Rapiña del bien común, rapiña del cuerpo de las mujeres
Rapiña del bien común, rapiña del cuerpo de las mujeres
Una reciente encuesta a nivel nacional ha mostrado que para la ciudadanía peruana, la corrupción (49%) y la violencia de género/feminicidios (26%) se encuentran entre los tres principales problemas nacionales (El Comercio – Ipsos, 2019). Esta percepción no sorprende considerando que nuestra historia reciente está marcada por destapes de corrupción e importantes reclamos ciudadanos al respecto. Al mismo tiempo que por voces de mujeres cada vez más fuertes sacando del silencio un amplio acumulado histórico de acoso, violación y otras múltiples formas de violencia de género. Vivimos un tiempo en que la rapiña sobre el bien común y la rapiña sobre el cuerpo de las mujeres se ponen al desnudo a la vez.
Rita Segato insiste en que los problemas de las mujeres no deben verse solo como un tema de “minorías” o circunscrito solo a las relaciones entre hombres y mujeres, sino como un epifenómeno de dinámicas más amplias de la sociedad. En esa línea de pensamiento quiero ofrecer aquí unas reflexiones conectando el tema de la rapiña del bien común y del cuerpo de las mujeres. Dos temas que aparentemente tienen poco que ver.
En otro texto (Motta y Nunez, 2015) en que desarrollamos las conexiones entre desigualdad y corrupción, mostramos a partir de datos arrojados por investigaciones comparativas multi-país la asociación que existe tanto entre corrupción y desigualdad de género como entre corrupción y desigualdad económica evidenciando que ahí donde existen vínculos sociales más endebles y desiguales hay también mayor corrupción. Por un lado, mayor equidad genera mayor confianza social y sentido de pertenencia a una misma comunidad, lo que abona a un mayor sentido de cuidado de lo que se percibe como el bien común. Por otro lado, mayores niveles de equidad genera mejores posibilidades de control que aquellas donde ciertos grupos acumulan tanto privilegio que su poder se vuelve imposible de fiscalizar y puede quebrantar cualquier límite.
Si pensamos en sustratos comunes que posibilitan asuntos como la corrupción y la violencia de género encontramos al menos tres elementos que apuntan precisamente a estructuras de desigualdad que operan de manera análoga: (i) un ethos expropiador que genera prácticas depredadoras de transgresión y rapiña, desde (ii) una posición de poder de algún tipo y que además cuenta con (iii) estructuras de pactos y lealtades protectoras (tácitas o explícitas) que permiten perpetuar los privilegios y ganancias generadas.
Todos los elementos antes mencionados confluyen de manera llamativamente semejante en la masculinidad y la mafialidad. Así, Segato (2018) hablando de Ciudad Juárez, señala que “el mandato de masculinidad se transpone fácilmente en un mandato de ´mafialidad´ porque la estructura de la masculinidad es análoga a la de la corporación mafiosa” (p. 68). Por su parte, Amorós (2013) señala que “la masculinidad […] viene a ser algo así como el pacto juramentado que, en la medida en que es estructuralmente excluyente, puede funcionar a modo de infraestructura de los pactos mafiosos” (p. 249).
Propongo acercarnos a estas semejanzas y vinculaciones entre las corporaciones mafiosas/corruptas y las corporaciones masculinas patriarcales, a partir de algunas escenas locales relacionadas con la violencia de género.
1. Corrupción, justicia y violencia de género
El año pasado, escuchamos vía los audios de IDL Reporteros cómo los cófrades corruptos y mafializados que operan en el campo de la justicia a la vez que negociaban todo tipo de beneficios materiales, negociaban también beneficios para pares de la fraternidad patriarcal, como cuando el ex magistrado Hinostroza negoció la reducción de sentencias a violadores de niñas. También como cuando la exigencia de favores sexuales formaba parte de la transacción corrupta.
El vínculo entre corrupción y violencia de género en el campo de la justicia, y como parte de ello la extendida impunidad estructural y crónica que se teje desde una alianza perversa entre el sistema de justicia y los perpetradores, es un asunto sobre el que los feminismos en el Perú tienen un reclamo de larga data. Pero el año pasado fue levantado con particular persistencia, siendo colocado como tema central de la marcha del 11A, a dos años de #NiUnaMenos, “Mujeres por Justicia” fue la consigna y “Justicia corrupta, peligro para las mujeres” es un grito que se ha vuelto frecuente entre feministas en las calles. Y es que pocas veces hemos tenido acceso tan directo a las fratrías patriarcales corruptas y mafiosas operando de manera tan explícita.
Rocío Silva Santisteban llamó la atención sobre el permanente saludo que sella sus vínculos de fraternidad viril, anotando: “´Hermanito, hermano, hermanón, hermano del alma, mi hermaaaaano, hermano del Perú, ¿qué novedades, hermano?, hermanito de mi corazón´ […] es este vocativo que corona a la hermandad de machos corruptos. La hermandad o fratría se consolida en este saludo y cohesiona los vínculos internos a través de una relación íntima bajo un simbólico sistema de parentesco”. Se revela de manera muy explícita el sustrato básico que le sirve de telón de fondo a los pactos mafiosos y corruptos: las lealtades a la fraternidad patriarcal.
Ello evidentemente no quiere decir que las mujeres no puedan ser corruptas o no lo sean. La evidencia demuestra que, aunque en menor medida, las mujeres también cometen actos de corrupción y no hay nada esencial al ser mujer que prevenga dichos actos. Por supuesto, tampoco quiere decir que todos los hombres son corruptos. Sin embargo, el mandato de masculinidad y su vocación de poder se asocian con más frecuencia e intensidad con la corrupción (PNUD, 2014). De la misma manera que la masculinidad está más asociada con la violencia y la muerte.
2. Masculinidad, mafialidad y feminicidios
Una forma de operar de las corporaciones mafiosas que luchan por control territorial es dejar mensajes para demostrar su capacidad de dominio y destrucción en cuerpos de mujeres, torturados y asesinados de manera cruenta. Es esto lo que Segato (2013) propone para explicar el misterio de la gran cantidad de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Los cuerpos de las mujeres funcionarían como medios a través de los cuales se comunican mensajes de poder, ya sea en términos de competencia o lealtad.
"En cuanto a los mensajes, en el caso de las mafias se trata de dejar sentado el dominio sobre un territorio donde se negocia y se obtienen ganancias, entendiendo a las víctimas como un apéndice del mismo".
En el Perú, por el momento, no registramos el tipo de feminicidios de Juárez, aquí los más prevalentes son los denominados íntimos, es decir los perpetrados por (ex) parejas o acosadores de las víctimas; aquellos que derivan de las demandas de la masculinidad. Sin embargo, estos feminicidios vienen presentando modalidades que los acercan a los feminicidios mafiosos. No digo esto por una voluntad de indistinción de estas diversas formas de feminicidio, creo muy importante que se tipifiquen como asuntos distintos y tengan un tratamiento separado en lo legal, pero aquí me quiero referir a las semejanzas a propósito de mostrar la cercanía entre mafialidad y masculinidad que vengo desarrollando.
Amorós op cit. señala como diferencias clave entre ambos tipos de feminicidio referidos: el nivel de impunidad, el grado de ritualidad en la destrucción de los cuerpos, el tipo de mensaje transmitido y la relación con la víctima.
Según la autora los feminicidios mafiosos, a diferencia de los íntimos, están marcados por altos niveles de impunidad, dadas las múltiples redes de influencia operando en el poder. En cuanto a esto cabe mencionar que en nuestro contexto alrededor de un feminicidio íntimo, no dejan de operar una serie de mecanismos productores de impunidad, basados en lealtades patriarcales, y también corrupción, tanto en instituciones como la policía, la fiscalía y el poder judicial como a nivel del sentido común. Manifestaciones claras de dichas lealtades, entre otras, son: la resistencia a reconocer estos crímenes como “feminicidios”, discursos culpabilizadores de las víctimas, dar penas que no corresponden. Es solo ver, entre otros, el caso de Arlette Contreras.
Recientemente, luego de cuatro años de procesos judiciales revictimizantes y de que todo el país viera incesantemente a través de los medios como Adriano Pozo violentó salvajemente a Arlette, en lo que claramente fueron tentativas de violación y feminicidio, el Juzgado Penal Permanente de la Corte de Lima Norte ha decidido absolver a Pozo por tentativa de violación y le ha dado una pena reducida por tentativa de feminicidio, rebajando además el monto de reparación, con respecto a lo solicitado por la Fiscalía. Aún existiendo pruebas tan contundentes como el mencionado video y habiendo sido este un caso emblemático de una de las manifestaciones más multitudinarias en la historia del país: #NiUnaMenos, las alianzas patriarcales con la justicia para la producción de impunidad se muestran en toda su vigencia y fuerza destructiva de la vida de las mujeres.
En cuanto a la violencia ritual y el nivel de destrucción de los cuerpos, si bien en el Perú predominan los feminicidios íntimos, que generalmente ocurren entre las cuatro paredes del hogar de los involucrados en un arrebato sin mayor premeditación, últimamente hemos visto crímenes de un nivel de premeditación y de una complejidad en la destrucción de los cuerpos de las mujeres donde resuena la mafialidad. El año pasado dos mujeres fueron atacadas con fuego por sus perpetradores en plena vía pública, este año una fue asesinada a tiros por su ex pareja en un mercado lleno de gente, entre varios otros casos donde la premeditación, la crueldad y su exhibición pública marcaron la pauta.
En cuanto a los mensajes, en el caso de las mafias se trata de dejar sentado el dominio sobre un territorio donde se negocia y se obtienen ganancias, entendiendo a las víctimas como un apéndice del mismo. En los feminicidios íntimos, si bien no hay negocios de por medio, el cuerpo de la víctima también es una suerte de territorio sobre el cual el perpetrador busca dejar claro su dominio, donde intenta restituir su honor generalmente luego de la “afrenta” de haber sido rechazado o dejado.
Otro elemento importante de los crímenes en manos de mafias tal como ocurre en Juárez es que se perpetran sobre una mujer genérica, un tipo de mujer. No hay motivos personalizados. Eso no ocurre en los feminicidios íntimos donde existe una relación personalizada con la víctima. El elemento de impersonalidad está presente más bien en el tipo de violencia que sufren las mujeres trans, con frecuencia en manos de cofradías masculinas de serenazgos y policías, quienes paradójicamente deberían más bien cuidar de su seguridad. El horizonte de sentido de esta violencia es claro: ajustar cuentas con quien se ve como disidente, desleal, traidor al mandato de masculinidad. Asunto que está detrás de algunos transfeminicidios o travesticidios. El corto Lóxoro de Claudia Llosa presenta un caso paradigmático de este tipo de violencia letal, donde Mía, la víctima, es atacada por un grupo de hombres que antes de asesinarla ejercen un ritual de violencia donde la despojan de sus marcas de feminidad (corte de pelo, retiro de rellenos, etc.) y la someten a un disciplinamiento masculinizante al estilo de entrenamiento militar.
Para terminar
El sustrato común que traspasa a la mafialidad y la masculinidad es una estructura básica de ejercicio de poder altamente desregulado, que puede desembocar, entre otros, en gran corrupción y violencia letal contra las mujeres; ambos finalmente síntomas de una sociedad tan profundamente desigual que cualquier intento real de regulación del poder se vuelve ficcional. Así, como dice Segato: “con la proliferación del control mafioso de la economía la política y amplios sectores de la sociedad, lo que atraviesa e interviene el ámbito de los vínculos de género es la regla violenta de la atmósfera propia del crimen organizado”. Sino como explicarnos que hace muy poco en San Martín de Porres la reacción airada de una mujer frente a una escena de acoso sexual callejero le costó que el acosador la acuchille.
Es importante decir que no solo hombres participan de los pactos patriarcales, aunque en menor medida, lo hacen también mujeres. Porque no se trata de hombres y mujeres como seres esencialmente diferentes, se trata posiciones de poder. Si mujeres llegan al poder sin cuestionar las formas convencionales del mismo, es decir patriarcales, pueden acabar también participando en dinámicas rapiñadoras, corruptas y encubridoras. Mujeres políticas actualmente en prisión investigadas por corrupción, y otras en el parlamento, así lo demuestran. Es por ello que junto con la paridad es tan importante proponer desde los feminismos otras formas de crear y ejercer poder, otras formas de hacer política.
Por otro lado, hay que estar alerta sobre los hilos de continuidad entre los “otros”, delincuentes mafiosos, corruptos, feminicidas, violentos y “nosotros”. Es necesario mirar esos hilos de continuidad para entender que el problema y su solución pasa también por transformaciones de lo cercano, lo cotidiano. Desmontar las lealtades patriarcales, al mandato de masculinidad, al poder, urge. Estas se deslizan donde menos se piensa, incluso en algunos espacios que se definen como humanistas, progresistas y feministas. Hombres y mujeres estamos llamados a romper los pactos patriarcales, esos de los que están calcadas las mafias corruptas, esos que producen y reproducen la violencia de género.
Finalmente, ojalá nuestra indignación y rechazo a las diversas formas de rapiña sobre el cuerpo de las mujeres llegue a ser tan contundente como aquella que surge frente a la corrupción. Juega en contra la mayor normalización histórica de la primera, pero estamos en tiempos de cambio - con #NiUnaMetos como hito - que de alguna manera se refleja en la encuesta citada al inicio de este artículo. Cambios que vienen de la mano de una nueva generación de feministas que desde su diversidad de agendas y expresiones parecen tener como foco un claro reclamo sobre y desde el cuerpo, su autonomía y derecho a una vida sin violencia de ningún grado y tipo. Este reclamo no es nuevo en la historia del feminismo pero en el momento actual ha cobrado nueva fuerza y nuevas formas. Además, tiene importantes desafíos a la creatividad y la organización como el encontrar formas de debido proceso y de justicia feminista más allá del escrache, afirmar el placer tanto como se denuncia el peligro alrededor de la sexualidad; entre otros. Sin embargo, el mensaje sobre la centralidad del cuerpo es una apuesta emancipatoria que las mujeres jóvenes traen y que hay que escuchar con atención.
Referencias
Amorós, Celia (2013) “Violencia patriarcal en la era de la globalización: de Sade a las maquilas” En: Mujeres e imaginarios de la globalización. Rosario: Homo Sapiens Ediciones.
Motta, Angélica y Arón Nunez Curto (2015) ¿Tienen algo que ver la ciudadanía sexual y la corrupción? En: Revista Argumentos, Edición no. 2 año 9.
PNUD (2014) Género y corrupción en América Latina ¿Hay alguna conexión? Documento de Trabajo. Centro Regional PNUD Panamá.
Segato, Laura Rita (2013) La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. 1a. ed. Buenos Aires: Tinta Limón.
Segato, Rita (2018) Contra-pedagogías de la crueldad. 1a. ed. Buenos Aires: Prometeo
Segato, Rita (2010) Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires: Prometeo