Siria, Kaláshnikov y el tratado sobre el comercio de armas
Siria, Kaláshnikov y el tratado sobre el comercio de armas
Llueven bombas. Hasta 3.000 en un día en Baba Amr, barrio de la populosa ciudad de Homs, en el norte de Siria. Las escenas dantescas se apropian del paisaje urbano. Y en medio del panorama devastado, un rifle Kaláshnikov apunta a la calle desde la ventana de un edificio inubicable. Alguien aprieta el gatillo y dos periodistas extranjeros salen corriendo como si los llevara el diablo. Hoy han salvado la vida.
El azar es más cruel con las miles de víctimas civiles que está generando el conflicto en Siria, muchas de ellas, en contra de lo que se suele pensar, caídas más por el disparo concienzudo y certero de un arma ligera que por el impacto o la onda expansiva de un misil destructor.
El saldo humano anual que generan rifles, pistolas y escopetas es escalofriante. En el mundo, medio millón personas mueren a balazos cada año. Un devastador y continuo atentado contra los derechos humanos del que nadie quiere responsabilizarse.
Pero las armas ni nacen ni caminan solas.
Papá Miháil
Aparentemente ajeno a las circunstancias vive el nonagenario ex militar del Ejército ruso Miháil Kaláshnikov. Cuando, allá por los años 40 del siglo pasado, los altos mandos del Ejército soviético le ordenaron diseñar un arma más eficiente y fácil de manejar que las carabinas que portaban hasta el momento, Miháil no dudó en volcarse plenamente en su tarea. El resultado —un rifle ligero y de presta ráfaga— fue tan asombroso que lo contrataron hasta el final de su vida profesional. Y fue condecorado.
El rifle Kaláshnikov, también conocido por su nombre comercial, “AK-47”, es hoy el arma de asalto más usada en el mundo. Se calcula que de 70 a 100 millones de unidades circulan, con escaso control, en guerras o en actos de violencia urbana, en ejércitos profesionales o guerrillas, y han estado presentes en múltiples y cruentos conflictos desde la Segunda Guerra Mundial: Vietnam, Sudán, Afganistán, Irak, Sierra Leona, Congo o Libia han sido testigos del poder mortífero del invento del ingeniero ruso. Hoy Siria también lo atestigua.
Hasta enero de este año, 4.345 personas habían muerto por la represión del Gobierno de Bachar Al-Assad, según Amnistía Internacional. En muchos casos las fuerzas de seguridad dispararon contra ellas con armas ligeras, cuando participaban en manifestaciones pacíficas o asistían a funerales de personas muertas en protestas anteriores.
A Miháil se le retuerce la conciencia y le palpitan las condecoraciones: “Preferiría haber inventado […] una cortadora de césped”, dijo en una entrevista con el diario británico The Guardian.
Moviendo ficha en Siria
Ante la brutalidad de la represión de Al-Assad, es lógico que pocos países informen oficialmente de su comercio de armas con Siria. No es el caso de Rusia.
Según los reportes a los que tiene acceso Amnistía, el Estado eurasiático es el principal proveedor de armas a Siria, con un 10% del total de su producción, y tiene, además, manifiestos intereses para que la represión civil no cese. “Ayudémosles, asesorémosles, limitemos incluso su capacidad para utilizar armas, pero no interfiramos en sus asuntos bajo ninguna circunstancia”, exhortó recientemente su presidente, Vladimir Putin. Semanas antes, su país había enviado al Gobierno de Al-Assad un barco abarrotado de armas. “Siria está satisfecha con la cooperación técnico-militar con Rusia. En la actualidad no hay ninguna restricción a nuestros suministros. Debemos cumplir con nuestras obligaciones y es lo que hacemos”, confirmó Anatoli Antónov, ministro de Defensa ruso, en rueda de prensa.
Pero que Rusia no ponga escollos a la transferencia de armas a Siria no corresponde exclusivamente a un desconsiderado afán de lucro. Y es que de lo que Antónov no habló es del interés de Rusia de mantener su base de la armada en el puerto sirio de Tartús. Según los expertos (ver CIDOB, 2012), la férrea posición rusa en el mantenimiento de sus posiciones en el Este del Mediterráneo la apega a Al-Assad y a China. Y la aleja de los Estados Unidos y Europa.
¿Una nueva Guerra Fría? El veto a la resolución de la ONU para la intervención en Siria puede ser un primer movimiento. El suministro de armas, otro. Rusia enroca su posición.
China, Francia, el Reino Unido, EE.UU. y Rusia se encuentran muy apegados al lucrativo sector armamentístico. En el 2001, dichos países eran los cinco primeros exportadores de armas del mundo y los responsables del 88% de las exportaciones de armas convencionales.
Una estrategia común que salvaguarda el negocio
Pero el cinismo en el comercio de armas no está solo destacado en el diccionario ruso. La enciclopedia del comercio mundial de armas está dominada por esa “corriente filosófica”. Sus abanderados: los que se presumen garantes de la seguridad internacional. Los dueños del derecho a veto. Quienes, con su connivencia, perpetuán las matanzas. Y sus propios negocios.
Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad —China, Francia, el Reino Unido y EE.UU, además de la propia Federación Rusa—se encuentran muy apegados al lucrativo sector armamentístico. En términos de valor financiero, en cuanto a ventas de armas convencionales, en el 2001 dichos países eran los cinco primeros exportadores de armas del mundo y, en conjunto, los responsables del 88% de las exportaciones de armas convencionales.
Además, Amnistía Internacional señaló recientemente que los Estados Unidos, Italia y otros países europeos habían suministrado grandes cantidades de armas a gobiernos represivos de Oriente Medio y el Norte de África antes de los levantamientos del año pasado, a pesar de tener pruebas de que podrían utilizarse para perpetrar graves violaciones de derechos humanos. El resultado —Libia, el más grave— es de dominio público y coloca al “nuevo eje aliado” al mismo nivel que China y Rusia.
La máxima es trágicamente clásica y sencilla: si aumentan los conflictos, aumentan los ingresos y la capacidad de comprar voluntades y controlar Estados. Se mantiene un mercado libre y desregulado, anárquico y fluctuante que se doblega ante voluntades de dudosa índole moral. Gran estrategia de la que todos salen beneficiados y que la ausencia de legalidad internacional ampara.
El tratado internacional: Vidas humanas en el tablero de ajedrez
Paradójicamente, y a pesar de todo, en los últimos años parece haberse reactivado la voluntad de la comunidad internacional de poner algo de control a este desbarajuste. Desde el 2006 los Estados miembros de la ONU están negociando el texto de un Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA). La cita definitiva para su aprobación será en Nueva York, el próximo mes de julio.
El objetivo es que entren en vigor normas comunes más elevadas en materia de importación, exportación y transferencia de armas convencionales. La medida, que defienden los representantes de la sociedad civil, implicaría que se bloquee el envío de armas cuando exista un riesgo considerable de que vayan a utilizarse contra la población civil; que se impida, en definitiva, lo que los Estados Unidos y Europa hicieron meses atrás en Libia y lo que Rusia continúa haciendo hoy en Siria.
Pero ¿se está en posición y voluntad de conseguirlo?
Estados Unidos, que domina el 45% del comercio mundial de armas, es el primero en rechazar el Tratado. Le siguen Rusia y China. Gran Bretaña guarda silencio y Egipto, Irán, Pakistán y Siria se esfuerzan por vetar cualquier acuerdo.
Se prevé difícil, por tanto, que se rompa el statu quo. Vendedores y compradores están del mismo lado y no parecen dispuestos a legislar contra sus propios intereses. Ellos no van a perder la partida.
Pero mientras los dirigentes mundiales siguen jugando al ajedrez en la ONU, la población civil paga las consecuencias. “No podemos permitir que unos cuantos gobiernos tengan a la humanidad a su merced en algo tan importante como el TCA”, dijo Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional. “Esto es especialmente terrible cuando se trata de gobiernos que han demostrado estar dispuestos a utilizar armas contra su propio pueblo.”
En Homs, el juego se sigue cobrando víctimas. La vida se extingue en segundos, con cada ráfaga de Kaláshnikov. Los “peones” caen, heridos de muerte, y el propio “rey”. En este ajedrez solo juegan las piezas grandes, y el pueblo sirio bien lo sabe: lo tumban. Pero se levanta.
Pasarán cinco años hasta la próxima conferencia mundial sobre armas pequeñas. Entretanto, 1,8 millones de personas caerán por sus disparos, como en Homs: más tragedias humanas mientras el negocio y la sed de poder sigan marcando el camino por seguir. Hay que exigir la firma del Tratado. Que se acabe la partida. Los “peones” somos más.