España: Corrupción con censura social se (a)paga

España: Corrupción con censura social se (a)paga

Laura Arroyo Comunicadora política
Ideele Revista Nº 282

Foto: El País.

Recuerdo la primera vez que pronuncié la frase “roba pero hace obra” aquí en Madrid. Se la dije a una compañera con la que trabajo mientras comentábamos la aparente impunidad con la que gozaba el Partido Popular, entonces en el Gobierno, a pesar de las múltiples tramas de corrupción en la que estaba involucrado. La frase la tomó por sorpresa. Aquí lo de “obra” no es tan potente y mucho menos fuera del ámbito local. En parte, tiene que ver con otro tipo de demandas respecto a la infraestructura de un país que mal que bien, ha vivido lo que se conoce como “estado del bienestar”. Ese que ya no son pero que, al hacer la comparativa, resulta crucial cuando contrastamos la realidad española de la peruana. Por eso la palabra “obra” le hizo ruido pero fue sólo momentáneo. El concepto detrás de esa frase no sólo era sonoro sino que constituía una variable a ponderar en la discusión. ¿El Partido Popular era inmune a cualquier denuncia de corrupción? ¿La culpa era de una ciudadanía a la que la corrupción no le afectaba “directamente”? O, por el contrario, ¿es un error pensar que la corrupción puede pasar sin generar estragos en su recorrido? Dicho de otro modo, ¿la corrupción siempre pasa factura o cuando la pasa es una excepción? Y, si es una excepción, ¿cómo la denunciamos sin que nuestras denuncias caigan en saco roto? ¿Cómo enfrentamos desde las oposiciones (institucionales y de movimientos sociales) una lacra que parece haberse normalizado en el desarrollo de la política y lo político?

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Era la mañana del 13 de junio del año pasado y el Congreso de los Diputados en España parecía mucho más movido que de costumbre. Los y las periodistas llevaban horas con sus cámaras y micrófonos en mano cuando se dio inicio al pleno extraordinario en el recinto. Algunos lo vivimos como un momento histórico de audacia política. Otros, como una advertencia. Durante todo el mes de mayo en España no se había hablado de otra cosa: Podemos ponía sobre la mesa la tercera moción de censura a un gobierno en la historia de España. ¿El reto? Sacar a Mariano Rajoy y al Partido Popular de La Moncloa. Las recientes revelaciones de su implicación en tramas de corrupción resultaba, a falta de palabra más elegante, insoportable. La ciudadanía lo exigía. No se trataba de manifestaciones o movilizaciones constantes en contra del Partido Popular, sino del hartazgo de una forma de gobernar expresada también en un inicio de despolitización que se iba evidenciando en las encuestas. Una sociedad que después del 15M se politizó de manera más que significativa encontraba en la corrupción evidente y en la aparente incapacidad de sancionarla o acabar con ella, un punto de inflexión. Por suerte, este punto de inflexión solo potenciaría la movilización unos meses después. La moción de censura de Podemos fue clave para ello.

Como en toda lid política llegó el momento en que la aritmética daba su veredicto. No se alcanzaban los votos en el parlamento para echar a Mariano Rajoy pero, si bien esto ya lo sabíamos de antemano, para nosotros la jornada fue victoriosa. El componente histórico de la audacia tiene siempre peso a la hora de narrar algunas anécdotas, pero cuando hablo de “victoria” hablo de las emociones que ese día inundaron el Parlamento español. Emociones expresadas en dos versiones fundamentales: la censura y la propuesta. Por primera vez vimos a una diputada mujer de 29 años enumerar todas las tramas de corrupción que involucraban al partido de gobierno sin que nadie pudiera callarla. Un minuto y 43 segundos de la más esperanzadora y revolucionaria acción. Tan minimalista como potente. Tan sencilla como mortal. Al Partido Popular no le quedó otra opción que recurrir al machismo, a la trivialización de la corrupción, al discurso de los “hechos aislados” (como si 800 involucrados no fueran razón para tomar medidas estructurales), al “yo no sé nada” cuando se demostró que habían concurrido a elecciones financiados ilegalmente, etc. Pero la victoria estuvo ahí, en ese atril del Congreso, en la audacia de una formación política que luego, de la mano de Pablo Iglesias, defendió un proyecto de país radicalmente distinto a ese que el PP nos quería hacer creer que era la única opción. No siempre las victorias se obtienen en los votos, a veces se obtienen en los momentos. Diría que, generalmente se obtienen en esos momentos que trascienden una época. En aquel junio de 2017 nos dijeron de todo: ingenuos, politiqueros, interesados en el “circo” (como si denunciar la corrupción lo fuera), chavistas (porque es el comodín de las derechas a nivel mundial), inmaduros, irresponsables…

Recuerdo mucho aquel junio porque siempre es bueno mirar las anclas antes que la estructura de los barcos antes de emprender caminos difíciles. Cuando me invitaron a escribir esta columna me pidieron hablar del combate contra la corrupción a partir de la experiencia española que he tenido la suerte de vivir muy de cerca y me pareció fundamental recordar ese junio de “locura”, ese junio donde nos llamaron “ilusos” y nos reclamaron que “los números no daban”[1]. La audacia política no consiste sólo en la capacidad de liderar iniciativas concretas que supongan riesgo, sino en la capacidad de tener una altura de análisis que ponga sobre la mesa las miradas largas. Que piense en el mañana y el pasado y no sólo en el rédito momentáneo. Algo tan necesario como difícil de encontrar en la política española como la peruana. Esa fue, sin duda la victoria de la moción de censura de aquel junio. La semilla que había dejado en un suelo fértil gracias, y esto es clave, a la gente.

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Cuando pensamos en la corrupción, pensamos en un concepto abstracto. Dibujamos en nuestra mente un rostro concreto o nombres específicos o sensaciones. Si digo la palabra ‘corrupción’ algunos pensarán en Alan García, otros en Alberto Fujimori, otros en ambos. Habrá quien piense en Odebrecht, o en Lavajato. Habrá también quien piense en el Congreso de la República, o quien oiga en su mente la voz de César Hinostroza diciendo: “¿Qué es lo que quieren?, ¿que le baje la pena o que lo declaren inocente?” refiriéndose a un violador. La corrupción, como concepto abstracto tiene mucho de subjetividad cuando se la enuncia y ello, a veces, en contextos donde nos inunda puede ser un problema.

Recuerdo uno de nuestros debates de cara a la moción de censura en España, y que se repitió después de ella. ¿Hasta qué punto esta suerte de marea de casos de corrupción que salen a diario en los medios de comunicación contribuyen a movilizar a la ciudadanía en lugar de aturdirla? Como ven, no es un debate que sólo exista en Perú. Es un problema que trasciende (demasiadas) fronteras. El monstruo ha cobrado dimensiones tan grandes que uno no sabe por dónde empezar a limpiar la casa o, siquiera, si podrá lograr limpiarla. Y aquí es donde, pese al cliché que esto parece, la ciudadanía movilizada es decisiva.

Cuando hablamos de ciudadanía movilizada no hablamos sólo de movilizaciones masivas, de protestas en las plazas, de pancartas en las avenidas y de arengas en la Plaza San Martín. Esto es importante, sin duda, pero la movilización supone más que acciones concretas. Pensemos en el 15M que así como despertó a España, la politizó como nunca antes. El 15M, los conocidos “indignados”, no fue exitoso únicamente por las acampadas en Puerta del Sol y en las plazas principales de las ciudades de España. El éxito real del 15M es que logró que quienes no acampaban, quienes no se movilizaban, quienes se quedaban en sus casas, iban con regularidad a sus puestos de trabajo o a la universidad, se sentían interpelados directamente por quienes llevaban mucho tiempo durmiendo en Puerta del Sol. Esa es la victoria de ese momento: cuando en los cafés, las universidades, las tertulias caseras, las estaciones de bus, las colas para pagar en el supermercado, etc. el debate generaba empatía con quienes estaban haciéndole frente a la corrupción y a los que se beneficiaban de ella.

"Yo recuerdo un lugar en particular: la cuarta planta de la ampliación primera del Congreso de los Diputados. La planta del grupo parlamentario de Podemos".

Si algo quedó claro después de la labor titánica y patriótica de los y las periodistas que sacaron a la luz los audios que pusieron en jaque a la corrupción y a toda la clase política en Perú hace unos meses, es que la presión popular es, en efecto, la mejor manera de alcanzar medidas concretas. No hubiera sido posible, sin estos destapes y la movilización popular que generaron, conocer la otra faceta de Martín Vizcarra quien, como presidente, hasta entonces había seguido un camino bastante pálido. No hubiera sido posible, sin estos destapes y la movilización popular que generaron, constatar con hechos muy específicos y concretos el verdadero rostro del Fujimorismo. No era nuevo que blindaran a la corrupción y defendieran la impunidad como mecanismo de superviviencia de sí mismos, pero por primera vez tenían todos los ojos ciudadanos sobre sus espaldas. El descenso en las encuestas de esta fuerza política y del liderazgo de Keiko Fujimori (evidenciado también en los resultados del domingo pasado) tiene aquí una variable fundamental. No hubiera sido posible, sin estos destapes y la movilización popular que generaron, que hoy hablemos de conceptos ahora susceptibles de resignificación política y cultural como “reforma”, “referéndum”, “Asamblea Constituyente”, etc.

En Perú nos encontramos, pues, en un momento de necesaria altura de miras que piense en los mañanas y pasado mañanas porque, como comentaba líneas arriba, las victorias no siempre llegan con los números en verde e, incluso, llegan con varios meses de retraso.

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Si en junio del 2017 nos dijeron aventureros irresponsables, en junio de 2018 se reconoció en todo España que teníamos razón. No sólo los números daban para echar a Mariano Rajoy y el Partido Popular de La Moncloa, sino que el granito de arena que pusimos doce meses antes, se hacía roble un año después: la corrupción pasaba de ser insoportable a ser combatible. ¿La razón? El PSOE por fin asumía su postura opositora y miraba, como debió hacer desde el minuto uno, a Podemos y las fuerzas progresistas, antes que a las derechas. Se quebró así la aritmética parlamentaria y, con la labor de arquitectónica de Podemos tras bambalinas, se planteó una nueva moción de censura que echó finalmente al Partido Popular de las instituciones. Su proceso de “regeneración” es motivo de otro artículo. Reconforta saber que, en todo caso, en la oposición son menos dañinos para nuestras instituciones.

Era el primero de junio y el “sí se puede” resonó en el Congreso pero también en las calles. Yo recuerdo un lugar en particular: la cuarta planta de la ampliación primera del Congreso de los Diputados. La planta del grupo parlamentario de Podemos. Era evidente, nuestros “sí se puede” y nuestros aplausos cerraban un proceso que había empezado un año antes. En ese lapso, también desde nuestras filas, había habido dudas. Había quienes empezaron a creer que la moción de censura no había significado nada, había quien creía que una vez aprobada la impulsada por el PSOE estaríamos desdibujados del mapa. Había también, y esto tiene sentido, quien desconfiaba del PSOE y afirmaba que nunca se atreverían a plantear una moción contra el Partido Popular. Pero en medio del mar de dudas un compañero dijo la frase que me queda tatuada en la cabeza para futuras luchas: “siempre podemos contar con que la corrupción del Partido Popular le pasará, por fin, factura”. ¿Acaso no es lo mismo que podríamos decir del APRA, del fujimorismo, de los Hinostroza Pariachi y compañía? Tal vez la factura no termine de estar cobrada hoy, pero toca confiar en nuestra gente.

Sin la movilización masiva de las mujeres el 8M o todos los lunes al sol que siguen protagonizando miles de pensionistas en España, la moción de censura no hubiera sido posible. Si bien Podemos fue el arquitecto político de la misma y fue capaz de poner la valla altísima para el “nuevo PSOE”, nada hubiera impedido al PSOE de mirar hacia otro lado si no hubiera habido presión popular. Pero las movilizaciones forzaron a las fuerzas políticas a retratarse. Ciudadanos quedó como el partido del continuismo que siempre fue, absteniéndose en una moción de censura contra la corrupción pese a venderse falazmente como un partido de regeneración. Sus votos quedarán enmarcados en la sección de la impunidad de la historia. Pero el apretón de manos sincero entre un Pedro Sánchez que asumió lo que le tocaba y Pablo Iglesias, líder de Podemos, quien aceptó ser aliado del Gobierno siempre que cambie el timón de las políticas del Partido Popular fueron tanto el final de un periodo marcado por la ilegalidad, las irregularidades y los escándalos, para empezar uno nuevo que no necesariamente es más fácil. Entre el PSOE y Podemos las diferencias son notorias y, sin embargo, a la hora de decidir darle la espalda a la corrupción hubo, nuevamente, responsabilidad política.

Pero, ojo, el camino nos tomó un año y, además, en una España que vive una anormalidad política desde hace años. Si acaso un factor fundamental es la movilización, presión y fiscalización ciudadana, el otro es el de la persistencia en esta faena. En Perú tenemos entre manos la gestación de un momento que rompa con las tramas de corrupción que tienen demasiado tiempo en las instituciones. No será fácil ni será rápido. Las medidas propuestas por el Presidente Vizcarra, en su posterior versión valiente, no son un remedio ni un freno para la corrupción. Son sólo la constatación de que podemos poner sobre la mesa soluciones y que la movilización ciudadana fuerza los debates. Al final del día, somos la gente quienes jalamos el vagón de los cambios, no las instituciones ni las leyes. Como hemos dicho varias veces aquí: la gente va muchas veces por delante de sus instituciones. En Perú esto está pasando. Jalemos de ese vagón del cambio con altura de miras, paciencia y persistencia. El camino tendrá obstáculos pero recordemos que “siempre podemos confiar en que la corrupción vendrá y, por fin, cobrará su factura”. Depende de nosotros estar ahí para verlo.



[1] El Partido Socialista Obrero Español se abstuvo en dicha moción de censura. Con sus votos a favor habríamos logrado echar a Mariano Rajoy mucho antes. Se abstuvo pese a que desde Podemos se les dijo que si ellos presentaban la moción de censura, la formación morada retiraba la suya para sumar en una eventual moción del PSOE. Con un proceso de primarias durísimo para el PSOE, la respuesta fue “no”. Un año después, Pedro Sánchez lograría ser investido presidente demostrando que Podemos tenía razón hace un año cuando dijo “los números dan para echarlos”.

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