Salud mental en desastres y emergencias
Salud mental en desastres y emergencias
Hace algunas semanas se cumplieron 11 años del terremoto de 7,9 grados en la escala de Richter que sacudió Pisco y dejo graves daños en Cañete, Chincha y Huancavelica. Como resultado de este terremoto se produjeron 496 muertes, más de 1500 heridos y miles de damnificados. Se vieron afectadas viviendas (destruidas completa o parcialmente) el patrimonio histórico y cultural, vías y carreteras, y se produjeron graves daños en el suministro de servicios básicos cómo agua, luz o servicios de salud.
Estas cifras, si bien componen un panorama que es importante conocer y nos informan de la gravedad de los eventos, también son comúnmente el foco que le damos a los perjuicios producidos por un desastre natural, dejando de lado los daños en la salud mental que estos puedan producir. Poco se habla de las afectaciones emocionales, del deterioro del tejido social o de los proyectos de vida afectados por estos sucesos. Hay una reconstrucción de la que nadie habla y es la de la vida comunitaria, que compone y sostiene el tejido social.
A raíz del terremoto en Pisco, el gobierno peruano planteó una serie de acciones y políticas con el objetivo de reconstruir las zonas afectadas. Construcción de viviendas temporales y permanentes, bonos de vivienda, asfaltado de calles, construcción de hospitales e infraestructuras para la dotación de servicios de agua, desagüe y luz eléctrica, programas de mejora alimentaria y de prevención de enfermedades. Entre estas políticas también se encontraban, aunque en menor medida y con considerablemente menor presupuesto, las de atención en salud mental. Sin embargo, poco se hizo concretamente desde el estado en torno a la recuperación de la salud mental comunitaria y al fortalecimiento del tejido social de estas comunidades.
Fueron principalmente las organizaciones no gubernamentales, la cooperación internacional y las entidades privadas, entre ellas las universidades, las que propusieron y lideraron un trabajo más integral de la salud mental con un enfoque psicosocial comunitario.
Ante la crisis, estas instituciones realizaron intervenciones que estuvieron centradas, en un inicio, en brindar atención psicológica a la ciudadanía afectada, a las y los cuidadores y responsables de los servicios de atención, a las autoridades y líderes comunitarios mediante espacios de contención y escucha. Buscaron fortalecer los recursos individuales y comunitarios propios para que estos pudieran volver a funcionar como lo hacían antes de la emergencia y contribuir a la mejora de sus capacidades de organización y gestión.
Es interesante recordar que Naciones Unidas señala que “un desastre es desde el punto de vista sociológico, un evento ubicado en tiempo y espacio que produce condiciones bajo las cuales la continuidad de la estructura y los procesos sociales se torna problemáticos” (Benyakar, 2003). Esta afirmación parece no ser prioritaria para el Estado peruano puesto que al parecer no se reconoce la importancia de los procesos sociales luego de un desastre. En las recientes situaciones de desastres naturales, el Estado peruano no ha priorizado la atención en salud mental, no ha destinado suficientes y adecuados recursos, económicos y humanos, para la atención de esta problemática y cuando lo ha hecho ha sido centrándose en una intervención médica e individual.
Quizá el problema sea que lo que no está claro para el Estado peruano es la concepción que se tiene de la salud mental pues esta pareciera ir ligada únicamente a la patología, enfocándose en una mirada prioritariamente médica, dejando de lado el sufrimiento psicosocial, colectivo.
Los principios básicos del trabajo en salud mental deberían de girar en torno a los derechos humanos, la participación y el fortalecimiento individual y comunitario, el cuidado mutuo y la interculturalidad; ello permitirá fortalecer el sentido de comunidad y el tejido social.
Si tomamos en cuenta esta concepción será evidente que el foco de las atenciones en salud mental en situaciones de desastres y emergencias debe de estar puesto también en la reparación de las rupturas sociales, los vínculos y los liderazgos comunitarios que puedan haberse producido a raíz de esta situación disruptiva.
Los contextos sociales están en constante cambio y una crisis o emergencia tiende a producir rupturas y cambios en el tejido social dificultando a la comunidad seguir funcionando como lo hacía antes. Es allí dónde la labor de los psicólogos y psicólogas es fundamental.
Para ello es importante, como lo señala Péres-Salez (2004), hacer una análisis comunitario de las vulnerabilidades y capacidades de cada comunidad en particular partiendo desde la escucha, poniéndolos en el centro del quehacer psicológico. Que la comunidad determine cuáles son los factores que la hacen más frágil y dificultan su desarrollo será clave para identificar colectivamente la manera de fortalecerla y superar las limitaciones identificadas.
Tener un enfoque psicosocial de la salud mental comunitaria, es especialmente importante en momentos de crisis y emergencia en los que la comunidad suele estar más vulnerable. La salud mental comunitaria buscará el fortalecimiento y la transformación social a través de un trabajo multidisciplinario en el que la comunidad recupere e incremente sus capacidades y potencie el sentido de comunidad (Velázquez, 2007).
Para intervenir en ese sentido se debe conocer a la comunidad, pasar por un proceso de familiarización con la misma que nos permita entender su funcionamiento y su dinámica particular. Identificar los recursos de la comunidad, sus formas y estrategias de afrontamiento será fundamental para contribuir a su fortalecimiento y la movilización para su desarrollo.
Este acompañamiento a las comunidades no debería de ser una tarea posdesastre, es necesario incorporar esta lógica y esta concepción de la salud mental día a día, más aún en comunidades fragmentadas, excluidas o afectadas por diversos tipos de violencia (pobreza, marginación, injusticias), cómo sucede en el Perú. Este trabajo no solo será reparador, si no que a futuro será un factor protector.
En el Perú, el trabajo psicológico no ha puesto suficientemente su foco en esta tarea y no debemos esperar a que ocurran nuevas emergencias y desastres para prepararnos y actuar. ¿Cuántas experiencias se han sistematizado?, ¿qué aprendizajes hemos adquirido a partir de las intervenciones anteriores?, ¿qué se ha hecho al respecto desde el colegio de psicólogos, las universidad o el estado en cuanto a esta problemática? Sabemos que las crisis y los desastres se volverán a producir, es ahora cuando debemos prepararnos para esos momentos, para actuar de la manera más oportuna posible, garantizar el menor daño psicológico, el mayor bienestar y fortalecer desde ahora la organización comunitaria y el tejido social. Así, la participación comunitaria, la organización social será un elemento de afrontamiento positivo ante situaciones de crisis, desastres o emergencias.
Bibliografía
- Benyakar, M. (2003). Lo disruptivo. Buenos Aires: Biblos.
- Brigadas Psicológicas, P. U. C. P. (2008). Una experiencia en el camino hacia la reconstrucción. Lima: Departamento de Psicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
- Mordechai, B. (2002). Salud mental y desastres. Nuevos desafíos. Neurología, Neurocirugía y Psiquiatría, 35(1), 3-25
- Rivera, M., & Velázquez, T. (2008). Salud mental en el Perú: Develando carencias y planteando retos. Revista Memoria, 3, 35-37.
Pérez-Sales, P. (2004). Intervención en catástrofes desde un enfoque psicosocial y comunitario. Madrid: Átopos, 1, 5-16.