Coincido. Concuerdo también
Enviado por Carlos Calderón... (no verificado) el
A pocos meses del inicio de su mandato, el Gobierno empezó a exhibir cambios de dirección que preocupan y frustran a buena parte de sus electores, a la vez que tranquilizan a nuestra cúpula empresarial. Neoliberal en lo económico y conservadora en lo político, la clase dirigente de la sociedad peruana llevó a cabo una furibunda campaña en contra de la candidatura de Ollanta Humala, que tenía como correlato un sintomático e incondicional apoyo a la figura de Keiko Fujimori. Esta “Gran Transformación” de la prédica y la acción política se manifiesta particularmente en un área sensible, ya hace décadas, de la vida social del país: los conflictos socioambientales.
Pero ¿qué hay de sorprendente en la posición del actual Gobierno con respecto a la actividad minera y extractiva en general? En realidad, nada que no hayamos visto en décadas pasadas con regímenes abiertamente neoliberales y defensores de los intereses de las compañías transnacionales en desmedro de los de las mayorías (en este caso, lo paradójico es que se dé en el marco de un gobierno autoproclamado nacionalista).
En efecto, el “Conga sí va” de Humala consolida una misma línea de acción emparentada con la década del fuji-montesinismo y con la política del “perro del hortelano” de Alan García. El problema se sitúa, más bien, en la abrupta discordancia entre el modelo por el que se votó y aquel que se pone en práctica. Más allá de una incongruencia entre promesas de campaña electoral y políticas concretas una vez en el gobierno, el régimen de Humala revela una severa (y grotesca) “Gran Transformación”, ciertamente alejada del lema de campaña. Sin pretender calificar de ingenuidad política las esperanzas de sectores progresistas en un gobierno que se perfilaba como cuestionador del modelo precedente, considero que es importante analizar, desde una esfera crítica, el posicionamiento de la izquierda en él.
Digámoslo en términos más simples: ¿Por qué se creyó —no sé si deba hablar en plural inclusivo— que una opción política como la de Ollanta podía representar una alternativa de cambio hacia un modelo de justicia social, anti-neoliberal y de participación popular? Lejos de cuestionar un voto que, en última instancia, evitó la reedición del fujimorato, el escepticismo de algunos, ya durante la campaña, pareciera confirmarse como una sensata premonición. Profundamente herida a causa de la caída del Muro, la guerra interna, los virajes políticos y, asumámoslo, la falta de claridad ideológica, aquello que llamamos izquierda en el Perú es inexistente en términos partidarios, y algo extremadamente borroso si hablamos de proyectos políticos mayores.
Ante la falta de marcos de referencia, el “pulido” nacionalismo de los últimos comicios, ya lejos de la prédica chavista (que le costó una derrota electoral), y ubicado más bien hacia el “modelo Lula”, inspiró confianza entre los electores e inyectó de esperanza a los sectores progresistas. Alejado el fantasma fabricado por la DBA (la denominada “derecha bruta y achorada”, con Aldo Mariátegui a la cabeza en el terreno periodístico), Humala dejó de pertenecer —no sin reticencias— a una absurda amalgama de: estatismo, velasquismo, castrismo, chavismo, marxismo, leninismo, maoísmo… senderismo. Esta suerte de redención ideológica pasaba necesariamente por situarse al interior del panorama político regional latinoamericano y, en tal sentido, el exitoso modelo de Lula da Silva garantizaba a “los más tibios” la no ruptura drástica del modelo económico, mientras que a los “más radicales” aseguraba una gestión, cuando menos, participativa y con alcances populares y pluralistas. Si al cabo de menos de un año de la asunción del mando, tanto “tibios” como “radicales” se sienten frustrados ante un Gobierno que nuevamente privilegia los intereses de las transnacionales, es porque el giro fue mayúsculo.
Propongo que para comprender la naturaleza de este viraje, y para contribuir al debate sobre el papel de la izquierda en el espectro político actual, es preciso ir a la raíz de lo que representó —o representa— la alternativa Ollanta Humala. En ese sentido, considero que el origen de esta incongruencia entre el “antes” y el “después” se sitúa no tanto en un “transfuguismo” o en un “cambio de camiseta política” (a los cuales los peruanos estamos sumamente acostumbrados), sino en la ausencia de claridad ideológica por parte del Presidente y buena parte de su entorno, hecho en el que convergen la trayectoria personal y familiar, así como el telón de fondo social del actor político.
Autoritarismo, nacionalismoetnocacerista y poder del clan: Interpretando el “Pensamiento Humala”
Situar ideológicamente a Ollanta Humala exigiría un análisis más exhaustivo que el que permite este modesto artículo. Más allá de ubicar al Presidente en el contexto histórico que le tocó vivir (la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la violencia política en el Perú) o en función de su trayectoria personal (su formación y referentes dentro y fuera del país), considero que un punto fundamental para entender su razonamiento político se liga a la trayectoria familiar en la cual se desenvolvió, y que sale a flote constantemente desde antes de su candidatura. En teoría ubicada a la izquierda del espectro político nacional, la formación ideológica del actual Presidente revela las tensiones y contradicciones de un discurso profundamente complejo que, para efectos prácticos, denominaremos el “Pensamiento Humala”.
En esa línea, la airada reacción de la mayor parte de la familia ante la postura del Presidente hacia los conflictos socioambientales es interpretada por muchos actores sociales como una posición consecuente y principista. Con esta lógica, la incongruencia del primer mandatario es vista como una desviación política, mientras la posición familiar es representada como una sólida matriz ideológicamente comprometida con los valores de la izquierda. El problema de este razonamiento (que en las últimas semanas se ha expresado de manera tácita o explícita), es que consolida una falsa imagen de aquello que llamamos izquierda. En otras palabras, no cuestiona el hecho de que el “Pensamiento Humala” muy difícilmente calza con las banderas de lucha de esta tendencia política, aunque se reivindique como parte de ella.
No se pretende aquí establecer qué es y qué no es de izquierda; mucho menos se intenta uniformar las diversas expresiones que pueden haber al interior de posturas progresistas que cuestionan la manera como se produce y distribuye la riqueza en el país y en el mundo. El objetivo de esta breve reflexión es analizar el supuesto viraje presidencial con el fin de caracterizarlo ideológicamente. Ello nos obliga a examinar algunos “signos” que proceden en gran medida de su formación básica y que ilustran el verdadero anclaje de algo que se perfila más bien como una suerte de empresa familiar.
Solo me centraré en la mención de tres elementos que dan cuenta de un divorcio entre las posiciones progresistas acerca de la sociedad y la manera de pensar y actuar de los más conocidos miembros del clan Humala: el autoritarismo, una noción esencialista de la nación, así como la idea de que la redención del país pasa necesariamente por su proyecto familiar (aquí, las aspiraciones populares no tienen mayor cabida si no están supeditadas a la intelligentzia cívico-militar del clan). Entre los Humala (por odiosas que sean las generalizaciones), el autoritarismo es un hilo conductor que va más allá de la formación militar de buena parte de sus miembros, pues éste se evidencia en los diversos discursos del clan familiar. Desde las declaraciones de los progenitores (recordemos las casi fascistas posiciones acerca del servicio militar o los homosexuales), hasta las maneras como vemos que hoy en día se pretenden remediar los conflictos sociales (encarcelando dirigentes y reprimiendo las protestas mediante sendas declaratorias de emergencia), la noción de autoridad que se percibe pasa necesariamente por la idea de la “mano dura”. Asimismo, otro signo que caracteriza este polimorfo proyecto familiar es una concepción esencialista de la nación. Profundamente racializada (recordemos el concepto de “raza cobriza”), la redención de “la nación” (en singular) echa mano de un híbrido conceptual como el “etnocacerismo”, noción que ningún miembro del clan ha sabido explicar con mediana claridad. Por último, el proyecto familiar de los Humala fue concebido para que sus miembros sean los protagonistas incuestionables de los cambios que el país necesita. No solo se trata de lo que, orgullosos, afirman los padres del Presidente, sino también de lo que indica la colocación de buena parte de sus miembros (masculinos, por supuesto) en las Fuerzas Armadas.
Con pretensiones de estadista —y pedagogo— ante los parlamentarios europeos, Humala pretende justificar su apertura hacia una minería que no respeta ni la naturaleza ni la voluntad de los actores sociales locales, y se sirve (la ignorancia es atrevida) de lecciones de mitología griega para refrendar algo que, históricamente, los peruanos estaríamos llamados a ser.
Y en este marco conservador, autoritario y patriarcal, ¿dónde identificamos elementos de compromiso con lo popular, más allá de la redención de la “raza cobriza”? Lamento decir que a mí me huele más a gamonalismo mal digerido, aquel que, en ese enjambre de contradicciones que es el Perú, necesita crear nuevos anclajes ante la caducidad de los antiguos. Hace 20 años, Efraín Kristal caracterizaba el indigenismo como una visión urbana de los Andes. Como bien sabemos, esta corriente intelectual y artística tuvo en el sector hacendatario a algunos de sus principales protagonistas. Me atrevería a decir que el “Pensamiento Humala” se ubica precisamente en una rama de esa genealogía, donde un discurso redentor de “la raza indígena”, engendrado por don Isaac desde antes de la reforma agraria, converge con las reivindicaciones de las izquierdas de antes de la caída del Muro. Nunca seducido por una sola línea ortodoxa dentro de éstas (ya sea la soviética, ya sea la maoísta, como en el caso de Sendero Luminoso), el proyecto familiar de don Isaac se ocupó más bien de multiplicar las posibilidades de protagonismo de su prole, lo que explica que la formación de casi todo los hijos se haya dado en escuelas limeñas de bandera francesa, alemana o japonesa, es decir, de países referenciales de una cierta noción de “desarrollo”. Es ése, pues, el tipo de desarrollo que nos toca fomentar; los coqueteos con posturas más críticas acerca de la sociedad y su conducción parecen haber sido simples estrategias de campaña.
Llegados a este punto, quizá no deban sorprendernos las recientes declaraciones del Presidente en una sesión del Parlamento Europeo ante la preocupación de algunos de sus miembros por los conflictos socioambientales. Más allá de las inexactitudes históricas, destaca un conformismo irreflexivo, una visión acrítica y sumisa de la realidad:
"El Perú vive, desde que es república, o sea, hace 500 años (sic), de la minería. Antes de eso, el Perú era un país agrario (…) Tenemos una minería moderna, del siglo XXI (…) es lo que nos permite estar en un crecimiento económico. Frente a eso, coexisten actividades bastante artesanales, como es (sic) la agricultura, la ganadería, etc., etc… Como nosotros no dominamos la tecnología, estamos viviendo de la venta de nuestros recursos naturales. Entonces, creo que no podemos guardar el fuego sagrado. ¿Ya vieron lo que pasó en la mitología griega, cuando Zeus no quiso entregar el fuego sagrado a los hombres?"
El desafío post-Humala
Con pretensiones de estadista —y pedagogo— ante los parlamentarios europeos, Humala pretende justificar su apertura hacia una minería que no respeta ni la naturaleza ni la voluntad de los actores sociales locales, y se sirve (la ignorancia es atrevida) de lecciones de mitología griega para refrendar algo que, históricamente, los peruanos estaríamos llamados a ser.
Si el Presidente desea basarse en la historia para explicar el presente, bien hacen los cajamarquinos en recordarle dónde y cómo se inició la conquista del Perú que, no por casualidad, fue fundamentalmente una empresa colonial minera. Hace unos días, Jorge Bruce, en su interesante columna dominical, reclama terapia de familia para el clan Humala. Me atrevo a complementar el pedido, deseando que vayan surgiendo nuevos análisis y cuestionamientos que supongan maneras más consecuentes de hacer política. La continuidad (mas no el continuismo) es una característica personal y colectiva que cualquier proyecto político debe poseer, y ya el abismo entre el primer y el segundo Gabinete era síntoma de la ausencia de ideas sólidas en relación con temas específicos (la incorporación de la ministra Jara en reemplazo de García Naranjo indica que lo social y “las poblaciones vulnerables” nunca fueron prioridad; por su lado, la nominación de Valdez confirmó que la apuesta autoritaria tenía más fuerza que cualquier voluntad de diálogo plural).
Efectivamente, repensar el papel de la izquierda en el marco del actual Gobierno implica ser conscientes de que la ausencia de criterio del Presidente es más fuerte que su supuesto transfuguismo. A mi juicio, ello obliga a pensar en la época post-Humala antes que pretender recordarle al mandatario algo que nunca tuvo muy claro. Si algo resalta en su línea de acción no son precisamente sus convicciones de transformación, sino la apuesta autoritaria, oportunista e ideológicamente borrosa que recibió como legado familiar. Esta reflexión supone, entonces, saber bien de dónde venimos y hacia dónde pretendemos ir (las ciencias sociales constituyen pilares críticos fundamentales), pero ello exige también proyectos ideológicamente claros, alejados de la conducta errática y poco autocrítica del actual mandatario.
Enviado por Carlos Calderón... (no verificado) el
Enviado por miguelino (no verificado) el
Un dia tranquilo una tarde de julio encontre celebrando a la ministra con vinito en el Bolivar, me refiero a Ana Jara y sin querer la escuche decirle a su amiga acompanante "es cierto que a veces nos va mal y otras nos va bien los comentarios de los intelectualillos, pero ahora estamos en el poder, salud y siguio libando" estamos como al principio los unos al poder haciendo lo que quieren y los otros esperanzados que algo cambie!HUMALA de estadista no tiene nada y menos de pedagogo ni siquiera de demagogo porque tendriamos que preguntarle a NADINE quien gobierna el peru! Imaginemos querer apoyar a CUCULIZA fujimorista hasta los huesos en su fracazado intento de la presidencia del congreso!CUANDO DEBIERASE HABER APRENDIDO EL LEGADO DE SUS PROMESAS EN CHOROPAMPA,QUE DEBILES MEMORIAS de nuestro pueblo olvidadiso!OJALA HUMALA TUVIESE EL 1% de ideas de Cambio como Rafael Correa o de Evo Morales, otro seria el Peru!
Coincido. Concuerdo también en que a veces no es deseable utilizar el plural inclusivo. Con todo unas preguntas: (i) ¿La izquierda (eso que llamamos izquierda) no se percató de lo que venía?, ¿Por qué siempre recaer en lo mismo, en ese papel de novia traicionada?; (ii) ¿En la "familia Humala" cuál es el papel de Nadine?