El nacimiento de nuevas ilusiones

El nacimiento de nuevas ilusiones

Ideele Revista Nº 200

Cuando Alberto Fujimori huyó a Japón y renunció por fax, se desató una gran expectativa y crecieron las esperanzas ciudadanas en la transición democrática. Mucha gente pensó que era el momento para reformar el Estado y volverlo más democrático, abierto e inclusivo. Igualmente, hubo bastante confianza sobre la posibilidad de acabar con la corrupción y modernizar la vida política imponiendo la honestidad. En mi caso personal, compartí estas ilusiones y añadí una más, la reconstitución de la izquierda política, en la que había militado las décadas anteriores y había visto lastimosamente ir desvaneciéndose. 

Diez años después, nada se ha cumplido. Ninguna de mis fantasías se ha realizado. Ni el Estado se ha democratizado ni la corrupción ha desaparecido; mucho menos la izquierda ha vuelto a la vida. En principio, debería sentirme desilusionado y depresivo. Los años pasan y las esperanzas no se realizan. Pero, de una manera que confusamente trato de explicarme, no siento como especialmente penosa la desaparición de las antiguas expectativas. Sé que han pasado y que quizá nunca volverán.

Pero han aparecido otras; hay novedades en el frente que me mantienen despierto y alerta, previendo que algo bueno ha de suceder en el futuro. El terreno de lucha se ha redefinido y han aparecido nuevos motivos para estar juntos.

En primer lugar, el tema del modelo extractivo. En esta década se ha cobrado una enorme conciencia ecológica que antes estaba casi ausente. En consecuencia, la extracción y exportación de materias primas ya no se critica porque se lleva las ganancias al exterior y no deja suficiente dinero en el país. Ahora se percibe como un problema mayúsculo la destrucción de la naturaleza. Lo primero que se piensa es en las condiciones para que la operación económica no dañe el medio ambiente y no contamine el país. A continuación, se discute cuánto ha de quedar en la localidad y en el país en general. Pero la naturaleza se ha vuelto el nuevo tema principal.

Ayer no importaba mucho, pero hoy ha vuelto ‘verdes’ a muchas personas. La amplitud de este llamado rebasa con mucho a la vieja izquierda. Aparecen comprometidas con esta causa personas de distinta procedencia y militancia. Es una ilusión de nuestros días que cruza transversalmente a la sociedad.

Ninguna de mis fantasías se ha realizado. Ni el Estado se ha democratizado ni la corrupción ha desaparecido; mucho menos la izquierda ha vuelto a la vida.

Por otro lado, el tema de la corrupción se ha enfocado de mejor manera. Ayer se pensaba que se reducía a Vladimiro Montesinos y su núcleo corruptor. Los ‘vladivideos’ impactaron de tal modo que se asumió que la corrupción era un asunto dirigido desde el poder central y que, limpiado éste, podría recuperarse con facilidad al cuerpo sano del Estado. Pero la década ha sido pródiga en escándalos que han proveído de material para pensar el tema con mayor profundidad. Si los años 1990 terminaron con los ‘vladivideos’ y la evidencia visual de la corrupción, los ‘petroaudios’ han hecho lo necesario para que la primera década del siglo XXI termine con un signo de evidente continuidad en este flagelo, que empobrece al país y mata las ilusiones en su progreso.

En este último periodo se ha perdido mucha ingenuidad. Ahora se sabe que la corrupción es un mal estructural, que rebasa largamente a un núcleo encaramado en el poder del Estado. Para vencer en esta batalla se ha ido armando un paquete de iniciativas en todos los terrenos y para ser aplicado en el mediano plazo. Además, se trata de medidas que deben ser implementadas por un conjunto variado de instituciones, que actuarán por sí mismas sin esperar el socorro de un Mesías. No habrá soluciones rápidas ni recetas instantáneas; tampoco caudillo salvador.

Esa misma ausencia de ingenuidad se halla con respecto al tema descentralización. Ayer se pensaba que era una vía sin problemas hacia el desarrollo, que todo lo que fortaleciera la localidad contra el centro era bueno. Hoy impera una visión mucho más balanceada y se sabe que el exceso de localismo y la híper fragmentación de la clase política constituyen un defecto que puede acarrear nefastas consecuencias.

En realidad, la izquierda terminó por no hallar el rumbo en un periodo interesante, cuando han surgido muchos otros caminos y renovados sentidos para una vida destinada al progreso y bienestar colectivo. Incluso ha empezado a formarse un nuevo sentido común progresista. En él, tanto los derechos humanos como la lucha anticorrupción y la protección del medio ambiente ocupan un puesto importante. Ninguno de los tres puntos era decisivo en el ciclo político anterior, al que pertenece la izquierda setentera. La emergencia de este nuevo sentido común augura próximas transformaciones de las utopías de cambio social. El pensamiento crítico se nutre de nuevos problemas sociales y busca soluciones originales. Por ello, siento que vivimos un periodo inicial de reconstitución de ideales. La izquierda parece haber perdido todos los trenes, pero está ante nuestros ojos el nacimiento de nuevas ilusiones. Una etapa se está cerrando y nuevas generaciones con expectativas renovadas reabrirán el camino de la igualdad social.
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