Una visión crítica de los rankings universitarios

Una visión crítica de los rankings universitarios

Rafael Fernández Hart Decano de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanas de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Ideele Revista Nº 280

Foto: Bolsa de Trabajo PUCP.

En un entorno en el que abundan ofertas para seguir estudios superiores, no cabe duda de que requerimos de instrumentos que nos orienten a tomar la mejor decisión. En ese sentido, los rankings son considerados un indicador de calidad educativa, sin embargo, es importante tener en cuenta algunos aspectos sobre sus mediciones, sobre todo, sabiendo lo que está en juego. Estos rankings suelen tener un efecto directo sobre el “cliente” y sobre el posicionamiento de marca. Sobre la base de estas informaciones, un futuro estudiante, muchas veces junto a sus padres, tomará su decisión informada; es decir, no solo basado en el costo o en la ubicación geográfica de la universidad, sino asegurándose de que el centro de estudios no le venda gato por liebre como ocurre hoy con instituciones cuyo único fin es el lucro. Quisiera que nos detengamos en los diferentes ámbitos que están implicados: primero está la persona que debe decidir, enseguida, las instituciones que elaboran sus rankings y que suelen difundir a través de medios de comunicación, y finalmente, las mismas universidades con una variopinta propuesta. 

Queda claro, por ejemplo, que nadie debería escoger una universidad porque es la más grande del país. ¿Qué clase de mérito o de criterio de calidad sería ese? Pero si queremos ser más sinceros, ninguna institución universitaria debería tener fines de lucro y aunque esta sea una posición más polémica se puede decir en favor de ella que la educación y la formación exigen cierta renuncia al propio beneficio. Quizás para esto están las universidades públicas, me dirán, pero ¿por qué el fin de dar forma a futuros profesionales tendría que entrar en competencia con la posibilidad de ganar o perder dinero? La dicotomía que se plantea entre formar o ganar beneficios tarde o temprano sacrificará la formación y así nunca será posible transformar las estructuras de un sistema pernicioso.

Ahora bien, en el otro ámbito, nos encontramos con muchas instituciones que seleccionan un conjunto de indicadores para medir la calidad de las universidades. Entre las que se conocen en el Perú, debido a que sus informes son replicados por los medios, tenemos a América Economía y QS World Ranking; pero también deberíamos recordar que, desde este año, la Sunedu tiene su propio ranking de universidades nacionales. Sorprendió a muchos que esta institución que ha ganado su prestigio en virtud de su rigurosidad, haya incluido en su estudio a todas las universidades nacionales incluso las que todavía no se han licenciado a pesar de estar con los plazos vencidos. Dadas las condiciones que se exigen para el licenciamiento, parece muy razonable ofrecer a las universidades la oportunidad de ponerse al día, pero algunos habíamos pensado que el licenciamiento sería un mínimo para la elaboración del ranking nacional. ¿Por qué dejar de lado un criterio fundamental de la misma Sunedu?

Para Martínez Rizo los tres más importantes rankings en el mundo son: el de la Universidad Shanghai (Academic Ranking of World Universities), el que realiza el Times Higher Education Suplement (THE) y el de las universidades en la web (Laboratorio de Cibermetría del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España) (Martínez Rizo, 2010). Pero, la elaboración de los rankings, no constituye necesariamente un trabajo científico como tal; felizmente esta autoconciencia hace que los indicadores se revisen con el objeto de ajustarlos para que se acerquen más al cometido de medir la calidad universitaria.

A decir verdad, la mayor parte de estos estudios se construye sobre dos presupuestos teórico-metodológicos que, son cuando menos, inciertos e improbables, pero que, ya que compartimos, se validan por aclamación popular. Nos referimos a que los rankings parten del supuesto de que es posible medir la calidad académica y, en este sentido, se asume también que se puede designar con claridad y distinción a la mejor universidad del mundo. Esto último es un absurdo: no existe la mejor universidad del mundo, esto es un ardid de marketing que construye una abstracción, como las ideas platónicas. Hoy mismo vemos, por ejemplo, que “la mejor universidad del mundo” en un ranking aparece en el sexto puesto en otro porque obviamente los indicadores orientan la mirada en una dirección, y peor aún, pueden hacernos ver u ocultar lo que quieran. En este sentido, entre las primeras cien universidades del mundo, ¿no debería llamar la atención una manifiesta inflación de universidades norteamericanas frente a otras como las europeas? En varios estudios y estándares que manejamos a nivel de la opinión pública se nos dice cuánta calidad tiene la educación en Finlandia y, sin embargo, no parece copar los puestos de las mejores universidades. ¿Cómo se explica eso? ¿Y cómo se explica que existiendo tantas observaciones a los rankings estos sigan siendo tan populares?

Entonces, al observar el tercer ámbito, el de las universidades, tenemos que precisar varios aspectos que llaman la atención y que deberían ayudarnos a relativizar los rankings tal como se organizan y proponen hoy. A este respecto el mismo Martínez Rizo cita Phil Baty, uno de los técnicos a quien correspondió en su momento actualizar el THE:

¿Cómo medir algo tan intangible como la calidad de una Universidad? La respuesta corta, por supuesto, es que no se puede. Lo que se puede hacer, sin embargo, lo que tratamos de hacer con estos rankings, es tratar de capturar los elementos más tangibles y medibles que hacen una universidad moderna de clase mundial (Martínez Rizo, 2010, pág. 83).

"No se puede negar que el número de egresados insertos en el mercado laboral, por ejemplo, sea relevante, pero ¿por qué es más relevante que estos egresados trabajen en firmas internacionales y para el Estado cuando tanta falta hace trasformar las condiciones de un país?"

¿Cuál es el concepto de calidad que más conviene a una universidad? Al mismo tiempo, ¿cómo podemos asegurar que los evaluandos manejen un concepto común de calidad y que lo dominen de tal forma que se cumpla con los fines de la evaluación en la que participan? Esta pregunta trata de poner en evidencia que, aunque todos tenderemos a pensar en la calidad como una propuesta sistémica (integral) y sistemática (progresiva y rigurosa), los modos en que se realizan los objetivos de la calidad así como el mismo concepto diferirán entre institución e institución. Por ejemplo, ¿tiene que haber un banco dentro de una universidad? Pues depende de lo que se entienda por calidad. Pienso que no y podría justificar esta afirmación en virtud de otros fines formativos. En cambio ¿cómo no ponderar altamente la inclusión, la capacidad de renovación curricular, la formación humanista y la formación ética? Esto último evitaría que se sigan formando profesionales con todas las competencias que el mercado demanda, pero incapaces de terminar con el círculo de corrupción. El caso Odebrecht ha puesto en evidencia los riesgos de seguir dándole la espalda a este tema. No olvidemos que, anualmente, el Perú pierde por actos de corrupción S/. 12 mil millones (Defensoría del Pueblo, 2017)

Asimismo, cuando se recaba información de las mismas universidades, ¿hay modo de corroborar si estas remiten información honesta sin hacer que aparezcan mejor en la foto?

El concepto de calidad es demasiado dinámico para que pueda congelarse a través de una racionalidad numérica como ocurre en los rankings. No se puede negar que el número de egresados insertos en el mercado laboral, por ejemplo, sea relevante, pero ¿por qué es más relevante que estos egresados trabajen en firmas internacionales y para el Estado cuando tanta falta hace trasformar las condiciones de un país? Muchos tememos que el sistema de calidad que se nos impone busque medir el éxito socio-económico y no la capacidad real para crear un entorno saludable e inclusivo; y menos aún, la capacidad para sorprenderse con el mundo. Pero las universidades han cedido y ceden ante la presión internacional de los rankings y dejan de lado lo que para serias instituciones es lo distintivo de la universidad. En efecto, una pieza clave de la calidad está en la responsabilidad por provocar una formación integral y no solo la transmisión de información como se hace en ciertas universidades del medio.

Al mismo tiempo, suponer que existe la mejor universidad implica obviar la complejidad del mundo universitario en el que no se están formando soldaditos de metal sino seres humanos. Lo mejor, lo que es conveniente no lo es para todos. A este respecto señala Martínez Rizo que “ninguna metodología podrá valorar bien en una sola dimensión instituciones cuya calidad, en sentido global, es eminentemente multidimensional” (Martínez Rizo, 2010).

Las universidades deben conservar su diversidad y complejidad. Sobre este esfuerzo por medir la calidad, los mismos actores que realizan estas mediciones saben cuán complejo es medir (poner números) la calidad. No llamará la atención que la investigación sea una de los objetivos de las universidades; crear conocimiento y no solo repetirlo. Pero ¿cómo evitar que los sistemas de investigación no se conviertan en círculos viciosos en los que unos citan a otros para dar puntos tanto al investigador como a la universidad? ¿Cómo se debe pensar una investigación que legítimamente desea encontrarse con la verdad y no solo sacarse brillo a sí mismo? Es un juego peligroso, pero la calidad debería estar orientada a enseñar a contemplar la verdad más que sacarle brillo; y enseñar a desear el bien común como el más precioso tesoro que podamos compartir.

 


Referencias

 

Martínez Rizo, F. (2010). Los rankings de universidades: una visión crítica. Revista de la Educación Superior, XL (I)(157), 77-97. Obtenido de http://publicaciones.anuies.mx/pdfs/revista/Revista157_S2A1ES.pdf

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