¡A luchar por la justicia!
¡A luchar por la justicia!
Durante las últimas semanas, muchos medios informativos de los Estados Unidos le han dado una especial atención al tema de las potencialidades de los blogs y otros sitios web para resolver casos policiales como el de la Maratón de Boston. Además de Twitter, sitios como Reddit o Gawker han cobrado en la cobertura de este triste episodio un protagonismo singular, al haber generado un ambiente noticioso en el que todo buen ciudadano se siente en el deber de cooperar con la tarea de identificación de los sospechosos. Autoridades del FBI, por su lado, afirman que estas páginas solo cuentan con evidencia limitada, y que de alguna forma entorpecen el estudio de la totalidad de los hechos.
Salvando distancias, esta crítica de las autoridades del FBI puede representar una buena metáfora al analizar el rol de las tecnologías de la información en procesos de toma de conciencia social, participación política y establecimiento de la democracia: ¿Será que por realzar constantemente la trascendencia de las tecnologías de información en episodios concretos se entorpece de cierto modo nuestro entendimiento cabal de los procesos políticos y democráticos? Si recordamos a los analistas de la CNN y la BBC cuando llegaron a afirmar que la revolución de Egipto fue “la revolución de la social media”, refiriéndose al rol protagónico de los blogs y de páginas como Twitter y Facebook, se hace a la vez notoria la voluntad de celebrar, con suma audacia, el triunfo de los ciudadanos (o, mejor, del individuo) sobre el sistema (o, mejor, las instituciones).
Haciendo un recuento de la evolución de la teoría de la comunicación en el tema de las potencialidades sociales y políticas de las tecnologías de información, tenemos que, en reacción a la escuela antiimperialista chomskiana, proliferaron hace como dos décadas autores que recalcaron el rol protagónico de la sociedad de la información en la defensa de la democracia y la libertad de expresión. Entre los más reconocidos está por ejemplo Manuel Castells, quien condujo varios estudios directamente orientados a incitar a los gobernantes de países en desarrollo a que estimulen políticas que favorezcan al uso de Internet a niveles masivos, en aras del fortalecimiento de la democracia y de la libertad de expresión. Sobre este terreno teórico, tan amplio y confortable, los analistas que trabajan en las principales empresas trasnacionales de comunicación habían venido esperando ansiosamente poder presenciar hechos relevantes de actualidad mundial para aplicar con pompas tal perspectiva. Los sucesos de Egipto, y más aún en el contexto de las otras revueltas de la “Primavera Árabe”, les dieron entonces a estos analistas en la yema del gusto.
Sin embargo, desde hace ya varios años también han existido, no necesariamente alineados a la perspectiva antiimperialista, académicos que articulan un discurso bastante crítico frente a las maravillas de la tecnología en comunicaciones e Internet. Concretamente, estos autores advirtieron sobre las limitaciones de la escritura on-line en general para articular opiniones e intercambiar ideas, y enfatizaron la predominancia del acto de “hablar” sobre el de “oír”. Ya a inicios de los noventa, en un análisis que bien podría aplicarse perfectamente a la actual proliferación de blogs, Millard llega a decir que la escritura on-line “[…] no hace más que convertir el desacuerdo en disonancia, en disturbio […] y en un escenario que solo produce mareos”.
Es cierto, sin embargo, que en contextos de homogeneidad social y una fuerte institucionalidad, como se observó en las recientes elecciones en Islandia, es posible encontrar ejemplos inapelables del rol protagónico de páginas como Facebook o Twitter en procesos de participación y concertación política. Mientras tanto, en Canadá, por más que el gobierno ofrezca, por cumplimiento de la ley en comunicaciones, vías de participación en procesos de discusión sobre el presupuesto y las políticas en temas de gran relevancia social, los niveles de participación son más bajos que los esperados por las mismas entidades públicas. Este hecho se conecta con lo mencionado líneas atrás: la devoción por las tecnologías de información representa muchas veces la utopía de plena voluntad individual, mas no una vía para participar en el sistema de las instituciones del Estado.
Las tecnologías de la información y la social media pueden ser plenamente efectivas para la participación política en situaciones electorales concretas, y no propiamente en procesos de gobierno.
Por otro lado, en países en los que todavía se vive una arraigada situación de tensión social y de precariedad política y democrática, las tecnologías de información tal vez sean una plataforma muy endeble para canalizar procesos como el diálogo y el acuerdo entre el individuo y el Estado, la aceptación de la diversidad religiosa o la apertura hacia temas como el entendimiento del concepto de equidad de género. Precisamente en el caso de Egipto, vemos con claridad que las tecnologías de la información no podrían generar de un momento a otro las vías para establecer los estándares sociales y políticos de la vida democrática, al existir aún una cultura informativa esencialmente dramática y dependiente del sensacionalismo de los medios masivos tradicionales. Recordemos en este sentido las revueltas sociales originadas por la transmisión televisada en directo de juicios y sentencias de muerte.
En un plano distinto, si analizamos cómo se relacionan las empresas que ofrecen los soportes para el llamado periodismo digital (o periodismo ciudadano) con las empresas detrás del periodismo tradicional, las que también utilizan tales soportes en sus emisiones o publicaciones, vemos que existe una constante relación de asociación. Por ejemplo, en la cobertura de la “Primavera Árabe” los contenidos de los blogs, cuyos autores eran en su mayoría occidentales y no locales (a pesar del gran protagonismo de la versión en inglés del blog local Al Jazeera), y que fueron a su vez bastante visuales, pues abundaban las fotos y videos de escenas cruentas y trágicas, llegaban a las grandes cadenas trasnacionales de noticias a través de links anunciados en Twitter. Estas asociaciones parecen ser obligatorias para cumplir con los estándares de información y opinión que imparten los monopolios de las comunicaciones. También ocurrió en la última campaña de Obama: cuando la dupla Twitter-CNN representó la clave del éxito para los demócratas. En una mirada más amplia, tanto blogs como micro-blogs de Twitter y páginas de Facebook se promocionan en diversos medios tradicionales de prensa escrita y televisión de los Estados Unidos y Europa, con el fin de cubrir las expectativas de información y opinión que en materia de derechos humanos, democracia y libertad de expresión definen al actual ciudadano promedio del mundo occidental. Sin embargo, la extensamente estudiada aglomeración de capitales en el negocio de las comunicaciones puede no ser el camino para entender cómo nos estamos relacionando con Internet.
En el Perú, ninguno de los veinte blogs o sitios web más visitados tiene contenidos puramente informativos o trata temas relacionados con generar opiniones en lo político o lo social, según puede interpretarse en los resultados de tal premiación organizada por Telefónica a mediados del año pasado. Al parecer, estamos más acostumbrados a informarnos y gestar opinión a través de las vías tradicionales como la prensa escrita y la televisión, y así no tenemos necesidad de usar las tecnologías de información para pronunciarnos en temas políticos o sociales. Sin embargo, existen páginas que favorecen tremendamente el dialogo y la concertación en temas de gran trascendencia mundial y nacional. Es el caso de la página de Facebook “Combatamos la homofobia en el Perú”. Esta página, cuyo número de visitantes ha venido aumentando considerablemente, representa un ejemplo exitoso de un espacio que promueve el análisis y reflexión de uno de los temas capitales en la sociedad peruana: la homofobia y el sexismo.
En el terreno de la discusión política, las diversas páginas Facebook que surgieron para apoyar la campaña del “No” a la revocatoria de la alcaldesa de Lima (“No a la Revocatoria”, “Magdalena Dice No” y “Los Peruanos en el Extranjero También Decimos No a la Revocatoria”, entre otras) mostraron la efectividad de presentar los mensajes en forma de lemas y acompañados de creativos elementos visuales tales como caricaturas o imágenes salidas de la imaginación (recordemos en esto las supuestas tomas a letreros de la Costa Verde que mostraban fotos de Don Ramón, el Papa y otros personajes célebres). De esta forma, se apeló a dos aspectos definitorios del gusto del público limeño: lo humorístico y lo visual.
En conclusión, las tecnologías de la información y la social media pueden ser plenamente efectivas para la participación política en situaciones electorales concretas (como en Islandia o Lima), y no propiamente en procesos administrativos de gobierno (como se demuestra en el caso de Canadá). En cuanto a la formación de conciencia o compromiso social, vemos en países de Europa, y principalmente en los Estados Unidos, que las tecnologías de la información llegan a mimetizar el término “ciudadano global” con el de “consumidor global”, al crear una insaciable demanda informativa, dependiente de los servicios de múltiples empresas. Asimismo, es claro que la social media puede verse limitada para estimular la reflexión en temas capitales en la formación de un sistema democrático, lo que se observa en el caso de Egipto y otros países inmersos en el fenómeno de la “Primavera Árabe”.
Sin embargo, las potencialidades de las tecnologías de la información, por más que sean tan idóneas para crear una atmósfera demasiado bulliciosa y muy poco armoniosa en temas políticos y de realidad social, pueden muy bien generar espacios de diálogo, reflexión y concertación. En esta dirección, tal vez los países más desarrollados no estén ofreciendo un gran ejemplo. Las tecnologías de la información en los Estados Unidos parecen más bien expresar un aspecto muy pintoresco del ciudadano moderno o, si se quiere, del ciudadano global: el anhelo de convertirse en detective y justiciero, como se ve en la cobertura que la social media hiciera del atentado en la Maratón de Boston, y el anhelo de vivir en un mundo de superhéroes, como se ve en el gran éxito que tuvieron los bloggers durante las revueltas de Egipto.