Derechos de la mujer y relaciones de género en el Perú
Derechos de la mujer y relaciones de género en el Perú
A la pregunta de en qué se ha avanzado y qué queda pendiente con respecto al acceso a los derechos de la mujer en el país, podríamos responder sintéticamente que mucho y poco. Mucho, si miramos estadísticas sobre acceso a la educación, al mercado laboral, a la reducción de la mortalidad materna, a controlar fecundidad mediante métodos anticonceptivos, a tener voz mediante organizaciones y movilizaciones, a participar políticamente y ejercer representación, a reconocer su capacidad para cualquier trabajo y responsabilidad, a compartir la patria potestad y decidir el destino de sus bienes. A la vez, si profundizamos el análisis en el reconocimiento de esos derechos y su ejercicio pleno, encontramos que las limitaciones son importantes. Por razones de espacio solo señalaré la situación de algunos derechos.
Una limitación proviene del hecho de que en nuestro país, como en muchos otros, no todas las mujeres acceden de igual forma a los derechos. Para una mujer que vive en zonas rurales y cuyo idioma no es el español, un derecho tan reconocido como acceder a la educación no es aún universal, y si hablamos de calidad y pertinencia es excepcional. Sucede igual para los varones, pero para las mujeres más.[1]
También hay retrocesos, hoy es mayor la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan (en el 2017 17.8 contra 15.9 en el 2012) y entre las jóvenes mujeres también es mayor la proporción de este grupo (24% de mujeres contra 11.8 de varones).[2] Respecto al acceso al mercado laboral que permite a las mujeres lograr mayor autonomía, sin duda ha habido un incremento muy significativo. A la vez, persisten dos graves limitaciones. En el Perú, en el año 2016 se consignaba que las mujeres ganaban 29.6% menos que los varones.[3] Asimismo, las mujeres que ingresan al mercado laboral gozan muy limitadamente de derechos relacionados con su rol reproductivo: cuidado de sus hijos e hijas, tareas domésticas que siguen estado en una gran proporción bajo su exclusiva responsabilidad. Apoyos como duración del descanso de maternidad y licencia de paternidad, lactarios, cunas infantiles, horarios diferenciados son absolutamente insuficientes o inexistentes.
Si bien respecto a la salud, dos indicadores básicos como el descenso de la tasa de fecundidad y la menor tasa de mortalidad materna son avances importantes, constatamos que todavía poner a disposición de las mujeres anticonceptivos de calidad, orientación para su uso y educación sexual integral, mediante políticas públicas, tiene muchos límites, cuando no combatidos por grupos que se niegan a proporcionar herramientas tan importantes de prevención para la salud y la vida de las mujeres. Es real también que hemos bajado la tasa de mortalidad materna en su promedio nacional de 185 por cada 100,000 nacidos vivos, a mediados de los 90, a 65 en el 2015. Sin embargo, las tasas en las regiones como Puno pueden ser mucho más altas en la actualidad que lo que era a nivel nacional hace casi 20 años. No me ha sido posible acceder a esta información actualizada. En este aspecto de derecho a la salud encontramos dos datos preocupantes: uno, el porcentaje alto de embarazo adolescente. Persiste un porcentaje entre 13 y 14% de madres adolescentes, muchas de ellas menores de 15 años, que quedan embarazadas por una violación que ocurre en la mayor parte de casos en el entorno familiar. Dos, el índice mayor de muertes maternas por causas incidentales, es decir no vinculadas a la gestación, ni a otras enfermedades. El porcentaje de muertes incidentales, una de ella la violencia, ha aumentado de 5.3% en el 2013 a 14.3% en el 2017.[4]
Una honda resistencia cultural
Lo que es significativo es que los numerosos avances en la conquista de derechos no van acompañados de una aceptación alentadora, sino que hay muchos signos de resistencia, que se expresa en ridiculización, en acoso, en considerar el cuerpo femenino como un objeto de uso, en discriminación y finalmente en muerte. Es en ese terreno de los patrones culturales, donde podemos decir que hay relaciones de género que no han cambiado mucho, ni siquiera en la población más joven.
Si bien esa resistencia ocurre casi con cada derecho conquistado, es más dolorosa y trágica cuando se trata de la imposibilidad de aceptar el ejercicio a la libertad de decidir las relaciones sentimentales o de considerar el cuerpo mujer como objeto del que se puede disponer. El feminicidio expresa esa resistencia cultural de manera extrema. Hasta octubre 2018 hemos visto elevarse el número de feminicidios en un 20% con respecto al 2017. Es más frecuente en mujeres entre 15 y 29 años (51%) y 34% de los perpetradores tienen entre 18 y 29 años.[5]
Estoy convencida que es en la educación temprana donde está una de las claves para comenzar a cambiar esa resistencia cultural. Todavía en nuestro país decimos con naturalidad a un niño pequeño que llora por dolor o pena: “¡Callate! Los hombres no lloran!” vinculando así estrechamente la identidad masculina a una suerte de prohibición a expresar sentimientos. A la larga, los sentimientos se expresarán pero deberán buscar escapes que siendo reprimidos largamente, explotan de manera incontrolada. Otro patrón cultural, muy arraigado, es el de considerar que la identidad masculina se demuestra en el poder de dominio y sometimiento hasta el punto de negar al cuerpo de la mujer valor humano y dignidad. En otros contextos, ello se expresa en considerar la violación sexual como arma de guerra por ejemplo. En el nuestro la violación es de una altísima frecuencia, incluso en el entorno familiar como se ha señalado.
Quizás la tarea pendiente para la sociedad peruana en este aspecto es voltear la mirada hacia la necesidad de un cambio en la comprensión de la identidad masculina que implique que los avances en el ejercicio de los derechos de las mujeres no amenazan la identidad de los varones. Ello supone desvincular poder y autoridad masculina, pero también identidad masculina y ausencia de sentimientos.
Quiero insistir en la característica centralmente humana de los sentimientos; y, por tanto, en el derecho de los varones a expresar su dolor o pena sin avergonzarse o temer ser menos hombres por ello. Así podrán reconocer que tienen sentimientos, ellos y también las mujeres. Creo que, de ese modo, los hombres estarán en mayor capacidad para comprender que, para las mujeres, ejercer la libertad de elegir sus relaciones afectivas tiene otras razones que no son ni la infidelidad ni la ligereza o la frivolidad. Y, también, que si ambos tienen sentimientos, permitirá comprender que “disponer” del cuerpo de las mujeres niega la condición de humanidad en ellas y “animaliza” a los hombres.
Reconocer esta dimensión humana nos permitirá transitar hacia relaciones de género más democráticas y más humanas. Hoy, libertad y dignidad, a las que las mujeres tenemos derecho son negadas con una frecuencia alarmante, que además implica, en casos extremos pero cada vez más numerosos, negar el derecho de vivir, el más elemental de los derechos humanos.
[1] El Informe Perú: Brechas de Género 2017 del INEI revela que el porcentaje de la tasa de analfabetismo nacional es de 9% para mujeres y 2% para varones, pero si tomamos como referencia la lengua materna distinta del castellano a nivel nacional, esta se eleva a 26% para mujeres y a 6.2 % para varones
[2] INEI, ENAHO 2017.
[3] INEI, Perú: brechas de género 2017.
[4] FUENTE : Centro Nacional de Epidemiologia, Prevención y Control de Enfermedades – MINSA (*) Hasta la SE 02 del 2018
[5] Fuente: Reporte estadístico de víctimas de feminicidio del MIMP. Período enero-octubre 2018.