P.U.T.A.S.
Todo comenzó en Canadá, cuando el policía canadiense Michael Sanguinetti, durante una conferencia sobre la prevención del delito, dijo que “las mujeres deberían dejar de vestirse como putas para evitar las violaciones sexuales”. La indignación no tardó, y en Lima y en el mundo ha surgido una nueva ola de un movimiento: el de las “putas”.
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Hay marchas… y hay marchas: las que realmente llaman la atención. Como la marcha de las “putas”, acatada por cientos de personas —mayormente mujer — provocativamente vestidas; algunas solo con sostenes y pantalones cortos, otras con tacones de plataforma y de punta, blusas escotadas, ligueros y minifaldas. Hace unas semanas marcharon por las calles de Lima mas no con simples arengas, sino con reclamos: “No quiero tu piropo, quiero tu respeto”. “No me silbes, no soy un perro”.
Fue el deslenguado policía canadiense Michael Sanguinetti quien abrió la caja de Pandora. En el 2011, durante una conferencia sobre seguridad ciudadana, dijo que “las mujeres deberían dejar de vestirse como putas para evitar las violaciones sexuales”. Apenas días después, y a pesar del crudo invierno del Norte, unas 3 mil personas indignadas por sus declaraciones —las cuales se esparcieron como manchas de aceite— marcharon por las calles de Toronto, Canadá.
En la multitud, una joven con jeans, zapatillas y una chompa roja de manga larga. Un cartel cuelga de su cuello: “Eso es lo que llevaba puesto cuando me violaron. Dime que lo busqué”. Otra mujer lleva en su ropa interior un afiche que lee: “No importa lo que llevo puesto. Cuando mi pareja me violó, estaba en pijama”.
Como ellas, miles han marchado. También hombres, personas de la tercera edad, de diversas etnicidades y orientaciones sexuales. Se han registrado manifestaciones en más de 120 ciudades; en Australia, el Reino Unido, Turquía, Sudáfrica, India, Francia, Estados Unidos, España y en países de América Latina.
“Cuando la rabia de las mujeres llega a pasar del activismo virtual a las calles, cuando una iniciativa local produce olas globales y cuando una acción feminista desata debates, controversia y activismo, entonces tendrá efectos duraderos”, señala la columnista del Washington Post Jessica Valenti, quien considera que la “marcha de las putas” es una de las más exitosas acciones feministas de los últimos 20 años.
De hecho, la iniciativa sigue cobrando fuerza, adaptándose, a la vez, a la realidad específica de cada país. Lo que no cambia, sin embargo, es que todas las que marchan —vestidas o no— forman parte de un movimiento ciudadano que viene exigiendo algo tan elemental como, aparentemente, remoto: que no se culpe a las mujeres —ni siquiera en parte— por los abusos que sufren. Que su forma de vestir, de actuar o de pensar nunca invitan a la violencia contra ellas.
Las “putas” podrían ser la nueva encarnación del hartazgo de las mujeres ante una persistente cultura machista. Ante el miedo de salir solas de noche, de pasar por ciertas zonas, el miedo al acoso, a la violación sexual… Y, más que nada, ante el hecho de que la violencia hacia las mujeres tiende a tornarse silencio ensordecido.

Para comer y llevar
Este año, en nuestro país, la segunda edición de la marcha de las putas —“a la peruana”— fue organizada por el Colectivo limeño P.U.T.A.S. “Surgió de manera espontanea”, señala Ana Lucía Álvarez, miembro del Comité Organizador del colectivo limeño. “Inicialmente nos movió la indignación frente a las declaraciones del policía Sanguinetti. Pero en el camino nos dimos cuenta que la problemática era mucho más amplia”.
El objetivo central de la marcha fue denunciar el acoso sexual callejero. Innumerables son las mujeres, en las calles o en el transporte público, que han recibido silbidos, han sido expuestas a masturbación pública, tocamientos o comentarios sexualmente explícitos.
“Flaca, qué rico culo: para comer y llevar.” “Te habrás librado del polvo, pero no de la paja.” “Si así estás de verde, ¿cómo estarás de madura? Muñeca ricaaaa…”
Basta.
Lo que quisieron expresar las “putas” es que el acoso callejero es agresión; una violencia común, banalizada e invisible, mas no un halago o un piropo. Que es necesario promover acciones —y leyes— a favor de una respetuosa, libre e igualitaria convivencia ciudadana y que, aun cuando no lo queremos reconocer, vivimos en una cultura en la que se culpa a la víctima más que al agresor. Las “putas”, entonces, podrían ser la nueva encarnación del hartazgo de las mujeres ante una persistente cultura machista. Ante el miedo de salir solas de noche, de pasar por ciertas zonas, el miedo al acoso, a la violación sexual… Y, más que nada, ante el hecho de que la violencia hacia las mujeres tiende a tornarse silencio ensordecido.
¿Putas?
Puta. La reina de los insultos. Por eso la reapropiación de esa palabra, de connotaciones negativas y degradantes para las mujeres —algunos sostienen que podría provenir del latín putida, femenino de putidus (hediondo)— ha sido otro de los objetivos de la marcha. Un sí, soy puta, ¿y qué?
“Ser dueñas de nuestra vida sexual no significa que nos estamos abriendo a una expectativa de violencia, independientemente de si tenemos sexo por placer o trabajo”, señalan las cofundadoras de la marcha de las putas en Toronto, Heather Jarvis y Sonya Barnett.
Esta idea —y esa palabra—, sin embargo, ha ocasionado cierta confusión, fuertes debates y hasta rechazo. Por parte del público en general, sí, pero también en el seno del movimiento feminista. Por ejemplo, las mujeres de ascendencia africana, quienes han expresado su preocupación ante la utilización del término “puta”.
“En tanto que mujeres negras, no tenemos el privilegio ni el espacio para llamarnos ‘putas’ sin validar una ideología históricamente arraigada […] con la esclavitud, [las leyes] Jim Crow (que resultaron en secuestros, violaciones, linchamientos)”, señala en una carta abierta el movimiento Black Women’s Blueprint. “Manifestamos nuestra perplejidad ante el uso de la palabra ‘puta’ [y no creemos que ésta, tal como] las palabras “Ho” y “[Nigger]” deberían ser reapropiadas.”
Según la activista antipornografía de origen británico Gail Dines, “no hay nada bueno en autoproclamarse puta”. De hecho, señaló en The Guardian, “la palabra ‘puta’ está tan profundamente enraizada en la visión patriarcal de la sexualidad femenina que ya es imposible redimirla”.
“Oponerse a esos feos [prejuicios] es correcto y justificado. Pero hacerlo vestidas en lo que parecen ser disfraces sexys de Halloween se asemeja más a una capitulación hacia lo que la sociedad ya espera de las mujeres jóvenes que a una victoria”, señaló la autora Rebecca Traister en el New York Times.
Otra disidente, Maiy Azize, piensa que la palabra “feminista”, mas no “puta”, debería ser usada para “describir a mujeres que apoyan a otras mujeres, [y que están a favor] del sexo consensuado y de la igualdad”. La palabra “feminista es la que realmente nos han robado”, añade.
Los desacuerdos y los desafíos, sin embargo, no parecen haber frenado el impulso del movimiento. Al contrario: lo han alimentado y fortalecido. Porque, según sus fundadoras, la superación de la violencia de género es un proceso de construcción colectiva, el cual comienza por la inclusión de todas las voces.
Se sigue marchando, entonces, y hablando de la violencia contra las mujeres. Para que, algún día, se deje de escuchar —y tolerar— los “¿de qué se quejan esas putas mujeres?”.
Pan de cada día |
Más de 97 mil casos de violencia familiar se registraron en el Perú hasta septiembre de este año. En una encuesta realizada en el 2008, el 59% de la población mencionó a las violaciones, abusos o acosos sexuales como uno de los peligros importantes y un riesgo para la seguridad ciudadana. (Fuentes: PNP, INEI, UNODOC, PUCP, Andina). |