Grecia 2015: ¿Mucho ruido y pocas nueces?

Aunque parezca un tema de ayer, ignorado por las primeras planas, la crisis económica de Grecia continúa, y la división política y social también. Hace menos de dos meses se escribió un nuevo y tumultuoso capítulo en este Juego de Tronos (menos sangriento pero más complejo), en el que el gobierno griego, los acreedores internacionales agrupados en la denominada Troika (formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) y los jefes de gobierno europeos compiten por dictar el camino de Grecia, y con ella de toda la comunidad europea.
Pero primero, es importante recordar los capítulos anteriores: En enero del 2015, la ciudadanía griega eligió un nuevo gobierno y en un claro acto de rechazo hacia los partidos tradicionales que no supieron solucionar la crisis económica, la gran mayoría votó por Alexis Tsipras y su partido de izquierda Syriza. Tsipras había hecho campaña prometiendo un fin a las medidas de austeridad extremas que habían asfixiado a la economía y dejado a la población desprotegida ante la creciente pobreza. En julio, aproximadamente 26% de la población laboral estaba desempleada, 18% no podían suplir los costos de la canasta básica y 32% vivían debajo de la línea de pobreza.
Pero cumplir las promesas de campaña nunca es fácil, menos aún si para ello se debe enfrentar a la Troika. Las negociaciones entre el nuevo gobierno y los acreedores para la emisión del tercer paquete de créditos, se habían agotado sin éxito puesto que el gobierno griego se negaba a aceptar las condiciones propuestas por la otra parte. Estas incluían una serie de reformas estructurales necesarias, así como más medidas de austeridad. Pero las transferencias de fondos correspondientes al segundo paquete terminaban el 30 de junio, por lo que un nuevo paquete era de vital importancia para que Grecia pueda continuar pagando los créditos bancarios y así tener liquidez para evitar la bancarrota del Estado.
Para impulsar el reinicio de negociaciones, el nuevo Primer Ministro anunció que le cedería al pueblo la decisión sobre las condiciones de los acreedores y convocó a un referendo para el día 05 de julio 2015. La población griega debía votar a favor o en contra de las condiciones de los acreedores y así otorgar un mandato popular que fortaleciera la posición del gobierno en las negociaciones. Tal como se esperaba, ganó el OXY (no): De los votos válidos, 61,3% rechazaron las condiciones de los acreedores y enviaron un mensaje claro de apoyo al gobierno.
Sin embargo, Tsipras había subestimado a los demás miembros de la mesa de negociación, tal como admitiría después (o quizás había sobrevalorado el poder popular en la democracia del siglo XXI). Por más contundente que había sido el no popular, el Primer Ministro no pudo defenderlo en las negociaciones. Finalmente, Tsipras accedió a nuevas reformas, como por ejemplo la reforma del sistema tributario, y más medidas de austeridad como la reforma del sistema de pensiones y la liberalización del mercado laboral, abriendo así las puertas para negociar los detalles necesarios para la emisión del tercer paquete de créditos.
Pero previamente, el acuerdo también debía ser ratificado por el Parlamento. El 14 de agosto, 222 parlamentarios votaron a favor del acuerdo logrado entre el gobierno y los acreedores, mientras que 64 votaron en contra. Entre estos se encontraban 43 parlamentarios del ala izquierda de Syriza, con lo que se concretó la ruptura interna del oficialismo. Poco tiempo después, 25 de estos parlamentarios formarían una propia bancada. Con los resultados del voto parlamentario, el debilitamiento político del Primer Ministro, y su partido, parecía consumado. Sin embargo, Tsipras aprovechó los altos niveles de popularidad que mantenía gracias al referendo y realizó una jugada riesgosa pero finalmente exitosa: renunció.
Por poco común que sea la renuncia de un Jefe de Estado después de solo ocho meses en el cargo, esta no causó el pánico y caos que se esperaría en un caso como Grecia. Quizás, la reacción calmada se debió a que fue una jugada prevista por todas las partes, ya que la capacidad de gobierno de Syriza había sido mermada en el plano operativo, por la pérdida de la mayoría en el Parlamento, y en el plano discursivo, por haber aceptado el paquete de austeridad rechazado en el referendo. Además, la Constitución griega establece que la renuncia del Jefe de Estado es condición para elecciones nuevas, con las cuales se preveía que Syriza buscaría recuperar lo perdido.
Así, después que Tsipras renunciara el 20 de agosto, se programaron nuevas elecciones generales para el 20 de septiembre 2015. Este escaso mes fue clave para el éxito de la jugada, puesto que las nuevas elecciones se realizaron después de la firma del acuerdo con los acreedores, con lo que Grecia recibió las transferencias de fondos necesarias pero antes de que las nuevas medidas de austeridad empiecen a hacerse sentir en la población. Hábilmente, Syriza consiguió aprovechar al máximo la aprobación que aún mantenía y usarla para retornar al gobierno, ganando el 35,5% de los votos y obteniendo 145 escaños.
Hábilmente, Syriza consiguió aprovechar al máximo la aprobación que aún mantenía y usarla para retornar al gobierno, ganando el 35,5% de los votos y obteniendo 145 escaños.

Si bien había perdido cuatro escaños en comparación a los resultados de enero, el resultado le permitió formar un gobierno de coalición con el partido populista de derecha Griegos Independientes (ANEL), con quienes ya había gobernado desde enero. Después de su renuncia, Tsipras es ahora nuevamente Jefe de Estado y cuenta con una escasa mayoría en el parlamento.
En menos de nueve meses hubo tres comicios y al parecer, nada ha cambiado en Grecia. Siguen gobernando los mismos partidos y la crisis aún parece no tener final. Sin embargo, ha habido un cambio poco visible pero preocupante: la cultura democrática en Grecia se sigue desmoronando.
Tal como lo demuestran las cifras más recientes de participación electoral, la población está perdiendo la fe en el peso de su voto y de las promesas hechas por el gobierno. El 20 de septiembre, solo 53,4% de la población electoral acudió a las urnas. En Grecia, cuna de la democracia, la participación electoral es voluntaria y tan solo en enero aún bordeaba los 64%. La participación en las últimas elecciones no solo ha caído estrepitosamente sino que es la más baja registrada en la historia de Grecia.
Preocupa también que el partido neo-nazi “Aurora Dorada” haya logrado obtener 7% de votos y así incrementar sus escaños a 18. En las elecciones anteriores, no solo había logrado pasar la valla de 3% sino también obtener 17 escaños. La precariedad e incertidumbre están corroyendo la cultura democrática, generando un daño que puede ser aún más difícil de reparar que la economía. Especialmente en el contexto actual europeo, en el que fuerzas racistas, xenófobas y populistas aprovechan la llegada de refugiados para desempolvar los discursos populistas e incendiarios de los años 30.
