El reto de Colombia a Brasil

El reto de Colombia a Brasil

Ideele Revista Nº 264

Plan B Noticias

Un periodista brasileño relata a sus compatriotas los resultados del plebiscito y lo compara con la realidad brasileña.

Mireya, mi esposa colombiana y yo tenemos varios amigos brasileños que han viajado a Colombia los últimos años. Son profesionales a quienes les gusta charlar sobre temas culturales y políticos alrededor de una buena mesa. Juntos, serian un lindo grupo, en todos los sentidos. Algunos nos han pedido sugerencias y orientaciones. En uno u otro caso, las preguntas se relacionaban a la seguridad. Ninguno enfrentó alguna situación difícil. Todos han regresado impresionados con distintos aspectos del paseo, pero todos con la cordura, con la calidez de los colombianos y espantados: “qué diferencia en relación al estereotipo de la violencia, de la guerrilla y del narcotráfico”. ¿Como se explica que este país haya derrotado un plebiscito destinado a refrendar un acuerdo de paz?, preguntan ahora.

“El Brasil No es para principiantes”, dice una conocida frase de Tom Jobim. ¿Y Colombia?
Mientras Brasil tiene una población de cerca de 206,5 millones de habitantes, conforme la estimación del organismo federal de estadísticas, el IBGE, Colombia tiene casi 48 millones. Es decir, si en un cálculo aproximado se aplicara a Brasil los datos sobre el conflicto interno con las FARC, iniciado hace medio siglo, tendríamos que multiplicar algunos números por 4. Claro que algunas estadísticas incluyen víctimas y las consecuencias de la violencia envolviendo no solamente las FARC, sino también al ELN, aún en combate, los “paramilitares”, de extrema derecha y otras organizaciones guerrilleras que han desaparecido, como el M19. Pero no incluye a la violencia política entre los Partidos Liberal y Conservador, todavía más antigua, pero no menos sangrienta y cruel.

El espantoso número de víctimas

Hagamos algunas extrapolaciones. De acuerdo con el Alto Comisariado para la Paz colombiano, el conflicto ha dejado “al menos” 220 mil muertos y 45 mil desaparecidos. Por nuestra regla de tres, esto equivaldría a “por lo menos” 1,1 millón de víctimas. Antes de atribuir a los colombianos una disposición cultural a la violencia, conviene reflexionar un poco, pensando en el país de Tom Jobim. De acuerdo con el “Mapa da Violencia 2016 – Homicídios por Armas de Fogo no Brasil”, investigación del sociólogo Julio Jacobo Waiselfisz para la FLACSO, solamente entre 1980 e 2014, 968 mil personas han muerto por arma de fuego en el Brasil, sin guerrilla y pese a la aprobación del desarme en el plebiscito realizado el 23 de octubre del 2005. Claro que, si los datos fuesen calculados en proporción y relativos al mismo período, aun serían mucho menores, pero no tanto cuanto sería razonable...

En su momento de mayor expansión, las FARC han llegado a tener cerca de 20 mil guerrilleros. Actualmente cuentan con 7 mil a 8 mil. Del lado opuesto están los 450 mil militares de las tres fuerzas y de la Policía Nacional, que participa directamente de los combates. En Brasil, eso significaría 1,8 millón de hombres y mujeres movilizados, cuando el efectivo brasileño actual es de cerca de 330 mil militares, en ambos casos, números del Banco Mundial. La “Guerrilla del Araguaia”, el más grande intento guerrillero en contra el régimen militar, a principios de los años 1970, tuvo 70 guerrilleros en contra de los cuales han sido movilizados, de acuerdo a algunas fuentes, directa o indirectamente, 20 mil hombres, por lo menos 750 en combate.
Para mantener sus fuerzas armadas, Brasil, en el 2015, gastaba 1,4% de un PIB de 1,8 billón de dólares. Mientras tanto, Colombia gastaba 3,4% de un PIB de 290,1 mil millones de dólares. El porcentaje es el más grande de las Américas, Estados Unidos incluso, que gastaban 3,3%.

De acuerdo con el Alto Comisariado para Refugiados de la ONU, (ACNUR), solamente del 1997 al 1º de diciembre del 2013, han sido registradas oficialmente 5,2 millones de personas desplazadas de sus locales de vivienda por el conflicto, un drama que afecta desproporcionadamente a las poblaciones indígenas y afrodescendientes. El Comisariado Colombiano menciona “al menos” 6,7 millones de desplazados y 9 millones que han sido desplazados o han perdido sus tierras. Por el mismo cálculo, en el Brasil serían entre 20,8 millones y 36 millones. El primer caso, el equivalente a toda la actual población del estado de Minas Gerais y, en el segundo, más que la población sumada de los estados de Rio Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná, Mato Grosso do Sul y Mato Grosso. ¡Es eso! Espantoso, ¿no? Como 51% de los desplazados fueron para las 25 ciudades más grandes, no es difícil pensar el impacto que eso ha tenido sobre las condiciones sociales urbanas.

El área rural despoblada o tomada a los agricultores por los involucrados en el conflicto, de acuerdo con el ACNUR, es de 2,6 millones de hectáreas. Como Brasil es aproximadamente 7,7 veces más grande que Colombia, la misma superficie sería el equivalente a 20,1 millones de hectáreas o 201 mil km2 – más que todo el estado del Paraná.
El terrible drama humano tiene otros números. No menos tenebrosos con relación a los cuales se podría hacer la misma extrapolación para la realidad brasileña: “por lo menos” 2 mil masacres, 30 mil secuestros, 13 mil víctimas de violencia sexual, 11 mil de minas antipersonales.

Delante de eses números, cabe preguntar nuevamente y con más énfasis: ¿Como se explica que ese país haya derrotado un plebiscito destinado a refrendar un acuerdo de paz?
Efectivamente, es difícil explicar. Tan difícil que el Presidente colombiano Juan Manuel Santos y el líder das FARC Timochenko (Rodrigo Londoño Echeverri) ni siquiera se han dado al trabajo de elaborar un “Plan B” para el acuerdo de paz, en el caso de la derrota en el plebiscito. Lo han declarado antes de la votación y la perplejidad posterior lo confirma. No estaban solos. Poca gente creía que el NO pudiera vencer. Aunque la firma del acuerdo antes del plebiscito fuera una exigencia de la Corte Constitucional, era difícil imaginar que no fuera confirmado por la población. Las negociaciones concluyeron en La Habana, el día 24 de agosto. El acuerdo fue firmado en Cartagena de Indias, en una solemnidad que tuvo por testigos gobernantes de innumerables países, el 26 de septiembre y el plebiscito, fue realizado el 02 de octubre.

A Fernando Henrique Cardoso no debe haber ocurrido el recuerdo del día en que se sentó en la silla de alcalde de São Paulo antes de la elección, Ni por eso ha dejado de escribir un artículo con su amigo, el ex-presidente chileno Ricardo Lagos, en apoyo al acuerdo al cual se han referido en español como “Este es un logro impresionante” . No deben haberse acordado que “logro” en portugués no significa “conquista” sino “engaño”.


Brasil no es para principiantes, pero en Colombia, el juego es difícil incluso para profesionales.

En favor del acuerdo estaban, también, casi todos los intelectuales y celebridades colombianos, muchos militando en la campaña por el SI. Periodistas experimentados igualmente sucumbieron al “¡Ya ganó!” el SI. Es el caso del británico John Carlin, quien reveló en libro la corrupción en la FIFA y, después de pasar un mes viajando por Colombia, escribió el artículo “Lo mejor y lo peor de la humanidad” , en el cual identifica al acuerdo como ejemplo de lo “mejor”, naturalmente. La decepción ha quedado evidente en el título de otro artículo, publicado tres días después “O ano que vivemos estupidamente” (en portugués) , en el cual el plebiscito se convertía en “plebiscídio” y el NO, era equiparado a Trump, Brexit etc.

El resultado ha sorprendido a los responsables de las encuestas, pues todas apuntaban una gran delantera del SI y no estaban necesariamente erradas hasta la víspera de la votación. Si usted, lector, conoce algún experto en la teoría de los juegos, pídale que explique cómo es posible que ese cambio ocurra, parte por la abstención de los partidarios de la opción que lleva la delantera. La explicación le parecerá plausible.

Algo semejante pasó con los últimos guerrilleros a llegar al poder, los sandinistas de Nicaragua, en el 1979. Ganaron las primeras elecciones después del triunfo y en las siguientes, con el país acosado por la contrarrevolución, todo indicaba que ganarían nuevamente con buen margen. Hecho el conteo, lo contrario había pasado. Me he acordado del episodio, pensando que le brindaría un toque de originalidad a este artículo, pero la primicia me la ha arrebatado la premiada periodista mexicana Alma Guillermoprietto en un artículo para The New York Review of Books . Ella estaba en las plazas centrales de Managua y de Bogotá los días de las votaciones y a posteriori ha podido reconocer el momento en que el clima cambió.

Carlin, Guillermoprietto y varios otros reporteros talentosos, del tipo de los que van a las calles, se han equivocado en sus previsiones sobre el resultado. Pero muchas de las informaciones sobre sus causas estaban en sus notas y contradicen gran parte de las “explicaciones” de analistas “de estudio” y diletantes. Casi todas tienen algo de verdad, pero no explican todo.
Veamos algunas de ellas:

Los muchos tonos de NO

El NO no es una negación absoluta al acuerdo. Si el SI es SI, el NO significa varias cosas, incluso un “No así, pero un SI en otras condiciones”. El SI o NO, se ha distribuido geográficamente de forma desigual, pero no se puede decir que fue rural X urbano. Y, por favor, no conviertan en gurú para asuntos colombianos a Yves Lacoste, el autor del clásico “La Geografía, eso sirve, en primer lugar, para hacer la guerra”. En Bogotá y otras ciudades el SI ha ganado por mucho, pero el NO ha vencido en Medellín y otras. El SI ha ganado por amplia mayoría en algunas zonas más afectadas, pero No en todas.
Hay un NO criminoso, que se beneficia de la guerra, como proveedor del Estado, con el robo de tierras y de muchas otras formas. No por acaso, uno de los más grandes contribuyentes para la campaña del NO fue la Asociación de los Productores de Banana, gente que masacra a los trabajadores rurales desde cuando los “Cien Años de Soledad” estaban empezando.

La división no es de clase, o por lo menos no solamente de clase. Hay NO sincero y sin intereses espurios, incluso por parte de personas que han perdido mucho con el conflicto. El líder de la campaña por el NO, el ex-presidente Álvaro Uribe tuvo su familia duramente atingida por la violencia, pero muchas otras víctimas, entre las cuales ex-secuestrados y parientes de muertos por los guerrilleros han hecho campaña por el SI, como a ex-candidata a la presidencia y rehén durante seis años, Ingrid Betancourt, quién no solo apoyó al acuerdo como, después de divulgado el Nobel para el presidente Santos, dijo que él también debería haber sido conferido a las FARC.

El NO fue obtenido por medio de la manipulación, pero no solamente por medio de ella. Muchos de los que han hecho campaña y han votado por el NO sustentaban argumentos razonables, por más equivocados o sesgados ideológicamente que fueran, como el ex-presidente Andrés Pastrana (que a finales de la década de 90 ha intentado sin lograrlo un acuerdo con las mismas FARC). Sus argumentos eran jurídicos y mucho más serenos que los del histriónico Uribe. Hubo también los NO resentidos, que consideraban que no era justo que a los guerrilleros no se les aplique condenas severas, esa posición también es comprensible, especialmente de parte de las víctimas, pero hubo los NO llegados de áreas más oscuras de las almas, concentrados solamente en una venganza, sin pensar en el futuro.

Hubo manipulación. Manipulación grosera, sórdida y mezquina. Las reglas del plebiscito preveían que la campaña debería tratar sobre el contenido del acuerdo, pero el primero en reconocer que hubo explotación subliminal del miedo fue el gerente de la campaña, Juan Carlos Vélez, que ha reconocido literalmente en entrevista que la estrategia hizo uso de mensajes mentirosos y tergiversaciones y tuvo la asesoría de expertos panameños y brasileños.
En la manipulación fueron muy activos varios líderes religiosos. Entre los pastores y dirigentes evangélicos escuchados por la BBC , la campaña por el No iba acompañada de la afirmación
de que el acuerdo vulneraba principios de los evangelios en cuestiones como las de igualdad de género. Pero la propaganda infame contra el acuerdo no fue exclusividad del pentecostalismo y alrededores.

El fundamentalismo católico ha seguido por el mismo sendero. De tal manera que en las redes sociales, era posible encontrar colombianos ricos, de muy buena educación y católicos, afirmando que no se podría apoyar un acuerdo cuyo texto no mencionara a “Dios”. O aún, que previera que “comunistas ateos” tendrían lugar en el Congreso, omitiendo, entre otras cosas, que los cinco escaños asegurados a las FARC en el Senado por el acuerdo confieren solamente derecho de voz, pero no de voto. Dicen ellos, Colombia estaría en las postrimerías de tornarse chavista, bajo la presidencia de Timoshenko.

Desde el plebiscito, el proceso de paz en Colombia se ha transformado en una nube, menos por su insostenible levedad y más porque cambia de forma a cada momento. Prueba de eso es el anuncio del Premio Nobel de la Paz al presidente Santos. No es absurdo pensar que la decisión estaba tomada ya, presuponiendo que el SI vencería o si ha sido un mensaje con una sutileza nórdica – los noruegos eran garantes del proceso y son los que confieren el premio – a los colombianos en plan de “vean lo que van a hacer, muchachos que no estamos para bromas”. Sea lo que sea, el destino de 48 millones de colombianos está en juego.

Pese a todo...

Pese a todo eso y pese a los años en que el país ha sufrido con las centenas de ataques del narcoterrorismo, capaz de explotar en vuelo un avión comercial, matando a sus 107 pasajeros y a tres personas en tierra, en el presupuesto de que a bordo estaba Cesar Gaviria, candidato a presidente y líder en las encuestas, pese a la violencia de los paramilitares de derecha que han masacrado campesinos y han asesinado sistemáticamente a personas sospechosas de “izquierdismo”, entre los cuales muchos intelectuales brillantes, Colombia se mantuvo como la más duradera democracia suramericana.
Pese a toda destrucción económica y a los gastos militares, su moneda, el Peso, es la misma desde que el Patrón Oro fue abandonado, en 1931, algo espectacular, comparado a países como Argentina o Brasil (que ha cambiado seis veces de moneda solamente en el final del siglo XX).

Pese a todo, el analfabetismo es menor que en Brasil, las personas son más acogedoras y la vida cultural es extraordinariamente rica – y mucho más amplia que las Shakiras a que se han limitado a mencionar los amantes del pop. La genialidad de Gabriel García Márquez y el peso del “realismo” fantástico han sido un manto nada diáfano para una generación de escritores que ha logrado emerger y ha venido produciendo una literatura urbana vigorosa capaz de reflejar esas décadas violentas, autores como Héctor Abad Faciolince y Juan Gabriel Vázquez, poco traducidos y menos conocidos en Brasil.
Brasil no es para principiantes, pero en Colombia, el juego es difícil incluso para profesionales.

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