La educación virtual, entre lo urgente y lo importante
La educación virtual, entre lo urgente y lo importante
La pandemia ha llegado, azotando con agresividad nuestras emociones y arrasando nuestras pocas seguridades. En medio de la vorágine, aunque con miedo, hacemos lo posible por adaptarnos con celeridad a los cambios, para seguir subsistiendo. En el campo de la educación, con premura profesores/as y alumnos/as tuvimos que pasar de la educación presencial a la educación virtual. Aunque el ejercicio de la docencia en ese formato, ya sea en el ámbito rural, urbano, o en el nivel, primario, secundario y superior tiene sus complejidades y diferencias específicas, comparten elementos en común indispensables para un buen resultado. Lo primero que se nos viene a la mente es la tecnología, el contar con una computadora con conexión a Internet por cable, un mínimo recomendable de ancho de banda, cámara web, micrófonos, audífonos y navegador web actualizado. Es cierto que ello es necesario, pero focalizarnos sólo en la herramienta podría derivar en el fetichismo tecnológico. Lo esencial es poder construir un vínculo pedagógico entre docentes y alumno/as a través de la tecnología. ¿Es eso posible?
Diversos proyectos de educación a distancia, focalizados en las zonas rurales, a través del uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, se han impulsado desde hace varios años.[1] No obstante, algunos resultaron en infructuosas iniciativas que centraban el protagonismo en el medio antes que en las mediaciones. Computadoras en lugares sin servicio de electricidad no se podían utilizar y, cuando sí se podía, el temor a que el bien escaso fuera a malograrse (colegios con 1 computadora para 20 estudiantes) limitó sus posibilidades de uso, o el uso se hizo exclusivo del docente. La cruel brecha digital, que aún existe, se puso en evidencia, había quienes podían estar en red y otros que se caían a través de ella. Urgía, además, alfabetización digital, tanto para docentes como para estudiantes. En la práctica pedagógica, se mantuvieron aún las acciones centradas en el consumo de la información adquirida a través de los videos y de Internet, cuando había, antes que en la producción del conocimiento, reproduciendo así el rol pasivo de los y las estudiantes, limitando su agencia como prosumidores. Los docentes también redujeron su actividad, poniéndose en segundo plano y argumentando que ellos eran solo acompañantes del proceso pedagógico cuyo protagonista eran los medios. Puede ser excusa, puede que lo creyeran así, puede no ser más que una expresión de la poca estima que algunos tenían por su actividad, pero también puede ser desconocimiento o dificultad para imaginar la posibilidad de construir un vínculo pedagógico con sus alumnos, mediado por la tecnología.
Hacerse presente, mediante la voz y/o la imagen, frente a los estudiantes, mantenerse atento a sus necesidades, preguntas, dudas y comentarios, se hace más que necesario en esta modalidad. El nivel de deserción es alto, ya sea por no entender el formato, por no contar con los requerimientos técnicos, o por la ausencia de parte del/a docente. Ello puede conducir a un gran estado de frustración.
Al 2020, pareciera que la situación no ha cambiado mucho. En la urgencia de estos días de pandemia, los llamados viejos medios, los tradicionales, la radio y la televisión, que durante el siglo XX habían sido la punta de lanza de la educación a distancia, acudieron al rescate. La alternativa a la presencialidad se dio a través de la emisión por la señal pública de programas educativos, dirigidos a primaria y secundaria. El visionado de programas combinados con el uso de los celulares con acceso a Internet, a falta de plataformas educativas, es utilizado por los profesores para mantener la comunicación (generalmente Whatsapp) y para el envío y recepción de las tareas (correo electrónico), no sólo en el sector público sino también en el privado. Ganar tiempo se convirtió en la consigna, tanto en el campo de la salud, para que el contagio no se expanda; como en el ámbito educativo, para que los estudiantes no pierdan el año. Con el telón de fondo de la crisis sanitaria, profesores y profesoras tuvieron que empezar a enseñar desde sus casas, compartiendo su quehacer docente con sus actividades domésticas, con improvisadas capacitaciones y limitaciones técnicas, sustituyendo algunos su presencia con el envío de tareas. ¿Y el vínculo pedagógico? Si en una situación de condiciones “normales”, construirlo no siempre se lograba, nos preguntamos ¿cómo construirlo en un contexto de emociones inestables, angustias económicas, utilizando un formato educativo mayormente desconocido?
La relación entre el profesor/a-alumno/a es una relación intersubjetiva y el vínculo pedagógico una condición para que se efectúe el proceso de enseñanza aprendizaje. La educación a distancia mediada por la tecnología no excluye la posibilidad de construir un vínculo pedagógico social y afectivo, en el entendido que no existe conocimiento ni comunicación sin emoción. No obstante, es todo un desafío entender que la cognición y la emoción actúan conjuntamente también y mucho más, quizá, en la educación a distancia. Ello implica prestar atención no sólo a los medios sino a las mediaciones que se producen. La modalidad de educación a distancia requiere hacer que el espacio virtual se convierta en un lugar de encuentro y acompañamiento cálido para evitar el aislamiento de sus participantes, quienes a su vez necesitan de una alta motivación para hacer que su voz se oiga y para oír a sus compañeros. Puede ser un espacio privilegiado para el desarrollo de habilidades sociales y para la construcción colectiva, mucho más en esta crisis, donde el cuidado individual y el colectivo van de la mano para evitar la expansión de la pandemia.
Hacerse presente, mediante la voz y/o la imagen, frente a los estudiantes, mantenerse atento a sus necesidades, preguntas, dudas y comentarios, se hace más que necesario en esta modalidad. El nivel de deserción es alto, ya sea por no entender el formato, por no contar con los requerimientos técnicos, o por la ausencia de parte del/a docente. Ello puede conducir a un gran estado de frustración. Frustración de la cual tampoco estamos exentos los y las docentes, quienes aprendemos el funcionamiento de la nueva modalidad sobre la marcha. Sin embargo, tener presente que nuestro acompañamiento virtual puede influir en la decisión que tome un estudiante entre mantenerse en el sistema educativo o incrementar las filas de la deserción y la exclusión, puede hacer que aceptemos el desafío de promover el contacto humano mediado por la tecnología. Hagamos que lo urgente no deje en segundo plano lo importante.
Hoy, la urgencia ha hecho que la educación sea virtual, no sabemos cuándo retornaremos a la presencialidad. Construir y mantener el vínculo pedagógico, mediante la tecnología es lo importante. Las condiciones imperantes advierten que el mundo no será el mismo, que nuestros hábitos, el consumo, las condiciones políticas y económicas se transformarán. Y, que ello a su vez cambiará la educación, quizá en forma por este año, pero no debería hacerlo en su sentido. Una educación vinculante, empática y solidaria, con o sin la tecnología se hace imprescindible.
[1] Trinidad, R (2005). Entre la ilusión y la realidad. Las nuevas tecnologías en dos proyectos educativos del estado. Lima: IEP.