Turquía: Los “ecologistas laicos” contra el “islamismo neoliberal”

Turquía: Los “ecologistas laicos” contra el “islamismo neoliberal”

Ideele Revista Nº 230

El 9 de junio, 30.000 turcos se concentraron en la plaza de Taksim (Foto: teinteresa.es).

Las masivas protestas que azotaron Turquía desde el 31 de mayo y que hasta el momento han ocasionado cuatro muertos y miles de heridos y detenidos desviaron la atención de los europeos, más preocupados por el curso de la crisis económica en Italia o España.

La chispa que incendió la pradera fue la defensa del parque Gezi, próximo a la célebre plaza Taksim —lugar de concentraciones de protesta en el pasado que siempre acabaron de manera poco pacífica—, que el primer ministro, Tayyip Erdogan, del partido Justicia y Desarrollo, pretendía destruir para levantar un centro comercial cuyo diseño arquitectónico tendría la misma forma del viejo cuartel de artillería, Halil Pasha, construido en 1806 con un diseño arquitectónico que mezclaba los estilos otomano, hindú y ruso. Fue el padre de la República turca, Mustafa Kemal, quien ordenó en 1936 la construcción del parque Gezi en el espacio del viejo cuartel, diseñado por el arquitecto francés Henri Prost e inaugurado en 1951 en el céntrico barrio de Beyoglu, sobre una extensión de 33 hectáreas.

Inicialmente fueron 50 manifestantes ecologistas quienes salieron a protestar en defensa del parque, pero ante la brutal arremetida de la represión policial, en una movilización que llevó más de tres semanas, se sumaron decenas de miles de vecinos de Estambul y más tarde millones procedentes de Ankara, la capital de Turquía, y de otras 78 ciudades donde la población sumó a la protesta ecologista otros reclamos políticos y económicos antineoliberales y hasta desfiló simbólicamente con pancartas que llevaban el rostro de Mustafa Kemal Ataturk.

Una manifestación de ecologistas, laicistas e izquierdistas
¿Es lo de Erdogan un reto antikemalista? No lo sabemos, aunque es evidente que lo que une a todos los manifestantes turcos es el deseo de defender la Turquía moderna y occidental que creó el fundador del país, y que sienten amenazada por el Primer Ministro. Por ello, Kemal se ha convertido en un ícono de la protesta, debido a que lo consideran el principal representante de los ideales seculares (en referencia a la separación de lo religioso y lo público), en oposición a la imagen islámica que le han atribuido a Erdogan.

En estas protestas, en las que los manifestantes han priorizado la consigna de un enfrentamiento entre “modernización contra islamismo”, hay ciertamente un elemento antineoliberal, que encuentra su expresión en los jóvenes descontentos con el sistema económico, a pesar de que ha habido crecimiento en los últimos años. Este sector izquierdista que ha tomado parte en las protestas no es mayoritario pero sí muy influyente. El descontento con el modelo económico resalta en el testimonio de un joven testigo:

“Todo empezó cuando un árbol fue derrumbado por empleados de la construcción, en uno de los muchos proyectos de transformación urbanística de Estambul. Recuerdo que el jueves 30 de mayo dije que nunca había sido tan pesimista sobre el futuro de Turquía desde el año 2000. Les dije a mis amigos que me sentía impotente, incapaz de cambiar cualquier cosa. Todas las luchas en las que me involucré desde el año 2000, o fueron derrotadas o frustradas por el autoritarismo del gobierno (Partido de la Justicia y el Desarrollo) y por las políticas neoliberales implementadas en Turquía desde hace dos décadas”.

Quien cree que las revueltas en Turquía deben incluirse en la mal llamada “primavera democrática” de los países árabes, se equivoca, porque en éste, de mayoría musulmana sunita, el extremismo no tiene tanta influencia, hay una élite política y militar dominante opuesta a cualquier intento de “islamización”, y, como miembro de la OTAN, es por el contrario el interlocutor más importante de los occidentales con el mundo árabe. Esto se ve en el papel que juega hoy ante Siria (abriendo las puertas a los refugiados de la guerra civil); en su distante posición con relación a Irán, Afganistán e Iraq (con el que comparte a la minoría kurda que fue duramente reprimida por Saddam Hussein), aunque Erdogan no permitió que tropas estadounidenses utilizaran su país como base de operaciones en la guerra contra Hussein y ha socorrido a la población palestina de las inhumanas represalias del Ejército israelí.

Erdogan: un empresario político
Tayyip Erdogan puede ser ultraconservador, moralista, un musulmán encubierto, como lo considera la clase política, y su posición ante la prensa es sin duda intolerante (según el Comité de Protección de la Prensa, hay 49 periodistas presos, lo que le da a ese país un récord lamentable), pero preside desde 2002 un gobierno democrático que ha tenido un buen desempeño y, posiblemente por sus éxitos electorales, ha preferido dar un viraje al autoritarismo para detener a una creciente y ruidosa oposición.

¿Se puede decir que la dualidad de Erdogan es similar a la de su país, con un pie en Occidente y el otro en Medio Oriente; que es musulmán, laico y occidental a la vez? Nacido en 1954 en el seno de una familia pobre y conservadora, Erdogan tuvo que costear su educación vendiendo limonada y simit (pan común en Turquía y Grecia); siendo joven llegó a las ligas semiprofesionales como futbolista, hasta que su padre impidió una posible carrera en este deporte. Fue entonces cuando Erdogan decidió seguir sus estudios de Economía Política, y no solo hizo una carrera muy destacada, sino que se convirtió además en un próspero comerciante.

Lo que une a todos los manifestantes turcos es el deseo de defender la Turquía moderna y occidental que creó el fundador del país, y que sienten amenazada por el Primer Ministro.

Incursionó en la política siendo aún estudiante, y en la década de 1980 llegó a ser uno de los líderes del “Partido del Bienestar”, de tendencia islamista, con el cual fue elegido, en 1994, alcalde de Estambul. Su administración en el Municipio se caracterizó por tomar distancia de las prácticas religiosas, con lo que demostró ser un político pragmático en tiempos neoliberales.

Más interesante aún resulta saber que el hoy Primer Ministro repudiado por las movilizaciones ecologistas reemplazó el transporte público de Estambul con buses modernos bajo la consigna de que la contaminación del aire era una prioridad municipal.

Sin embargo, no todo fueron éxitos para él: en 1998 la Corte Constitucional declaró ilegal al partido que lo acogía y él fue arrestado por 10 meses por recitar un poema que, según la ley, incitaba a la confrontación religiosa bajo la acusación de “atentar contra el orden laicista en Turquía”. En 2001 creó su actual partido, que un año después ganó las elecciones con más de diez millones de votos, y así se convirtió en Primer Ministro, cargo que no pudo asumir sino hasta el año siguiente debido a la prohibición de ejercer cargos políticos que pesaba sobre él a causa de su juzgamiento.

Una vez en el puesto, Erdogan moderó sus convicciones islamistas y tuvo dos gobiernos en los que enfrentó con éxito el desafío de conducir a su país hacia la integración en la Unión Europea. Particularmente importante fue el referéndum para modificar la Constitución amoldándola a los estándares del continente europeo, que la mayoría turca aprobó en 2010. No ha sido menos relevante el esfuerzo por concluir el conflicto con la minoría kurda, luego de reconocer los abusos que cometieron los gobiernos turcos en el pasado. También hizo reformas en la Fuerza Armada, consagró la libertad religiosa y abolió la pena de muerte, además de suavizar su Código Penal e ingresar en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Solo así Turquía podía integrarse a Europa, aunque la idea de tener a un Estado con población musulmana en la Unión no entusiasma a las naciones de este continente. Por ello Erdogan los ha calificado de practicar un “doble juego” con su país.

De lo políticamente correcto al autoritarismo
Los problemas empezaron en 2011, con su tercer mandato consecutivo, cuando Erdogan, envanecido por sus constantes victorias electorales, hizo un viraje autoritario y maltrató el lado más sensible e incómodo a todo poder: la Internet y la prensa.

Sus bloqueos a la web han ocasionado un gran malestar entre los jóvenes opositores de clase media, y pueden explicar por qué los manifestantes del parque Gezi están recurriendo con gran eficacia a las redes sociales en las últimas movilizaciones. En cuanto al enjuiciamiento a periodistas críticos, su Gobierno ya ha sido duramente reprochado por agencias internacionales.

De la misma manera, sus decisiones de gobierno se han vuelto tan controvertidas y conservadoras que de seguro los ayatolas las han aplaudido. La restricción de los tipos de aborto que eran permitidos en el país, la incorporación obligatoria del estudio del Islam en la educación primaria y la prohibición de la venta de alcohol a partir de las 10 de la noche en un país de gran demanda turística son los ejemplos más resaltantes de las medidas de corte “moralista” que ha tomado el Primer Ministro. Asimismo, se ha permitido el uso del velo, que se encontraba prohibido; y a pesar de que esta medida, a diferencia de las anteriores, es positiva para el pluralismo y la libertad religiosa, sus opositores la han aprovechado para criticar al Gobierno. En virtud de todos estos hechos, muchos acusan a Erdogan de querer “islamizar” Turquía.

Un intento más del Primer Ministro de deslegitimar el sistema de gobierno ha consistido en pretender el debilitamiento del régimen parlamentario otorgándole más atribuciones al Ejecutivo. Para tomar esas decisiones temerarias Erdogan ha tenido que enfrentarse, antes que al pueblo y a la clase política, judicial y militar, abiertamente opuestas a cualquier ley islámica, y a la que ha pretendido desprestigiar recostado en los sectores tradicionales de Turquía.

Entre dos visiones del mundo y dos estilos de gobierno
Si Erdogan entra en razón y retrocede en su decisión de destruir la herencia del padre de Turquía, el parque Gezi, es cosa que se sabrá en los próximos días. Por lo pronto, se ha sentado a conversar con los representantes del movimiento ecologista “Plataforma Taksim”. Una eventual coincidencia es que el Gobierno llevará a consulta popular el mantenimiento del parque (aún no se sabe ella incluirá solo a los habitantes de Estambul o del exclusivo barrio Beyoglu, donde está ubicado), pero una mala señal es que Erdogan ha condicionado este mecanismo a que los manifestantes se retiren del parque con amenazas que suenan a una brutal represión: “No solo vamos a terminar las acciones; vamos a estar en los cuellos de los provocadores y terroristas y nadie se saldrá con la suya”.

La verdad es que este incidente ha servido para recordar la compleja situación interna de Turquía y su relación con Europa y el mundo árabe: hablamos de un país dividido en dos sectores con visiones distintas sobre la cultura y la política, que además provienen de sectores socioeconómicos diferentes. Por un lado, el país occidental y más desarrollado, apegado al laicismo y a las tradiciones occidentales; por otro, el país conservador que se encuentra más allá de Estambul, cercano a la religión y a una vida más tradicional. Es la Turquía pobre, marginada de la modernidad que le fue impuesta de un día para otro por Kemal y demás imitadores de Occidente, la que apoya al neoliberal Erdogan.

La respuesta a esta aparente contradicción es simple: la secularización forzosa fue la causa de la división del país, y fue ella misma la que alejó de la sociedad occidental a este sector religioso. Ahora que han encontrado a un Primer Ministro con el que pueden identificarse mejor, su apoyo a él es natural. Está ahora en manos de Erdogan decidir si quiere seguir polarizando al país, o si, por el contrario, optará por acercar a estas dos Turquías.

Agregar comentario