Venezuela duele

Venezuela duele

Hildegard Willer Periodista
Ideele Revista Nº 261

(Foto: Tomás Bravo)

El país otrora más rico de América Latina está hoy a punto de deshacerse.

Que Venezuela esté como está es difícil de entender. Un país grande, tradicionalmente rico ubicado al norte del continente sudamericano. Un país que ha mantenido una democracia cuando el continente se veía sumido en su epidemia dictadorial más oscura. Un país que tenía altos ingresos y una amplia clase media cuando en el Perú aun reinaba el feudalismo más atrincherado. Un país que era un destino anhelado por muchos profesionales peruanos en los años 80. ¿Cómo se convirtió Venezuela hoy en un país en caída libre?

Un país después de la guerra atómica
Caracas en mayo de 2016 parecía una ciudad a la que había caído una bomba atómica. Una ciudad vacía de gente. Las calles y los centros comerciales, antes los lugares preferidos por los venezolanos para hacer su vida social, yacen desolados. Las personas parecen confinadas en sus casas o en sus autos que siguen llenando sus anchas autopistas. Fue el periodista Jon Lee Anderson quien dijo que nunca había visto un país sin guerra tan destruido como Venezuela. Yo diría además, después de una guerra atómica. Lo pérfido de una guerra atómica consiste en que no hace daño a la infraestructura sino solo mata a las personas.

Caracas es esto: una ciudad cuyos edificios y autopistas monumentales al estilo arquitectónico de la segunda mitad del siglo XX parecen intactos, pero las personas se han ido. O muerto. Solo se sabe que los edificios aún están poblados cuando corre el rumor de que ha llegado un camión con víveres. Entonces se forman largas colas de personas esperando poder conseguir algún alimento a precio regulado. Si no lo consiguen, tienen que comprarlo en el mercado negro a los “bachaqueros”, como se llama a la nueva profesión de mercaderes “negros”. Los precios en este mercado de cualquier alimento o artículo de higiene son tan altos que la mayoría de venezolanos no les alcanza su sueldo para abastecerse bien. El resultado es el hambre, el aumento de enfermedades que en otros lugares se creían extintas y muertos innecesarios por falta de medicamentos. Todo esto en un país que ya antes del colapso ha sido líder mundial en homicidios y en percepción de corrupción.

Venezuela nunca fue un paraíso
Quien solo culpa a los gobiernos de Chávez y de Maduro por la situación colapsada de Venezuela, se queda corto. Hugo Chávez no habría podido surgir en las urnas si Venezuela hubiera sido el paraíso democrático y rico que muchos se imaginaban.

Yo vivía en Venezuela en los años 80, y ya entonces la corrupción y la violencia eran legendarias y acompañantes de la vida de lujo que llevaban las clases medias y altas. La democracia entonces era un acuerdo entre la socialdemocracia y la democracia cristiana, dos partidos sin ninguna credibilidad porque en la percepción de la gente solo servían para repartirse el botín del Estado. La política estaba asociada a corrupción e intereses individuales alejados de las necesidades del pueblo.

Porque lo realmente escandaloso en Venezuela era la coexistencia de una gran pobreza con un elevado derroche de las clases medias y altas. Si en el Perú los pobres eran confinados a los conos bien alejados de las zonas donde vivían las clases medias y altas, en Caracas los “barrios”, como se llama a los pueblos jóvenes, son vecinos de los edificios más lujosos. En la Venezuela del derroche petrolero había una pobreza de grandes sectores de la población que no le tenía nada que envidiar a la pobreza del Perú de entonces.

Esto fue el suelo fértil que hizo surgir al comandante Hugo Chávez y fue el legado que recibió en el año 1999. En estos 17 años, Chávez puso de pies a cabeza a Venezuela para luego dejarla colapsado a un nivel que ni siquiera los presidentes más corruptos habían logrado. Si, ahora somos iguales, dijo una amiga. Igual de pobres.

El poder simbólico del chavismo
En el 2002 estuve en Caracas entrevistando a varios funcionarios del gobierno chavista. Era una Caracas que no tenía nada que ver con la letargia política de los años 80. Todo el pueblo estaba en pie y en la calle, sea a favor o en contra del gobierno de Chávez. No había conversación que no tocaba el tema político. Las mismas personas que hace 30 años solo hablaban con desprecio de la política, se habían vuelto ferverosos chavistas o antichavistas. Fue aún más sorprendente en los sectores pobres que antes simplemente estaban excluidos o redimidos a receptores de dádivas estatales. 

“No puedo atenderte hoy, han venido 40 soberanas de Barinas a la oficina”, me dijo una funcionaria pública en Caracas. “¿Qué, quien ha venido, soberanas?”. “Soberanas, ciudadanas pues”. Demoré para entender: si el pueblo es el soberano en una democracia, entonces cada ciudadano es un soberano. Lógico. Era solo un ejemplo del nuevo lenguaje que había forjado el régimen chavista y que constituyó el acervo del poder del régimen. La palabra escuálida se convirtió en sinónimo de anti-chavista. Llevar una prenda de color rojo te asociaba con el gobierno. Es cierto que la personalidad carismática de Chávez era la pieza clave de este poder. Pero también lo fue su construcción de este lenguaje dignificante para los que antes no valían nada. Solo este empoderamiento simbólico de un pueblo antes excluido explica que hasta hoy en día –cuando el colapso económico y la actitud dictatorial del régimen son evidentes– hay quienes se resisten a abandonar el sueño chavista. Para mí, no hay duda de que la gran mayoría de los venezolanos hoy quiere un cambio de gobierno, pero también son muchos los que no quieren regresar al estatus quo que existió antes de Chávez.
Si a inicio del 2000 el único tema en Venezuela fue la política, diez años más tarde, el único tema es la comida.

Es cierto que la personalidad carismática de Chávez era la pieza clave de este poder. Pero también lo fue su construcción de un lenguaje dignificante para los que antes no valían nada. Este empoderamiento simbólico explica que hasta hoy en día haya quienes se resisten a abandonar el sueño chavista (Foto: Marco Bello, Reuters).

Una revolución a base de petróleo
Aunque es cierto que la reducción del precio del petróleo dio la última estocada a la economía venezolana, también lo es que el régimen de Chávez y de Maduro no hizo una verdadera revolución económica, se limitó a potenciar los males que había heredado: la dependencia del petróleo, el desprecio al agro, el derroche, el asistencialismo para los pobres y la corrupción.

Ahora, con el precio de capa caída sale a la flote todo lo que no hizo el gobierno de Chávez: cayó la productividad de la industria petrolera y de la industria del acero y aluminio, cayó la productividad del agro; complejos industriales, centrales térmicos y hospitales fuera de funcionamiento por alta de repuestos; fincas y granjas expropiadas y en estado baldío. Esta caída económica en cámara lenta fue camuflada por el alto precio del petróleo en la primera década del siglo, por los programas sociales de corte asistencialista y por una medida económica de la cual todos se aprovecharon: desde 2003, el régimen venezolano introdujo el cambio del dólar. En otras palabras, en vez de sincerar el precio del dólar, las ganancias por la exportación del petróleo fueron destinadas a subsidiar todo tipo de importaciones, desde maquinaria para el sector empresarial hasta autos nuevos para los sectores pobres, viajes de venezolanos al extranjero (aunque muchos venezolanos solo salieron del país para volver a vender los dólares subvencionados en el mercado negro); alimentos que se habían dejado de cultivar.

La economía venezolana hoy en día es un cascarrón vacío tal como demostró ser la economía de la República Demócrata Alemana una vez caído el muro. La caída del precio del petróleo mostró que la economía de Venezuela hace tiempo estaba desnuda.

Posibles escenarios
Quien haya visto el hambre y la miseria que pasan los venezolanos se pregunta cómo es que no sacan aun a Maduro del gobierno. Resulta que no es tan fácil.

Primero, porque Nicolás Maduro fue elegido democráticamente en el 2013. Por un pequeño margen, su mandato regular termina en el 2019.

Por el momento, la gran esperanza es que este 2016 se pueda celebrar un referéndum revocatorio para sacar al presidente. El procedimiento legal para hacer el referéndum es largo, y corre peligro de ser boicoteado por la maquinaria gubernamental. Nicolás Maduro usa todos los trucos para permanecer en el poder: el acopamiento del Tribunal Supremo de Justicia y de las entidades electorales. Gobierna con el miedo que imponen sus policías y militares en la calle y con la amenaza de quitarle el pan a pueblo hambriento.

Aunque miles de venezolanos a pesar de las presiones gubernamentales dan su firma para la revocatoria, no es nada seguro que se vaya a realizar este año. Si se realiza en el 2017, el vicepresidente se quedará con la presidencia. Es una carrera contra el tiempo.

Como no hay ningún vladivideo que podría acelerar la caída del gobierno, queda la negociación. Un posible camino podría ser, como dice el analista Michael Penfold, que Nicolás Maduro acceda a recortar su mandato regular a cambio de hacer el referéndum en el 2017 y de abrir el país a donaciones de alimentos.

Lo que habrá después de un posible referéndum es aún más incierto: a pesar de que los partidos de la oposición componen la mayoría en el congreso y se han constituido en la Mesa de Unidad Democrática, la unidad solo demorará hasta el día de nuevas elecciones.

Más que las protestas de la oposición, el peligro inminente para el gobierno chavista son los saqueos y protestas espontáneos de los venezolanos. El saqueo más fuerte ha sido hasta ahora el bautizado “Cumanazo”, en la ciudad oriental de Cumaná, donde fallecieron 5 personas y que solo pudo ser contenido por la represión militar más fuerte.

Quién cree que Venezuela no puede empeorar, se queda corto porque cada día empeora. Una solución rápida no parece a la vista. Los únicos que se alegran ante la situación actual son los financistas especulativos. Lo único que florece hoy en día –al lado de la delincuencia, los bachaqueros y el hambre– es la bolsa de valores. ¡Los bonos de Venezuela están subiendo! Esto significa que los que tienen dinero en Venezuela y los especuladores internacionales ya se están asegurando las mejores presas de la deshecha industria venezolana, para cuando caiga el régimen. ¡Pobre Venezuela, ni el futuro parece depararle alguna esperanza

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