Añadir nuevo comentario

¿Medios que matan? La responsabilidad de los medios de comunicación en la violencia de género

Ruth Thalía Sayas y Beto Ortiz en "El valor de la verdad" (Fuente: Frecuencia Latina).

Algo en esa publicidad no me gustaba: no estaba segura si era la idea de que alguien había cometido un delito o que esa chica terminara pidiendo el teléfono de ese delincuente, solo por el jean que usaba. Esa sensación de fastidio se repetiría en varias oportunidades frente a comerciales de televisión o radio, sin que me detuviera a meditar mucho sobre ello. La chica que sube a la mesa para reemplazar a una cerveza y que luego es reemplazada por otra “litro 100”, o el panel de la carretera con una señal de tránsito pegada en una mujer con la frase “curvas peligrosas”, o aquélla en la que una adolescente era colocada en medio de baterías para autos. En fin, son tantas que ya perdí la cuenta.

Años después pude darle forma y contenido a esa sensación de fastidio que surgía en mí frente a ese tipo de publicidad. Ocurrió luego de estudiar el Diploma de Estudios de Género en la Universidad Católica, y de formar parte de un equipo que analizaba y denunciaba el sexismo en la publicidad. A partir de esa experiencia, nunca más volvería a mirar o escuchar un mensaje sobre las mujeres a través de un medio de comunicación de la misma manera. Y son justamente algunas reflexiones sobre la relación entre la violencia de género y los medios de comunicación lo que quiero compartir con ustedes.

Lamentablemente, en las últimas semanas este tema se ha puesto sobre el tapete a partir del homicidio de Ruth Thalía Sayas a manos de su ex pareja, luego de aparecer en el programa de televisión El valor de la verdad, en el que había realizado una serie de confesiones sobre su vida privada con el objetivo de ganar una determinada cantidad de dinero.

No es la primera vez que conozco de un caso de feminicidio vinculado a la aparición de la víctima en televisión. Hace unos años, en España, Ana Orantes decidió denunciar en un programa de televisión la violencia de la que era víctima a manos de su pareja. Luego de acudir a diferentes instancias, y cansada de no recibir respuesta, optó por contarlo todo ante cámaras. Cuando regresó a la casa que compartía con su pareja, éste la maniató, la golpeó y luego la quemó viva.

Es cierto que a nadie se le ocurre decir que la responsabilidad del feminicidio la tiene el medio de comunicación que presentó a estas dos mujeres. Es claro que la responsabilidad penal por su muerte es de sus homicidas; sin embargo, queda en el ambiente una sensación de que sus apariciones en un medio masivo de comunicación como la televisión jugaron algún rol en esta situación que acabó en desgracia.

Creo que un primer elemento que se debe tomar en cuenta es que lo que despierta el morbo —elemento crucial en este tipo de programas— es el volver públicas conductas “trasgresoras” de la vida privada de estas personas; conductas que se han mantenido en secreto, pues la persona sabe que de hacerlas públicas será blanco de acusaciones y condena, por lo menos de su entorno más cercano.

Lo que está bien y lo que está mal, lo que le está permitido a un hombre o una mujer, también se define socialmente. Una mujer que ejerce la prostitución es una mujer trasgresora de determinadas reglas sociales, y confesarlo en un medio de comunicación hace pública esa trasgresión.
Estamos entonces ante una primera idea: existe una trasgresión de género, es decir, un incumplimiento de normas socialmente aceptadas sobre lo que le está permitido (o no) a una mujer. Una primera pregunta que surge es si los responsables del programa eran conscientes de que la trasgresión de género puede traer para la persona trasgresora una serie de consecuencias en su vida diaria y familiar. ¿Habían tomado en cuenta el entorno social y familiar que rodeaba a Ruth y los riesgos que lo que develaría en el programa podía traer para ella? Desde el momento de su confesión, Ruth sería vista como una mujer que ejerce la prostitución, que miente a su pareja y le es infiel. Todas estas características son valoradas negativamente y, por tanto, debieron tomarse en cuenta para levantar alertas sobre las posibles consecuencias de su aparición para su vida y su integridad.

Otro tema importante que los responsables del programa debieron tomar en consideración era la personalidad del ahora homicida. No se le hicieron pericias previas, ni se evaluó si podía tener reacciones violentas. Él era uno de los principales afectados por la confesión de Ruth, pues ella admitía que aspiraba a una pareja “mejor” y que le había sido infiel. Esta vez la confesión afectaba directamente la imagen del homicida. Obviamente, esto no justifica el homicidio, pero sí era un elemento importante en los posibles escenarios luego del programa. Era necesario prever las posibles reacciones de esta persona y tomar las medidas para prevenir cualquier forma de violencia derivada de la exposición pública. Este análisis es posible si los responsables del medio son conscientes de que la violencia de género en nuestro país es una realidad y que en su base están justamente concepciones socialmente aceptadas sobre lo que debe o no debe hacer una mujer. Como ha quedado claro, los responsables de este programa no tenían esta claridad, ni se les ocurrió hacer este análisis.

Hasta el momento del homicidio de Ruth, El valor de la verdad había presentado 11 invitados, de los cuales 7 habían sido mujeres. La mayoría de las preguntas dirigidas a ellas habían sido sobre situaciones de victimización o sobre su sexualidad, mientras que a los hombres se les preguntaba sobre su vida profesional o aspectos de su vida más públicos.

Los medios de comunicación no determinan la violencia de género, pero sí contribuyen a reforzar estereotipos acerca de ella. Las concepciones de género, es decir, las características que en determinado contexto social se asignan a mujeres y hombres, están instaladas en el imaginario social, y los medios de comunicación las reproducen, muchas veces sin siquiera ser conscientes de ello. Y justamente a volver consciente lo que es inconsciente es a lo que los medios de comunicación podrían contribuir para contrarrestar la violencia de género.

A partir del caso Ana Orantes en España, los medios de comunicación decidieron ponerse de acuerdo sobre su rol en relación con la violencia de género y, por ejemplo, utilizar un mismo lenguaje al referirse al homicidio de mujeres a manos de sus parejas: los denominaron casos de violencia de género. Desde ese momento en la prensa española no encontramos titulares como “La mató por celos”, que justifican la violencia, ni se denomina como “pasional” a esta clase de homicidio. Éstos fueron algunos de los pasos que se dieron para darle a la violencia de género el lugar y la importancia que le corresponde socialmente sin minimizarla ni justificarla de alguna manera.

En nuestro país aún no hemos hecho una reflexión profunda sobre el problema de la violencia de género y su relación con los medios de comunicación. Sin embargo, éstos jugaron un rol importante en darle nombre a uno de los grandes problemas de violencia de género en nuestro país: el feminicidio, un término que hasta hace algunos años no se utilizaba. Los medios de comunicación fueron los grandes aliados de las organizaciones de mujeres para que, en el discurso público, el “homicidio pasional” se convirtiera en feminicidio. Curiosamente, no fue la ley la primera en hablar de feminicidio, sino que el término se gestó en los medios y se instaló socialmente. Éste es un ejemplo de la fuerza que pueden tener los medios de comunicación en el cambio de un discurso que minimizaba la violencia al convertirla en una conducta “pasional”.

Los medios de comunicación podrían cuestionarse sobre los estereotipos de hombres y mujeres que transmiten. Por ejemplo, hasta el momento del homicidio de Ruth, El valor de la verdad había presentado 11 invitados, de los cuales 7 habían sido mujeres. La mayoría de las preguntas dirigidas a ellas habían sido sobre situaciones de victimización o sobre su sexualidad, mientras que a los hombres se les preguntaba sobre su vida profesional o aspectos de su vida más públicos.

La violencia contra la mujer es una realidad terrible en nuestro país, y aunque las cifras impresionan y son importantes, creo que es momento de ver más allá. Es responsabilidad social mirar aquellos estereotipos que se construyen desde la infancia y que muchas veces justifican y hacen natural la violencia de género. Deberíamos apostar por que en un futuro nuestras niñas y niños no vean como algo normal o cotidiano que un hombre asesine a su pareja; que esto no sea un espectáculo, ni un juego como aquel de las palmaditas que en muchos países de Latinoamérica se cantaba en la infancia y que evidencia claramente cómo la violencia puede convertirse en un juego:

Don Federico mató a su mujer, la hizo picadillo y la puso en la sartén. La gente que pasaba olía a carne asada, era la mujer de Don Federico.

Y para aquellos que no recuerdan este juego de la infancia, o creen que esto ya no pasa hoy, los invito a leer sobre un juego interactivo lanzado en la página web de una conocida empresa que lleva por título Garrotazo de amor. No voy a entrar en detalles; basta decir que acumula más puntos el que más mujeres reduzca a garrotazos en 50 segundos.

Miles de mujeres mueren a manos de sus parejas en el mundo por no cumplir con las normas de género que les han sido impuestas, y miles de homicidios son justificados por las autoridades, o por la opinión pública, con base en estereotipos o concepciones basadas en el género. Hay que desmantelar estas concepciones que subyacen a la violencia haciéndolas explicitas, y logrando no solo una condena legal a la violencia de género sino, sobre todo, una condena social y consciente de la necesidad de variar concepciones de género que se instalan en la base de la violencia. Mientras éstas perduren, será muy difícil que cualquier ley o tratado internacional logre revertirlas.

Entrevista