Una espada de Damocles sobre la ciudad de Lima

Esto no es ni ciencia ficción, ni alarmismo, ni deseo de competir con Nostradamus: es simplemente la aplicación de una de las leyes de Murphy que decía: “Todo aquello que tiene posibilidad de suceder, en algún momento sucederá”.
La ciudad de Lima se encuentra ubicada en la parte baja del valle del río Rímac, en cuya zona alta se realiza una actividad industrial minera bastante intensa para extraer diversos minerales como plomo, zinc, cobre, etcétera. Este tipo de actividad genera residuos procedentes de sus plantas concentradoras, que deben ser depositados en áreas especiales llamadas “canchas de relave”, ya que, además de los restos de los minerales obtenidos, contienen compuestos tóxicos y venenosos como arsénico, cianuro, cromo, cadmio, plomo, cobre, etcétera.
El río Rímac es la fuente de abastecimiento de agua potable de la ciudad de Lima, que en la actualidad tiene ya más de 8 millones de habitantes. En la parte alta de su valle, a la altura del kilómetro 93 de la carretera Central, en la ladera de un cerro denominado Tamboraque, las autoridades mineras peruanas han permitido que una compañía del sector acumule al borde del margen izquierdo de dicho río y a una distancia aproximada de 5 metros, más de 500 mil toneladas de estos residuos que aparecen cubiertas con una lona de gran tamaño que en grandes letras amarillas tiene una frase irónica que dice “Aquí protegemos el medio ambiente”. En la parte alta del citado cerro se observan enormes grietas por efecto del deslizamiento del cerro, en cuya base hay un manto de arcilla que, según los especialistas, tiene un efecto de “cáscara de plátano”.
Es por todos conocido que el Perú se encuentra en zona sísmica; si ocurriera un movimiento de regular intensidad en dicha zona (cosa que tarde o temprano sucederá), esos miles de residuos tóxicos con contenidos de plomo, cobre, zinc, mercurio, arsénico, cianuro, cadmio, cromo, xantatos, etcétera, se desplomarían al lecho del río Rímac, cuyas aguas transportarían los componentes tóxicos y venenosos. Esto obligaría a cerrar las instalaciones de la planta de tratamiento de agua de La Atarjea, con lo que se suspendería por tiempo indeterminado el abastecimiento de agua de consumo humano para Lima. También se contaminaría el agua subterránea de dicha ciudad con el riesgo de intoxicación y muerte para las poblaciones de la cuenca del Rímac.
Si ocurriera un movimiento sísmico de regular intensidad, los miles de residuos tóxicos se desplomarían al lecho del río Rímac, cuyas aguas transportarían los componentes tóxicos y venenosos. Esto obligaría a cerrar las instalaciones de la planta de tratamiento de agua de La Atarjea, con lo que se suspendería por tiempo indeterminado el abastecimiento de agua de consumo humano para Lima.

Como esta situación duraría varios meses, en la capital de la república se generaría un estado de pánico de incalculables consecuencias por la falta de agua para consumo, lo que acarrearía no solo actos de pillaje contra los establecimientos comerciales que tuvieran alguna existencia de agua embotellada, sino también un vandalismo generalizado. A ello se sumaría un éxodo masivo de personas hacia las afuera de Lima, en busca de agua para beber.
Además, la acumulación de tierra y rocas en el lecho del río formaría una represa donde se acumularían millones de metros cúbicos de agua que, al romper el dique, se convertirían en un tremendo aluvión que arrasaría con todos los poblados que encuentre a su paso. Al llegar a Lima devastaría todo el distrito del Rímac, e incluso se podría llevar el Palacio de Gobierno, el Palacio Municipal, la catedral y gran parte del centro de la ciudad y también del Callao. Todo esto causaría varios cientos de miles de muertes.
Ante este peligro inminente, algunos medios de información han dado ya la voz de alarma, lo que ha generado que el gobierno dictara, en julio del 2008, un decreto supremo de emergencia del cerro Tamboraque, que daba un plazo de 60 días para que 15 instituciones estatales y la compañía minera retirasen el material tóxico acumulado. Como el plazo no fue cumplido, el 11 de septiembre del mismo año se dio otro dispositivo similar que prolongó la emergencia por 60 días, y así sucesivamente. Como sucede en este tipo de casos, todos quieren ser autoridad pero nadie quiere tener la responsabilidad.
Esta singular situación dio lugar a que un columnista de una conocida revista semanal, al escribir sobre este grave riesgo, titulara su escrito: "8 millones de esquizofrénicos". A la fecha se han dado 13 decretos supremos de prórroga del estado de emergencia del cerro Tamboraque, como si con ellos se estuviera solucionando tan grave problema.
En el 2008 y el 2009, los integrantes del Comité Nacional de Salud Ambiental del Consejo Nacional de Salud hemos solicitado en varias ocasiones a los sucesivos ministros de Salud que declaren un estado de emergencia sanitaria sobre este asunto, como está previsto en la Ley General de Salud, para que de inmediato se retire ese material tóxico y venenoso y que, paralelamente, se efectúen simulacros de falta de agua para que la gente sepa cómo comportarse frente a un eventual fenómeno de esta naturaleza y magnitud. Lamentablemente, nuestras gestiones no tuvieron resultado alguno.
La solución definitiva sería entubar el río Rímac en el tramo colindante con ese cerro que ya tiene claras muestras de inestabilidad, o desviar sus aguas mediante un túnel por la margen derecha de esa zona frente a dicho cerro, de manera que si se produce su deslizamiento no afectaría el discurrir de las aguas del río.
Como suele suceder en el Perú, parecería que se está esperando que ocurra el desastre para que las autoridades tomen conciencia de la gravedad de la situación.