El brexit y la democracia
El brexit y la democracia
Se ha dicho que el Brexit es un acontecimiento de tanta trascendencia en nuestros días como la Caída del Muro de Berlín; la cantidad de comentarios y reflexiones que ha suscitado en los medios a nivel mundial parece confirmar esta apreciación.
Nos parecen profundamente importantes las implicancias internacionales de la salida del Reno Unido de la UE, por lo que significa en cuanto a la posible desintegración de Europa y el ingreso a una nueva fase de declinación del continente frente a centros emergentes de riqueza y poder mundiales, asi como por las perspectivas que abre de fortalecimiento del nacionalismo y debilitamiento de las fuerzas de la globalización. Estas son perspectivas que saludablemente sacuden el predominio de las visiones del Pensamiento Único y el Fin de la Historia y la comodidad del análisis ortodoxo de los hechos mundiales.
Sin embargo, en un plano político más amplio, nos seduce irresistiblemente la idea de que el Brexit puede verse como un pronunciamiento plebiscitario, en el Estado que ha sido la cuna de la democracia parlamentaria, contra la subordinación de la democracia a la lógica del capitalismo.
Es cierto que hubo demagogia y engaño del lado de los promotores del Brexit, prometiendo una panacea, pero también los hubo de parte de los defensores de la permanencia, incluyendo autoridades de la UE, pintando una situación apocalíptica tras la salida. Por lo demás, la manipulación de las percepciones y la prevalencia de los sentimientos populares, que hoy denuncian los perdedores, no es un hecho nuevo en las contiendas electorales.
El voto del Brexit no siguió claras líneas partidarias ni generacionales. En realidad, la mayoría de los Tories votaron por la salida y la gran mayoría de los jóvenes evidenciaron su escaso interés absteniéndose de votar.
Las elites, como las masas, estuvieron divididas, aunque parece razonable afirmar que la mayor parte de las elites votó por la permanencia y la gran mayoría de los descontentos con la economía por la salida.
En cuanto a aquellas elites que respaldaron el Brexit, no debemos subestimar la fuerza residual de la visión de una Inglaterra imperial, articulada por Churchill en 1948, en plena posguerra, ni la más reciente hostilidad de Margaret Thatcher hacia la UE.
Churchill veía a Inglaterra como una potencia global que podría mantenerse en el centro de la política mundial a base de su habilidad de operar en tres círculos sin privilegiar ninguno: el primero, el de los Estados de su ex-imperio; el segundo, el de su “relación especial” con Estados Unidos: el tercero, su relación con Europa, que recién se hizo estrecha, pero no definitiva, en 1973.
Desde 1980, con Margaret Thatcher, Londres regateó su permanencia en la integración, consiguiendo una significativa reducción de su contribución presupuestaria; aseguró luego su permanencia sin participar en el espacio Schengen ni en la unión monetaria.
La salida de Reino Unido probablemente no conllevará la anunciada tragedia para el ciudadano común. Tal vez bajen el crecimiento, la rentabilidad de las empresas, las oportunidades de mejores empleos.
Pero, por otro lado, ya hay señales auspiciosas de que podrían ganar la democracia y las preocupaciones sociales del gobierno, lo cual volvería a poner al país en la senda de una democracia social que alguna vez lo convirtió en un referente mundial.
Theresa May, la nueva primera ministra y líder de los Conservadores, ha asegurado que respetará el deseo popular y que habrá Brexit. Ha puesto a visibles promotores de la salida en cargos clave para la trascendental y larga negociación de la separación formal del bloque.
Al mismo tiempo, ha manifestado su convicción de que el voto popular refleja una honda frustración y es un poderoso llamado al cambio de las políticas internas del gobierno, que deben apuntar a disminuir la desigualdad que ha acompañado en su país a la globalización y a la fase más profunda de la integración.
May, quien no proviene del mismo estrato privilegiado que su predecesor, David Cameron, se ha pronunciado ya por un grado de proteccionismo, una mayor participación de los trabajadores en las empresas, limitaciones en la paga de los ejecutivos, y una legislación antimonopolios más vigorosa. Ella parece representar una ruptura generacional entre los Tories con las extremas posturas liberales de Margaret Thatcher y un retorno a los ideales conservadores de cuidar la preservación de las comunidades así como la unidad social (New York Times, 20 julio 2016, B4).