La reingeniería de la CAN
La reingeniería de la CAN
La última década ha sido muy difícil para la Comunidad Andina de Naciones (CAN). A la salida de Venezuela podríamos añadir la incursión colombiana en territorio ecuatoriano en el 2008, además del debate que se ha dado en el Perú, Ecuador y Bolivia acerca de la conveniencia o no de pertenecer a este organismo subregional.
Si bien es cierto que en el pasado la CAN también ha vivido momentos difíciles con el retiro de Chile en la década de 1970 y la casi salida de nuestro país a mediados de los noventa, en la actualidad nos encontramos frente a una situación que ha llevado a referirnos a la necesidad de una “reingeniería” de la CAN.
Hace unos meses, poco antes de concluir el gobierno del presidente Alan García Pérez, el ex canciller, Embajador José García Belaunde, expresó que “pretender hacer de la CAN el proyecto que se quiso hacer, ya no es posible”. Obviamente, no solo han pasado 40 años desde su creación, sino que, frente a los múltiples problemas presentados entre los socios de la CAN, se hace inevitable repensar el sistema andino de integración y afrontar el siglo XXI con nuevos objetivos.
En la misma línea se ha manifestado el actual ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Roncagliolo. En una entrevista de comienzos de año también se refirió a la CAN en términos de reingeniería y objetivos truncos, e hizo hincapié en la importancia de su fortalecimiento y de la presencia del Perú en la región.
El principal aspecto que ha marcado las tensas relaciones entre sus miembros ha estado dado por las negociaciones comerciales con terceros países. Si ya es bastante difícil la integración económica en la región andina, resulta mucho más complejo armonizar los acuerdos comerciales que suscriben países como el Perú con grandes polos económicos del mundo. Justamente, aquello que hace del proceso de apertura con el mundo un asunto de primer orden al interior de la CAN, son los contrastes de los modelos de desarrollo existentes en los países miembros: por un lado, el modelo liberal peruano y colombiano; y, por otro, el modelo socialista ecuatoriano y boliviano, aceptan o rechazan la negociación de acuerdos comerciales con el primer mundo. Es así que Venezuela tuvo como principal justificante la negociación de un TLC entre el Perú, Colombia y los Estados Unidos para denunciar el Acuerdo de Cartagena.
Obviamente, no solo han pasado 40 años desde su creación, sino que, frente a los múltiples problemas presentados entre los socios de la CAN, se hace inevitable repensar el sistema andino de integración y afrontar el siglo XXI con nuevos objetivos.
Habría que recordar que las dificultades andinas se han visto fortalecidas a partir de los aranceles impuestos por Ecuador, los problemas que tuvo el Perú para implementar su TLC con los Estados Unidos debido a la imposibilidad (luego superada) de llevar a cabo cambios a la normatividad andina, el rechazo de Bolivia a la posibilidad de perder su condición preferencial en mercados andinos, las demoras que han significado las negociaciones con la Unión Europea a raíz de las diferencias internas existentes en la CAN, entre los más importantes.
Sin embargo, también es cierto que la integración andina es más que esto. Desde el punto de vista comercial, sin ser necesariamente prioritario, el mundo andino representa un importante mercado para productos no tradicionales provenientes de nuestro país. Además, si bien ha habido demoras en algunos acuerdos fundamentales para el eje Colombia-Perú, la CAN admite la negociación con terceros países en tanto no se viole el marco jurídico andino, lo que ha permitido a estos dos países avanzar en su integración con el mundo desarrollado.
Asimismo, la CAN ha promovido el desarrollo de una serie de temas que, aunque parecen no tener relevancia para el modelo neoliberal, son funcionalmente centrales para profundizar todo proceso de integración, tales como la cooperación política, el medio ambiente, la migración, la cohesión social, etcétera. Esto no significa que la CAN exista en virtud de pequeñeces que generan los incentivos para, como mínimo, mantenerla con vida; por el contrario: estos aspectos pueden ser fundamentales para avanzar, con lentitud seguramente, hacia mayores niveles de interdependencia entre nuestros países. Por esta razón, y a pesar del supuesto “fracaso económico”, resulta fundamental construir poco a poco una conciencia regional andina, ausencia que permite comprender el conflicto permanente entre nuestros países.
En conclusión, si bien es notoria la existencia de discrepancias económicas, toda institución internacional requiere establecer objetivos comunes que reflejen su realidad; surge entonces la pregunta: ¿Podrá la CAN evolucionar en este sentido, dándole la real importancia a aquellos temas que pueden ser vitales para el proceso de integración? La última cumbre extraordinaria, llevada a cabo en Bogotá en noviembre último, parece haber querido responder a esta pregunta: todos los países miembros coinciden en la necesidad de reestructurar la CAN y crear los mecanismos para fortalecer la integración andina; aunque los coqueteos recientes de Ecuador con el MERCOSUR nos plantean nuevamente dudas acerca del futuro de esta organización internacional.
Una reingeniería de la CAN es un proceso sumamente complejo frente al hecho innegable de que países con similares capacidades no favorecen la profundización de la integración en tanto se identifican como competencia directa; no obstante, el ideal de crear una zona de paz y desarrollo, y consolidar una región que pueda competir en un mundo cada vez más difícil, son incentivos muy importantes para seguir promoviendo la integración regional. En este sentido, resulta prioritario que el Gobierno del presidente Ollanta Humala pueda concretar su énfasis regional en materia de política exterior, señalado en múltiples ocasiones tanto en la campaña como en estos primeros meses de gobierno. El éxito de esta política será también el éxito de la CAN.