Contra el periodismo de conversación

Contra el periodismo de conversación

Oswaldo Bolo Varela Docente de Comunicación Social. Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Ideele Revista Nº 288

La escena es más o menos conocida. De tanto comentarla se ha vuelto ya una farsa, un ejemplo burlón para señalar –en clases y fuera de ellas– lo que no se debe ser o hacer. Al menos no en periodismo. El momento ya es célebre. Gustavo Gorriti está siendo entrevistado por Mijael Garrido Lecca. Es julio del año pasado y el Ministerio Público amenaza intervenir las oficinas de IDL-Reporteros. Quieren obtener material periodístico. Quieren asustar. Pero es un gesto breve e impotente. La gente se indigna rápido en redes, el fiscal con sus cuatro policías no tienen una aprobación judicial y la incautación, por tanto, no procede. Mijael invita a Gorriti una de esas noches para conversar sobre este episodio.

Así que allí están, en el programa nocturno de Canal N. El viejo periodista y yudoca se deja preguntar por el –reciente pero previsible– precandidato aprista. Este comenta las salas de redacción indignadas, Gorriti sugiere que empiecen a investigar más a fondo la trayectoria de los políticos. Entonces Mijael la caga. Sin darse cuenta. Está diciendo: «estoy seguro que quienes hacen periodismo de investigación lo harán, y quienes hacemos periodismo de conversación…». No acaba. No se llega a entender lo que sigue. Gorriti lo corta, con una media sonrisa (¿acaso de burla?). Luego explica: «Todo periodismo, Mijael, todo periodismo es investigación. Todo periodista que no investiga, realmente, no es periodista». 

En los próximos días (aún ahora), la frase empezará a formar parte del acervo digital con que nos divertimos en las redes sociales: varios memes recogerán el título de periodista de conversación para sumar burla y desprestigio al –reciente pero previsible– columnista de Expreso. Sin embargo, y a pesar de la joda, la frase es importante. Resume bien una manera en que hoy se hace/piensa/estudia periodismo. No es una frase ligera, superable o gratuita (tampoco lo es que sea este personaje quien la diga). Por el contrario, resulta sintomática: evidencia algo que (sin ser inédito) sucede en redacciones, coberturas, islas de edición, cabinas de radio, facultades. Es un enunciado que significa parte de la práctica informativa actual y que merece interpretarse. Quiero comentar aquí tres posibilidades. Un tanto pesimistas, es cierto; pero, aunque no únicas ni exclusivas, sí absolutamente vigentes.

Estas posibilidades provienen directamente de la contraposición que Garrido Lecca plantea en su intervención (una suerte de sentido común que él pareciera asumir con normalidad): existiría un quehacer periodístico más ligero y soft, que conversa u opina; frente a otro más exigente y curtido, que investiga y contrasta. Esto es lo que rápidamente Gorriti contradice: todo periodismo implica investigación, Mijael. Desarrollemos un poco más la idea: todo proceso (de corta o amplia duración), que se asume como periodístico, debería contener la exploración profunda y la búsqueda plural de información (sobre algo o alguien), la aproximación a fuentes diversas (que ayudarán a saber y resolver), la confirmación de los hallazgos (a través de mecanismos certeros que eviten propagar falsedades e inexactitudes), la escritura –o la visualización o la locución– atractiva y potente de lo encontrado. Esto es algo que, al menos en teoría, sabemos todos los que directa o indirectamente existimos en este rubro, ¿verdad?

Y, sin embargo, la duda queda: ¿existe realmente el periodismo de conversación?, ¿algo que pueda rotularse bajo estos término? Yo creo que sí. Existe si lo entendemos como ese abordaje más ligero e inmediato (“práctico”), más blando y flexible (complaciente), más preocupado –groseramente– en vender(se). Las características descritas en el párrafo anterior no son rasgos intrínsecos al ejercicio periodístico diario. Tampoco suelen ser mayoritarias. Miremos, por ejemplo, la manera en que se preparan las noticias de algunos medios digitales (y de varios otros analógicos). La dictadura del Search Engine Optimization (SEO) implementada en algunos medios decide qué y cómo escribir. Es una desesperada preocupación por los viewers y su generación de tráfico. ‘Palabras claves’, ‘motores de búsqueda’ y ‘posicionamiento’ son algunos de los términos que construyen gran parte de la información en redes. El marketing digital dirige, los periodistas obedecen. Esto, por supuesto, mella la opción de investigar. Las ¿diez? notas diarias que los redactores deben escribir usando palabras específicas (pues son parte del trending topic) quitan tiempo –y posiblemente ganas– de abandonar el escritorio, salir a la calle y reportear: aproximarse a ese otro incognoscible que les permita saber algo único para contar. La fascinación por los clics, la investigación solo por teléfono, el volteado de notas de prensa (un gesto que merecería un texto completo) y los relacionistas públicos convenciendo al redactor de publicar su tema, todo eso, justifica la identificación de estas prácticas bajo el rótulo de periodismo de conversación.

¿Existe realmente el periodismo de conversación?, ¿algo que pueda rotularse bajo estos término? Yo creo que sí. Existe si lo entendemos como ese abordaje más ligero e inmediato (“práctico”), más blando y flexible (complaciente), más preocupado –groseramente– en vender(se).

Pero la manera cómo se construyen varias noticias en la web no es el único aspecto donde puede interpretarse aquello. Las formas y los rostros que difunden la información también están marcadas por este quehacer. Pienso en la publicidad dentro de algunas secciones de los noticieros (esa interrupción rochosa que el propio presentador hace para, así como introduce una noticia, comentar la última promoción bancaria o el nuevo artículo de belleza: ¿para qué la tanda de comerciales si puede aprovecharse la audiencia que ofrece el segmento de espectáculos o deportes?). Pienso en la periodista influencer (lectora de noticias por las mañanas, colocadora del hashtag #publicidad por las noches) y en el periodista candidato congresal (que ahora será compañero de bancada de sus antiguos entrevistados: ya no son necesarias las máscaras). Pienso en cómo los programas matutinos de domingo,  en las semanas pasadas, no dijeron nada sobre las protestas chilenas y, antes, sobre las ecuatorianas. Y, con ello, pienso en esa portada oportunista del diario que elogia las masivas marchas internacionales pero que criminaliza las nacionales. Estos modos en que se difunde la información –sesgada, torpe, confundida con la publicidad– merecen ser llamados también periodismo de conversación.

Finalmente, la formación que muchos estudiantes reciben es otro espacio donde esta forma de hacer periodismo ligero y complaciente se manifiesta. El periodismo de conversación es algo que se aprende en aulas y pasillos, en laboratorios y talleres. Y no me refiero solo a esos profesores mediocres que –bibliografía desfasada, desactualización e infertilidad académica de por medio– continúan enseñando lo mismo que hace dos décadas: ¡hace dos décadas! No solo a ellos, sino también (y sobre todo) a la comprensión ideológica que muchas carreras de comunicación y periodismo asumen: antes que enseñarles a pensar, los estudios ofrecidos buscan hacerlos sujetos funcionales al sistema noticioso. Jóvenes que no saben discernir bien cuándo un evento resulta realmente noticioso, cuándo un evento noticioso puede ser enfocado desde un ángulo singular, cuándo un ángulo singular evita trastocar ciertos preceptos básicos. No aprendes eso (qué importa: alguien más decidirá por ti), pero sí el uso de las palabras claves que las tendencias te exigen usar. El marketing digital o, más bien, esa visión administrativa de la comunicación y el periodismo, domina las mallas curriculares. No hay sujetos críticos saliendo de las universidades, sino operadores técnicos que comprenden su importante función de mantenimiento del rating, los likes, el status quo.

En fin, periodismo cascarón y complaciente, periodismo te hago notas a cambio de pases al teatro (o al avant premier); periodismo siempre invito a los mismos panelistas; periodismo que busca presentadoras blancas y jóvenes; periodismo que no paga a los practicantes; periodismo argollero, operativo, acrítico; periodismo que terruquea; periodismo donde el entrevistado es interrumpido para que el entrevistador cuente sus anécdotas; periodismo te exijo tareas múltiples pero te pago lo mismo; periodismo solo cuento con columnistas hombres, heterosexuales y de clase alta; periodismo volteo notas de prensa y, encima, firmo el artículo; periodismo diez notas diarias para la web; periodismo (y periódicos) de memes; periodismo que no investiga, que no contrasta, que no quiere o no puede contar algo distinto; periodismo que no se permite la gloriosa lujuria de la duda (Leila dixit). Periodismo mediocre, digámoslo todos: periodismo de conversación. Y hay que estar contra él.

Por supuesto, esta práctica periodística no lo es todo, hay otras experiencias honrosas y meritorias. No necesito nombrarlas aquí para saber quiénes son. Pero no son la mayoría. Y tampoco cuentan con el beneplácito de los anunciantes, de los empresarios, de quienes administran los grandes medios. Ellos prefieren –exigen– un periodismo más ligero, poco profundo, no tan comprometedor. Y muchos periodistas –novatos y veteranos– vienen haciéndoles caso. Es una lástima. Sin embargo, ¿acaso felizmente?, debemos entender que no todo puede ser desesperanzador con el significado que ofrece la frase de Mijael: al menos sirve de mal ejemplo.

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