Historia del anti voto en el Perú
Historia del anti voto en el Perú
Podemos identificar el anti voto como una orientación del votante, no en favor del candidato que le inspire más simpatía, sino en función de oponerse al triunfo o avance de otro candidato, al que se rechaza. No ha de ser un fenómeno solamente peruano, pero pareciera que en un país como el nuestro, de hondos miedos y profundas fracturas sociales y geográficas, podría tratarse de un fenómeno más recurrente y acentuado. Para comenzar, cuenta ya con alguna historia en el Perú,por lo que no ha sido una sorpresa que en esta campaña presidencial haya vuelto a relucir con fuerza.
Limitándonos a una revisión del siglo veinte, podríamos ubicar en el inicio de dicha centuria el desarrollo de una tendencia de oposición al civilismo: un anti civilismo, que rechazaba la política y lo que representaba el partido Civil que gobernó el Perú entre 1903 y 1919, con un breve paréntesis entre 1912-1914. El partido Civil encabezaba la política del orden y el respeto a la ley, cuando dicho orden y las leyes que lo sustentaban eran marcadamente excluyentes de las mayorías nacionales. El anti civilismo se encarnó en figuras como Nicolás de Piérola o Augusto Bernardino Leguía, cuya ideología era ambigua pero en cierta forma aglutinaba el sentimiento de rechazo hacia el partido “de la argolla”. Fue importante que ambos líderes políticos fueran de origen provinciano; ello los ayudó a representar el rechazo hacia un partido al que se percibía como oligárquico y centralista.
Hasta 1979 solo podían votar quienes sabían leer y escribir, lo que, sobre todo antes de los años sesenta, cuando el analfabetismo superaba el 50%, hizo del voto básicamente la expresión de una elite ilustrada. La aparición de un voto anti oligárquico en fechas tan tempranas como 1919, cuando Leguía se impuso sobre Aspíllaga, el candidato del partido Civil, demuestra, empero, que entre dicha elite hubo desde temprano un pensamiento crítico acerca del papel que en el gobierno jugaban los grupos dominantes.
El eclipse del civilismo durante los años treinta, junto con una aguda tensión política desatada a raíz de la eclosión de nuevas ideologías que desafiaban frontalmente el orden social y político, como el aprismo y el comunismo, trajo nuevas identidades por oposición. Surgió un anti aprismo (y también un anti comunismo), que probablemente empezó entre círculos de la oligarquía que rechazaban las propuestas subversivas del nuevo partido, pero que se fue desgranando hacia sectores sociales más populares, clientes o no de la oligarquía, que veían en el partido de la estrella una actitud de sectarismo e intolerancia con quienes no compartían su ideología. La vinculación de militantes del partido con asesinatos como los del presidente Sánchez Cerro y los periodistas y empresarios Antonio Miro Quesada y Francisco Graña, así como la promoción de rebeliones contra el sistema establecido en las décadas de 1930 y 1940, asociaron al Apra a la violencia y el desorden político, alimentando el anti aprismo en algunos sectores, al tiempo que le inyectaron simpatizantes y adhesiones en otros.
El anti aprismo enraizó territorialmente en el sur, así como el aprismo lo hizo en el norte; y en instituciones como las fuerzas armadas, que entre 1932-1935 debieron enfrentarse a comandos armados apristas y vieron morir a sus miembros en esas luchas. El anti aprismo obtuvo un respaldo legal cuando la Constitución de 1933 excluyó del juego político a los partidos de ideología internacionalista; en 1962 organizó el golpe de Estado que impidió el reconocimiento del triunfo del Apra en las elecciones de dicho año. Recién en 1985 una segunda generación de apristas lograría alcanzar la presidencia de la república, una vez que Alfonso Barrantes, el candidato de la izquierda que debía disputar la segunda vuelta, rehusó jugar la carta del anti aprismo contra un candidato que había quedado a muy pocos puntos del triunfo en primera vuelta, tal como se la contabilizaba entonces.Hubiera sido interesante ver qué opción hubiera jugado la derecha si Barrantes hubiese ejercido su derecho a competir en una segunda vuelta contra García: ¿hubiese preferido al izquierdista sobre el aprista? ¿Qué anti hubiera primado?
No deja de resultar paradójico que la tendencia del anti voto se haya vuelto ahora contra quienes lo capitalizaron un cuarto de siglo atrás y que las víctimas del anti voto de ayer sean abanderados del anti voto de hoy.
Para las elecciones de 1990 emergió en las semanas previas al día decisivo un voto anti oligárquico que apuntó contra el candidato del Fredemo: Mario Vargas Llosa. Esta tendencia desechó las candidaturas de una izquierda desunida y un partido aprista desgastado por los malos resultados económicos de su moribunda gestión presidencial y se inventó su propio candidato: el ingeniero Alberto Fujimori, rector de una Universidad de estudios agrarios y sin antecedentes políticos. Como en 1919 contra Antero Aspíllaga y 1963 contra Haya de la Torre, triunfó el anti voto. Este se nutrió del apoyo del aprismo y la izquierda, que también rechazaron a la coalición “neoliberal” conformada por Acción Popular, el Partido Popular Cristiano y el grupo Libertad.
No deja de resultar paradójico que la tendencia del anti voto se haya vuelto ahora contra quienes lo capitalizaron un cuarto de siglo atrás y que las víctimas del anti voto de ayer sean abanderados del anti voto de hoy. Pero, como lo han advertido ya varios analistas políticos, hay varios anti votos en marcha. Si primase el voto anti oligárquico, que es un reflejo siempre a flor de piel en un país de tanta desigualdad como el Perú, debería ganar Keiko Fujimori, porque nada mejor que Pedro Pablo Kuzcynski para representar el poder económico y político en el Perú, pero el anti voto quizás más vigoroso de estos tiempos, o, por lo menos, con mayor capacidad de movilización y llegada a los medios, es el anti fujimorista.Este amalgama diversos componentes: desde una reacción oligárquica contra el movimiento que sacó de la escena a los antiguos partidos e ideologías del siglo XX, dando cabida en el poder a nuevos actores de dudosos orígenes, hasta una reacción juvenil contra lo que serían lacras del pasado, entrevistas como corrupción y abusos contra la democracia y los derechos humanos, sin dejar de lado laantigua escisión territorial peruana: la confederación chanka contra el reino del gran chimú, para usar referentes históricos.
El mecanismo de la segunda vuelta fomenta, de otro lado, el anti voto, puesto que al salir del abanico de opciones los candidatos preferidos por una parte significativa del electorado, este se ve obligado a optar por lo que le resulta la opción menos mala. En 2006 primó el voto anti izquierdista, que dejó fuera de carrera al candidato que había ganado la primera vuelta: Ollanta Humala; en 2011, ante la presencia de Keiko en la otra esquina, un sector del anti fujimorismo propuso a Ollanta a correrse al centro político como condición para otorgarle su voto, a lo que este accedió. Así capitalizó el anti fujimorismo de todos los pelajes y neutralizó el anti izquierdismo que lo privó del triunfo cinco años atrás. Este 5 de junio veremos qué anti voto es más poderoso: si el anti oligárquico o el anti fujimorista.