Reflexiones Asu mareadas

Luego de la mala leche de El Comercio al plantear que el cine nacional ya no necesitaba de subsidios, como lo demostraba el éxito comercial de Asu mare, seguida del sorprendente exabrupto de la periodista Maritza Espinoza, de La República, que lapidó a los que osaron hablar mal de la película más taquillera del cine peruano, pocos quieren manifestar su opinión porque temen el riesgo de ser apedreados.
¿Mil pedradas para quien diga que no le gustó? Mil y una pedradas para quien diga que es una mala película. Mil dos pedradas para quien diga que no se rió. Mil tres pedradas para quien diga que se aburrió. Mil diez pedradas para quien diga que el humor de la película es banal. Mil cincuenta pedradas para los “exquisitos” fans del cine de autor. Mil cien pedradas para quien confiese que las historias de éxito se le atragantan en la tráquea. Mil doscientas pedradas para quien no se crea el cuento de la inclusión y del ascenso social.
¿Se le desbocó la ira a la periodista Espinoza? En su columna de opinión bajó el nivel del debate, fue intolerante con los puntos de vista de personas que se preocupan por el rumbo del cine, de los que prefieren un cine personal y menos pensado para el mercado, y de los que no le ven méritos cinematográficos a Asu Mare. “Más de una vez he oído decir a un amigo cineasta que el verdadero cine no debe bajar el nivel de la masa, sino ‘hacerlo subir’ a su altura, por lo que no se debe hacer concesiones. En otras palabras: el que no entiende mi cine culto, que se joda”, escribió.
¿Quién hace cine culto en el Perú? La mayoría de los cineastas peruanos elige temas populares, problemas sociales, costumbrismo. El tratamiento cinematográfico tampoco es vanguardista, ni pretende romper esquemas. Es, más bien, bastante convencional. ¿Se podría catalogar como culto el cine de Claudia Llosa, por ejemplo?
Que el cine nacional no haya sintonizado con el gusto popular no es un error ni es pecado. Salvo excepciones, los maestros del cine tampoco fueron aclamados por el gran público. En los últimos años han aparecido algunos jóvenes talentosos que evidentemente no piensan en el mercado al escribir sus historias. Y justamente para apoyar ese tipo de cine debe estar el Estado.
¿Cine populachero? En los años 80, Jesús Martín Barbero y Carlos Monsiváis reivindicaron una serie de manifestaciones de la cultura de masas: el género de la telenovela, el cine de las divas mexicanas, las series radiales. Fue entonces cuando los estilos populares encarnados en personajes como el Ronco Gámez y los programas salseros de Radio Mar se convirtieron en temas de tesis en las facultades de Comunicaciones. En ese momento se comenzó a distinguir lo popular de lo populachero, y a otorgarle valor a ciertos productos comerciales.
En los años 90, el crítico literario Víctor Vich estudió el discurso de los cómicos callejeros. Vich sostiene que en nuevos espacios, como los de la calle, se construyen y deconstruyen los estereotipos sociales y se forma una opinión pública profundamente relacionada con los conflictivos debates acerca de las clases sociales, la raza, el género y la cultura en el país.
¿Revive la vieja discusión? Subsisten las posiciones radicales de ambos lados. Por ejemplo, Vargas Llosa, a quien hay que reconocerle que defiende lo que cree con apasionamiento (escribir un artículo de homenaje a Margaret Thatcher es un buen ejemplo de ello), es un defensor a ultranza de la cultura de élite. El año pasado publicó La civilización del espectáculo, donde sostiene que la cultura se ha ido banalizando hasta convertirse en un pálido remedo de lo que nuestros antepasados entendían por ella.
Entre varias otras reflexiones, se refiere al cine como un arte de entretenimiento, orientado al gran público, que tuvo al mismo tiempo, como una corriente marginal, grandes talentos que fueron capaces de realizar obras de gran riqueza y de inequívoco sello personal. El escritor sostiene que esta época, en la que se privilegia el ingenio sobre la inteligencia, las imágenes sobre las ideas, el humor sobre la gravedad, lo frívolo sobre lo serio, ya no produce creadores como Bergman, Visconti o Buñuel. Hasta Woody Allen sale magullado: “¿A quién corona ícono el cine de nuestros días? A Woody Allen, que es, a un David Lean o un Orson Welles, lo que Andy Warhol a Gauguin o Van Gogh en pintura, o un Darío Fo a un Chéjov o Ibsen en teatro”, manifiesta.
¿Ni con Dios ni con el Diablo? Hay posiciones que tienen una perspectiva antropológica, como la que defiende el sociólogo Gonzalo Portocarrero. Él critica la definición de cultura que defiende Vargas Llosa porque le parece elitista: en vez de que cultura sea todo lo aprendido, las manifestaciones y el tejido simbólico de los pueblos, ésta queda reducida a las grandes conquistas de la humanidad, a las artes y la ciencia que reinan en los museos y universidades. Portocarrero sostiene que esa posición lleva a percibir al pueblo como ignorante, dominado por la “cultura de masas”. La cultura se vuelve un refinamiento que no es fundamental para la continuidad de la vida. Es un lujo para personas con sensibilidad y recursos.
La película no es arriesgada porque no choca con nadie. Se trata de una falsa inclusión porque para lograrla se debe pasar por el filtro de la fama, que es la que abre las puertas del otro lado, así como el dinero les abre las puertas a los Wong o a los Añaños, y el poder se las abre a Nadine Heredia.

¿Tampoco tampoco? Pero Portocarrero también advierte sobre los peligros del relativismo cultural que impide que se puedan formular juicios estéticos, y que conduce al nihilismo y a convertir la estética en una cuestión de preferencias. Entonces, como toda manifestación es respetable, no se puede decir que una es mejor que la otra. Por ejemplo: no se podría decir que Antígona es mejor que una novela de Corín Tellado. ¿Da lo mismo Beethoven que Agua Bella? El sociólogo plantea que no podemos renunciar a los juicios estéticos. Propone un cierto regreso al concepto tradicional de cultura como cultivo del espíritu, sin satanizar la cultura de masas.
¿El gremio cinematográfico se abstuvo o fue tibio? Es cierto que algunos utilizaron pinzas para no ser víctimas del bombardeo, pero también hay entusiastas defensores de la película. El cineasta y crítico Joel Calero escribió que Asu mare le parece una buena película comercial. La considera arriesgada, divertida y honesta, y sostiene que los riesgos no son privativos del llamado cine de autor. Josué Méndez, que en Dioses pinta un mordaz cuadro de la clase alta limeña, aunque con pinceladas de caricatura, también dice que fue un riesgo, a pesar de que el éxito estuviera cantado y de que los productores hayan hecho una buena apuesta. Ni siquiera el temible Sebastián Pimentel la destruye del todo. Le concede mérito en el terreno de la comedia ligera y sin pretensiones, que es donde mejor le va. No se puede cuestionar a un crítico como De Cárdenas por ponerle dos estrellas. No todos se emocionan con la película. ¡Asu mare, cómo ha calado el relativismo cultural!
¿Dónde está el riesgo cinematográfico? Se ha usado la misma y trillada fórmula del provinciano (en este caso victoriano) que, gracias a ciertas habilidades y características físicas, logra salir de su medio social, es aceptado por los sectores medios y altos, y conquista a la chica inalcanzable. Como bien ha señalado Ricardo Bedoya: en el año 1969, Tulio Loza encarna a Nemesio Chupaca y también obtiene un éxito muy grande de público. Es la historia del recién bajado, del andino que llega a la ciudad y todos lo quieren engañar, pero él es muy astuto y no se deja pisar. La película muestra cómo Nemesio logra adaptarse a la ciudad. Termina con una jarana donde todos están representados y celebran el éxito. (Cualquier parecido no es coincidencia.)
¿Dónde está el riesgo comercial? En el aspecto comercial, ya había antecedentes de éxito: durante el gobierno militar de Velasco se dio una ley de cine que permitió cierta proliferación de películas que estaban en la línea de un cine costumbrista limeño, y que llevó a las salas de 6 mil a 200 mil espectadores.
Volviendo a Asu Mare, de todas maneras el riesgo se minimizó desde su concepción, cuando los productores realizaron estudios de mercado previos para conocer los gustos cinematográficos de los sectores populares.
¿De la identidad acomplejada a la identidad asumida? El protagonista pasa de ser un joven acomplejado a ser un adulto triunfador y seguro de sí mismo. El éxito le permite moverse en ese otro espacio que le cerraba sus puertas y al que él desesperadamente quería pertenecer. Por lo tanto, construye su nueva identidad a partir de esa aceptación, y se vuelve parte de ese mundo que le exige muestras de esa pertenencia: un nuevo barrio, una 4 por 4 y una chica pituca. Ascenso social, que le dicen. Desclasamiento, dirían los marxistas.
¿Cholo Power? Según el cineasta Joel Calero, los sectores populares se identifican con la película porque ésta responde al deseo aspiracional de los peruanos. (La teoría aspiracional es usada en la publicidad: el modelo blanco es el referente. Pero, según las nuevas teorías del marketing, esto estaba cambiando, sobre todo en Lima, por el surgimiento de una nueva clase media y la aparición de actores y modelos mestizos en pantalla y en los anuncios publicitarios.) Calero ha dicho, además, que la película responde a las angustias de los jóvenes mestizos que sufren la violencia psicológica de crecer en un país donde sus rasgos están desvalorizados.
¿País mestizo? Puede ser una proyección, pero engañosa y tramposa, porque el personaje era blancón, alto, gracioso. A su manera, era uno de los bacanes del barrio, lo que le permitió colarse sin ser sacado de la fila. De ser ciertas ambas afirmaciones, éstas solo ratificarían que el sueño del país mestizo está en pañales, que los mestizos siguen construyendo su identidad reflejándose en el espejo de los blancos y que el blanquearse todavía constituye un anhelo nacional.
¿Temas como la exclusión y el racismo son abordados con sarcasmo y burla? La película es amigable, no cuestiona, no ofende, no pone el dedo en la llaga. Como una fábula edificante, la define Pimentel. Una crítica cariñosa. Humor inocuo, agudo por momentos, pero nunca transgresor. Unos chispazos de frivolidad al caricaturizar a los sectores altos, unos cuantos surfers huecos y tontones. Caricatura y costumbrismo: la mejor forma de congraciarse con todos. La película no es arriesgada porque no choca con nadie. Se trata de una falsa inclusión porque para lograrla se debe pasar por el filtro de la fama, que es la que abre las puertas del otro lado, así como el dinero les abre las puertas a los Wong o a los Añaños, y el poder se las abre a Nadine Heredia. Como bien dice Bedoya, la jarana simbólica de la inclusión social, en la que los de arriba y los de abajo bailan música afroperuana, y que se vale de una cámara lenta centrada en el baile de la pareja, subraya un etéreo sentimiento de pertenencia a una comunidad que es pura Marca Perú.
¿Performance para sectores medios? Vich afirma que el humor de Asu Mare se enuncia desde el éxito. Para él, la escena más cuestionable es la final, donde el personaje aparece con su 4 x 4. Por el contrario, el humor callejero de los cómicos ambulantes se enuncia desde la derrota y desde el fracaso. Así y todo, logran construir un poder, una opinión popular, y hablan desde una subalternidad múltiple y desordenada, pero siempre incómoda y desafiante. Sobre la performance de Alcántara, dirigida a los sectores de clase media, el crítico literario sostiene que hay un cuestionamiento y, a la vez, una reproducción de las ideologías hegemónicas de la sociedad actual. Se cuestiona la falta de oportunidades, el racismo, la desigualdad y la diferenciación social, pero también hay una reproducción pasiva de los mandatos del consumo y del éxito en su versión neoliberal.
¿País de la inclusión, país del optimismo? El país de las oportunidades, el país con la segunda mejor gastronomía a nivel mundial, el país del chongo y de la risa. Es difícil precisar cuánto hay de burbuja social en estas afirmaciones. Mientras tanto, el nuevo mestizaje, entendido como fusión y encuentro, es promovido por algunos cocineros que hacen unas mezclas basadas en la gastronomía indígena y la amazónica. Desgraciadamente, los comensales que disfrutan de estas fusiones ni se enteran de las tradiciones que están detrás. La revaloración de la pollera indígena que promueve Mario Testino en su exposición fotográfica es parte de la moda étnica más su ingrediente exótico. Las señoras que van a verla se alejan de la india con polleras que les pide plata en la calle. Desgraciadamente, el País de Jauja que propone Edgardo Rivera Martínez sigue siendo el País de Ja Ja.