El terror que no termina

El terror que no termina

Ideele Revista Nº 233

En octubre del 2012, la Central Asháninka del Río Ene realizó la muestra de imágenes y testimonios ‘Pasado que no pasa’. (Foto: http://careashaninka.org)

La persistente amenaza a la vida y seguridad de las comunidades Asháninka de los ríos Ene y Tambo

Una de las cosas que más llama la atención cuando se llega a las comunidades asháninka de los ríos Ene y Tambo que fueron afectadas por el conflicto armado interno es la sensación de miedo que todavía predomina, y que incluso hoy en día, se transmite a las nuevas generaciones. Así, por ejemplo, cualquier ruido, cualquier persona extraña, son el punto de partida para asustarse frente al posible retorno de Sendero Luminoso a sus comunidades, y en el caso de las personas mayores, el hecho de revivir la terrible experiencia de la violencia senderista. Por ello no es de extrañar cómo hace un año, en octubre de 2012, la Central Asháninka del Río Ene (CARE), la organización indígena que agrupa a las comunidades en dicho río, organizó en Lima una serie de eventos con el título de “El pasado que no pasa”, refiriéndose justamente a esta situación relacionada a la experiencia de violencia y de terror que no termina.
 
Algunas personas podrían justificar el temor presente a Sendero Luminoso como algo absolutamente lógico, en la medida en que todavía se encuentran remanentes de senderistas armados en la zona que conocemos como VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro) colinda con el territorio de estas comunidades. Sin embargo, la misma sensación de amenaza y de temor se vive en otras comunidades asháninka, incluso en las más alejadas, como aquellas del distrito de Tahuanía, en Ucayali.
 
¿Por qué existe, pues, esta sensación tan fuerte de temor, amenaza y de inseguridad en las comunidades asháninka? Intentaré brindar algunas pistas que nos puedan ayudar a entender mejor la experiencia de vida de estos compatriotas nuestros, pero antes es necesario hacer un comentario sobre la memoria de la violencia vivida en décadas pasadas. 
 
El dolor de la memoria y su sentido
Como toda experiencia de violencia y de muerte, la memoria sobre los años más duros del conflicto armado interno es una memoria dolorosa. Al mismo tiempo, es importante recordar que para la sociedad Asháninka, al igual que para otras sociedades indígenas de la Amazonía, no se debe pronunciar el nombre de los muertos. Nombrar a los difuntos significa un daño para el propio difunto –que no puede terminar de irse al mundo donde habitan los espíritus de los muertos– pero además puede significar también un daño para los deudos y familiares del difunto. Estas creencias y costumbres no son comprendidas desde el Estado o de la sociedad nacional. La misma Comisión de la Verdad, en su proceso de recolección de información y de testimonios, a veces caía también en esta misma incomprensión cultural en un afán por obtener datos más precisos. 
 
Este dolor hace, también, que la gente no quiera hablar espontáneamente de los sucesos ocurridos. En la actualidad, sin embargo, existen algunos espacios en los que sí se hablan de lo ocurrido durante los años del conflicto armado interno: en primer lugar, en conversaciones esporádicas al interior de la familia en que las personas mayores que vivieron el conflicto directamente –y principalmente las madres de familia– les cuentan a sus hijos e hijas lo ocurrido y lo que tienen que aprender de esta experiencia; en segundo lugar, se habla sobre esta época en contextos de temor o de amenaza; y finalmente, a partir de ciertos espacios institucionales que han creado un clima de confianza para que se hable del tema, como veremos a continuación.
 
Un aspecto importante a considerar en cualquier discusión sobre la memoria y la historia se refiere a que las sociedades indígenas generalmente conciben la memoria histórica bajo criterios diferentes con los que se piensa la historia desde una perspectiva occidental y moderna. Para la historia occidental moderna, los datos exactos son importantes: fechas, lugares, nombres, etc.; incluso en aquellas corrientes teóricas donde se privilegian los procesos sociales antes que el protagonismo de ciertos personajes, estos datos objetivos son fundamentales para la construcción de la memoria histórica. Al respecto, cabe recordar la discusión sobre el número exacto de víctimas del conflicto armado interno en el contexto de presentación del Informe de la Comisión de la Verdad hace diez años. Sin embargo, las sociedades indígenas han transmitido su memoria histórica de manera oral, y por lo tanto, los datos exactos son menos relevantes; lo importante reside en los aprendizajes que hace la propia colectividad de cada proceso histórico para que pueda ser transmitida a las generaciones futuras. En este sentido, la memoria sobre los años de violencia durante el conflicto armado interno son interpretados por las familias asháninkas como un acontecimiento histórico sobre el cual hay que aprender.

Muchos Asháninka consideran hoy en día que el “padre” (guardián, protector) de los senderistas es el expresidente Alan García, quien es también el “padre” de las empresas (madereras, petroleras, hidroeléctricas)

Hay que aprender del pasado porque las amenazas continúan
En este sentido, qué consideran los Asháninka que se tiene que recordar sobre la violencia vivida durante el conflicto armado interno. En primer lugar, este no es el primer episodio de violencia que les ha tocado vivir. Este episodio en el que Sendero Luminoso fue el actor principal –desde la perspectiva asháninka– es posiblemente el último de una larga serie de episodios en que los Asháninka han tenido que enfrentar la invasión violenta de sus territorios. Otros episodios importantes con los cuales los Asháninka relacionan la violencia senderista son la violencia de la conquista española, o la violencia de los caucheros, o aquella promovida por los hacendados y colonos de origen andino, entre otras.

En segundo lugar, la reiteración de experiencias de violencia sufridas ha llevado a un segundo mensaje para las generaciones jóvenes que radica en la desconfianza frente a los foráneos. Los foráneos constituyen, pues, una amenaza permanente a la seguridad y bienestar indígena. En este sentido, no solamente los kitionkari o kityonkari(rojos o senderistas) son o han sido una amenaza. También lo son los madereros, las empresas petroleras, los proyectos hidroeléctricos, y por supuesto, los narcotraficantes.

Un dato interesante es la forma en que las comunidades asháninkas relacionan como parte de la misma amenaza a Sendero Luminoso y a las empresas. En la sociedad asháninka, al igual que otras sociedades indígenas amazónicas, las distintas especies de plantas o animales tienen “padres”, “madres”, “dueños”, “guardianes” o “protectores”. Muchos Asháninka consideran hoy en día que el “padre” (guardián, protector) de los senderistas es el expresidente Alan García, quien es también el “padre” de las empresas (madereras, petroleras, hidroeléctricas). Esta afirmación se basa en que justamente en sus dos gobiernos estos actores sociales peligrosos y destructivos llegaron a territorio asháninka: los senderistas durante su primer gobierno, y las empresas durante su segundo gobierno.

Para las comunidades asháninkas resulta particularmente peligroso el proyecto hidroeléctrico de Pakitzapango, no solamente porque se trata de un lugar sagrado, sino sobre todo porque inundaría grandes extensiones de tierras donde se ubican catorce comunidades, todas ellas afectadas directamente por la violencia senderista. Para estas catorce comunidades, la posibilidad de ser desplazados a la fuerza de su propio territorio implica revivir nuevamente el trauma del conflicto armado interno en el que muchos de sus familiares perdieron la vida.

Un pueblo organizado y alerta
La situación de permanente amenaza y temor ha llevado a que el conjunto de comunidades indígenas de la Selva Central, empezando por las comunidades asháninkas, hayan organizado al Ejército Arawak hace dos años. Esta no es la primera vez, sin embargo, que los asháninkas se organizan militarmente para defender su territorio. Ya lo hicieron en 1989, en la provincia de Oxapampa, cuando organizaron el Ejército Asháninka, o cuando organizaron a los ovayeriite (ronderos o guerreros asháninka) en el Gran Pajonal o en el río Tambo. Y también lo hicieron en épocas anteriores para defenderse de los caucheros, o de los españoles con Juan Santos Atahualpa. 

En los dos últimos años, el Ejército Arawak de la Selva Central se ha dirigido públicamente al gobierno señalando las graves amenazas que enfrentan sus comunidades. En noviembre de 2012, en una carta abierta dirigida al presidente Ollanta Humala, el Ejército Arawak señala la situación vulnerable en que se encuentran las comunidades indígenas de la región “ante las grandes amenazas que enfrentamos tales como invasión de nuestros territorios, narcotráfico, terrorismo y la tala ilegal de madera”. Pero además, señalan que esta situación se debe a “la incapacidad e irresponsabilidad de los funcionarios”. Es más, esta situación está “ocasionando la indignación y el agotamiento de la paciencia del Pueblo Indígena”. Esta es la razón por la cual, finalmente, están publicando esta carta abierta: “con la finalidad de que todo el Pueblo Peruano y el mundo tenga conocimiento de las acciones que hemos de desarrollar… frente a la inoperatividad del sistema de gobierno en muchos casos acompañado de la corrupción.”

Y en lo que se refiere explícitamente al tema del narcotráfico y terrorismo existente en la Selva Central, el Ejército Arawak indica su preocupación por la lentitud de respuesta del gobierno, pero también señala su desconfianza frente a las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. Es más, los indígenas reclaman mayor diálogo con el gobierno: “nosotros hemos puesto toda nuestra voluntad de dialogar con el Gobierno pero hasta ahora no encontramos una respuesta clara e inmediata.” Y finalmente, concluyen señalando que son “más de 20 mil soldados asháninkas, yaneshas, nomatsiguenga, matsiguenga, yines y kakintes” que eventualmente “tomarán las armas y pondrán en vigor todo su conocimiento en las artes de la guerra al ver a su patria, a su madre tierra y su cultura en peligro.”

Sin embargo, ante la falta de respuesta por parte del gobierno, el Ejército Arawak emite un nuevo pronunciamiento público en julio de 2013, declarándose: “en pie de lucha, en legítima defensa de sus territorios e iniciará las acciones para la recuperación y control de sus territorios invadidos por colonos, traficantes de tierras, madereros y mineros informales.”

El pasado que no pasa, el terror que no termina
En conclusión, para los asháninka la guerra no ha terminado. Y lo que es peor, no terminará en la medida en que sigan existiendo amenazas sobre sus territorios, sus recursos y sus vidas. 

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