Qué, cómo, dónde y quiénes deben leer

Qué, cómo, dónde y quiénes deben leer

John Erick Lizardo Guzmán Docente de Comunicación Integral
Ideele Revista Nº 284

El enfoque pedagógico de la educación por competencias[1] se ha convertido en el paradigma educativo dominante en la mayor parte de los países occidentales, incluido el nuestro. Fue promovido desde organismos internacionales como el Banco Mundial, desde que, a finales del siglo pasado, se empezó a tomar clara conciencia de la importancia del llamado "capital humano" como eje del desarrollo económico de los países. A partir de la liberalización de nuestra economía y como parte de su reinserción en el sistema financiero internacional, el Ministerio de Educación empezó a impulsar una reforma en esa línea desde mediados de los años noventa.

Desde esta perspectiva, las capacidades ligadas a la comprensión de lectura constituyen una de las competencias fundamentales: extraer y procesar información proveniente de textos escritos se vuelve indispensable, más aún si se pretende acceder a un nivel universitario de educación, aspiración extendida entre jóvenes peruanos de prácticamente todos los sectores sociales. Sin embargo, los resultados del Perú en pruebas estandarizadas internacionales (por ejemplo, PISA), así como las propias mediciones internas del MINEDU a través de sus evaluaciones censales, más allá de  mejoras en los últimos años, mostraban y siguen mostrando paupérrimos resultados: un porcentaje demasiado importante de los estudiantes peruanos no entiende lo que lee[2]. Dada esta realidad, el MINEDU empieza a impulsar el Plan Lector, un conjunto de estrategias que buscaban mejorar las habilidades de lectura y afianzar el hábito lector a través de un objetivo tan deseable como simple: conseguir que los estudiantes peruanos leyesen 12 libros al año[3].

Dicho plan ha sido objeto de una serie de críticas y observaciones cuyo sentido y pertinencia no vamos a debatir aquí en extenso.  Estamos convencidos, sin embargo, de que, más allá de la calidad o la buena intención de planes y proyectos, es en el aula y en la interacción diaria con los estudiantes que las estrategias educativas se convierten en aprendizaje efectivo. Así, desde nuestra experiencia docente, queremos realizar algunos comentarios y aportes sobre cómo impulsar dicho plan y, en general, mejorar el nivel de lectura de nuestros estudiantes. 

 

¿QUÉ LEER  EN LA ESCUELA?

Muchas críticas al Plan Lector se han centrado en la selección de los títulos que ha propuesto el MINEDU, en alianza con algunas editoriales, para integrarlo. En un afán de “sintonizar” con los gustos e inclinaciones de niños y adolescentes, se dice que se terminan asignando obras de “literatura juvenil”, superficiales, intrascendentes, de autores poco conocidos y de calidad cuestionable, entre los que se han contado incluso libros llamados de “autoayuda”; títulos todos, según se afirma, de pobre o nulo valor literario, y que no fomentan la reflexión ni la vocación por el pensamiento crítico. Pareciera que la consigna consiste en que es preferible ese tipo de lectura a que no se lea nada.

En esta línea, muchos reclaman el abandono de la lectura de textos clásicos y lecturas consagradas por el canon: grandes obras de la literatura peruana, latinoamericana y universal. Respetables profesores e intelectuales se quejan de que “ya no se lee  tal o cual obra fundamental”  que los escolares  “no leen cómo leíamos en mi época”.   Se evocan esos años en que los libros de Lengua y Literatura (denominación que también se añora frente al insípido rótulo actual de “Comunicación Integral”) estaban compuestos básicamente de relatos, poemas y fragmentos de obras canónicas de la literatura española, peruana, latinoamericana y universal; un sinnúmero de autores agrupados por corrientes, ordenados cronológicamente y, en algunos casos, con comentarios críticos y cuestionarios para analizar las lecturas.  Invocamos a  Cervantes, Shakespeare, Victor Hugo o Arguedas para que nos salven de J. K. Rowling, Cohelo o Spencer Johnson, por citar a algunos autores conocidos.

Hay que cuidarse de idealizar excesivamente el pasado.  Muchos de los que pensamos así nos hemos dedicado  a las  humanidades y la enseñanza justamente porque, desde niños, hemos amado los libros, la historia, la literatura. Y a veces olvidamos que incluso en nuestra época, ya éramos más la excepción que la regla. Muchísima gente no leía, o lo hacía obligada y de mala gana. ¿La actitud era distinta? Es posible. Quizás existía un mayor aprecio por la lectura, incluso entre aquellos que no la practicaban: se reconocía al libro como el medio principal (si no el único) de obtener conocimientos. Era posible toparnos en la televisión con interesantes e informados documentales, pero uno estaba sometido los avatares de la programación. Sin embargo, si algo ha cambiado radicalmente en los últimos lustros son las formas de acceso a todo tipo de información.

Actualmente, dicha información es accesible para las nuevas generaciones a través de múltiples medios y plataformas; principalmente, en formato audiovisual y multimedia. Ya a finales de los 90, Giovanni Sartori había reflexionado sobre las consecuencias de la primacía de la imagen frente a lo escrito[4]. Por otro lado, la internet conecta a todos con una infinidad de datos que se multiplica exponencialmente a cada momento. La relación con el conocimiento se transforma radicalmente: las personas comunes no solo lo consumen, sino que pueden producirlo y reproducirlo, libre y directamente. En este contexto, el libro impreso se vuelve un medio más de acceso al conocimiento  y no necesariamente el más atractivo. ¿Eso significa que hay que dejar de lado la lectura de los clásicos, de libros que, al estar escritos en un lenguaje antiguo o complejo, se tornan pesados y aburridos para los jóvenes? ¿Debemos ignorar  todo lo que se escribió en una época en que las palabras y los conceptos describían lo que ahora se puede mostrar en vídeo e imágenes?  No. Al menos, no necesariamente.

Sostenemos que los grandes temas clásicos, sobre los que grandes pensadores han escrito y discurrido desde los comienzos de la civilización, pueden abordarse de muchas maneras.  Se  puede lograr interesantes niveles de reflexión a partir de una serie de Netflix, una producción de anime o un comic. La lírica y la estética se pueden apreciar en una canción de rock, o en un film de Burton o Miyasaki. El tema de los videojuegos es uno de los que más convoca a las nuevas generaciones, y los trabajos de Gonzalo Frasca o Maria Lujan Oulton ya han demostrado que estos constituyen mucho más que un entretenimiento intrascendente[5]. Y es a partir de todos estos recursos que uno puede llegar a los textos llamados clásicos,  y establecer vínculos entre ellos y la vida contemporánea, pues por algo lo son. Sin embargo, no es sencillo partir de la lectura de libros que, dada su época y naturaleza, presentan un lenguaje que a los jóvenes les suele parecer farragoso y completamente ajeno. Los libros clásicos deben ser un punto de llegada, no de partida, pedagógicamente hablando. Y aun así, no es sencillo: requiere imaginación, preparación, capacidad de establecer vínculos no evidentes por parte del docente. Sobre eso volveremos más adelante.

"Sin una buena biblioteca, surtida y atendida por un personal calificado, en la que puedan implementarse actividades atractivas y novedosas, no hay manera de convertir niños o adolescentes en lectores, más aún en esta época".

¿CÓMO LEER EN LA ESCUELA?

El sentido común nos dice que una de las razones por las que se lee menos es por causa de las nuevas tecnologías digitales y los medios audiovisuales: los chicos pasan el día ensimismados en sus celulares o conectados a juegos en línea a través de las computadoras, y desprecian los libros por considerarlos aburridos.  Cuando se asigna la lectura de una novela o relato, lo primero que preguntan los alumnos es si se puede encontrar una película basada en el mismo, para ahorrarse trabajo. A muchos les parece extraño tener que leer si pueden ver un vídeo. La internet rebosa de resúmenes, reseñas e incluso monografías completas sobre casi cualquier tema que los estudiantes pueden revisar o descargar a discreción.

Sin embargo, es discutible establecer una relación directa y mecánica  entre el uso de estos dispositivos electrónicos y la ausencia del hábito de lectura. De hecho, uno podría argumentar que en la era digital, los jóvenes leen más que nunca: lo hacen en sus celulares y en la pantalla de un ordenador, y se comunican prolijamente escribiendo a través de estos. Autores como Biondi y Zapata plantean incluso que estamos ante una novedosa y diferente (no mejor ni peor) sistema  de comunicación y producción de sentido que ellos denominan la electronalidad[6]. Asimismo, existen  trabajos que muestran que el uso de las TICS (tecnologías de  la información), si bien pueden atrofiar algunas capacidades cognitivas también potencian otras; y además constituyen un poderoso factor de motivación emocional para el aprendizaje[7]. Entonces, ¿por qué los jóvenes, aparentemente,  leen menos  libros que antes?

Diversos autores han ensayado múltiples explicaciones: desde la ya mencionada hegemonía de la cultura de la imagen y la dificultad de la escuela para competir con la tecnología en los tiempos de ocio, hasta el ritmo vertiginoso de la vida actual que demanda una lectura rápida, superficial y práctica, o la ausencia de una cultura lectora en el entorno familiar. Se trata, pues, de una ámbito de discusión que excede los límites de este artículo, en tanto sobrepasa la influencia de la escuela como institución. Sin embargo, algo que sí está al alcance de los educadores para promover la lectura en sus alumnos, aun en este contexto aparentemente adverso, es la motivación por ella[8].

Los profesores, pues, tenemos un papel importante en este proceso de motivación, no solo seleccionando los contenidos, lecturas y recursos adecuados (como hemos planteado líneas arriba), sino proponiendo dinámicas y formas originales de leer y de evaluar lo leído; en otras palabras, diseñando procesos de enseñanza que, sin dejar de lado los intereses y preferencias de los alumnos, les puedan plantear retos que desafíen sus capacidades y desarrollen las competencias que se buscan, sin dejar de lado la cultura y el  sentido crítico. En esta línea, es necesario emplear todos los medios que las TICs ponen a nuestra disposición: lo digital no es un enemigo intrínseco de la lectura si es que se sabe cómo utilizarlo. La relación particular de las nuevas generaciones con este tipo de tecnología es un elemento dado y no va a cambiar: ellas aprenden de nuevas formas y pretender enseñar al estilo antiguo es un despropósito.

Un último comentario al respecto: si bien motivar y tomar en cuenta los gustos e intereses de los alumnos es esencial, también lo es cierto grado de disciplina y exigencia, sobre todo cuando se trata de adolescentes. Ello no va muy a tono con muchas de las perspectivas pedagógicas contemporáneas, que insisten en que los alumnos deben disfrutar de las clases y que, por ejemplo, debe desterrarse el concepto de “desaprobado”. Sin embargo, ningún aprendizaje se consigue sin esfuerzo y una cuota mínima de sacrificio. La lectura no es un hábito natural en nadie: uno tiene que formárselo. Se debe motivar y proponer al estudiante una clase interesante y amena, con retos y desafíos. Pero estos no tienen sentido si no existe la posibilidad del fracaso,  así como las estrategias para enfrentarlo.  Ello  también implica una enseñanza importante.

 

¿DÓNDE LEER EN LA ESCUELA?

Si bien los recursos digitales y audiovisuales son insoslayables en la educación contemporánea, el libro impreso continúa siendo el elemento esencial en el desarrollo del hábito lector. En este sentido, la biblioteca escolar es una institución fundamental en cualquier colegio. Esta debe ser amplia, cómoda, surtida, de atención amable y estante abierto. Esto último es muy importante, sobre todo en los grados iniciales: nada motiva más a un niño que pasearse por estantes de libros de tapas coloridas, en donde pueda tomar libremente lo que llame su atención. Y mejor  si ello ocurre en un espacio agradable, que sea cómodo, donde le sea un gusto sentarse (o acomodarse de cualquier otra forma) y leer a sus anchas. Sobre todo en primaria, cuando el hábito lector se debe formar, la lectura conlleva un aspecto lúdico que no puede potenciarse sin un lugar acondicionada para ello. Sin una buena biblioteca, surtida y atendida por un personal calificado, en la que puedan implementarse actividades atractivas y novedosas, no hay manera de convertir niños o adolescentes en lectores, más aún en esta época.

Un ejemplo de lo que puede lograrse con una biblioteca adecuada y las estrategias pertinentes podemos hallarlo en la experiencia del colegio Fe y Alegría No. 58, ubicado en Jicamarca, una de las zonas más pobres de San Juan de Lurigancho. Esta escuela, a través de un eficiente liderazgo educativo, una cultura organizacional que valora el trabajo de los docentes y una adecuada gestión de los recursos[9] consiguió ubicarse en el primer lugar de la Evaluación Censal del MINEDU en el año 2012 en comprensión lectora  entre cientos de colegios de Lima Metropolitana, lo cual hizo a la institución y su directora acreedores de premios y reconocimientos. Lo lograron impulsando un programa llamado “Me gusta leer” que combinaba un sistema de puntos y premios, préstamos a casa, un estímulo permanente a alumnos y docentes, y la implementación de una biblioteca amplia y acogedora. De esta forma, consiguieron que varios de sus alumnos llegaran a leer 300 libros al año, meta muy ambiciosa incluso para países desarrollados. Esta es un prueba de lo que se puede lograr con una óptima red de bibliotecas escolares y las estrategias adecuadas, incluso en contextos de grave carencia económica. Pero nada de esto se puede llevar a cabo sin los artífices de cualquier proceso de enseñanza: los maestros.

 

"Sin embargo, como ya se ha planteado varias veces a lo largo de esta artículo, los profesores son la pieza central en cualquier política educativa. Los aprendizajes no se concretan en planes o documentos, sino en el trabajo de aula".

¿QUIÉNES DEBEN LEER EN LA ESCUELA?

El poeta Washington Delgado decía hace algunas décadas que el único vicio que debe permitirse en la escuela es el vicio de la lectura. Seguramente lo sostuvo pensando en los alumnos, pero a veces olvidamos que, sin profesores que demuestren ser lectores, no se puede aspirar a que los alumnos también lo sean. En los últimos años, muchas políticas del Estado se han orientado a revalorizar la profesión docente, a través de las mejores salariales, el establecimiento de la meritocracia en la carrera magisterial y la dotación de materiales, recursos y capacitaciones que brinden a los maestros peruanos lo necesario para mejorar su nivel profesional.  Sin embargo, no es un secreto que aún estamos lejos de lo deseable. Décadas de abandono de la educación pública han repercutido negativamente en el magisterio nacional. Con bajos sueldos y, a veces, una pobre formación, muchos docentes peruanos, paradójicamente, ejercen su profesión de espaldas a la lectura. Imposibilitado de comprar buenos libros (cuyo costo en nuestro país suele ser elevado) y sin tiempo para leer, pues la mayoría completa sus magros ingresos con otros trabajos, el docente peruano promedio cuenta con pocos recursos para seleccionar e incluso leer los textos adecuados, así que termina trabajando con lo que el ministerio propone o con lo que conoce de sus años de formación.  El Plan Lector termina siendo un mero trámite en el aula y sus resultados, otro documento más para presentar a fin de año.

Sin embargo, como ya se ha planteado varias veces a lo largo de esta artículo, los profesores son la pieza central en cualquier política educativa. Los aprendizajes no se concretan en planes o documentos, sino en el trabajo de aula. Un plan que pretenda mejorar sustantivamente los niveles de comprensión lectora  de los estudiantes necesita profesores que, independientemente de la materia que enseñen, sean no solo buenos lectores, sino personas cultas e informadas; que estén al día con el cine, la música y, en general, la producción artística y cultural contemporánea, además de contar con una formación humanística y científica sólida. Solo así serán capaces de implementar estrategias efectivas para motivar la lectura en sus estudiantes, tal y como hemos mencionado líneas arriba.

Así, las políticas dirigidas a mejorar el recurso humano docente no pueden estar restringidas a capacitaciones pedagógicas: debe implementarse un Plan Lector Docente. A través de una eficaz red de bibliotecas escolares (punto ya desarrollado) debe darse a los maestros el acceso a una gran variedad de títulos, no solo de obras literarias, sino científicas y humanísticas. Podría establecerse un sistema de puntajes o reconocimiento a los profesores por cadas libro cuya lectura puedan acreditar, lo cual debería influir positivamente en su  escalafón. Pero eso no basta: deben promoverse círculos de lectura y discusión para docentes; facilitarles el acceso a cines, museos, conciertos y espectáculos culturales; a través de las TICs y recursos digitales, promover que puedan publicar o compartir sus experiencias de trabajo a través de blogs y redes. Y todo ello implica la inversión de recursos, no solo monetarios sino de tiempo: las horas que un profesor invierte en leer, cultivarse o escribir deben considerarse, en alguna medida al menos, horas de trabajo. La escuela debe volver a ser, no solo un lugar en el que se imparten clases, sino un centro de promoción cultural e intelectual.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

El Plan Lector no puede reducirse a una política meramente declarativa o a una consecución burocrática de metas que luego aparecerán consignadas en documentos tan aburridos como inútiles. Tampoco puede dejarse al solo criterio de las casas editoriales, cuyos intereses no siempre coinciden con las necesidades educativas de los estudiantes. La iniciativa puede ser del Ministerio, pero no puede prescindir de los maestros: son ellos los que, en última instancia, conocen a sus estudiantes y están con ellos en las aulas. Por eso las políticas de capacitación y apoyo a los profesores deben brindarles las herramientas, los recursos y el tiempo para proponer y diseñar planes lectores atractivos y exigentes, que conjuguen la tecnología digital y el uso de TICs, así como los saberes humanísticos y los libros canónicos con los intereses y gustos de los jóvenes; que le hagan accesible la lectura en profundidad, pero que también les planteen retos y desafíos que repercutan en aprendizajes efectivos. La selección de los títulos es solo un aspecto: el hábito y el gusto por leer, acompañado de la reflexión y el sentido crítico son más necesarios que nunca en estos tiempos superficiales y pragmáticos, pero indiscutiblemente diferentes y novedosos. Y cualquier propuesta que funcione debe responder a esa diferencia y novedad.

 



[1] No es este el lugar para realizar una crítica a esta visión, o a la discutible diferencia conceptual entre competencias y capacidades, así como su oposición a la noción de contenidos. Puede encontrarse una crítica interesante en del Rey, Angélica, Sanchez-Parga, J., Crítica de la educación por competencias. Universitas, Revista de Ciencias Sociales y Humanas [en linea] 2011, (Julio-Diciembre) Disponible en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=476147383010>

 ISSN 1390-3837. Sobre lo segundo, un texto inédito de Walter Peñaloza, disponible en https://docs.google.com/document/d/1lNmcckfFFlocbQX0LKX1OmLNPuQtFZYO6iwAlUyowu0/edit#. Una versión sintetizada en Revista Libre Pensamiento, https://librepenicmoncjose.blogspot.com/2012/04/curriculo-con-competencias.html

[2] Sobre los resultados de estas pruebas, consultar en el portal de la Unidad de Medición de la Calidad Educativa http://umc.minedu.gob.pe/afiche-de-la-evaluacion-censal-de-estudiantes-2018/

[3] Sobre el Plan Lector, se puede consultar el Boletín de la Organización de Estados Iberoamericanos, Febrero 2008, https://www.oei.es/historico/noticias/spip.php?article1987. Las orientaciones para la implementación del Plan Lector 2018 se pueden descargar del portal del MINEDU en https://www.google.com/search?q=plan+lector+minedu+2018+pdf&rlz=1CAEAQE_enPE731PE731&oq=Plan+lector+minedu&aqs=chrome.1.69i57j0l5.6756j0j8&sourceid=chrome&ie=UTF-8

[4] Sartori, Giovanni.  Homo Videns. La sociedad teledirigida. México, Taurus, 2008

[5] Como ejemplos, Frasca, Gonzalo, Juego, videojuego y creación de sentido, en Comunicación, Nº 7, Vol.1, año 2009, PP. 37-44. ISSN 1989-600X, disponible en http://revistacomunicacion.org/pdf/n7/articulos/a3_Juego_videojuego_y_creacion_de_sentido_una_introduccion.pdf; o Oulton, María Lujan, Arte y realidad virtual: laboratorio post-contemporáneo para un nuevo cuerpo expandido, disponible en https://www.academia.edu/33368181/Arte_y_realidad_virtual_laboratorio_post-contempor%C3%A1neo_para_un_nuevo_cuerpo_expandido

[6] Biondi, Juan y Zapata, Eduardo, Nómades electronales. Lo que nos dicen las escrituras de los jóvenes: había que echarse a andar nuevamente. Lima, UPC,

[7]Aira Moreira, Manuel, Los efectos del modelo 1:1 en el cambio educativo en las escuelas. evidencias y desafíos para las políticas iberoamericanas, en REVISTA IBEROAMERICANA DE EDUCACIÓN. N.º 56 (2011), pp. 49-74 (ISSN: 1022-6508)

[8] La motivación lectora es, en sí misma, un concepto complejo y que presenta múltiples aristas. Un estudio muy interesante al respecto, que incluye una exhaustiva revisión teórica, puede encontrarse en Cano Roncagliolo, Gonzalo Rafael, Cuestionario sobre motivación lectora
en una experiencia de plan lector, 
Tesis para optar el grado de licenciado en Psicología, Lima, PUCP, octubre, 2009.

[9] Puede leerse un registro completo de la experiencia de esta escuela en Salas, Patricia. Escuelas que construyen contextos para el aprendizaje y la convivencia democrática. La experiencia de la institución educativa fe y alegría nro. 58 mary ward. Documento de trabajo.

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