¿Será capaz la sociedad colombiana de apostarle a la construcción de la paz?

¿Será capaz la sociedad colombiana de apostarle a la construcción de la paz?

Ideele Revista Nº 244

Usualmente, cuando escribo tiendo a enfocarme en lugares ajenos a mi país. Con el tiempo me he dado cuenta que se debe a cierto dolor que me impide acercarme y que me hace dudar de mi objetividad y rigurosidad al hablar de Colombia. Sin embargo, creo que ha llegado el momento de enfrentarlo.

Desde muy pequeña, mis primeros recuerdos relacionados con Colombia se remontan al conflicto. A mis 33 años, vivo en un país que lleva más de cinco décadas de confrontación armada que en tiempo casi duplica mi edad, y que es uno de los conflictos contemporáneos más largos del mundo. Tengo grabadas las imágenes de los noticieros dando a conocer los hechos. La primera que recuerdo, aunque algo borrosa, fue la de la toma del Palacio de Justicia. A esta le siguieron los asesinatos, las masacres y lo que más me impactaba siendo niña (quizás porque podía suceder intempestivamente), los carros bomba.

Como lo mencionó el Centro Nacional de Memoria Histórica en su reciente informe “Basta Ya. Colombia: memorias de guerra y dignidad”, la violencia ha estado asociada a múltiples conflictos sociales y políticos inconclusos; ha sido una violencia en la que se han ido transformando sus actores, sus motivaciones, sus intensidades y sus mecanismos. Las cifras reflejan 6.864.934 víctimas1 y un listado de por lo menos 12 hechos victimizantes oficiales. Cuando el 14.3% de un país es víctima y el conflicto ha tocado todas las esferas de su sociedad, estamos ante algo realmente monstruoso.

A lo largo de los años, me he dedicado a escuchar historias de vida de personas que han sido afectadas por el conflicto armado. A pesar que algunos patrones se repiten, no me dejan de sorprender relatos que parecen hacer parte del guion de una película de terror con un toque de mala fortuna. Madres e hijas violadas; familias victimizadas por diversos actores de manera casi simultánea; hermanos y primos víctimas de reclutamiento ilícito por diferentes grupos armados ilegales y a quienes les ha tocado enfrentarse entre sí en el campo de batalla; personas que han sufrido múltiples y atroces agresiones. Cuando conoces de cerca estas historias, te llegas a cuestionar si el país será capaz algún día ponerle fin a estas narrativas de dolor.

Luego de seis meses de encuentros exploratorios entre los delegados del Gobierno Colombiano y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el 26 de agosto de 2012 se firmó en La Habana, Cuba, el “Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. En este documento se expresa la voluntad de ambas partes de iniciar conversaciones sobre la política de desarrollo agrario integral; la participación política; el fin del conflicto (cese al fuego y de hostilidades, dejación de armas y temas de seguridad); la solución al problema de las drogas ilícitas; las víctimas (derechos humanos y verdad); y la implementación, verificación y refrendación. Con las reglas definidas y bajo el principio de “nada está acordado hasta que todo esté acordado” se da inicio a una etapa que muchos ya califican de histórica y  que representa una posibilidad real de iniciar el camino hacia la construcción de la paz.

Pero, ¿será capaz la sociedad colombiana de hacer esta apuesta? A comienzos del mes de septiembre, más de 120 grandes empresas, amplios sectores de la sociedad civil y la Iglesia Católica se unieron en una sola voz para decirle al mundo #SoyCapaz. Esta campaña, liderada por el sector privado, busca inspirar y hacer reflexionar a los colombianos sobre la importancia de su contribución al proceso de construcción de paz. Una canción colectiva de 60 artistas nacionales, mensajes empresariales positivos y hasta un médico que decidió ser capaz de cruzar el Estrecho de Gibraltar por los niños de su país han sido algunos de los desafíos que nos hemos impuesto los colombianos y las colombianas para demostrar de lo que somos capaces por la paz.

La paz no se puede alcanzar en su totalidad, solo podemos aproximarnos a ella.

Desde el inicio de los diálogos en La Habana, se ha generado un clima de polarización en el país; mucho se ha dicho, se ha sospechado y otro tanto se ha imaginado. La gran prueba de fuego que ha enfrentado hasta el momento el proceso de paz fueron las reñidas elecciones presidenciales de mayo y junio (segunda vuelta) de 2014. La contienda electoral, la menos “ética” que se recuerde en las últimas décadas (debido a los escándalos), limitó su discurso exclusivamente al tema de la paz y convirtió al electorado en personas con una sola posible identidad política: “amigos” o “enemigos” de la paz. En un ambiente de desconfianza absoluta y en donde las cosas solo se pueden ver en blanco o en negro, la tarea de restablecer el orden social, procurar derechos y garantizar la no repetición del conflicto se convierte en una empresa casi impensable.

La paz, generalmente, es concebida como la ausencia de conflicto armado o el antónimo de la guerra. Galtung encuentra dos definiciones compatibles de paz: la ausencia o reducción de la violencia de todo tipo y la transformación creativa y no violenta del conflicto. Y un concepto comprendido de manera más amplia, expuesto por Jon Elster, puede incluir la noción de paz cívica, que consiste en un bajo nivel de violencia criminal, alguna forma de sanación psicosocial y la cooperación oficial hacia un régimen post-transicional. Lamento ser aguafiestas, pero hay que ser conscientes de que la paz no se puede alcanzar en su totalidad, solo podemos aproximarnos a ella.

Por su parte, la construcción de paz es entendida como el restablecimiento de los lazos humanos y sistémicos que se han roto. Lederach se refiere a ella como un conjunto de procesos, acercamientos y etapas necesarias para transformar el conflicto en relaciones más sostenibles y pacificas. De esta forma, las medidas que deben ser implementadas para la construcción de la paz requieren un compromiso a largo plazo para enfrentar las causas que generaron el conflicto.

En este punto quiero mencionar brevemente tres conceptos que considero elementales al momento de pensar en la construcción de paz: satisfacción (a nivel personal), solidaridad (a nivel comunitario) y reconciliación (a nivel nacional).

Para llegar a un estado cercano a la paz se necesita cierto nivel de satisfacción. Lo que algunos califican como paz interior conlleva más que el sentido espiritual y se complementa con un mínimo nivel de satisfacción de las necesidades básicas (salud, educación, alimentación); es a la integralidad de esos dos elementos lo que denomino satisfacción. Si bien es cierto que el ser humano en muchas ocasiones no tiene control sobre las situaciones externas (y solo puede tenerlo sobre su ser interior), existen unos mínimos vitales a los que cada persona debería poder tener acceso. Si a esos mínimos vitales se le suma la capacidad introspectiva de identificar las fortalezas que se tienen para convertirse en un mejor ser humano, estaremos frente a un potencial agente de paz.

Y aquí se conecta la satisfacción con la solidaridad, el nivel personal con el comunitario. Este potencial agente de paz, este ser humano capaz de preocuparse por los demás, que vence a la indiferencia, es la persona solidaria. Esa persona que comprende que reconstruir relaciones implica más que la simple coexistencia, significa tolerancia e inclusión.

La reconciliación abarca unas dimensiones mucho más amplias. Un colega de Uganda me lo describió alguna vez como un “viaje”. La reconciliación es la capacidad de poder imaginar un futuro con “el otro”, es visualizar un mundo en el que estemos nosotros pero que también estén ellos. Lederach lo llamó la “imaginación moral”, esa habilidad de ver lo que todavía no existe. La reconciliación es equilibrio, es “reacomodarse”, si es necesario.

Por supuesto, la paz y la reconciliación que se buscan en Colombia no pueden estar basadas en la negación de los hechos o en la impunidad, sino en el reconocimiento de responsabilidades de todos los actores involucrados, y de la sociedad en general por su silencio e indolencia, en la justicia, en la verdad y en la reparación a las víctimas. Debe ser esta la base para construir relaciones de confianza entre los ciudadanos y ciudadanas, y entre ellos y ellas y el Estado.

Es entonces fundamental entender los acuerdos como una oportunidad para acercarnos a la paz y ser realistas al comprender que el verdadero reto iniciará después de su firma.

 

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1Registro Único de Víctimas. Cifras con corte a 1 de septiembre de 2014. Disponible en: http://rni.unidadvictimas.gov.co/?q=v-reportes

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