Desborde en la orilla del mar: La Fiesta de san Pedro

Desborde en la orilla del mar: La Fiesta de san Pedro

Ideele Revista Nº 221

El malecón Grau es una vieja muralla de locetas y palmeras suspendidas sobre barro, que cada año se hunde un poco más sobre sí mismo. En las calles que lo acechan se construyen nuevos edificios que van dejando envejecer, bajo sus largas sombras, a las casas tradicionales de pórticos y rejas blancas que solían ser los pilares ostentosos para mirar la costa. En lugar de jardines se ponen rejas y alarmas, se construyen paredes altas de portones automáticos, y las moto taxis transitan barrios con casas que ya no ven el mar pero que aún están a los pies del morro. El malecón suele ser frecuentado por parejas, grupos de amigos con cervezas, personas solitarias o viejos jugadores de ajedrez, que, aunque no sumen un gran número, se hacen dueños de este lugar. Sin embargo, la noche del 28 y el día del 29 de junio, esta muralla suspendida se desborda de rostros, voces y aplausos; de sonidos, olores y formas que parecen transformar para siempre sus largos paseos ventosos, testigos del ir y venir del mar conquistado por botes de colores.

Es un desborde feliz a orillas del mar que empieza montando tabladillos, empujando carritos de churros y de helado, viendo marchar frente a un estrado bicolor al sobrino tataranieto de José Olaya. Es un desborde que transcurre escuchando a cómicos ambulantes que no se cansan de hacer reír durante horas a quienes se forman alrededor suyo, donde al lado se negocia el precio de zapatitos de tela o afiches de Alianza Lima, donde las personas se toman fotos con llamas o con King-Kongs. Es un desborde donde también se arrojan moneditas al bote de San Pedro esperando una mejor suerte, donde pueden leer los horóscopos chinos comiendo picarones, hígado, chicharrón, mazamorra o cebiche, donde por un sol se puede meter un gol secundado por Guerrero o el loco Vargas.

Es un desborde donde, llegada la noche, se prenden fuegos artificiales que hacen enfurecer a las alarmas de los Audi y Mercedes, que no los pueden proteger del retumbar de sus propios vidrios, y tampoco de los colores y de la luz que ilumina y hace sonreír a las familias que aún están sentadas al borde de la muralla sostenida por barro. Es un desborde del cual no participan las grandes estructuras del Club Regatas, pero sí las instalaciones de cemento ralo y puestitos de madera pintadas de azul que recogen la pesca del día a día, aderezándolo con limón, ají y canchita. Es un desborde para el local del Sindicato de Pescadores, a donde llegan sus trabajadores, quienes al lado de redes verdes y mesas de billar, brindan por un año más de trabajo, a pesar de bolicheras, del calor o el frío impredecible en el mar, o de políticas ajenas que buscan su desaparición por ser tradicionales y poco productivos.

El malecón Grau se transforma, se desarma y se colma, dejando no un desorden, sino un evento donde se come, se ríe, se compra, se reza, se camina y se escuchan trompetas que acompañan a imágenes que se adentran en el mar, dejando pasar una fiesta que se desborda a bordo de un pescador y de su pesca popular.

 

 

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