A Depardieu no le gustan los impuestos

A Depardieu no le gustan los impuestos

Ideele Revista Nº 232

Gérard Depardieu mostrando su pasaporte ruso (Foto: animalnewyork.com)

El 7 de Diciembre de 2012, Gerard Depardieu, actor francés conocido aquí por interpretar a Cyrano de Bergerac y Danton, anuncia que tomara residencia en Nechin, Belgica.

“Minable”, declara el primer ministro de Francia Jean Marc Ayrault, luego de enterarse de la noticia. “Penoso”, “patético”, sería lo que diría en español. Esta apostrofe está lejos de complacer al imponente artista, quien exige inmediatamente disculpas del gobierno. De este intercambio se desencadena una serie de eventos tan surrealista que captura el interés de la prensa mundial. Desde el Perú, vemos, un poco confundidos, a Depardieu pasearse por las calles de Moscú, fotografiándose con Putin, blandiendo con orgullo su pasaporte Ruso. El que había sido para muchos el símbolo de Francia y de los franceses, un Jean Valjean for export, se desentendía con Paris y declaraba como Rusia era para él una “Gran Democracia”. Uno no seguía los actos de Depardieu por la frivolidad de ver a un People en decadencia, y mucho menos por algún tipo de admiración por su autoridad intelectual o moral. Ver al actor reaccionar de ese modo era como ver un símbolo nacional cobrar vida y rebelarse contra su Patria, escoger amigos imprevistos, encadenar los coups de theatre. Para los que no estaban acostumbrados a verlo en la prensa, era como seguir una de sus aventuras más extravagantes.  Había algo fascinante en ver a esa silueta pantagruélica y sonriente codearse con Putin, de aire más discreto y calculador. Sin embargo, con el pasar del tiempo, hasta esa noticia surrealista terminó por aburrir al público mundial, y Depardieu abandonó los diarios, sin dejar, por supuesto, su lugar habitual en la prensa francesa.

Y es que ver a Depardieu en escándalos mediáticos no es ninguna novedad en Francia. Si este suceso logró salir de las fronteras, es que Depardieu decidió abandonar el país en medio de una crisis mayor, que tenia a la clase política francesa con los nervios en punta.

Desde la llegada del presidente François Hollande al Eliseo, en mayo de 2012, la palabra “exilio fiscal” estaba en boca de todos. El presidente Socialista cargaba con una imagen de “enemigo de los ricos” muy difícil de evtar, y una de sus promesas de campaña, el impuesto al 75% del ingreso de los más ricos, no hacía más que confirmar su reputación.  Una tensión latente existía entre la clase empresarial y un gobierno que trataba, sin éxito, de darse una imagen conciliadora. Se murmuraba que algunos ricos consideraban la opción del exilio, para buscar tierras menos enemigas a su fortuna. 

Los eventos que provocó, así como las reacciones que suscitó sacaron a la luz los traumas que recorren a Francia en los últimos años. Revelaron un país herido por la crisis, que aguarda con temor el momento en que su economía se hunda sin remedio. 

Por fin, la famosa portada de Liberation, “Casse toi, riche con” confirmó eso que muchos temían. La portada de este diario de izquierda, que declaraba con desenfado “Lárgate, rico idiota”,  nos presentaba al millonario francés Bernard Arnault, sonriente, maleta en mano, a punto de tomar un tren en dirección a Bélgica, donde muchos sospechaban que iría a asentarse.  Si bien el millonario terminó por quedarse en Francia, la portada tuvo un efecto poderoso en la opinión francesa. 

Los medios de comunicación empezaron a analizar con redoblada atención el movimiento de los millonarios franceses. A falta de estadísticas oficiales, la prensa francesa sospechaba de las intenciones de exilio de múltiples celebridades. Empezó a nacer el miedo que esos exilios se convertirían en un verdadero éxodo de millonarios.  A finales de ese año, empezaron a aparecer estimaciones alarmantes. Mientras el diario Le Figaro declaraba que la cantidad de exiliados fiscales se ha multiplicado por 5 en el 2012, la fundación Concorde calculaba que los exilios fiscales de empresarios franceses en los últimos 20 años representaban una pérdida de 20 millones de empleos.

Con la ausencia de datos oficiales, las cifras estimadas de exiliados fiscales crecieron, cada vez más monstruosas. Y con ellas, el sentimiento angustiante que esta crisis seria la que termine de precipitar a Francia en la crisis. Fue en este contexto de alta tensión que se produjo la partida de Depardieu, y encendió a fuego vivo la opinión pública.

El gobierno francés, determinado a calmar las aguas, decidió aclarar la verdadera magnitud del fenómeno. Gilles Carrez, presidente de la comisión de finanzas en el Congreso, reclamó al Ministerio de Economía datos precisos sobre la partida de los ricos al extranjero, y las pérdidas verdaderas que representaría para el Estado.

Y es que, el problema del exilio fiscal es difícil de enfrentar frontalmente. Aparte de la falta de cifras claras, el mayor problema es que el exilio fiscal es absolutamente legal. A diferencia del fraude, un exiliado fiscal no evade impuestos, sino que aprovecha la legislación de su país, que le hace pagar menos si reside en el extranjero. Los ciudadanos franceses viven una situación privilegiada para este tipo de acciones: como ciudadanos europeos, pueden circular con total facilidad dentro de otros Estados de la Unión, y residir en ellos puede resultar bastante sencillo. Impedir este tipo de movimientos es impensable en un mundo globalizado, mucho menos en un Estado miembro de la comunidad Europea.

Ante este dilema, destacó la figura de Jerome Cahuzac, ministro de Presupuesto, quien propuso imponer el mismo tipo de impuestos a los ciudadanos franceses viviendo en el extranjero. Según él, los franceses en el extranjero debían actuar con “patriotismo”, apoyando a su nación en tiempos de crisis. Sin embargo, las palabras de este patriota perdieron peso cuando el diario Mediapart reveló que guardaba cuentas bancarias secretas en Suiza. Este escándalo conmocionó la política francesa. Hasta hoy, el juicio y las investigaciones ligadas al tema Cahuzac han tomado el primer plano en la vida política francesa.

La crisis del exilio fiscal trajo consigo una serie de escándalos y destapes que superaron en impacto a la partida de Gerard Depardieu. Los eventos que provoco, así como las reacciones que suscitó sacaron a la luz los traumas que recorren a Francia en los últimos años. Revelaron un país herido por la crisis, que aguarda con temor el momento en que su economía se hunda sin remedio. Sobre todo, nos demostró una clase política que aun no asume el lugar de su país en el mundo, y mucho menos dentro de la Unión Europea. Cuando fue elegido, el gobierno socialista de François Hollande despertó muchas esperanzas, por sus promesas de una política más limpia; las cuentas ocultas de Cahuzac dieron paso al desencanto. 

El exilio fiscal no es solo un asunto de millonarios y de estrellas de cine. Implica a toda la sociedad francesa, que tiene que enfrentarse a su verdadera situacion. Por primera vez, el socialismo francés tendrá que asumir su lugar en una economía y una política global. Y no lo conseguirá sin la confianza de su pueblo.

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