Una demanda política más sofisticada

Una demanda política más sofisticada

Ideele Revista Nº 200

Falta un año para el cambio de Gobierno y, al margen del signo partidario que se consagre, cabe preguntarse lo que eso significará para el país, desde el punto de vista del largo plazo.
Los últimos 20 años el Perú vivió momentos de mucha turbulencia, pero también se afirmaron ciertas instituciones menos visibles que las políticas.
En 1990 se conjuró el problema inflacionario. En los 20 años anteriores a ése la inflación no había cesado de precipitarse y, con ello, de postergar la estabilidad monetaria y económica.El crecimiento que se vive hoy, no solo en cuanto a tasas de variación de los indicadores sino también en materia de actitudes y conductas de consumo y producción, es resultado de un proceso acumulado de estabilidad monetaria. Ese proceso comenzó en 1990, y continuó con el Gobierno de Paniagua, con el de Toledo e incluso con el segundo de Alan García.
Desde mi punto de vista, esta estabilidad monetaria ha sido la condición material que ha permitido elevar el nivel de la demanda política. La población está hoy menos dispuesta a tolerar niveles altos de corrupción y desgobierno. Creo que tiene que ver con la condición económica.
Hemos pasado de la necesidad, casi general, de tener que conquistar el bienestar a la posibilidad, en mayores segmentos poblacionales, de conservar ese bienestar.
Por eso vuelven todos al partidor, pero sobre una base nueva y diferente. Hay quienes creen que la historia es una sucesión de etapas que se sobreponen como las hojas de una lechuga. No es así. La historia se hace a través de generaciones, y éstas no siempre heredan todo el bagaje de sus antecesoras.
No es malo, por eso, que vuelva la confrontación ideológica, política y electoral de todos los sectores que en estos últimos 20 años estuvieron cerca del poder. Al fin y al cabo, se trata de eso.
El fujimorismo, por ejemplo, ha mantenido preferencias notables en el electorado, a pesar del desastre político del 2001. Alan García mismo, no obstante el desmadre que causó a fines de los años 1980, está por culminar su segundo periodo coqueteando con la idea de un tercer mandato.
Se habla de una alianza de estas dos fuerzas políticas. Aunque quizá “alianza” sea un término excesivo, casi no podemos negar la posibilidad de acuerdos y entendimientos de corto alcance y propósito concreto. En sus pretensiones de retorno al poder, obviamente éstos (y otros) sectores de la política van a colisionar contra quienes creen que los protagonistas de gobiernos pasados no tienen derecho a alzar la voz.
Lo que se viene es un inicio ab ovo de la escena política, en la que todos se colocan en el partidor. Lamentablemente, todavía resuenan las pasiones y los enfrentamientos, las revanchas de unos y otros en relación con la conquista del escenario político nacional. Pero esas excitaciones, felizmente, solo se quedan en la clase política, en las capas más interesadas y formadas de la política.

Hay quienes creen que la historia es una sucesión de etapas que se sobreponen como las hojas de una lechuga. No es así. La historia se hace a través de generaciones, y éstas no siempre heredan todo el bagaje de sus antecesoras.

Debido a la situación de mejora económica, la opinión pública general parece estar dispuesta a este reinicio, que no necesariamente significa un “borrón y cuenta nueva”. Cuánto habrá de eso dependerá, más bien, del debate público, de la propaganda de los partidos, del enfrentamiento ideológico, político y electoral. 
Eso no es malo; al contrario. Lo que hace a la democracia no son las declaraciones en su favor, sino la práctica del debate, el ejercicio de los contrastes. El debate da vida a la democracia, aun el debate con aquellos que no creen tanto en la tolerancia, el respeto y el Estado de Derecho. Toda situación de polémica es una oportunidad para señalar riesgos, imponer condiciones y establecer pesos de balance.
La democracia nunca va a terminar de ser restaurada porque siempre existirán las tentaciones. No hay algo así como la “instauración de la democracia”; lo que hay es la estabilidad de ciertos principios básicos que rigen el juego de reglas y su cambio; estabilidad que se somete a prueba con cada cambio de Gobierno.
La ventaja, al cabo de 20 años, es que hay más gente que, mejorada su posición económica, puede volverse más “sofisticada” en su demanda política o electoral. Cuando la necesidad apremia, la demanda electoral se centra en el reclamo y el voto se vuelve parte de la expresión de protesta. Solo cuando el elector recobra cierta independencia económica amplía sus miras y pide “más”. A esto es a lo que me refiero con la “sofisticación” del voto o de las opciones políticas.
Temas como la institucionalidad o los derechos fundamentales pueden empezar a ser parte del repertorio de las consideraciones electorales. La estabilidad política, el menor “ruido” político y el afianzamiento de la “estabilidad” frente al rechazo de la “turbulencia” pasan a ocupar mejores posiciones en el espectro de la demanda política y electoral.
No existe, al momento, ninguna oferta electoral que vaya más allá de la administración de lo que hay. Los niveles de corrupción de bajo alcance han aumentado y se han asolapado los de “alta performance”. Nadie propone un sistema de detección y sanción de la corrupción, nadie propone mejoras en el derecho (penal, por ejemplo), ni reformas del ámbito institucional.
Nada de eso, sin embargo, menoscaba el proceso de sofisticación de la demanda política que se ha producido en los últimos 20 años. Y eso es lo que hace interesante lo que vendrá para los próximos 20 años.
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No existe, al momento, ninguna oferta electoral que vaya más allá de la administración de lo que hay. Los niveles de corrupción de bajo alcance han aumentado y se han asolapado los de “alta performance”.

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