Gonzalo Portocarrero

Gonzalo Portocarrero

Alessandro Caviglia Marconi Docente de Filosofía de la PUCP
Ideele Revista Nº 285

Foto: El Comercio.

"Siento que mi vida ha sido una articulación incesante, e incierta".

Gonzalo portocarrero

 

 

La partida de Gonzalo Portocarrero no dejó de ser una sorpresa y una gran pérdida para el país. Si bien el cáncer que le aquejaba ya lo estaba deteriorando significativamente, su muerte siempre fue inesperada. Portocarrero fue un intelectual de una importante sensibilidad que, a partir de los conceptos que venían que las ciencias sociales y otras disciplinas, se dedicó a reflexionar sobre el Perú. Pertenecía a una generación de intelectuales que se propuso pensar el Perú, junto con otros grandes pensadores como Alberto Flores Galindo, y que buscó probar diferentes entradas para ver la realidad social. Así se consagró como un gran ensayista. Se trata de un tipo de pensador que en nuestros días ha ido siendo sofocada por el influjo que el mercado tiene en el mundo académico. El efecto del mercado sobre la academia ha desplazado a los intelectuales y los ha reemplazado por los denominados investigadores: académicos dedicados a estudiar sectores específicos de la realidad a partir de fragmentos específicos del bagaje del conocimiento, bloqueando todo intento de ganar una mirada de la totalidad. 

Su actividad intelectual la dirigió a pensar las relaciones dolorosas que marcaron el país, como fueron el racismo o la presencia de Sendero Luminoso (con su prédica de odio), entre otros temas. Pero, a la vez su espíritu lo condujo a conectar la sociología con otras disciplinas, inclusive con la poesía. En determinada oportunidad dedicó un verano a estudiar la obra poética de jóvenes estudiantes de la Facultad de Estudios Generales Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Aunque no tuve la oportunidad de conocerlo personalmente, siempre vi en su obra un profundo deseo de comprender lo que más nos duele a través de una sensibilidad sumamente intensa. En marzo del 2017 decidió escribir, como dejándonos un valioso testimonio, sobre su propia experiencia con el cáncer. Se trataba de un esfuerzo tanto de dejar testimonio como de comprender ese proceso que lo conduciría a la muerte.  De esta manera, quién se ha ido ha sido un gran pensador, de gran valía, comparable con los grandes intelectuales que hemos tenido (Mariátegui, Arguedas, entre otros) como también al ubicado al nivel de grandes pensadores que tenemos en la actualidad.

En Ecos de Huarochirí (2018) Portocarrero escribió lo siguente:

“Con los años que tengo, comprendo mejor –eso presumo- lo que he vivido, pues percibo mi vida como una totalidad, o, mejor dicho, siento que mi vida ha sido una articulación incesante, e incierta, entre el azar, la necesidad y las decisiones que yo mismo he ido tomando. Esto significa que trato de aceptarme sin exaltación ni mayores reproches. Y que me dirijo hacia donde apuntan mi deseo y mis temores me lo permiten. No siempre lo consigo, pero eso pretendo”.

En estas palabras expresan el deseo de un ser humano cargado de sensibilidad y de un intelectual en búsqueda constante de articulación. La búsqueda de articulación representa un esfuerzo de algunos seres humanos por comprenderse más a sí mismo y comprender más el mundo que los rodea. Es una búsqueda, hay que decirlo, que es cada vez más escasa, en un mundo en el cual la felicidad humana es entendida por el éxito económico y el incremento de poder e influencia. La articulación personal que Portocarrero buscaba no redundaba en bienes materiales y poder, sino en enriquecimiento de la propia vida y de la de los demás, especialmente sus colegas, sus estudiantes y sus lectores.

Podeos distinguir con claridad tres niveles de articulación tres niveles de articulación que caracterizó la búsqueda ese intelectual que nos dejó.  El primero es el nivel personal. Se trata del deseo de dotar de una dirección y sentido a la propia vida, expresada en los términos de la cita de arriba: percibir la propia vida como una totalidad, la Aceptación de sí mismo sin exaltaciones ni mayores reproches y dirigirse hacia donde los deseos apuntan y los temores lo permiten. La articulación personal es, sin duda una tarea difícil y siempre inacabada, trabajo arduo, telos infinito. Muchas personas viven una vida inarticulada y se satisface con tener logros meridianos. Es más, las sociedades actuales suelen empujar a que las personas lleven una vida que Theodor Adorno denominó, con toda claridad, “vida dañada”.

Esto torna el esfuerzo e Gonzalo Portocarrero, en una tarea encomiable. Parte de ese esfuerzo lo constituyen las reflexiones que durante sus últimos años dedicó al proceso del cáncer que estaba combatiendo. La enfermedad terminó, lamentablemente, con su vida, pero no lo destruyó como persona; no logró desarticularlo. En por eso que Víctor Vich –amigo cercano de Gonzalo Portocarrero- puede decir, respecto de su deceso que: “la muerte es la muerte, es cierto. Pero quizá haya algo que no muere”. Frente a muchas personas que “no mueren, son que se deshacen”, como señaló en una oportunidad Huber Lanssiers, refiriéndose a quienes son destruidos por su propia corrupción y su carencia de articulación vital. El intelectual que despedimos murió, pero no se deshizo. Y, en ello, permanece para nosotros.

El segundo nivel de articulación que buscaba Gonzalo Portocarrero es el de la del país. Como señalé arriba, él pertenecía a una generación de intelectuales que se propuso comprender el Perú a fin de pensar formas de contribuír a su articulación. Sus trabajos tenían, de manera indudable, ese propósito. Carecían de la pretensión de presentar la articulación final y definitiva a la sociedad peruana, pues él era una persona cargada de lucidez. Tomó clara distancia de quienes proclamaron la articulación definitiva del país, cómo es el caso de Sendero Luminoso y los profetas del neoliberalismo contemporáneo.

Portocarrero se puso a las antípodas de aquellas personas que no sólo no buscaban contribuir con la comprensión del país y su articulación, sino que -más bien- combaten toda articulación posible en búsqueda de sus propios intereses. El intelectual se puso, más bien, del lado de lo que Vergara denomina “proyecto republicano” y en contra del “proyecto hortelanista”. Así, su pensamiento se plateó la necesidad de contribuir con el desarrollo de las instituciones de un país democrático y pensar el lugar y el valor de los ciudadanos en el Perú. No puso su reflexión al servicio de aquél proyecto que pensaba sólo en la necesidad del desarrollo social en términos del incremento de PBI y en el fortalecimiento de las empresas privadas y las inversiones. Si bien, no desestimaba la importancia de ese tipo de desarrollo, no lo colocaba en primer plano. Lo más valioso y urgente era la consolidación de una cultura democrática donde todos nos podríamos encontrar, cultura en la cual se pudiese valorar la diversidad.

El tercer nivel de articulación lo constituye el referente a las disciplinas. Si bien Gonzalo Portocarrero adquirió una formación en sociología, se aproximó a diferentes disciplinas intelectuales, como la filosofía, la literatura y el psicoanálisis. Pero su aproximación no tuvo la actitud de ver qué podía decir la sociología a esas disciplinas, sino, al contrario, su esfuerzo constante fue preguntarse qué podían decirle ellas a la sociología. De este modo, utilizando un término que está de moda, puedo afirmar que lo que él hacía es utilizar esas disciplinas para “deconstruir” los maros teóricos de la misma sociología. No se instaló en una posición teórica determinada que proveniese de la sociología, no se atrincheró en una postura, sino que expuso la misma disciplina para que se dejase tocar por el mundo del pensamiento.

El resultado de ese esfuerzo fue la lucidez que ganó para comprender el mundo que lo rodeaba. Y, como consecuencia de ello, se acercó y fomentó los llamados Estudios Culturales en el seno de la Universidad. La idea no consistía en institucionalizar el pensamiento que se nutre de diferentes fuentes, sino convocar los esfuerzos y el apoyo de la Universidad en dirección de hacer que diferentes fuentes intelectuales converjan en el empeño de entender el país y el mundo actuales.

Con todo ello, lo que ha significado Gonzalo Portocarrero para nosotros es una persona y un intelectual sumamente valioso, que estimuló la actividad de sus colegas, sus estudiantes y la de todos quienes hemos entrado alguna vez en contacto con su obra y su pensamiento. Se trató de un ser humano que, en palabras de Hannah Arendt, lo que quería era comprender. O dicho en sus propios términos, comprendía su propia vida como un esfuerzo constante e inacabado de incesante articulación, incierta.

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