Una elección moral

La victoria del fujimorismo en primera vuelta pone al Perú en una situación inédita de optar en segunda vuelta por el candidato que no signifique el retorno a un régimen que fue de vergüenza y oprobio para nuestro país. No se trata solo del anti fujimorismo a secas, lo que debe expresarse es la resistencia ante un clientelismo autoritario que sigue impregnando los sectores más pobres que votan por agradecimiento o por recuerdo del gobernante que los visitó en algún momento y les mostró empatía con una dádiva o una promesa cumplida para sus apremiantes necesidades.
Estamos viendo que cuando hay miseria y pobreza no hay lugar para las consideraciones éticas. El 40% de los votos recibidos por la hija del tirano, como lo llama un diario italiano, hacen tabla rasa de lo que ella representa como continuación de un régimen que dejó al país en la ruina moral. Cierto que ella ha hecho un trabajo político de varios años muy cercana a los pueblos que recuerdan a su padre con agradecimiento y por eso lleva su apellido como estandarte. Pero también lo lleva como estigma que ningún pretendido aggiornamiento democrático podrá borrar. Es el momento de procesar la memoria, algo que las fuerzas políticas, que en su conjunto recuperaron la democracia en el 2000, no cumplieron con hacer, dejando el espacio y el tiempo libres para este retorno posible que nos cubriría de oprobio moral como sociedad permisiva y complaciente con la indignidad.
Es el momento - luchando contra la agresividad y la intolerancia de los seguidores de Fujimori- de traer a cuento la esterilización forzada de miles de mujeres modestas, los asesinatos, secuestros, desapariciones y torturas, la corrupción, el robo y el crimen organizado que vino de las altas esferas del gobierno de Fujimori y Montesinos.
Por estas y más razones la elección del 5 de junio no es económica ni es ideológica, los dos candidatos se acercan en estos planos, pero sí es política y es moral y ahí está la diferencia que debe llevarnos a mantener en alto los valores que nos hicieron repudiar a un hombre que se asoció con los mandos militares para depredar, sin importar los “méritos” que ahora le atribuyan. El gobierno de Alberto Fujimori sigue siendo un símbolo de lo que no debe hacerse desde el poder concentrado y de la ausencia total de arrepentimiento por sus atrocidades a sabiendas de que figura en la lista internacional de los gobernantes más corruptos y avezados.
La victoria del fujimorismo significaría un retroceso terrible y una instrucción moral deplorable a la nación, en especial a la juventud que nos descalificaría con toda razón. El espíritu de millones de peruanos oscila hoy entre el dolor, la pena, el desencanto y la angustia por un país que habría perdido el rumbo de la honestidad y la decencia. Si ese retorno se produjera daríamos al mundo la imagen de un pueblo sin moral y sin historia, sin valores y sin memoria. Indicaría que esa década nefasta no existió en la conciencia de la gente, que el repudio que suscita su prontuario no significa nada y que podemos reeditar sin escrúpulos ni remordimiento una dolorosa etapa que nunca debió darse.
Estamos ante un desastre moral posible y debemos activar con urgencia los reflejos que deben unirnos para demostrar que somos una sociedad ética. Nos toca subsanar lo que no se hizo en su momento, cuando la clase política permitió el avance y el trabajo en solitario de la candidata fujimorista que hoy recoge los réditos de esa inercia culpable.
Por eso la decisión es trascendental y formalmente ética. Muy importante una plataforma programática que una a los sectores democráticos para dar gobernabilidad al Perú, más importante aún demostrar a nuestros hijos y al mundo que como sociedad no pactamos con la vergüenza y el crimen del pasado.
Que el gobierno que llegará al Bicentenario de nuestra República sea de concertación nacional, bajo el imperativo ético y para renovar nuestro sistema político. Ya tenemos como inevitable la cohabitación política con el fujimorismo en amplia mayoría en el Congreso por lo cual es más que necesario levantar las banderas de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico y la delincuencia organizada. PPK hará un gobierno de derecha pero no será la reedición de la vergüenza. Más allá de la disputa entre democracia y autoritarismo y del necesario equilibrio de poderes está la opción moral que encarna, la cual sin terceras posiciones posibles como el voto en blanco o la abstención, debería llevarlo a la victoria.