La muñeca Keiko

La muñeca Keiko

Ideele Revista Nº 205

Hablar de Keiko Fujimori es hablar de su padre, un personaje para el cual los límites, la ley, las prohibiciones, están para ser transgredidas. Las personas, las instituciones, son objetos de gratificación, de ganancia, están para ser usadas en beneficio personal. Después del golpe, se adueñó del poder del Estado en beneficio propio e impuso un sistema corrupto y autoritario.

Fujimori lo pervirtió todo —la política, imponiendo un sistema de gobierno mafioso y dictatorial—, incluida la familia. Encerró a su esposa cuando ella denunció el tráfico de donaciones que perpetraban los hermanos Fujimori, y finalmente la expulsó del reino con los nervios destrozados para siempre. Separó a los hijos de su madre y a la primogénita la hizo ocupar su lugar. La ungió Primera Dama y se paseó y viajó con ella como su pareja presidencial.

Desde entonces Keiko ha cumplido todos los encargos: en su momento, ser la Primera Dama; luego, dar la cara por él cuando huyó al Japón y renunció por fax; ser su apoyo incondicional en las malas —hasta se casó en la cárcel, para que su padre pudiera estar presente—, y ahora pretende ser presidenta para indultarlo. Su lugar en el mundo pareciera ser el de apéndice, una extensión de su padre.

Keiko Sofía se inauguró a los 19 años en la política tras el divorcio de sus padres, ocupando el lugar que antes correspondió a su madre. El conflicto conyugal convirtió en realidad la fantasía de toda niña de expulsar y sustituir a la progenitora rival —propia de la problemática edípica—. Como en un cuento, no de hadas sino de terror, fue instalada en vez de su madre en el rol de Primera Dama, con Fundación por los Niños del Perú y todo.

Su padre no pensó, claro está, en los efectos que podría tener para una adolescente la enemistad con su madre, y en particular el hecho de sustituirla al lado de su padre. Su narcicismo solo le permite concebir al otro —aunque sea su propia hija— como una mera extensión de sí mismo, con la única función de que le sirva como objeto de gratificación.

Leyendo sobre incesto y narcicismo encontré pistas para hacer algunas conjeturas (sin ánimo de escandalizar y solo en el terreno simbólico) sobre esta joven mujer que ha inmolado a su familia y su futuro por el proyecto paterno.

La prohibición del incesto sirve para organizar las funciones y los roles en la familia. Delimita lugares y prohibiciones y marca las diferencias de generaciones y de sexos. Uno es el lugar del padre, otro el de la madre, diversos los de las hijas, los hijos. Imponer a la niña o la joven, ocupar el lugar simbólico de la madre, es crear un campo de confusión y ambigüedad. Keiko Sofía fue sometida al dilema de elegir entre su padre y su madre, entre el Palacio, el poder y el dinero, y la casa de San Borja. Eligió a su padre y repudió a su madre.

No hablo aquí de incesto real, sino solo en términos simbólicos, por lo que representa, por las asociaciones que suscita la pareja compuesta por un padre y su hija, que sugiere una perversión de las funciones padre-madre-hija.

Coincide el perfil del dictador con el del padre abusador en que ambos son la personificación del narcicismo perverso. Ambos pretenden ser hacedores de la ley, se presentan como todopoderosos y sin fallas, a quien todo les pertenece y todo lo pueden. La ley que cumple la función de ordenar la vida social no es para ellos más que un obstáculo que hay que sortear. La única ley válida es la ley de su deseo. El perverso narcisista practica la confusión de los límites, hace que la realidad se torne confusa.

Desprenderse del hijo, dejarlo ir, estimularlo a usar sus propias alas, es acatar el tabú del incesto. Keiko, por el contrario, ha quedado atrapada en las redes de su padre, quien la ha convertido en su apéndice.

Es difícil hablar solo de la candidata de Fuerza 2011, aun cuando ése fue el encargo, porque no hay mucho de qué hablar; es como hablar de una muñeca de ventrílocuo o de una marioneta manejada por su padre. No tiene un programa solvente, una meta distinta; su meta, claramente, es la de amnistiar a su papi.

Keiko aparece así como una niña chica que todavía no perfila su cuerpo, que no modula su voz chillona, que no tiene una identidad propia, que ha quedado pegada endogámicamente a su familia de origen y a su padre; es éste quien mueve las cuerdas y pretende, a través de ella, volver al poder. Como no ha salido aún del Edipo, tiene totalmente idealizado a su papi, comparte sus valores y discrepa con él solo en ocasiones especiales, como sacarse de encima a una rival como la enfermera Pacheco. No dudo que tenga otras facetas; es más: está casada y tiene dos hijas, pero en la arena pública Keiko funciona no como una mujer adulta con vocación política y propuestas propias sino como la hija de Fujimori, y amenaza no solo con libertarlo sino además con continuar con las satrapías cometidas en su gobierno.

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