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¿Estados o fronteras? Una falsa disyuntiva

Equipo peruano en La Haya (Foto: Andina).

Varias cosas resultaron irritantes de la ya famosa “Carta Abierta a Torre Tagle” de Álvaro Vargas Llosa: que haya elegido para su publicación un periódico chileno; que adopte el tono sabiondo de quien mira las cosas desde una perspectiva superior, cosmopolita, por encima de lo que sería un nacionalismo chato, propio del siglo XIX y de lo que su autor interpreta como la muy peruana tara de apreciar las cosas por su estrecho ángulo formal en vez de aquel que nos llevaría a ver el fondo de las cosas. Asimismo, que acuse a la Cancillería peruana de plantear un reclamo desde lo que la carta interpreta como una perspectiva revanchista, como la de quien pretende ganar en la mesa de negociaciones lo que no pudo conseguir en el campo de las batallas.

Quisiera comenzar, sin embargo, por un acuerdo con lo que es uno de los puntos centrales de la carta: que los peruanos no debemos sentirnos triunfadores tras el término de la fase oral del diferendo en La Haya, puesto que el argumento del oponente —que existe un acuerdo de los años cincuenta entre los dos países que, implícita pero claramente, señala un reconocimiento de una frontera marítima de hecho— tiene sin duda mucha fuerza. Si las fronteras entre los países fuesen trazadas solamente por geógrafos y matemáticos, guiados por el punto de vista de la equidad y el sentido común, la tesis peruana de la línea equidistante tendría todas las de ganar. Pero las fronteras en el mundo obedecen menos a ello y mucho más a la historia, que, como bien sabemos, no acostumbra a ser justa ni está guiada por la lógica. Las fronteras las han trazado las más de las veces el azar y la fuerza, sea ésta militar o proveniente del empuje de la colonización, la industria y el comercio.

Reconocer que no las tenemos todas con nosotros para la hora del fallo final e inapelable del tribunal de La Haya, y que el resultado es de difícil pronóstico es, sin duda, la postura serena y recomendable que debemos tener los peruanos en esta hora, con el fin de evitarnos, como advierte Vargas Losa, un amargo despertar dentro de unos meses.

En lo que discrepo con la carta es con el argumento de que la preocupación por la delimitación de las fronteras debería ser un hecho del pasado, algo de lo que nuestra Cancillería debería sacudirse para mirar el futuro con la perspectiva que la carta juzga como la adecuada y superior: la de la integración comercial, comenzando por la energética. Pero una cosa no se opone con la otra.

De acuerdo con la carta de Vargas Llosa, los siglos XIX y parte del XX habrían sido para América Latina la hora de la delimitación de las fronteras y la conformación de los Estados nacionales; la de la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, la del siglo XXI, debería ser la de la integración de los mercados a través del comercio. Atrás quedarían los ejércitos, los mapas de colores y los reclamos territoriales. Sería hermoso que ello fuera cierto. Pero la historia de la delimitación fronteriza en cierta forma nunca termina, en la medida en que constantemente aparecen nuevos elementos no previstos en el pasado. Entre el Perú y Chile la frontera que el imperio español había señalado parecía tan clara y maciza como lo era el desierto ancho y estéril que los separaba. ¿Quién se iba a imaginar, en la época de la Independencia, que sesenta años después una cruenta guerra de cuatro años se libraría por la delimitación de un desierto? La aparición del recurso del salitre cambió la percepción de ese territorio, y lo que antes pareció un espacio inútil y baldío cobró la apariencia de ser oro puro.

Este proceso no ha terminado y dudo que algún día termine. También en el siglo XIX el Perú debió defender sus islas guaneras del apetito de potencias como los Estados Unidos, que reclamaban que por estar en medio del mar y poseer un recurso tan valioso e imposible de hallar en otra parte del mundo, debían ser consideradas patrimonio de la humanidad, o de quien llegase primero, y no del país más próximo. Hoy es nuevamente el mar, mañana podrá ser el aire o la atmósfera; o los recursos del subsuelo.

Discrepo con el argumento de que la preocupación por la delimitación de las fronteras debería ser algo de lo que nuestra Cancillería debería sacudirse para mirar el futuro con la perspectiva que la carta juzga como la adecuada y superior: la de la integración comercial, comenzando por la energética. Una cosa no se opone con la otra.

La delimitación de las fronteras por la mano de la historia no ha dejado a todos conformes y satisfechos. Una forma de interpretar este descontento es atribuyéndolo a una campaña sostenida por el Estado perdedor. Éste se habría encargado de difundir entre su población una “historia oficial” que hace del reclamo fronterizo una señal de identidad y comunión nacional. Quisiera creer que esto es así y que el comercio entre los pueblos y una actitud “positiva” de las mentes lo enmienda todo. Pero incluso en este caso, para que el intercambio fluya robustamente la infraestructura necesaria no son solo los buenos puertos ni las grandes autopistas, sino la claridad de los derechos de propiedad de cada una de las partes y la conciencia de que existe una equidad en los beneficios. En estos temas la historia pasada siempre se conecta con el presente y el futuro, y es en ello que diversos grupos de intelectuales a ambos lados de la frontera hemos venido trabajando. Para que la historia cese de dividirnos y enfrentarnos, el arma más eficaz no es, sin embargo, su cancelación o, como se suele decir, “voltear la página”, sino revisarla bien y, eventualmente, reescribirla juntos.

La idea de que los hombres de armas debían ser reemplazados por los hombres de negocios y que los barcos de guerra debían ceder paso a los navíos de comercio fue una utopía que enarbolaron liberales como David Ricardo o John Stuart Mill, hace casi 200 años, pero no termina de ser cierta. El soporte material de los Estados, con todo su aquelarre de fronteras, nacionalidades y ejércitos sigue pareciendo un ingrediente necesario para la práctica de los negocios. Quizá porque el comercio nació con ellos y en cierta forma es hijo de ellos, de modo que para imaginar un mundo sin fronteras, o donde éstas poco importen, habría que pensar en otro tipo de economía y de comercio.

Creo, por ello, que ha hecho bien la Cancillería peruana en plantear ante el Tribunal de La Haya un reclamo al que el espíritu de la Convención del Mar nos invitaba. Arriesgábamos poco y podíamos ganar algo. Nada en el alegato peruano alude a la guerra del salitre; el reclamo peruano no ha pretendido en esto remover un asunto histórico, cuyo resultado los peruanos hemos aprendido a aceptar, como es natural, con el paso de las generaciones. Una sentencia probable de la Corte, si es que ésta optase por lo salomónico, sería adjudicar el mar al Perú, pero respetando los acuerdos de 1952 y 1954, manteniendo para Chile el derecho a la pesca. En este escenario sería forzoso el buen entendimiento y la coordinación entre ambos países para, nunca mejor dicho, llegar a buen puerto.

Entrevista