La Iglesia frente a sus demonios
La Iglesia frente a sus demonios
La pedofilia es una conducta repulsiva y condenable desde todo punto de vista. Y mucho más si quien incurre en ella es un sacerdote católico frente a un niño o niña puesto a su cuidado para su orientación moral o religiosa. Una de las peores críticas que se puede hacer contra la Iglesia Católica es su pasividad y complicidad frente al significativo número de casos denunciados desde hace muchos años. Sería absurdo relativizar la gravedad de lo ocurrido argumentando que estas denuncias involucran a una minoría de sacerdotes, o que la Iglesia tiene otras conductas efectivamente admirables.
Es bueno que se hayan comenzado a dar las primeras señales de un cambio de actitud, aunque todavía absolutamente tímidas e insuficientes, tomando en cuenta la monstruosidad de lo ocurrido.
Prueba de lo último son las explicaciones retrógradas y ofensivas a la inteligencia humana que determinadas corrientes siguen dando como explicaciones de lo ocurrido. Es hora de que los sectores sanos hagan sentir de una vez su diferencia de lo que todavía prima frente a éste y otro tipo de escándalos que perjudican gravemente a la Iglesia Católica.
En turbiada por una reciente serie de revelaciones de abusos sexuales infantiles cometidos por sacerdotes en Europa, así como en los Estados Unidos, Brasil, Chile y África, la Iglesia Católica intenta, a toda costa, apaciguar los espíritus de sus fieles.
Sin embargo, en un intento de calmar la fuerte borrasca, el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, solo ha logrado fomentar más expresiones de repudio e indignación por parte de la sociedad mundial.
El 12 de abril, desde Chile, declaró que la homosexualidad —y no el celibato— es lo que estudiosos ligan a los casos de pedofilia.
“Han demostrado muchos psicólogos, muchos psiquiatras, que no hay relación entre celibato y pedofilia, pero muchos otros han demostrado, y me han dicho recientemente, que hay relación entre homosexualidad y pedofilia”, sostuvo Bertone en una rueda de prensa durante su visita a Santiago de Chile. Y, claro, sin nombrar fuente alguna.
¿Pedofilia u homosexualidad?
La pedofilia es un problema real que, para bien, comienza a ser expuesto ante la opinión pública. Pero la cobertura de los medios de estos abusos perpetrados por sacerdotes ha apuntado, erróneamente, a una asociación entre pedofilia y homosexualidad.
La homosexualidad es una orientación sexual que involucra relaciones consensuales entre adultos. Estas relaciones tienen un componente a la vez emocional, romántico, afectivo y sexual. En 1973, la American Psychiatric Association (APA) suprimió a la homosexualidad del manual oficial que detalla los transtornos mentales y emocionales. Dos años después, la American Psychological Association promulgó una resolución apoyando esta supresión.
La pedofilia es un trastorno sexual y de la personalidad que se caracteriza por una atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños y niñas prepúberes o algo mayores. El abuso sexual o acto de pederastia es punible por ley. Y, según el artículo 405.º de nuestro Código Penal, el encubrimiento de tal acto también es un delito.
Según el Manual de diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV) de la APA, la pedofilia puede darse de diferentes formas con relación a la orientación, siendo de tipo heterosexual, homosexual o ambos.
Sin embargo, la mayoría de abusos sexuales de menores son perpetrados por varones (padres, padrastros, vecinos, tíos, primos, amigos…) heterosexuales.
Así, no cabe otra que repetirlo: la ecuación pedofilia-homosexualidad, más allá de toda duda, es falaz e innoble. Y, tal como lo señala el principal colectivo gay italiano, Arcigay, golpea la vida y la dignidad de cientos de miles de personas homosexuales.
Y esta analogía, recuerdan A. Fraguas y C. Jan, del diario español El País, no es solo cosa de Bertone. Diccionarios prestigiosos, como el de la Real Academia Española, aluden a la homosexualidad cuando se busca la palabra “pederastia”. Y las páginas de traducción del diario El Mundo y Wordreference.com —una de las más consultadas en la web— equiparan los términos “pederasta” y “homosexual”.
Cuando el escándalo salió a la luz, la empresa francesa Reverso, que suministra la aplicación de traducción a Elmundo.es, pidió disculpas, aseverando que el hecho de que este traductor ofrecía la palabra “homosexual” como equivalente a “pederasta” se debió a un “fallo humano”.
La violencia simbólica que generan tales insinuaciones y declaraciones afecta a todas las personas que luchan por un justo reconocimiento de sus derechos.
“Antes de intentar desviar la atención del verdadero problema, que es el abuso sexual de menores, pretendiendo vincular pedofilia con homosexualidad, la Iglesia Católica debería, entre otras cosas, reevaluar cuestiones como el celibato y su intransigente posición hacia el placer sexual”, señaló Cristhian Olivera, director del Movimiento Homosexual de Lima (MOHL).
Más allá de la homofobia, la información presentada por los medios de comunicación y las declaraciones de personas con “autoridad”, tal como Bertone, inducen al error y contribuyen a perpetuar el silencio y los tabúes que todavía envuelven los abusos sexuales, así como la homosexualidad.
Preguntémonos: ¿Los comentarios de Bertone tienen como objetivo la protección de los niños y niñas, o fomentar la discriminación hacia las personas homosexuales y transexuales?
¿Se orientan hacia la protección de los jóvenes que luchan por aceptar su homosexualidad en un mundo intolerante, machista y homofóbico? ¿O lo hacen hacia la protección de la Iglesia, un institución caracterizada por su afán de silenciar, reabsorber o deslocalizar sus pederastas, para no escandalizar a sus fieles?
¿Y las niñas?
Y, sobre todo, la ecuación “hombre-sacerdote-homosexual-pedofilia” de Bertone deja de lado y en el olvido a todas las niñas cuyas vidas han sido destruidas por pederastas, sean curas o no.