Diana Ávila en dos etapas
Diana Ávila en dos etapas
1. Resiste, Diana, compañera
Julio de 2016
“El cielo se está nublando hasta ponerse a llorar y la lluvia caerá... luego vendrá el sereno.”- Recuerdo esta canción de “Los Iracundos” cuando pienso en Diana.
Me hablaron de ella los miembros de una familia que había entrado en Estados Unidos en busca de los sueños de América.
Hablaban de Diana como de un personaje legendario que –al salir ellos de su devastada Huancavelica- los había ayudado a instalarse en Lima y, con su ONG, les había proporcionado alimentos, ayuda médica, orientación y vivienda.
Como no sabían mucho más acerca de ella, se me ocurrió que tal vez era una santa inventada por la gente más pobre de mi país.
Los Huaccha conocían la desdicha. Durante el conflicto interno, a sus tierras habían entrado tanto los grupos alzados como el ejército. Los primeros llegaban a darles clases acerca de la revolución, a efectuar “juicios populares” y a reclutar de grado o de fuerza a los jóvenes en edad de combatir. Las fuerzas del gobierno aparecían después para escarmentar a los comuneros con violaciones, saqueos y ejecuciones, y dejar la región en la ruina y la devastación.
Los Huaccha aguantaron diez años hasta que lograron salir de allí. En su largo camino, se encontraron con miles de familias cuya historia era como la suya. No sabían si estaban vivos o si ya eran difuntos. Ninguno de ellos conocía hacia dónde estaba yendo.
La historia de los Huaccha es similar a la de los Quispe, los Cumpa, los Huilca, los Díaz y centenares de apellidos de personas que vivieron y sufrieron en Centro América y en los países andinos los conflictos internos y la barbarie de una represión desalmada durante las décadas recientes.
Ellos eran la gente y el ámbito de la Consejería de Proyectos para los refugiados latinoamericanos, una ONG internacional en la que Diana Ávila Paulette ha sido directora durante estos últimos veinte años.
Toda Centro América con Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, y hasta Chile, Uruguay, México y Brasil han conocido el trabajo de esta organización a la que Diana se incorporó en 1992.
¿Pero quién es Diana? Después de que varias familias desplazadas citaran su nombre y lo que hizo por ellos, comencé a investigar y la encontré en “Una biografía no autorizada del mundo” de Michael Riordon. (An Unauthorized Biography of the World: Oral History on the Front Lines)
En ese libro, el nombre de Diana Ávila Paulette, la única latinoamericana, figura entre los diez importantes científicos y luchadores sociales que la Universidad de Columbia ha escogido para que describan cómo es nuestro planeta y cómo lo sufren los más pobres entre los pobres, las mujeres del campo.
Socióloga y periodista, hizo sus primeros estudios en el alemán Colegio Santa Úrsula para luego hacer estudios profesionales en la Universidad Católica de Lima y, por fin, en la Universidad de Essex, Inglaterra.
Con esa formación académica, pudo ser una profesora universitaria o una privilegiada burócrata internacional, y sin embargo, prefirió entregar su vida a los desplazados.
La conocí en julio del año pasado en el aeropuerto de La Habana, y de inmediato quise preguntarle por qué hace lo que hace.
-Porque, cuando faltan la justicia y el amor, el mundo está incompleto -me dijo.
Diana tiene ideas pero sobre todo tiene corazón, un corazón de izquierda. La vi consolando a una mujer cuyo marido e hijos acababan de ser encontrados, pero solamente estaba recibiendo sus restos.
-Si logro consolar a una sola persona, no habré vivido en vano -me explicó.
Una enfermedad la ha puesto ahora frente a un difícil reto, y creo que el mundo estaría incompleto si ella no da la pelea, y además le recuerdo que amar nos hace eternos.
“Bajo un monte lleno de dinero y ambiciones siempre debe haber ese algo que no muere... El mundo está cambiando... y cambiará más.”
Otra vez, los Iracundos se meten en mi recuerdo, y por eso y por mucho más, este artículo comienza por donde termina: ¡Resiste, Diana, compañera. Resiste!
2. Los caminos de Diana
Diciembre 2, 2017
Ya se ha quedado dormida. Desde el comienzo, ambos sabíamos cuál iba a ser el desenlace. Apenas comenzamos a caminar juntos, Diana me reveló el inflexible estado de su enfermedad: el cáncer había llegado a la metástasis… pero no existía pronóstico alguno sobre el tiempo que le quedaba.
Entonces, yo le pedí que no se muriera hasta que, por lo menos, hubiéramos cumplido algunas tareas juntos. Alguna de las cosas que ella y yo, y acaso usted que me lee, ha pensado hacer alguna vez antes de irse…
Juntos, hicimos la lista. Decidimos viajar a Oviedo, en España, y emprender desde allí el trecho costero del camino de Santiago. En el Perú, de regreso, teníamos que llegar a la punta del muelle de Pimentel, en el norte del Perú. Observaríamos luego en Huanchaco el más lento crepúsculo del mundo. Nos tomaríamos fotos en el mirador de Yanahuara, en Arequipa, y, después, volaríamos a Guatemala para vivir unas semanas en Antigua, la ciudad de los volcanes Agua, Acatenango y Fuego.
Todo eso lo cumplimos, o casi, y no le dimos tiempo a la muerte que venía detrás de nosotros y que, seguramente, estaba muy cansada. Además, en todo el periplo que duró casi un año, la enfermedad se mantuvo también a prudente distancia. No la sintió Diana. Ni ella ni yo volteamos a mirar a la enfermedad ni a la muerte.
Y durante todo ese tiempo, nos conocimos. Cada día estuvo lleno de sorpresas y descubrimientos. Coincidíamos en todo. Como ya lo he dicho antes, nos acercó la compartida confianza en la bondad de la raza humana y una fe admirable en el socialismo como camino de amor y de heroicidad que hace noble y decente la vida de los hombres.
Fuimos tan felices que, incluso, en Arequipa, soportamos con heroísmo una copa entera de anís de Najar.
Durante ese tiempo, salió publicada mi novela “El camino de Santiago”, y se la dediqué a Diana. Las frases que aparecen en el libro son:
“Cuando faltan la justicia y el amor, el mundo está incompleto”, me dijo Diana Ávila en el camino de Compostela. Y yo le dedico este libro porque el mundo estaría incompleto si ella faltara.
No pudimos lograr que se quedara más tiempo, pero todo el tiempo que le robamos al destino, ella fue muy feliz… Como seguramente lo sería ahora.