La miseria del consumismo
La miseria del consumismo
“Nuestras sociedades han llegado a convertirse en sociedades de consumo”, ha dicho con todo acierto Adela Cortina.[1] En el mundo occidental se mide el bienestar en función al consumo. Es cierto que los seres humanos necesitamos consumir recursos para sobrevivir, pero en nuestros tiempos son bienes no necesarios, que no satisfacen las necesidades básicas, sino deseos ilimitados y dan status social. Sin embargo, no puede decirse que hay mayor bienestar cuando hay mayor producción, sino que puede ser el mismo, porque también aumentan los deseos. Galbraith lo llamó ‘Efecto dependencia’[2]. En la actualidad, los bienes no se diseñan para satisfacer a los consumidores, sino para incrementar las utilidades del fabricante y los comercializadores mediante el posicionamiento de las marcas y productos en el mercado para que el público termine convertido en consumista. En las sociedades más ‘desarrolladas’ nunca es suficiente, ya que los productores están siempre intentando crear deseos indefinidamente. De lo que resulta que en el mundo hay países (pobres) con poblaciones insatisfechas porque no tienen suficientes bienes de consumo y otros (ricos) también insatisfechos porque el marketing les está creando ‘necesidades’ permanentemente y nunca es suficiente.
Mas las personas no son enteramente manipulables y tienen un cierto margen de libertad que suele tener relación con su nivel de educación y sobre todo con su capacidad crítica, facultad que nuestro sistema educativo no ha logrado desarrollar con eficiencia, en especial ahora que está de moda la educación técnica para satisfacer las necesidades empresariales y no las de los educandos. Hemos puesto los caballos delante de la carreta y se intenta sostener el modelo económico en vez de conseguir la realización de los seres humanos.
Económicamente nuestras sociedades están organizadas para que sea necesario el consumo para la subsistencia de las empresas y de los puestos de trabajo, lo que convierte en falsa –para nuestra época– la afirmación de Adam Smith: “el consumo es el único fin y propósito de la producción; y el interés del productor debe atenderse sólo en la medida que sea necesario para promover el del consumidor. La máxima es tan completamente evidente que resultaría absurdo intentar probarla”[3]. En nuestros días, la afirmación de Smith no es evidente, sino por el contrario, ya que el consumo se ha convertido en el motor de la producción. Por eso es que para mantener la economía es necesario que consuman los que tienen capacidad adquisitiva y para conseguirlo se ha ‘exitosamente’ convencido al público que el consumo nos da grandes niveles de bienestar.
"La cuestión es: ¿cómo podríamos lograr que nuestras vidas valgan la pena?"
Podemos lamentar que nuestras sociedades estén impregnadas de valores economicistas y se hayan olvidado los espirituales, criticar que la educación busque satisfacer la demanda empresarial en vez de perseguir la realización de las personas, pero si el consumo sigue siendo el motor de la producción el sistema no tiene solución. Se ha reducido la idea de felicidad a la de bienestar, que a su vez es identificado con las posibilidades de consumo. Como lo anterior no es cierto, cabe preguntarnos cómo deberíamos manejar el tema del consumo para realizarnos como personas y no encontrarnos de repente de cara a la muerte con la sensación de haberla pasado bien, pero con una sensación de vacío e insatisfacción que nos cuestiona todo, como suele ocurrir con los suicidas en los países materialmente desarrollados. La cuestión es: ¿cómo podríamos lograr que nuestras vidas valgan la pena?
Adela Cortina ha propuesto[4] el desarrollo de dos virtudes muy vinculadas entre sí: la lucidez y la cordura. La lucidez permite encontrar los motivos por los que se consume y los mecanismos sociales que lo llevan a consumir unos productos y no otros, pero también permite calcular el costo de oportunidad, lo que se pierde cuando se opta por ciertas formas de consumo. La lucidez permite tomar consciencia de que el ethos consumista no es natural, sino que ha sido creado artificialmente y que con el perdemos más que ganamos. Debería llevarnos a estudiar el sistema que impulsa al consumo y hace de éste una adicción. Creo que no puede continuar siendo el motor de la producción, pero el problema es convencer a los que hacen grandes utilidades con el sistema. La cordura nos permite respondernos cómo llevar una vida digna de ser vivida, permite discernir entre el exceso y el defecto. La vida plena no se alcanza compitiendo por el mejor producto, sino buscando los bienes materiales suficientes para poder llevar a cabo actividades que valen por sí mismas. La cordura muestra que el proyecto de una vida de calidad debería prevalecer sobre la acumulación de bienes y dinero; y que ésta se logra con un bienestar razonable, una vida inteligente que valora los bienes que no impelen al consumo indefinido, sino al disfrute sereno, como las amistades, el deporte, el contacto con la naturaleza, el trabajo que nos gusta, y los bienes culturales como la lectura, la música, el teatro, las conferencias, etc. Ciertamente lo expuesto puede universalizarse.
Cabe, por último, recordar que todo lo indicado no tiene ningún valor si se enraíza en el individualismo. El ser humano es por naturaleza un ser social y así lo demuestran los pocos casos en que se han encontrado seres humanos que no han vivido en sociedad. La vida en grupo, en sociedad, es la que nos humaniza dejando atrás la parte animal que hay en nosotros. Erich Fromm decía que la alegoría del mito de la creación judía y de la expulsión del Edén de Adán y Eva debería interpretarse como el momento en que el ser humano dejó de ser animal y fue condenado a ser libre.
San Isidro, 14 de abril de 2017
[1] Cortina, Adela. ¿Para qué sirve realmente…? La ética. Paidós. Barcelona, 2014. Pág. 170.
[2] Galbraith, John K. The Affluent Society. Riverside Press. Cambridge, Massachusetts, 1958
[3] Smith, Adam. The Wealth of Nations. Penguin Books, Great Britain, 1983. El texto en ingles dice: “Consumption is the sole end and purpose of production; and the interest of the producer ought to be attended to only so far it may be necessary for promoting that of the consumer. The maxim is so perfectly self-evident, that it would be absurd to attempt to prove it.”
[4] Por una ética de consumo