La vida del intelecto y la política
La vida del intelecto y la política
1.- Denigrando la acción política. La estigmatización del otro
Hace unos días, un grupo político - en el que ha recalado una de las facciones más conservadoras del fujimorismo – propaló un polémico video en el que se formula un absurdo y sensacionalista paralelo entre los cabecillas de organizaciones terroristas, algunos dictadores latinoamericanos y ciertos representantes de la izquierda política peruana. Incluir al presidente Vizcarra y a otros políticos peruanos constituye una insinuación agraviante, difamatoria. Estos son los tiempos de la denominada “posverdad”, en la que algunas personas y grupos de interés no dudan en mentir y declarar infundios con tal de lograr alguna posición ventajosa en la escena electoral. Resulta realmente lamentable el pobre nivel que este tipo de estratagemas quiere llevar a la política peruana; se trata de una argucia de carácter “político” en el peor de los sentidos de esta expresión, precisamente aquel que queremos desterrar de la esfera pública local.
Intentar destruir la reputación del adversario político, recurrir a la estigmatización ideológica constituye una encarnación de lo peor de la política peruana. Grupos extremistas como éstos esperan que la opinión pública pudiera ser manipulada a través de estos mensajes artificiosos y virulentos. Documentos como el video citado expresan a la vez mala fe e ignorancia, y sus exponentes apuestan a que los ciudadanos puedan alimentarse con aquellos vicios. Esta clase de estrategias se nutre de la incapacidad para el pensamiento, tanto propia como ajena. Políticos inescrupulosos como los artífices de este material difamatorio promueven la confusión y el desconocimiento entre la población. Pretenden beneficiarse con la aparente desatención – común entre los políticos y entre las personas en general – frente a la circulación y la discusión de las ideas en la política nacional. Necesitamos reforzar la presencia de las ideas en el ejercicio de la política, tanto en los espacios partidarios como en las instituciones de la sociedad civil. La construcción de argumentos y su examen constituyen actividades cruciales para la orientación de la vida pública.
Es realmente triste el menosprecio que siente no solamente el sector de los políticos tradicionales, sino buena parte de la ciudadanía, frente al poder de la actividad intelectual en el espacio de la acción política. La vida intelectual no es monopolio de los académicos (los “intelectuales”), sino de cualquier ciudadano que valora el ejercicio de la reflexión con el objetivo de abrir horizontes para el compromiso político y tomar decisiones en conjunto. El recurso a teorías de la conspiración – como en el caso del video – son un doloroso ejemplo de ese menosprecio que degrada la política.
El desprecio por las ideas propicia el terreno para el cuidado de malas prácticas en la arena política. Etiquetas como “marxista”, “comunista” o “conservador” se han convertido en auténticas armas arrojadizas en la medida en que han perdido su significado preciso en el pensamiento político. Quienes invocan estas etiquetas no están interesados en recuperar ese significado en el debate político y académico. Apelar al miedo y al rechazo del concepto simplemente enturbia cualquier clase de discusión con sentido. Recuperar el valor de las ideas constituye un medio fundamental (si bien no el único) para fortalecer los principios, procedimientos y modos de actuar propios de una democracia liberal.
2.- Las ideas y la política
Las ideas tienen una estrecha conexión con las prácticas. A menudo, pensamos en las ideas como meramente abstractas, desprovistas de la vida multicolor que pertenece a la acción. No obstante, esa presuposición constituye un error. Las ideas expresan disposiciones para la acción de cara a una visión compleja de las cosas. Las ideas nos permiten “ver” diferentes aspectos de la realidad y diversos espacios para la acción. Las ideas se nutren de las prácticas y de sus contextos vitales, a la vez que las prácticas entrañan ideas que les brindan esclarecimiento y dirección. Pensar las ideas y la acción por separado equivale a escindir una realidad multidimensional y dinámica, un movimiento que va de la acción al cuidado del intelecto y de éste a aquel. La razón de ser del ejercicio del pensamiento es el mejoramiento de la acción.
El cultivo de las ideas constituye una herramienta aguda y eficaz para resistirse a la manipulación y desarrollar la capacidad de agencia política. Elaborar argumentos y examinarlos críticamente nos permite ponderar los programas y las decisiones de nuestros representantes, así como exigir que rindan cuentas acerca del trabajo que realizan en el Estado y en los partidos. El ejercicio intelectual en torno a la política constituye una condición esencial para la construcción de ciudadanía democrática. No se trata de promover en los ciudadanos una cultura libresca – lo que tampoco estaría mal, en absoluto -, sino de incorporar en la vida pública el hábito de producir y evaluar críticamente argumentos: en concreto, ejercitar la deliberación práctica.
La vida intelectual no es monopolio de los académicos (los “intelectuales”), sino de cualquier ciudadano que valora el ejercicio de la reflexión con el objetivo de abrir horizontes para el compromiso político y tomar decisiones en conjunto. El recurso a teorías de la conspiración – como en el caso del video – son un doloroso ejemplo de ese menosprecio que degrada la política.
Esta tarea constituye un reto fundamental para la educación ética en una sociedad en la que todavía tiene una poderosa e inquietante presencia aquello que Alberto Flores Galindo llamaba “tradición autoritaria”. Aludía con esta expresión a una visión de la sociedad centrada en la convicción de que existen supuestas “instituciones tutelares” – las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica, ciertas “élites” de gobierno – que han de guiar a la población, gracias a una vocación por la disciplina y una claridad doctrinal, hacia el camino del orden y el desarrollo. Esta tradición es incompatible con los principios democráticos, cimentados en el autogobierno ciudadano. Una sociedad libre no tiene “tutores”; el protagonista es el ciudadano, en la medida en que interviene en la política a través del voto y de la acción directa en la vida pública. Ese protagonismo sólo podrá fortalecerse a través de una “pedagogía deliberativa” que destaque la capacidad de discernimiento y elección, y no en la observancia de dogmas o en la apelación a la autoridad como fuente de decisiones de carácter comunitario. Una pedagogía que concentra su atención en la reflexión en torno a los conflictos que debemos enfrentar en la vida pública.
3.- Un espíritu cívico. Necesitamos construir un ethos democrático - liberal
El ejercicio intelectual en la vida común – en la línea que hemos discutido aquí - resulta crucial para la cimentación de una cultura política liberal, como corazón de un ethos democrático. Hablo de una “cultura política liberal”, en un sentido amplio, en la medida en que el núcleo de este ethos público reside en el cuidado de las libertades del individuo, el sistema de derechos básicos, el autogobierno ciudadano, el pluralismo, la economía de mercado, todos ellos componentes centrales de una forma de vida liberal. Esta cultura política es relevante para una derecha moderna tanto como para una izquierda democrática. Resulta perjudicial para el futuro de la democracia en nuestro país que la derecha recaiga siempre en un programa ultraconservador y que la izquierda retome una agenda ortodoxa y revolucionaria; ambos idearios resultan clamorosamente autoritarios. Nuestra izquierda y nuestra derecha se revelan moralmente miopes frente a la complejidad de la vida social y política; ni la justicia es fruto ineludible de la concentración del poder ni el ejercicio de la libertad es exclusivamente económica.
Esta cultura política está basada en el reconocimiento de todo ciudadano como un individuo libre y merecedor de un trato igualitario, como un interlocutor válido en el intercambio de ideas y emociones que constituye la política. Esta actitud establece un contraste nítido con los extremismos de izquierda y de derecha mencionados arriba, para los cuales quien piensa distinto es un “enemigo” alguien a quien hay que combatir y excluir de la comunidad política. Tenemos un ejemplo en el video de marras, para el cual da igual ser socialdemócrata o socialista: tarde o temprano serás etiquetado como “comunista”, y como cómplice o activista del terrorismo. Allí los matices no cuentan, tampoco cuentan las ideas. Para los promotores del video, el otro es un peligro y debe ser destruido. O puede ser utilizado para construir una estrategia de campaña fundada en la invención de una identidad estrictamente negativa; “nosotros no somos como ellos”, “nosotros te defenderemos contra ellos”. Estos no son los usos de una democracia liberal. Recuerdan más bien – tristemente - a los antiguos métodos de agitación y propaganda en los albores del fascismo en diferentes lugares de Europa.
Recuperar el recurso al argumento constituye una forma decisiva de devolverle a la política la dignidad que le es propia. El ejercicio de la política asume la forma de una conversación en torno a las decisiones que constituyan medidas justas y valiosas para la vida común. En ella, cada ciudadano es un interlocutor que, desde las instituciones de la sociedad civil o desde el sistema político, puede aportar razones y propuestas para la conducción de la esfera pública. Esta conversación involucra a todos los ciudadanos, no ya exclusivamente a las denominadas “élites”. Que nuestra política se renueve y reoriente es - en más de un sentido - responsabilidad nuestra. Cumplir con esta responsabilidad pasa por brindarle al trabajo de las ideas el lugar que merece en el horizonte de la actividad pública.