¿PPK presidente o el país que no llegamos a ser?

¿PPK presidente o el país que no llegamos a ser?

Daniel Encinas Politólogo de la Northwestern University.
Ideele Revista Nº 274

Foto: coherencia.pe

“Y caí que al fin esto es un juego/todo empieza siempre una vez más”

A rodar mi vida, Fito Páez

En el poco tiempo que lleva como presidente, PPK nos ha acercado más que ningún otro gobierno a los años noventa. Ni con Toledo, García o Humala estuvimos tan próximos a fracasar totalmente en aprovechar las oportunidades que abrió la caída del autoritarismo de Alberto Fujimori a fines del año 2000. Sin embargo, el paso del tiempo ha terminado por acercarnos a esta etapa tanto en términos políticos como económicos. Acercarnos, claro, porque sería insensato igualar nuestra democracia precaria con el régimen fujimorista o la desaceleración económica de ahora con la recesión de entonces.

¿Y cuáles eran esas oportunidades? Políticamente, era posible resaltar el error de concentrar el poder en manos de un supuesto salvador de la patria, abrir paso a las elecciones libres de fraude y manipulaciones encubiertas y revalorar el respeto al Estado de derecho, principio en base al cual se debía gobernar. Económicamente, se podía evaluar las carencias del modelo neoliberal no solo en lo referido a la falta de diversificación productiva y la dependencia de los precios internacionales de commodities, sino también a las cifras alarmantes de pobreza y desigualdad que mantenía el país.

En los diecisiete años que han transcurrido desde que Valentín Paniagua asumió la responsabilidad de guiar la transición solo hemos avanzado parcialmente hacia esa dirección. Si bien la democracia regresó y se viene sosteniendo por más tiempo que nunca en nuestra historia, la desilusión generalizada de la gente es notoria, no solo por el desgano con el que se vota en cada elección (el partido que nunca muere ya no es el APRA, sino el antivoto) sino también por el desprecio que cosechan la figura del Presidente, el Congreso y casi todo lo que tenga que ver con política.

No es que sea fácil navegar los agitados mares de nuestros problemas bicentenarios al mando de un barco tan precario como el Estado peruano. Pero nuestros políticos-navegantes han sido persistentes en la irresponsabilidad de dar la espalda a sus promesas electorales y asemejar sus hojas de vida a la de nuestro último autócrata. Si a la hora de la hora de la hora Toledo y Humala (hasta quizá García, si se deciden a investigarlo) compartirán celda con Fujimori, ¿quién diablos se detendrá a pensar que la diferencia que los separa son más de 5 mil millones de dólares en coimas y crímenes de suma gravedad como Barrios Altos y La Cantuta?

Por el lado de la economía, el país no volvió a descalabrarse, el PBI creció y disminuyó la pobreza en varios puntos porcentuales. No obstante, lo que debería preocuparnos es la sostenibilidad de esos logros, considerando la dependencia que tenemos del sector minero. En buena cuenta, hemos vivido engañados por los buenos tiempos de una nueva prosperidad falaz explicada por factores externos, sin invertir el dinero en reformas más sustantivas y permitiendo que los peruanos sigan empleados en sectores que, por ser menos productivos, otorgan peores condiciones de trabajo. Al mismo tiempo, más allá de las cifras oficiales, los estudios de algunos economistas arrojan que la desigualdad se mantiene prácticamente igual. Por eso, ahora que los precios internacionales han bajado y los tiempos de las vacas flacas se anuncian, preocupa considerablemente que hayamos desaprovechado la abundancia de los últimos años para lograr cambios substantivos.

Nuestros gobernantes se unieron al grupo de los defensores del neoliberalismo, cuyos miembros abundan fuera del estado (los empresarios, la iglesia y medios de comunicación) y dentro de él (tecnócratas y burócratas socializados en los noventa). Si lo hicieron gritándolo a los cuatro vientos (García) o con un fracasado disimulo (Humala), eso da igual.

Y así llegamos hasta la elección del 2016 y el gobierno actual. Naturalmente, las fuerzas motoras que impulsaban las características discutidas no se iban a desactivar de la noche a la mañana. La gestión de PPK no deja de parecerse a las anteriores en este sentido y está dirigiendo el país con el mismo manual de gobernante impopular de sus antecesores: “Capítulo I: Mucha tecnocracia, poca política”.

La gran diferencia estriba en que PPK se enfrenta a un desafío inédito: un Congreso de la República opositor y controlado por el fujimorismo. En todos estos años, esta fuerza política se ha fortalecido simbólica e institucionalmente, legitimando su versión de la historia reciente (“son errores, no crímenes”, “era necesario por la coyuntura”, “Montesinos y Fujimori no son lo mismo”) y generando un aparato político capaz de asegurarle prácticamente el paso a la segunda vuelta. No es que los fujimoristas sean de otro mundo: las peleas internas y la amenaza de cisma demuestra que también son peruanos. Pero en el país de los ciegos, el tuerto (por las broncas entre hermanos) igual sobresale. Como consecuencia, a pesar de la derrota en las presidenciales, las últimas elecciones igual constituyeron el regreso del fujimorismo al poder. Desde noviembre del 2000 ningún poder del estado había sido controlado por ellos. Hasta ahora.

"[...] a pesar de la derrota en las presidenciales, las últimas elecciones igual constituyeron el regreso del fujimorismo al poder".

Uno podría plantear serias dudas sobre si esto debería importarle a PPK. ¿No son acaso los dos de derecha? Y ante esto habrá que recordar que derecha-izquierda no es el único eje que importa. Desde un punto de vista político, Alberto Fujimori es el Hugo Chávez de Perú. ¿No fue PPK un aliado de Keiko en la segunda vuelta del 2011? Sí, pero la elección del 2016 lo puso al frente de ella en la segunda vuelta y le implantó un mandato (involuntario, pero mandato al fin y al cabo) de hacerles frente como condición para llegar a ser presidente. ¿No valdría la pena “llevar la fiesta en paz”? Sin renunciar al mandato, quizá, pero los fujimoristas han decidido abiertamente desestabilizar su gobierno. ¿No deberíamos pasar la página y reconocer que los fujimoristas son parte del juego político democrático? Nadie dice lo contrario, pueden y deben seguir teniendo la oportunidad de participar en elecciones. Pero mientras sigan sin rompen con su pasado autoritario y abusen del poder que tienen como ahora, siguen siendo un peligro para la democracia.

Pese a todo esto, PPK se ha echado a volar en los vientos de la continuidad de una manera bochornosa e irresponsable. Ni a cocachos ha aprendido. Y es que seamos sinceros: como hombre político, nuestro actual presidente ha destacado tanto por la ignorancia supina como por la suerte. Mucha fortuna y poca virtud, diríamos de la mano de Maquiavelo. Veamos si no el camino que lo llevó hasta aquí. No merecía pasar a segunda vuelta, pero la irresponsable exclusión de Julio Guzmán y César Acuña por parte del JNE terminó favoreciéndolo. En segunda vuelta, demoró demasiado en forjar el perfil anti-fujimorista que requería para ganar y se desempeñó pobremente en el primer debate presidencial, pero una semana antes de la elección se precipitaron errores en la campaña contraria, la izquierda y los colectivos anti-fujimoristas brindaron su apoyo y destacados periodistas se ofrecieron voluntariamente a prepararlo para el segundo debate. Su principal aporte en esa ocasión fue superarse a sí mismo en el segundo debate (un estándar bastante bajo) y pronunciar sin gracia pero con efectividad el ya famoso lema: “tú no has cambiado, Pelona”. Como mandatario, persistió en los errores. Ajeno a un aprendizaje político, abrazó a su yo de primera vuelta. Ni la bendición política que significó para él la desgracia nacional del Niño Costero supo ser aprovechada, porque en el primer instante que pudo desmanteló cada rasgo de la formula “ganadora” que le permitió retomar popularidad. Olvídense de los ministros en regiones, ¡ni el hashtag ha sobrevivido!

Hasta que la suerte se acabó y, con ella, la incapacidad política quedó al desnudo. Frente a la debilidad del Poder Ejecutivo, el fujimorismo ha terminado tomando las decisiones más importantes del país durante los últimos 14 meses, demostrando claramente su vocación anti-institucionalista. Ha copado puestos claves en la SUNAT, el BCR y la Defensoría del Pueblo de personajes cercanos a sus filas y que no con las credenciales (profesionales o morales) necesarias para el ejercicio de esos cargos. También le ha declarado la guerra a reformas clave como las relacionadas a la educación y ha mangoneado repetidamente un mecanismo constitucional de control y contrapeso de poderes como la censura ministerial.

Los sucesos de las últimas semanas son más de lo mismo. El Gabinete Zavala planteó la cuestión de confianza supuestamente para impedir que censuraran injustificadamente a otro ministro y para defender reformas centrales como la educativa. El Congreso de la República rechazó la medida y, con esto, el presidente ganó la tremenda posibilidad de conformar un nuevo gabinete como quisiera. Si el parlamento volvía  censurar otro gabinete, el presidente tenía el derecho constitucional de cerrarlo. Sin embargo, PPK removió a la ministra de educación que inicialmente defendía y colocó en su lugar a un opositor de las reformas que ella y su antecesor representaban. Los elegidos para otras carteras representan guiños claros al fujimorismo y, sobre todo, a la posibilidad de dar un indulto a Alberto Fujimori que no se sostiene ni en términos morales ni legales.

¿Representa esta medida una movida maestra a favor de alinearse con el fujimorismo? Varios observadores han señalado que no: el gabinete es errático con sus mensajes. Por ejemplo, Kenji Fujimori quiere el indulto, pero su hermana Keiko no y ambos se encuentran públicamente enfrentados. Lo único que queda claro es que el gobierno no tiene ninguna idea puesta en ejecución: ni las de su plan de gobierno, ni las reformas que heredó e inicialmente defendió ni el mandato anti-fujimorista con el que se comprometió. A estas alturas, uno se pregunta para qué querían llegar al poder. Si no estás dispuesto a pararte al frente a las adversidades que la política implica, hacer todo lo posible por alcanzar tus objetivos y ser responsable con las consecuencias de tus actos, el oficio de político no va para ti.  

En otras palabras, la suerte de PPK para convertirse en presidente no frenó el infortunio que el país quiso evitar en las urnas: el fujimorismo como la fuerza con mayor poder en el estado. Si a esto le sumamos que en lo económico el gobierno no tiene otra idea que no sea el destrabe y, la cercanía con los noventa se hace mayor que en los gobiernos previos. El modelo económico prevalece y el poder del fujimorismo se incrementa. El país que podíamos imaginar en los 2000 está más lejos que nunca.

 

Chicago, setiembre de 2017

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