No a Conga es verbo, no sustantivo

No a Conga es verbo, no sustantivo

Gerardo Saravia Editor de la Revista Ideele
Ideele Revista Nº 221

Opositores al proyecto Conga en el exterior de la sede del Gobierno Regional de Cajamarca (Foto: Andina).

Los sucesos de Conga, Espinar y Paita han revelado a un ejecutivo incompetente para tratar los conflictos sociales. Sin duda, el Gobierno de Ollanta Humala ha terminado por continuar la misma línea que sus antecesores: repeler los conflictos, mas no resolverlos. Pareciera que el Presidente cumple, diligente, una táctica funesta: el diálogo en la boca y el palo en la mano.

Sin embargo, lo sucedido en este primer quinto de gobierno pone también en cuestión la viabilidad de un proyecto alternativo al conocido y continuado desde 1990 (“el macroarreglo institucional surgido con la Constitución de 1993”, según Alberto Vergara). Y, por ende, el rol de la izquierda en la política nacional.

Las afirmaciones “Humala cambió” o “Humala traidor” deberían al menos hacer reflexionar al grupo de gente que lo acompañó en campaña y que persuadió a más de la mitad del electorado en favor de su candidatura. ¿El grupo de izquierda que apoyó a Ollanta Humala son solamente víctimas del engaño de un ex comandante que los usó para su campaña electoral? ¿O algo de responsabilidad tienen en este entuerto? Recapitulemos.

En un principio era el verbo: Ollanta Humala emergió como el candidato antisistema, feroz crítico del modelo económico. Su discurso ofrecía la nacionalización de los recursos naturales y que las grandes mayorías se beneficien del crecimiento económico. “Crecimiento no implica desarrollo”, decía el candidato Humala en el 2006 y el 2011. Sostenía que un grupo reducido de personas se habían favorecido con las buenas cifras económicas de las que se jactaba el Estado peruano. Si el Perú avanzaba, no avanzaba para las grandes mayorías, respondía Humala al optimismo gubernamental.

Cuando le preguntaban ¿qué significa nacionalizar?, Humala respondía que no era estatizar sino hacer que nuestros recursos naturales sirvieran básicamente al país. La fórmula se repetía muchas veces: el verbo ardiente ante las masas y una respuesta críptica ante la prensa.

Humala, contra lo que creen y difunden algunos, nunca tuvo un discurso ambientalista. Si uno revisa sus declaraciones, él habla, más bien, de exigirle más rentas a las empresas (las famosas sobreganancias) para un mayor beneficio público. El problema es que en determinadas provincias en sus mítines de campaña, de manera oportunista, se adhirió a una posición antiminera acerca de la cual no tenía mayor idea, y que de hecho le iba a generar problemas si llegaba al Gobierno.

La transformación transformada
En las elecciones del 2011 Humala tuvo la genial idea de ponerle un nombre pomposo a su Plan de Gobierno: “La Gran Transformación”. Si Alan García había ganado el 2006 blandiendo un inocuo “cambio responsable”, la transformación que agitaba Humala sonaba irresistible a tirios y troyanos. A algunos en sentido positivo, y a otros en negativo.

El Plan de la Gran Transformación (GT) sacó 31% de la votación en primera vuelta, y aquí se dio un fenómeno de ilusión óptica en la izquierda, con el que es difícil lidiar. Nos enfrentamos nuevamente al dilema del vaso medio lleno y medio vacío. El 31% del electorado parece bastante y en verdad lo es. Se trata de un tercio de la población que muestra su disconformidad, bien por la forma como está yendo el país, bien por cómo el país los está tratando (no es lo mismo, ni es igual).

Pero a ese tercio, si queremos ser coherentes, debemos confrontar un 70% que, con sus matices, estaban de acuerdo con que exista una continuidad sobre todo en el modelo económico, que fue el aspecto en el que se hizo énfasis durante la campaña. Aunque las cifras electorales sean arbitrarias, ya que entran en juego otro tipo de elementos más allá de lo ideológico y de lo político, son uno de los pocos referentes cuantitativos que tenemos para leer las inquietudes de la población.

Pero ni siquiera el porcentaje de personas que habría apoyado la GT es tan sólido como podría pensarse. A pesar de que Ollanta Humala fue el único líder político en oposición casi permanente en los cinco años de gobierno de Alan García, tenía un problema de enanismo crónico, del que empezó a salir solo en las últimas semanas antes de las elecciones.

Si la vocación de la gran mayoría de la población era de cambio profundo, se hubiera reflejado de otra manera en las encuestas. Sin embargo, el candidato con mayores opciones era Alejandro Toledo, que para nada representaba un giro sustantivo del modelo económico. No habría que descartar que Toledo cayera por sus propios errores y Ollanta empezara a crecer por razones que van más allá de su discurso radical.

Hoja de ruta
En un contexto en el que se reclama al Presidente institucionalidad, Estado de derecho y cumplimiento de promesas, no está mal preguntarse por enésima vez: ¿Qué significó la hoja de ruta?

Para el Partido Nacionalista fue un conjunto de precisiones y compromisos que aclaraban algunos puntos de la GT. Se trataba solo de una forma diplomática de decir que los puntos más cuestionados por los grupos de poder del plan originario no iban más. Humala fue pragmático. El anuncio de su hoja de ruta y su posterior juramento por la democracia le permitieron ganar el apoyo de un sector al que había derrotado en primera vuelta, pero cuyo respaldo le era indispensable para poder ganarle a la señora Fujimori.

La similitud programática entre los candidatos que enfrentaron a Ollanta en primera vuelta era tal, que los compromisos que debía ofrecer para ganar el respaldo de quienes habían votado por Toledo, PPK o Castañeda pasaban necesariamente por abandonar lo más transformador de la Gran Transformación.
Para poder concretar su triunfo, Humala debió ceder ante los grupos de poder que tanto lo habían combatido en primera vuelta, y pactar con las expresiones políticas e intelectuales de estos sectores. La izquierda no leyó el viraje, y creyó haber ganado.

Razón no les falta a quienes caricaturizan a Sinesio López como despechado. El corazón roto por un traidor que se fue es un juicio de mucho rating, pero no necesariamente valedero. Más bien resulta preocupante que el ex asesor de Humala haya entendido la Hoja de Ruta como una táctica de moderación de discurso, que no incluía cambios sustanciales al programa originario. Eso no se sostiene. ¿Por qué entonces entró a trabajar dentro de la Hoja de Ruta mucha gente ligada al Plan de Gobierno de Toledo que era claramente continuista? ¿Acaso los tecnócratas que incorporó el Humala de la segunda vuelta podrían suscribir las alusiones nacionalizadoras de la GT? Cuando le preguntaban a Kurt Burneo o a Arias Minaya acerca de estos puntos, ellos se remitían a la Hoja de Ruta. ¿De verdad pensaban que la hoja de ruta era solo una táctica electoral? ¿Qué hubiera pasado si Humala la hubiera asumido como tal y ahora estuviera ejecutando la GT? Tendríamos a otro sector de la población reclamándole, con el agravante de que éste contaría con el apoyo de los poderes fácticos. Una situación, sin duda, de ingobernabilidad.

No critico el plan de la GT, ni estoy en desacuerdo con que los presidentes se enfrenten a los poderes fácticos, con todos los riesgos que esto implica. Lo que planteo es que Humala avisó su viraje antes de ganar las elecciones, a partir de una alianza que le era indispensable. Por lo tanto, los ideólogos de la izquierda entusiasmada por Ollanta quedaron en off side y no tuvieron capacidad de recuperación.

¿Humala debió persistir en su plan original a riesgo de perder las elecciones? Hubiera sido una opción bastante respetable, pero nunca escuché a Sinesio López, Carlos Tapia, Rosa Mavila o algún otro ciudadano por el cambio plantearlo. Por el contrario, ellos decían que la Hoja de Ruta no se contraponía a la GT, cuando resultaba evidente que no era así.

El Presidente Regional de Cajamarca se desdibuja solo: basta ver el video en el que, meses antes de que estallara la protesta contra Conga, de la mano con un funcionario de la empresa, agradecía el aporte para una de sus obras y decía que él siempre le explicaba a la población que esas obras no serían posibles sin el aporte de la minería. O, yendo más allá de Gregorio Santos, ¿acaso su partido, Patria Roja, no conversa con la Confiep? ¿No respaldaron el TLC con China?

Inclusión social
Se sigue hablando mucho sobre inclusión social, pero su significado ha devenido cajón de sastre. Para Ollanta en campaña la inclusión social era sinónimo de la GT; ahora, en cambio, se sustenta en políticas sociales focalizadas = asistencialismo. Sin necesidad de ser lingüísticamente rigurosos, la inclusión social no es otra cosa que insertar a la gente dentro del esquema de progreso nacional, o sea, que el crecimiento alcance para todos. Es decir, un concepto básicamente excluyente de una GT del modelo. Ahí encontramos una muestra más de lo errático de los planteamientos de Humala y la izquierda desde que empezaron a caminar juntos.

¿Cambio de modelo?
Otra situación que resulta curiosa en gente más bien intelectual y estudiosa, respecto al cambio de modelo económico: ¿Saben qué significa realmente cambiar toda la estructura económica por la que se rige el país? No digo que no se deba hacer, sino que quienes lo proclaman lo hacen sin medir consecuencias que ellos mismos no tolerarían. Empezando porque con la Carta Magna vigente no es posible ningún cambio sustancial en el esquema económico imperante, a menos que se vulnere el Estado de derecho. ¿Estarían dispuestos a defender medidas dramáticas si el presidente Humala optase por este camino?

Sin embargo, una lucha enconada y hasta intransigente puede resultar gananciosa políticamente. No hay duda de que el capital social que ha conseguido Gregorio Santos todos estos meses de lucha ha puesto entre paréntesis una opaca gestión regional. Aunque para los próximos comicios (que parece ser lo que realmente le importa a nuestra izquierda), Goyo tendrá que lidiar con otros líderes forjados y reconocidos en la lucha contra el Proyecto Minero Conga.

En la dirección de la lucha contra Yanacocha existe un grupo de personas que, a partir de una justa demanda de la población, juegan su propio partido con sus propios intereses, pero ninguno de estos liderazgos es real y sólido, como bien apunta Alberto Vergara: “Gregorio Santos no controla Cajamarca más allá de la plaza de armas, Saavedra manda en las calles circundantes, los alcaldes de Celendín, Bambamarca, etc. controlan la plaza de sus ciudades mientras las calles están en manos de movimientos sociales que no lideran”.

El Presidente Regional de Cajamarca se desdibuja solo: basta ver el video en el que, meses antes de que estallara la protesta contra Conga, de la mano con un funcionario de la empresa, agradecía el aporte para una de sus obras y decía que él siempre le explicaba a la población que esas obras no serían posibles sin el aporte de la minería. O, yendo más allá de Gregorio Santos, ¿acaso su partido, Patria Roja, no conversa con la Confiep? ¿No respaldaron el TLC con China?

Nada de esto está mal, ni tampoco bien: el problema es que su discurso proclama otra cosa y tenemos a una izquierda que, lejos de criticarlo, lo apapacha. ¿Les gusta de verdad Goyo, o nuevamente piensan en el capital electoral que ‘de puchitos’ han de juntar para el 2016?

Cuando les digo a mis amigos de izquierda (muchos de los cuales votaron por Toledo en la primera vuelta) que si Javier Diez Canseco hubiera sido elegido Presidente la orientación habría sido parecida: “Conga va”, me responden entonces que es probable, pero lo hubiera hecho de manera distinta. Y yo pienso: “Ah, entonces las cosas cambian. No es que Conga sea el Apocalipsis ecológico, sino que el Gobierno ha actuado de manera torpe. En ese contexto, el “Conga no va” adquiere otras dimensiones.

No entiendo, por ejemplo, a Carlos Tapia cuando dice: “Conga va, pero así no”, pues cuando fue asesor de la PCM declaró en Ideeleradio que si él fuese cajamarquino estaría marchando contra Conga. Si tenía la convicción de que el proyecto Conga era viable, ¿no debió haber intercedido ante los líderes de la resistencia cajamarquina?

Sin duda, existe disconformidad con los proyectos extractivos, pero también es cierto que la mayor parte de los ingresos del Estado provienen de ahí. El plan de la GT en ninguna de sus variantes podría ser posible si se comienzan a cancelar proyectos mineros ya aprobados. Por eso lo lógico es que los presidentes que llegan al gobierno necesiten sacar adelante aquello que les permita hacer sostenible la combi de los cinco años.

En los 80 la economía del Estado colapsó. ¿Cuáles han sido las lecciones que se sacaron de las políticas keynesianas? Sí, pues: lamentablemente para la izquierda, su situación es más complicada; es más fácil poner piloto automático. Pero si han decidido estar en contra de ello, hagan bien la tarea y tengan propuestas sustantivas, que para verbo ya ha sido suficiente. Una muestra palmaria que puso en evidencia la poca convicción ambientalista de los izquierdistas que crucifican a Humala por su persistencia en Conga es lo sucedido en Paita con la merluza. En ese contexto, el Ejecutivo asumió una posición de defensa del medio ambiente que chocaba con los intereses de grandes corporaciones pesqueras, quienes usaron a los pescadores para hacer viables sus demandas. Como consecuencia de aquel conflicto se mató a un manifestante. Ese día el Partido Socialista emitió un pronunciamiento condenando la forma como el Gobierno afrontaba los conflictos sociales, olvidando los intereses que estaban detrás del conflicto.

Hace unos días Sinesio López, en la presentación del informe anual de Oxfam, explicó su teoría del viraje de Humala. Dijo que habían tenido un equipo de gobierno que podía aplicar la GT y que no era nada improvisado, ya que muchos de ellos trabajaron en el gobierno de Toledo. Entonces ya no entiendo nada. ¿Empezaron a hacer la GT con Toledo? ¿Solo estaban calentando el asiento esperando que venga alguien con quien sí poder hacer la GT? ¿O eso de la GT se les ocurrió después? Lo cierto es que cuando estuvieron con Toledo no transformaron nada.

De cara al futuro de la izquierda, me parece preocupante que muchos se estén poniendo a la cola de líderes como Gregorio Santos o Wilfredo Saavedra, no por su radicalidad o extremismo, válidos dentro del juego democrático, sino porque demostraría que la izquierda no ha aprendido ninguna lección. Siguen cayendo en lo mismo: generar por arriba coaliciones electorales estratégicas. Así se evitan la fatiga de forjar un proyecto serio que a la vez se desmarque de ese gran mal de la izquierda peruana que son los movimientos de caudillos. Pero no, no han aprendido. Su Goyo de hoy es su Ollanta de ayer.

Un proyecto político serio requiere de un análisis sustancioso. El “No a Conga” es perfectamente entendible, pero no basta: detrás de ello debería haber una solvencia que no se ve. El Gobierno, para demostrar que el proyecto no era viable, mandó a hacer un peritaje, cuestionable en la forma, pero que nunca pudo ser cuestionado en el fondo. Los teóricos de Tierra y Libertad no lograron convencer de que el peritaje estaba equivocado. Deberían empezar por preguntarse cuántas personas creen y quieren realmente un cambio de modelo, y cuántas se benefician de los proyectos extractivos, más allá de las protestas.

Planteo dos interrogantes que pueden servir para formular objetivos más claros:

  • ¿Qué gobierno ha realizado grandes transformaciones en su modelo económico en un país que se encuentra en crecimiento sostenido?
  • ¿Qué gobierno en América Latina se ha enfrentado seriamente a algún proyecto extractivo?

No busquen mucho, que no encontrarán respuestas optimistas. Quizás a la izquierda le queden dos caminos: o sincerar sus pretensiones y transitar ‘sin roche’ a una opción claramente socialdemócrata, o fortalecer desde abajo sus organizaciones —sin que las elecciones de cada cinco años les quiten el sueño— y realizar un trabajo persistente a la espera de un contexto más favorable a la concreción de sus metas. De lo contrario la izquierda, en vez de futuro, sobre tendrá déjà vus.

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