Chavismo inevitable. ¿Tiene cómo y con qué?

Chavismo inevitable. ¿Tiene cómo y con qué?

Glatzer Tuesta Periodista, Director de Ideeleradio
Ideele Revista Nº 229

(Foto: Andina).

La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.
GROUCHO MARX

Han pasado cerca de dos años del Gobierno de Ollanta Humala y, más allá de las críticas y exigencias que se le puedan hacer, éste no se ha salido de los cánones de la democracia, como mucha gente temía. No es solo la “hoja de ruta” lo que se debe mirar para contrastar sus retrocesos, avances o continuidades, sino aquel juramento que daba cuenta, con testigos ilustres, de su posición frente a la arbitrariedad y el autoritarismo. Este evento no era accesorio para contradecir a un fujimorismo poco maquillado, que sin tractor pero sí con una aplanadora iba a arrasar con cualquier incomodidad. No sé si la convicción le dio, al hoy Presidente, para eso, pero los hechos muestran que en esa línea camina.

Eso no quiere decir que las dudas frente a cambios estén plenamente disipadas, pero creo que no estamos en ese momento: i) porque las condiciones no se prestan para ello, y ii) porque, tengo la impresión, no le da (la fuerza y la cabeza) para aventurarse de esa manera. Para qué hacerse problemas si está vigente la alternativa de avanzar sin mayores sobresaltos.

Ollanta Humala se ha acostumbrado a la popularidad con costo cero, al aplauso por no hacer mucho y a navegar con destino conocido haciendo amagues de ajuste y cambio (que den puntos en las encuestas), pero ninguna reforma de fondo, salvo aquéllas que se hacen tímidamente en algunos sectores por voluntad de sus titulares. Desde la crítica complaciente, los militantes se obnubilan y no advierten de riesgos, y en la trinchera del frente los más duros, en una lógica hiperpreventiva, advierten de un montesinismo que se cocina a fuego lento.

Las evidencias (dicen estos últimos) se hacen palpables cuando avala el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y hace gala de una presencia que debió evitar. Para autodefinirse por encima del bien y del mal, evalúan el comportamiento de los otros sobre la base de complacencias de izquierda y animadversiones de derecha, cuando es evidente que es un asunto de principios. Chávez se hizo a imagen y semejanza de Fujimori; si no pregúntenle a Keiko, que hacía trencito caribeño con entusiasmo. Pero decir que ésa es una señal de la visa ALBA es bastante prematuro.

Otro de los temores que se ha amplificado por estos días, por el caso REPSOL, es la posibilidad de contrariar las reglas de la economía que crece de manera sostenida los últimos 10 años (con lo que estoy de acuerdo), y de mandar a mantenimiento al piloto automático para navegar hacia un rumbo diferente. La participación del Estado en el mercado de sectores estratégicos, que se convierte en “un estudio técnico, económico, minucioso para ver si es factible”, según el propio Ministro de Economía, que, dicho sea de paso, pusieron los que hoy lo critican, genera una histeria que inevitablemente concluye en chavismo, estatismo o salto al vacío. Así le hacen a Alan García el favor que necesitaba para tratar de polarizar bajo la lógica de las elecciones 2006, y no responder por la industria de impunidad a favor de delincuentes de alto rango, que él, no creo que con el consejo de Dios, lideró. No necesariamente se hará lo que el Presidente evalúa, ya que, como en otros aspectos, el Gobierno retrocederá para no hacerse de problemas mayores. Ya lo dijo la Primera Dama: “Si no conviene, sencillamente no va”. Lo que nunca sabrá la mayoría de compatriotas es si valía la pena o no, porque no hay debate sino un diálogo de sordos y muchísimos intereses.

El incremento injustificado del presupuesto del Servicio de Inteligencia y la promoción de Ollanta Humala en altas esferas del Ejército hay que mirarlo con atención, para evitar que eso conjugue y conspire contra la legalidad.

Pero qué pasará con quienes (como dice César Hildebrandt) siempre cortan el jamón. Se los grafico fraseando a un ex dirigente nacionalista: “Ollanta se hace el machito y después terminará mansito”, y cuando eso pase (una vez más), los que arrinconan al Presidente, que perdieron las elecciones, apetecerán más y más. ¿Expresarán su preocupación los defensores circunstanciales de la democracia por ese avance? Pienso que con menor intensidad.

Otro temor —creo, más fundado— es la posible militarización del régimen. Algunas malas señales, pero tampoco irreversibles. El decreto legislativo 1129 (dado con la venia del Congreso), sobre secreto militar en todo lo que tenga que ver con Defensa y Seguridad Nacional, es una de ellas. Esto puede propiciar un oscurantismo inaceptable; sin embargo, ya está en el Tribunal Constitucional, que, pese a su deterioro, tendrá que declararlo inconstitucional siguiendo su propia jurisprudencia, salvo que sea una prueba de incondicionalidad para evitar su renovación. Además, la Comisión Interamericana ya expresó su preocupación por el tema. Tarde o temprano será derogado.

El retorno al Servicio Militar Obligatorio, parte de la formación arcaica del Presidente y su reducida comprensión del amor a la patria, lo lleva a insistir es este tema. No habrá sorteo, ya que, hasta donde se sabe, el problema de déficit viene de antaño. Solo hay dos posibilidades: o han estado levando (deteniendo arbitrariamente) jóvenes en las regiones para cumplir con el cupo, o no se necesita más de lo que se tiene. La verdadera discusión que debería responder: ¿Qué justifica el número que se requiere? Intuyo que encontraremos varias sorpresas.

El incremento injustificado del presupuesto del Servicio de Inteligencia y la promoción de Ollanta Humala en altas esferas del Ejército hay que mirarlo con atención, para evitar que eso conjugue y conspire contra la legalidad. Hay que fortalecer la institucionalidad civil y contrapesar. Hasta el momento el Ministro del sector, de plena confianza de Mario Vargas Llosa, no da muestras de descontrol y desborde. Tenemos Congreso, tenemos prensa libre, tenemos Poder Judicial y una opinión pública muy crítica con esa posibilidad. Pueden querer, pero se puede evitar.

El Presidente anda diciendo por plazas, y frente a mucha gente que lo aplaude, que transita hacia “la Gran Transformación” y se dice que ésta será tan progresiva que no se agotará en un periodo sino que buscarán una reelección a través de Nadine el 2016. Eso sería no solo ilegal sino inmoral e inaceptable; y el no descartarlo es un asunto perturbador, pero creo que dos años le han servido al Presidente para también administrar de manera pragmática sus tiempos. Hoy, sacándole el jugo a las circunstancias y extrayéndole el máximo de provecho, ha dicho que no dirá nada sobre el tema, confirmado con ello que frente a la renuncia a su ofertada vocación reformista, necesita con qué distraer la atención.

Mientras eso sucede, desde Palacio miran las encuestas con entusiasmo, multiplican los programas sociales y no hacen ninguna reforma sectorial ni, menos, una integral y democrática del Estado, cuando ése es el principal reclamo (decepción). El problema, otra vez, será haber perdido cinco años sin sentar bases de un verdadero Estado inclusivo, inspirado en la posibilidad de dar oportunidades y hacer sostenible el desarrollo. Por el contrario, vamos a terminar en un escenario propicio para la aventura o la demagogia a la que hemos sido sometidos en los últimos procesos electorales. Recordemos que Alan García nos dejó de herencia a Ollanta y Keiko en la segunda vuelta el 2011.

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