Tres estampas de la relación entre la “revolución peruana” y Estados Unidos

Tres estampas de la relación entre la “revolución peruana” y Estados Unidos

Ideele Revista Nº 282

Foto: Sin Mordaza.

El gobierno del Perú, antes y después de Velasco, ha jugado un papel servil, con matices es cierto, respecto al gobierno y al capital de Estados Unidos. Solo Velasco y su canciller Mercado Jarrín no se dejaron pisar el poncho por los gringos. Cuando en 1977 Hildebrandt le preguntó a Velasco por el objetivo de su gobierno, este respondió, antes que la reforma agraria u otro cambio, que era “hacer un país independiente…no un país vendido, de rodillas… aquí mandaba el embajador norteamericano… yo los fregué…yo los boté”

Hoy me permito ofrecer al lector tres estampas, algo impresionistas, sobre la relación entre “la revolución peruana” y los EE.UU. Creo que el recuerdo se ha centrado demasiado en la reforma agraria o en el carácter dictatorial o no del gobierno, cuando el asunto de la política exterior, y en particular hacia EE.UU. fue central en este periodo. Tal vez tenga que ver con que hoy, en el mundo post-guerra fría, nos parece jalado de los pelos hablar de injerencia extranjera, soberanía, imperialismo, no lo sé.

Las tres estampas que presento son de 1969. No es que solo conozca ese año o que solo pasen cosas interesantes en él. Me centro en este periodo porque creo que hay algo particular en el tiempo de octubre del 68 a diciembre del 69. Todavía los militares soñaban con la “segunda independencia”, algunos, mejor dicho, otros como Morales Bermúdez siempre fueron conservadores. A fines de 1969, esos sueños se van diluyendo y se impone una aproximación más cautelosa a la política internacional. Sin embargo, la revolución empezó diferente, con mucha audacia.

La IPC y el emisario de Nixon

Al expropiar los campos petroleros de la IPC y negarse a pagarle compensación, el Perú se ganó un gran problema con EE.UU. Las leyes de ese país obligaban al presidente a aplicar sanciones económicas a los países que no compensaran a las empresas de capital gringo que fueran expropiadas. Aunque los gobiernos de Johnson y Nixon advirtieron al Perú que debía pagar, los militares se plantaron y respondieron con un rotundo NO. Pagar a una empresa tan infame como la IPC hubiera sido reabrir la herida que la expropiación había cerrado de forma espectacular.

Cuando el plazo para que el Perú pague y evite sanciones estaba cerca de vencer, el gobierno de los EE.UU. envío a un emisario, un banquero y un antiguo militar, para conversar con los gobernantes peruanos. John Irwin llegó a Lima en marzo de 1969 con la misión de evitar un enfrentamiento con Perú por causa de la IPC. Irwin intentó de todo, ofreció ir a un arbitraje, un pago simbólico, un pago triangulado a través de otra empresa, pero nada fue aceptado por los militares peruanos.

Días antes del deadline para las sanciones, ambos gobiernos mintieron y declararon que se habían logrado grandes avances, cuando en realidad no se avanzó ni un centímetro hacia un acuerdo. Con esas declaraciones fue suficiente para suspender la aplicación de las sanciones y para darle al Perú una primera victoria nacionalista. Estados Unidos también ganó porque no quedó como el bully internacional, en una época donde su hegemonía se resquebrajaba alrededor del mundo.

En los meses siguientes, las relaciones no mejorarían para nada y el asunto de la IPC penderá cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno militar. De hecho, las sanciones fueron aplicadas en secreto y el Perú sufrió un efectivo bloqueo de créditos a bajo interés, de gobierno a gobierno y de las agencias multilaterales aliadas de EE.UU., durante los siguientes 6 años. Aunque suene romántico frente al dato del costo económico del bloqueo, que el Perú no haya cedido ante la amenaza de sanciones económicas y haya seguido sin pagarle a la IPC, es un hecho que no se debe olvidar. Aunque luego sí se pagó a la IPC y se mostró efectivo el bloqueo financiero gringo, al menos en 1969 el Perú soñaba con no tener que hacerle caso a Washington.

La defensa de las 200 millas

En EE.UU. la única medida aceptada para la soberanía del mar es la de 12 millas mientras que en Perú se inventó la tesis de las 200 millas de mar soberano. Esta diferencia fue un problema desde la época de Odría, que, a pesar de ser pro-gringo, tampoco dejó que se violaran las 200 millas peruanas y las defendió a balazos.

El 14 de febrero de 1969 una flotilla de barcos atuneros californianos se aproximó a las costas del norte peruano e ingresó a las 200 millas. La Marina peruana que patrullaba estas cosas notó la presencia de barcos extranjeros y les advirtió que salieran. Ante el desacato, las armas peruanas dispararon algunas rondas de advertencia. Los barcos salieron y luego denunciaron que los disparos fueron directos a las embarcaciones, exigiendo al gobierno del Perú pagar por las reparaciones.  

Esto causó un impasse diplomático bastante tenso entre Perú y EE.UU. Los peruanos demostraron que las balas que había hechos los huecos de las embarcaciones eran de un calibre que las cañoneras peruanas no tenían. Los gringos, en cambio, insistían en que el Perú pague por los daños causados. Para todo esto, los barcos gringos podían pagar una licencia y pescar sin problema en las 200 millas. Por eso los militares especulaban que era una provocación estadounidense. El tema no pasó de un intercambio de notas de protesta en febrero de 1969 y se puso bajo la alfombra para no interrumpir las negociaciones de la IPC y no aumentar la tensión bilateral.

La expulsión de la misión militar y el rechazo a Rockefeller

El problema llegó cuando los peruanos descubrieron que, a raíz del incidente con los barcos, EE.UU. había aplicado una drástica sanción: congelar todas las ventas militares al Perú. Esta sanción fue impuesta, sin decírselo al gobierno peruano, en febrero de 1969. En mayo de ese año, cuando las disputas por la IPC se habían calmado un poco, los peruanos fueron notificados de que las sanciones se habían aplicado. Esto causó una enorme molestia entre los militares no solo porque no se les informó sino porque les quitaban lo que más les gusta: las armas. 

Para ese entonces, como muestra de que las relaciones “tradicionalmente amistosas” entre Perú y EE.UU. no se había arruinado por la IPC, el gobierno peruano aceptó la visita de Nelson Rockefeller en nombre del gobierno de Nixon. Rockefeller era un tipo cercano a Kissinger y un conocedor de América Latina. Venía a diagnosticar la región y estrechar lazos para la entrante administración de Nixon. Sin embargo, en casi todos los países los recibieron a piedrazos y con lemas anti-yankees, 1969 no era un buen momento para la imagen global del imperio norteamericano.

En Perú no sabemos qué hubiera pasado si Rockefeller llegaba porque el gobierno canceló su visita. “Interpretando el sentir del pueblo” decían los militares, declararon que era “inoportuna” la venida del Sr. Rockefeller en vista de las decisiones autoritarias y abusivas que ha tomado EE.UU. El primer ministro Ernesto Montagne, que era bastante tibio en cuanto a enfrentarse a EE.UU., salió a poner paños fríos y a matizar la decisión. Sin embargo, para todos fue claro que se trataba de una demostración de disidencia respecto a EE.UU. Rechazar la visita de Rockefeller fue una oportunidad perfecta para devolver el golpe de las sanciones económicas. “La revolución peruana” volvió a obtener una victoria sobre el imperio, que, aunque sobre todo simbólica, abonaba el sueño de independencia que tenían los militares.

Junto con el rechazo a Rockefeller, los militares expulsaron a la misión militar norteamericana debido a que el gobierno de EE. UU dejó de cumplir con su obligación de proveer armas al Perú. Aunque luego se hicieron ejercicios militares con los gringos, el hecho de expulsar a la misión militar del país más poderosos del mundo no es poca cosa. A esto se refería Velasco cuando decía, “yo los boté”, aunque también puede estar pensando en los “Cuerpos de Paz” que expulsó en 1974. En todo caso, los gringos se dieron cuenta a mediados de 1969 que estaban lidiando con un presidente peruano diferente y que les traería muchos “dolores de cabeza” a pesar de ser un país pequeño y pobre.

Colofón

Como anuncié al inicio, mi objetivo era presentar algunas estampas de momentos que yo encuentro interesantes o relevantes de nuestra historia. Estas muestras de nacionalismo- que emocionan en una historia plagada de “perritos simpáticos” para EE.UU., PPK dixit- no tuvieron correspondencia en la construcción de un modelo alternativo a la dependencia al capital y los préstamos gringos.

Si en 1969 los militares hubieran escuchado a las voces que pedían un acercamiento más decidido hacia los soviéticos, el ministro de Minería Fernández Maldonado, por ejemplo, probablemente la historia hubiera sido diferente. Por eso, lo que nos quedan son apenas estampas de un gobierno valiente pero idealista, un gobierno nacionalista pero creyente de un modelo primario-exportador que fue su ruina. Aunque aplaudo que en esta época el gobierno del Perú fuera una voz disidente a la hegemonía gringa, también soy muy crítico de las limitaciones de este proyecto militar de capitalismo de estado. En todo caso, sirva este texto para pensar esa contradicción y conocer algunos episodios no tan recordados de la “revolución peruana”.

 

PD: Un repaso de la relación entre Perú y EE.UU. entre 1968 y 1975 lo pueden encontrar en mi tesis de licenciatura en historia, que es notablemente más larga y aburrida, pero ahí sí ofrezco pruebas, interpretaciones y argumentos.  http://tesis.pucp.edu.pe/repositorio/handle/123456789/12131

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