro se están adoptando políticas que no promueven la inclusión El único requisito es tener dinero para costear los nuevos requisitos”, advierte Martínez, quien también señala que dicho gremio no ha hecho ningún esfuerzo por trabajar con las ferias del libro del interior del país como las de Huancayo, Puno o Cusco, y solo organizan la de Lima y la de Trujillo.
Edwin Cabellos, director del portal “Lima Gris”, considera que el sentido mercantilista se ha impuesto en la dirección de la Cámara Peruana del Libro, con lo cual se desdicen de su promesa inicial que fue diferenciarse de la gestión de Jaime Carbajal, el accionista mayoritario de la librería Crisol.
“En una entrevista que dio el año 2014 en el diario Gestión, Germán Coronado - actual presidente de la Cámara - dijo que iba a trabajar de la mano con los editores independientes, pero muchas editoriales independientes se han ido a la Anti Fil porque solo fue una gran mentira”, añade Cabellos.
Una historia de lluvia
Para algunos Esteban Quiroz puede ser un señor chiflado que hace algunos años se dedicaba a aventar libros por el balcón de su casa, y paseaba por las calles algunos carteles extraños que incitaban a la lectura. Y quizás tengan razón, ya que comprarse ese pleito en el Perú es cosa de locos.
Esteban Quiroz es el director de Lluvia editores, la precursora de las editoriales independientes. Ahora la integran solo dos personas por ventura de la tecnología, pero a finales de la década de los noventa alborotó el país con su descocado empeño de incentivar la lectura. Una cruzada que en la actualidad nadie ha continuado.
En la década del 80, cuando el país se desangraba como consecuencia de la guerra interna y todo lo que no fuese producto de subsistencia se consideraba “suntuario”, Quiroz era una rara avis que albergaba, animaba y publicaba a jóvenes escritores peruanos. No en vano en una selección de cuentos que se hizo de esa época, la mayoría había sido publicado por Lluvia.
Esta aventura se inició en las aulas de San Marcos con la venta de quesos. Esteban era un estudiante de literatura a quiense le metió entre ceja y ceja la idea de publicar una revista cultural, pero para ello necesitaba dinero. No lo pensó dos veces y recurrió a su terruño. Desde Cajamarca traía quesos que vendía en Lima. El negocio era próspero, mucho más que el de la edición de libros.
Sus compradores eran los mismos docentes de su facultad. De esa manera, Washington Delgado y Antonio Cornejo Polar se convirtieron en puntuales consumidores de los quesos de su alumno. Al inicio, Quiroz viajaba con dinero y regresaba con quesos. Pero luego empezó a llevar a Cajamarca libros que solo se conseguían en Lima, empezando por los que escribían sus profesores.
“Si yo hubiera seguido con el negocio de los quesos sería un hombre rico.La revista funcionó con un directorio en el que estaban Jaime Chihuán, que hoy tiene un imprenta, Oscar Limache que es escritor y otros más que ya no están. Yo quedé como productor de libros. Fundamos Lluvia en 1980, sin el logotipo que vino después”, relata.
Con Cornejo Polar inició una relación más intensa que luego de algunos años terminó en compadrazgo. (El catedrático fue el padrino de la primera de sus hijas). Tiempo después el reconocido crítico literario le propuso que sea el editor de su “Revista de Crítica Literaria Latinoamericana”.
La revista Lluvia expiró después de nueve números. En ese momento también suspendió la venta de quesos. Quiroz decidió dedicarse por entero al mundo editorial y el primer libro que publicó fue “Cuentos del tío Lino” del escritor y artista plástico cajamarquino, Andrés Zevallos. Una vez escuchó sus relatos en una clase yse le acercó para pedirle algunos cuentos.Zevallos le entregó 15 y luego realizó una ilustración para cada cuento. “Ya tenemos libro”, le dijo el novel editor cuando le entregaron el material.
Esto sucedió a inicios de los años 80. Quiroz no solo editaba libros sino cualquier cosa que pasase por sus manos, incluso facturas o papeles membretados. Su primo, Guido Peralta, constructordel oleoducto norperuano, le encargó varios trabajos de imprenta gracias a los que pudo subsistir un buen tiempo y publicar los libros que deseaba.
Nunca olvida que el ilustre editor Juan Mejía Vaca le dio un consejo de oro que le ha servido para mantener el sello editorial hasta la actualidad. Le dijo: “No te compres maquinas.Yo no tengo ni una.” Con años y años en el negocio,Mejía Vaca sabía que era un riesgo dedicarse todo el tiempo a alimentar a las máquinas y que podía terminar siendo un impresor y no un editor.
El librero siguió celosamente este consejo durante estos 35 años. La editorial funciona en la casa - oficina de su dueño, en pleno centro de Lima. Este lugar a menudo se transforma en un gentil alojamiento de poetas y escritores del interior del país.
Esteban Quiroz no es un editor convencional, sino un obstinado promotor de la lectura. Esta pasión lo ha llevado a hacer locuras, no porque sus ideas fuesen descabelladas, sino porque puso en juego su patrimonio. Esta audacia le trajo momentos muy difíciles.
A finales de los 90, el sello Lluvia ya era reconocido a nivel nacional y su dueño estaba empeñado en que la lectura tuviera un papel protagónico en la sociedad. Y no paró hasta que sus ideas se convirtieron en titulares.
El fin de año de 1998 lo agarró especialmente ansioso. A pesar de todos los esfuerzos desplegados sentía que la lectura no llegaba a conectar. El editor ya se había tragado la vergüenza. Confiesa que sufría de pánico escénico, pero que, haciendo de tripas corazón, salió a las calles con diversos carteles que incitaban a la lectura: "Encienda su inteligencia: lea un libro", “Para leer hay que tener agallas”, “No busco electores sino lectores”, “Un pueblo que no lee, acepta vivir en silencio”,eslogan que hacía alusión al régimen fujimorista.
El último día de ese año decidió realizar un acto extremo y llevar las montañas a Mahoma. Tenía una reserva de libros que no se habían vendido y los arrojó a los transeúntes que pasaban por el balcón de su casa-oficina. El tráfico se interrumpió en Paseo Colón y su audacia fue portada en el diario Expreso. El plan original fue donar al viento solo 1,000 ejemplares, pero la emoción pudo más y casi agotó su reserva.
Esta intervención solo fue un presagio de lo que vendría al año siguiente. En el mes de agosto de 1999, realizó la ruta de Pizarro a pie, de Tumbes a Cajamarca, con el único afán de conquistar lectores. Caminó acompañada de unos amigos durante 30 días. Cargaron carteles y agitaron a favor de la lectura. Fueron de pueblo en pueblo visitando las bibliotecas y donando libros.
El grupo terminó extenuado pero no rendido. En noviembre, dos nuevas aventuras le aguardaban. Enrique Zileri le había prometido que si llenaba el Estadio Nacional con 80,000 lectorescontrataría un helicóptero para que tomara la foto que iba a ser portada en Caretas. El director de Lluvia, que es un optimistaconsumado, se dedicó a organizar la reunión en el estadio. La idea era instalar una feria de libros que tendría como plato de fondo un coro de todos los asistentes,que a una hora determinada recitarían el poema “Masa”de Cesar Vallejo. “Fue un desastre, solo fueron 6,000 personas”, confiesa riéndose.
En la Cámara Peruana del Libro se están adoptando políticas que no promueven la inclusión El único requisito es tener dinero para costear los nuevos requisito.

Pero el ánimo alicaído le duró dos semanas. No pudo llenar el Estadio Nacional, pero sí el de Huamanga: 11,000 personas. Ningún partido de futbol había conseguido tal hazaña.
Durante los meses posteriores se dedicó a preparar una nueva campaña: leer desde el balcón de Lluvia, ubicado de manera estratégica en la esquina de Wilson con 28 de julio. Para ello instaló un sillón en el balcón, sentó en él a diversos escritores nacionalesque posaron para una foto. Por esa galería circularon Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Gustavo Rodríguez y muchos otros más. La idea era que Valentín Paniagua, presidente de la república en ese entonces, fuese retratado. Desgraciadamente nunca le contestó la carta.
Todas estas actividades exitosas dejaron a Esteban Quiroz con la moral elevada y los bolsillos vacíos, al extremo que tuvieron que pasar muchos años para que se recuperara. Sinesio López, exdirector de la Biblioteca Nacional, le había advertido: “Estás liquidando tu hacienda”. Y así fue.
“Me quedé sin presupuesto para sacar un nuevo libro y venderlo. No recuperé mi capital y pasé a trabajar al Estado. Estuve diez meses en el Instituto Nacional de Cultura y luego dos años en el Ministerio de Educación. Hasta el 2004 no recuperé mi capital. Me dio miedo producir libros porque no se vendían”, cuenta.
Todo nos llevaría a creer que Esteban Quiroz se ha retirado a sus cuarteles de invierno. El olvido de la prensa ha sido prolongado. Ya no sale con los carteles a hacer sus performances. Los libros que publica no son reseñados por la gran prensa. Sin embargo, no es así. Sigue tan activo como siempre.
El editor de Lluvia coincide con sus colegas independientes en que la ley del libro no lo ha favorecido. Para él la solución va por otro lado. Piensa que si la gente leyera más consumiría más libros y eso sería lo que beneficie a la industria.
Se le ocurren ideas como que los arquitectos incorporenun lugar para la biblioteca en todos los planos de las casas y departamentos que diseñan. Piensa que así se introduciría la lectura en la esfera familiar. O que el Ministerio de Salud entregue libros gratuitos a las madres para crearles el hábito de la lectura y que ellas se lo transmitan a sus hijos.
Esteban Quiroz jamás ha perdido el semblante risueño, a pesar de los momentos desafortunados. Ahora su historia es de éxito y resistencia, pero a costa de trabajar duro. Viaja constantemente a provincias para vender personalmente sus libros. Regresa de la semana santa ayacuchana con el dinero que lo sostendrá todo el año.
Él también confirma el testimonio de otros editores: la gente en el interior del país lee y tiene literatura propia. Quiroz se resiste a emplear el término “literatura regional” porque Lima es también una región como cualquier otra, solo que la prensa y el Estado le presta excesiva atención a lo que sucede en la capital.
Cuenta que su hija casi entra en shock una vez que lo vio vendiendo en el piso en la plaza de Ayacucho, junto a unos artesanos. “Papá, estás trabajando como ambulante”, le dijo. Él le explicó con calma las vicisitudes del negocio. La joven comunicadora se tomó un tiempo para asimilar la situación y recorrió la ciudad. Al regreso le dijo: “Papá, he visto que por el otro lado de la iglesia pasa gente distinta”, y fue así como instaló su propia mesa y ayudó a su padre a pagarle la universidad.
Para las editoriales independientes como Lluvia sí existe vida más allá de la capital y los medios de comunicación. Su producción ha vuelto a ser prolífica. El último aprendizaje de Quiroz es que los libros de tapa dura generan rentabilidad. Él, que siempre apostó por los libros de a sol, ahora se da cuenta que se puede ganar más con las ediciones de lujo.
Otra alternativa para las editoriales pequeñas es el famoso “Plan lector”, aunque la experiencia de Lluvia no ha sido buena. Una vez Quiroz viajó entusiasmado llevando un libro de Garcilaso dela Vega a un colegio del Cusco. Recuerda: “El librito costaba tres soles y pensé que era una muy bueno para los estudiantes. A los profesores no les convenció la oferta y no entendí por qué. Luego me di cuenta de que si lo hubiera ofrecido a 10 soles, los maestros habrían ganado un porcentaje y todo habría sido distinto”.
Esa opción no se le pasó por la cabeza. No es un negociante. Si lo fuese, hoy sería un próspero distribuidor de quesos y esta historia nunca se habría escrito, así como la de ninguno de estos anarquistas románticos.