Héctor Abad Faciolince: “Hay que saber olvidar en esta sociedad contemporánea que tiene una obsesión por el recuerdo”
Héctor Abad Faciolince: “Hay que saber olvidar en esta sociedad contemporánea que tiene una obsesión por el recuerdo”
Estuvo como invitado en la Bienal Vargas Llosa, y para todos los que habían leído El olvido que seremos era imposible no sentirlo cercano. Héctor Abad (1958) pertenece a una generación de escritores colombianos que no llegó a ser opacada por el brillo de García Márquez, a los que les tocó retratar un país en guerra, dividido, híper violento. Él lo vivió en carne propia. Su padre, un defensor de derechos humanos, fue asesinado por los paramilitares.
“[…] y sin embargo, de repente, repasando el pasado, algo vuelve a iluminarse en la oscura región del olvido. Casi siempre se trata de una vergüenza mezclada con alegría, y casi siempre está la cara de mi papá, pegada a la mía como la sombra que arrastramos o nos arrastra”.
Héctor Abad nos habla sobre su padre y su país con calidez y sinceridad, dos de sus características principales.
–¿Qué crees que es lo que nos envuelve y engancha de El olvido que seremos?
–Eso ha sido muy extraño y sorprendente. Desde que yo se la entregué al editor de Planeta él me dijo que era una historia familiar, muy íntima, que en Medellín iba a tener cierto interés, y que ellos iban a imprimir unas pocas copias. Mis parientes decían que era muy bonita, pero no sabían si les podía interesar a los demás. Pero como para mí lo importante era que la leyeran mis hijos, que no habían conocido a su abuelo, no me esperaba lo que pasó: tener esa cantidad de lectores, de ediciones, que sigan editando el libro dos veces al año. Yo no sé qué paso; hay libros que hacen click.
–¿Será esa relación tan extraña para una sociedad patriarcal, tan represiva, entre un padre y su hijo?
–Bueno, eso puede pasar en Antioquia, que es de donde yo vengo. Allí podía ser raro encontrar una figura paterna tan dulce, tan maternal. También es que es un libro poco literario. Muchas veces, por haber leído tantos libros, por haber estudiado Literatura, por estar metido en estos congresos de escritores, intentamos lucirnos usando muchas herramientas sofisticadas de la literatura contemporánea. Yo en este caso traté de escribir de la manera más sencilla y clara, y con el lenguaje más familiar del mundo. Una de las claves ha sido la sencillez.
–En este caso, en la simpleza está la grandeza del libro.
–No buscada, pero como había un esfuerzo de autenticidad tan grande porque tenía que reflejar exactamente cómo hablábamos en nuestra casa, cualquier palabra extra, cualquier exageración o una frase enredada me parecía que no venía al caso. A veces los escritores, con tal de complacer a los críticos y a los lectores muy sofisticados, nos preocupamos por hacer juegos de artificio literario.
–Tú has dicho algo muy impactante: que te sientes ajeno a estas reuniones de escritores, que has perdido la fe en la literatura.
–Yo me siento como un obispo que en un congreso eucarístico declara que no cree en Dios. Y todos mis colegas se alborotan, me dicen: “No puede ser, la literatura es lo mejor”. Vargas Llosa se me acerca y me dice: “Sin la literatura no se puede vivir. Es mentira, tú estás escribiendo al escondido”. Es como si al cura le dijeran: “Tú en el fondo sí crees, sigue haciendo misa”.
Es que llevo 6 o 7 años sin escribir ningún libro, y cada vez me siento más vacío para escribir historias. Hasta hace un tiempo, cuando me preguntaban, yo decía: “Sí, estoy escribiendo un libro; mi novela se llama La oculta. Voy por la mitad, todo está bien”.
–¿Alguna editorial te espera para que publiques?
–Yo tengo compromisos editoriales. Porque como El olvido que seremos tuvo tanto éxito de ventas, firmé un contrato por tres libros.
–Qué tal presión…
–No, no hay ninguna presión. Se supone que el primero lo tenía que entregar en el 2009. Yo firmé y cuando llegó la fecha llamé a la editorial y les dije: “No tengo libro”, y me contestaron: “Tranquilo, eso pasa”. Tengo la mejor editora del mundo, que es Pilar Reyes, de Alfaguara. Nunca he recibido una palabra de presión, nunca me ha dicho “devuélvenos la plata del anticipo”. Han pasado 5 años sin que yo cumpla con el primer compromiso, y yo cada año le digo: “Qué hacemos. Si quieres pido un préstamo y te devuelvo la plata, porque yo ya me la gasté”.
–Pero en general, ¿no crees que existe una presión para que el escritor publique cada año, que tenga una página web, que se “marquetee”? Eso antes no existía.
–Lo que pasa es que los escritores se han vuelto profesionales de la escritura: “Éste es mi oficio, yo vivo de esto”. Antes se ganaban la vida de otra manera y escribían cuando podían.
–Pero pueden perder calidad. ¿Es posible escribir todos los años una buena novela?
–No necesariamente; hay gente muy buena que puede hacerlo. En el siglo XIX muchos escribían, una tras otra, novelas por entregas. Dickens escribía por obligación; Balzac tenía muchas deudas; se dice que Dostoievsky escribió El jugador en tres meses para pagar una deuda de juego. A veces la obligación es tan buena como la inspiración.
–Tú vives del periodismo.
–Claro, y nunca he fallado con algo que me piden. Todos los domingos publico una columna; una o dos veces al mes me piden una entrevista o crónica, y las hago. Nunca he llamado un viernes a decir que no he podido. De allí yo merco, educo a mis hijos. Y hacer literatura por obligación, eso sí me molesta.
–¿Por qué te molesta?
–Porque me obligaría a publicar algo que no me gusta. En realidad, en estos 6 años sí he escrito una novela, pero es una mierda, malísima. No sirve. No la voy a publicar para cumplir con el anticipo.
–Pero tampoco vas a quemarla.
–Yo no quemo nada. A lo mejor cuando esté muerto mis hijos van a sacarle algún partido a eso. Es que yo guardo todo. Tengo un baúl lleno de libretas de apuntes que voy llenando. Guardo todos los mails. A veces entro y no lo puedo creer: ¿yo he contestado 17 206 mails en este tiempo? Es maravilloso, me sirve como memoria.
–¿Guardas incluso los apuntes periodísticos o algún ticket?
–Sí. En general guardo todo en mi bolsillo. La cuenta del restaurante, la entrada al museo. Tengo el pasaje de avión con el que llegué la primera vez a Europa, adentro del maletincito que llevé. Yo pienso que algún día, cuando no tenga nada que hacer, cuando sea un viejito, podré rememorar y reconstruir mi historia.
–¿Tienes fotos con tu papá?
–Pocas, porque en mi casa no había cámaras. Fotos infantiles, dos o tres.
–Antes quedaban las cartas que se podían publicar. Los mails se pierden. Es una sociedad en la que se puede acumular como nunca antes, pero, a la vez, tan efímera.
–Pero así son todas las sociedades. Hay un libro fantástico sobre el hallazgo milagroso del manuscrito De rerum natura, de Lucrecio. En él se cuenta sobre la obra de algunos escritores griegos y latinos famosos en su época de las que no queda nada. Hubo uno al que le decían el Caga libros, porque escribió 6500 libros en su vida, y no queda de ellos ni una línea. En los monasterios, los papiros se desvanecían después de tres siglos, las letras de ciertas tintas se iban borrando, raspaban esos palimpsestos y escribían encima.
–Antes los aparatos duraban décadas; ahora todos son desechables o caducan cuando cambian las tecnologías.
–Ahora, cada vez que hay un cambio de soporte tecnológico se adapta o todo lo viejo se pierde. Todos tuvimos colecciones de películas en Betamax y VHS. Mi hija está haciendo un documental sobre El olvido que seremos y tuvo que mandar digitalizar unas cintas porque estaban pegadas y no tenía dónde oírlas. Eran de mi papá, que tenía la costumbre de mandarnos casetes grabados en vez de cartas. Estuvieron a punto de perderse.
–Sobre la muerte de tu padre, ¿la literatura te ayudó en tu duelo?
–No, lo único que sana es el tiempo. Hasta “cura” las cosas buenas. Así como uno no puede vivir tan enamorado como en los primeros años, y todo se va como esfumando, con la pena pasa igual, por dura que sea. No es lo mismo después de un tiempo. Uno tiende a olvidar, a no sentir con tanta intensidad. Mi mamá no podía adorar más a la hija que se le murió. Ella tendría ya 60 años y su hija se murió a los 16. Mi mamá hasta ahora le celebra su cumpleaños, pero lo hace como un esfuerzo de voluntad para no olvidarla, no con el dolor que sintió en 1972, cuando murió. Es como una vieja herida.
–¿El olvido es terapéutico?
–Yo creo que es necesario olvidar. La sociedad contemporánea tiene una obsesión por el recuerdo, por las víctimas.
–¿Y eso, en relación con la impunidad, no te parece importante?
–Por mucho tiempo he creído que sí, pero hace poco leí un libro del hijo de Susan Sontag, David Rieff, que se llama Contra la memoria, en el que dice que hoy en día muchas guerras se desatan por un exceso de resentimiento alimentado por los académicos artificialmente. En Serbia están dizque con la herida abierta por la matanza de los turcos musulmanes hace 7 siglos. Eso no es verdad: uno solo tiene memoria de lo que le tocó vivir. Mucha gente alimenta odios ancestrales entre los países y las culturas que son irracionales.
–¿Tú qué sientes por los paramilitares que mataron a tu padre? En su caso, no se hizo justicia.
–No se hizo, pero cuando hubo este proceso de paz con los paramilitares todo el tiempo dije: “Yo no les quiero dar la mano, no quiero ser amigo de ellos, pero si se va a llegar a un acuerdo que va a disminuir la violencia en Colombia, que los suelten”.
–¿Qué fue más sabio: lo que hizo Mandela con la Comisión de la Verdad, o lo que hicieron en España con el “borrón y cuenta nueva”?
–No estoy en contra de que se cuente lo que pasó, siempre y cuando la gente vea por los dos ojos. Porque, en general, lo que pasa con las víctimas es que terminan viendo solo las atrocidades de sus enemigos y no ven las de sus aliados. En Colombia, por ejemplo, los que han sido víctimas de secuestro de la guerrilla solo ven los horrores de la guerrilla, e igual sucede con los que han sido víctimas de los paramilitares. A veces las víctimas engendran a los verdugos, decía Octavio Paz.
–Pero entrevistando a muchas de esas víctimas, lo que ellas dicen es que no pueden perdonar si antes no ha habido justicia para sus familiares muertos o desaparecidos.
–Yo no necesito justicia. Sé que la justicia no existe. La verdad me gusta mucho más que la justicia. Pero justicia, resentimiento, para nada.
–Bueno, a ti, como víctima, nadie te puede increpar. Eres una voz autorizada.
–Lo único que me autoriza a decir que se haga la paz con la guerrilla, aunque haya una dosis alta de impunidad, es que cuando hicieron la paz con los paramilitares de los cuales yo era una víctima indirecta estuve de acuerdo en tanto eso haría que la violencia disminuya. Para mí lo más importante es parar la guerra.
"No estoy en contra de que se cuente lo que pasó, siempre y cuando la gente vea por los dos ojos"
–Acá decimos mucho la frase “para que no se repita”.
–Pero siempre se repite. Aunque hay un libro de Steven Pinker que ha desatado muchísima polémica, pero que está bien documentado y es muy serio. Se llama Los mejores ángeles de nuestra naturaleza, que es una frase sacada de un discurso de Lincoln. Es un estudio sobre la violencia, y él demuestra, contra la intuición de la gente, que la violencia ha venido disminuyendo de una manera increíble, y que vivimos uno de los periodos menos violentos de la historia del mundo. Eso no quiere decir que vayamos hacia una sociedad pacífica y sin violencia, a partir de ciertos ideales de la Ilustración, del respeto por los derechos humanos y de las novelas, pero que sí estamos mejor. Pinker dice que la novela ha influido en la creación de una conciencia moral de la humanidad.
–¿Pero ese cambio no tiene que ver con los tratados y convenciones internacionales que ponen un freno a las masacres y genocidios del pasado?
–Yo creo que tiene más que ver con la educación y la ampliación del círculo moral, como dice el filósofo estadounidense Peter Singer. Antes simplemente protegíamos a nuestros parientes más cercanos, pero cada vez nos preocupamos por grupos mayores, por el país, por el mundo. Ahora nos estamos preocupando por los animales, por los seres que tienen un sistema nervioso.
–Tú eres un defensor de la amnistía.
–Sí. La palabra amnistía viene de amnesia. Hay que olvidar.
–Acá es un tema bastante sensible.
–En todos nuestros países, solo que en Colombia yo lo puedo decir y no me linchan.
–¿Amnistía para los dictadores, para un Fujimori, para Abimael Guzmán?
–A mí me influye mucho una novela de Tolstoi que se llama Resurrección, en la que habla del sistema penitenciario, de los presos. Yo no creo que la única forma de castigar sea la que Occidente considera civilizada. Creo que la mejor forma es el repudio, el desprecio y el olvido.
–¿Qué hacía tu padre como responsable del Comité de Derechos Humanos de Antioquia antes de morir? ¿Por qué estaba en la lista de los paramilitares?
–Recibía denuncias. Primero, como él era epidemiólogo, estudiaba las estadísticas, y su lucha fue por el agua, por evitar la mortalidad infantil, por las vacunaciones. Después, en los años 80, él ve que había gran cantidad de homicidios, muchos crímenes políticos y sociales, y mucha discriminación porque matan más en los barrios pobres. Entonces abre ese Comité de Derechos Humanos. En esos años se produjo un gran exterminio de “víctimas con culpas” de la Unión Patriótica, un partido de extrema izquierda colombiana que era el ala legal de las FARC, y que buscaba una vía pacífica para defender sus ideas. Los militares y la extrema derecha decidieron que no podía existir, porque los de las FARC eran unos asesinos, y empiezan a exterminarlos. Matan a 3 mil.
–¿Lo vincularon a la Unión Patriótica?
–Mi papá no era de la UP, pero le parecía que ese partido podría traer a las FARC a la legalidad. Empezó a denunciar a los militares que apoyaban esas masacres, la complicidad evidente entre militares y paramilitares para hacer operativos en los que terminaban muertos los de la UP. Y como mi papá era una figura respetada porque era del Partido Liberal, porque era un médico-profesor, y de extracción más o menos burguesa, también los de la izquierda lo usaban para denunciar. Le decían: “Usted puede denunciar lo que sea”, y mi papá salía a las manifestaciones y hablaba y escribía artículos. Por ejemplo, él decía: “El capitán tal en tal parte, ha estado acá y él ha hecho esto”. Le escribía al ministro y al comandante de la brigada. Hasta que lo mataron.
–Tú te viste forzado a salir de Colombia.
–Sin ningún mérito. Después que mataron a mi papá hice algunos discursos que eran terriblemente derrotistas. Decía: “Perdimos la guerra, esto es horrible, no tengo ninguna esperanza”. A pesar de que mis discursos tenían ese tono, recibí una llamada de amenaza y tuve que irme.
–Y en un momento llegaste a odiar a tu país.
–Sí, por que realmente mi papá era un hombre muy bueno, muy íntegro, cero violento. En mi casa no pensábamos que a mi papá le pudiera pasar nada. Yo no era militante. Yo desconfiaba más de las manipulaciones de la izquierda de lo que mi papá desconfiaba. Él era muy ingenuo. Venía alguien y le decía que habían desparecido a un muchacho. Eso era cierto, pero no era verdad que el muchacho estuviera jugando dominó en la esquina. Claro, no los puedes desaparecer, les tienes que hacer un proceso.
–Tu visión del país ha cambiado. Ahora tienes una mirada optimista de Colombia.
Sí; fíjense: a mi papá lo iban a matar junto a un amigo suyo que se salvó porque en vez de ir a una reunión tuvo una cita con el dentista. Él es Carlos Gaviria, que fue candidato del Polo Democrático y sacó más de 3 millones de votos. Fue presidente de la Corte Constitucional, hizo una sentencia despenalizando la eutanasia —la segunda después de la de un estado de Estados Unidos y de Noruega—; despenalizó el porte de drogas. Y a él no lo han matado. En los 80 lo hubieran matado.
–¿Cómo ves a la izquierda colombiana?
–La izquierda está hecha de tantas facciones… Ahora hay una izquierda chavista, por ejemplo: Gustavo Petro, que viene de la guerrilla del M19, fue el primero que invitó a Chávez después de que salió de la cárcel. Entonces es muy difícil para Carlos Gaviria manejar esto, porque nunca ha estado en un grupo armado, no es chavista, es de una izquierda más socialdemócrata.
–¿Qué piensas del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC?
–El acuerdo de paz es una porquería. Yo lo acepto tapándome la nariz, porque es la impunidad para los que fueron unos bárbaros, y siguen diciendo que tienen derecho a la lucha armada. Todavía soportan ideológicamente el secuestro que utilizaron como un arma espantosa. Sin embargo, es preferible. Y estoy de acuerdo con que se inserten en el sistema democrático y les perdonen… con la nariz tapada.
–Tú conociste al expresidente Uribe cuando eras niño. Incluso enamoraba a una de tus hermanas. No tienes un buen concepto personal de él.
–No lo conocí mucho. Uribe cumplió un papel: la sociedad estaba harta de los secuestros. Había 3 mil personas secuestradas. Muchos sostienen que él hizo la guerra sucia; que él promovió grupos de autodefensa en Antioquia que luego se convirtieron en grupos paramilitares. No creo que haya una demostración clara de su responsabilidad personal, pero sí la de sus allegados más íntimos, que tienen responsabilidad en la formación y participación en grupos paramilitares. Es raro que no se haya dado cuenta de nada, pero es verdad que no hay pruebas. Es un tipo de persona que a mí me crispa, porque eso es lo que él quiere: que todo el mundo se crispe. Es una especie de Chávez de derecha.
–¿Desde niño te crispaba?
–No me acuerdo, casi. Son recuerdos de otros. Pero pues sí, era un tipo incapaz de perder unas elecciones del reinado del colegio. Era el macho lleno de testosterona que todo lo resuelve a gritos, a puñetazos. Un tipo que no tiene problema en perdonar a los paramilitares pero no a la guerrilla; es de una inconsecuencia absoluta: ve por un solo ojo. No es un demócrata.
–¿Uribe traicionó a Santos, que se suponía sería “el Uribito”?
–Sí, él quería que gane otro candidato al final de la campaña, uno que había sido ministro de Agricultura. Ése era “el Uribito”. Uribe traicionó a Santos.
–¿Y Santos fue el buen traidor?
–Todos los políticos son terriblemente traidores. La política es el arte del acomodo, de la conveniencia, de aliarse a sus peores enemigos. Por eso nunca podría entrar en política activa.
–¿Cómo te ubicas políticamente, o eres un escéptico?
–No, yo he creído en cosas distintas a lo largo de mi vida. En este momento creo en una evolución de progreso lento. Soy un liberal de izquierda.
–La idea de progreso se está cuestionando mucho desde los movimientos indígenas. Sucede como en el Perú, que hay problemas con las industrias extractivas. ¿Qué es el desarrollo para ti?
–Yo no soy desarrollista, pero tampoco creo que la tierra sea intocable. Si no hay minas yo no puedo tener nada de metal. La minería siempre es dañina, al igual que las hidroeléctricas. Siempre hay un daño. Los ecologistas místicos dicen: “No, tranquilo, podemos iluminar con velas”. Hay muchas paradojas: gracias a la guerra colombiana, el 30% de nuestra Amazonía es uno de los sitios más protegidos e intactos, y estoy totalmente de acuerdo con que esa zona debe ser un parque natural intocable. Si ahí encuentras una mina de oro, pues qué pena.
–¿Por qué es tan importante la figura de Simón Bolívar después de dos siglos en la sociedad colombiana?
–Porque escribió mucho y muy bien, y entonces lo pueden aprovechar los conservadores, los liberales, los chavistas. Sus discursos y cartas son bonitos.
–¿Te gusta como figura histórica? Entre Santander y Bolívar, ¿con cuál te quedas?
–Sí, pero no lo venero. Me quedo con Bolívar.
–Y para terminar, queríamos preguntarte sobre literatura colombiana. Fernando Vallejo, tu paisano, gran novelista, dice que odia su país y ha terminado renunciando a la nacionalidad colombiana. ¿Es ésta una pose, una manera de llamar la atención? La manera como lo hizo tuvo mucho de propagandístico.
–Una vez lo entrevisté y él defendió las actividades de los grupos paramilitares que “nos habían salvado del comunismo”. Dice cosas terribles como que a las mujeres embarazadas habría que obligarlas a abortar. Él tiene muy bonitas novelas y pésimos libros de ciencias. Sus libros contra Darwin, contra Einstein, son los libros de un megalómano que cree que sabe de Física, de Matemáticas, y las ideas que suelta dan risa en ese instante pero no aguantan un segundo de reflexión. Propone el asesinato político y otras ideas que para cualquier persona racional serían de un fascismo intolerable. Hay que leer sus novelas y olvidarse de la persona.
–Finalmente, ¿los otros escritores llegaron a matar al gran padre García Márquez? ¿Es el caso de los de tu generación?
–Por ejemplo, Vallejo sí tuvo que matar al padre, porque generacionalmente necesitaba hacerlo. Pues sí, a veces algunos jóvenes tienen esa cosa freudiana de querer matar al padre. Tal vez tienen que oponerse a algunas formas de retórica. No creo que la retórica del realismo mágico sirva para describir el mundo que nos tocó a nosotros. Esa fórmula ya es una vaca ordeñada. Nosotros ya no necesitamos hacerlo, porque es un abuelo adorable.