Muchas gracias a los autores
Enviado por Fabio (no verificado) el
Para Lucho, con todo el respeto. Trabajador de la ONPE en el último proceso electoral en el distrito de Parinari, que pagó injustamente en sus carnes la incomprensión e incompetencia del Estado.
Hace 25 años comenzó un proceso de reconocimiento de comunidades nativas en el distrito de Parinari. Desde entonces ha sido un goteo que ha concluido en 2014 con el reconocimiento de Santa Rita de Castilla, sede distrital, aunque a ésta última y algunas otras les falta oficializarlo con el Ministerio de Agricultura (MINAM). Llama la atención que pese a este reconocimiento de las comunidades, el Estado no ha hecho ningún esfuerzo por actuar en este territorio. En el presente artículo tendremos en cuenta este componente indígena kukama para entender lo sucedido con la quema de ánforas y el disturbio consiguiente. Dejamos los análisis sobre quién paga las campañas electorales, los votos “golondrinos”, la necesidad perentoria de “un trabajito” si gana mi candidato y demás explicaciones plausibles, para navegar por aguas más profundas.
Los griegos inventaron la democracia, el poder del pueblo. En los albores de esta representación política solo tenían derecho a sufragio los ciudadanos libres. Quedaban exentos, por tanto, esclavos y mujeres. El abolicionismo de la esclavitud y el feminismo de finales del siglo XIX y principios del XX incluyeron ambos sectores y se pasó al sufragio universal, libre y directo. Y en esas estamos. Pero no todas las tradiciones nacen en Grecia, por floreciente que haya sido. En cambio, para los indígenas amazónicos la norma no es la segregación, sino la “igualdad radical”, con algunos arreglos en torno al género y la edad, que ahora no vamos a desarrollar.
Los pueblos indígenas amazónicos no poseen una jefatura política centralizada, como en los Andes. Su sistema de representación es fuerte en épocas de crisis y débil en tiempos de estabilidad. Solemos pensar la estabilidad como la regla y lo anhelado, pero para los indígenas amazónicos la inestabilidad y la guerra son la norma y lo deseable. El alboroto, la quema de ánforas no es pensado como algo negativo, sino la expresión de la “voluntad popular”. Acá sirve la distinción entre “multitud” heterogénea y rizomática, que no alcanza el estatuto de persona jurídica, ni tiene voluntad inteligible y pueblo. El primero trata de arrogarse las competencias del segundo. Por mucho que un nutrido grupo de gente haya participado en la revuelta, arrogarse la representación del pueblo es demasiado. Eso que “la voz del pueblo es la voz de Dios” suena más bien a años 70.
La toma de decisiones en la democracia representativa implica una mayoría simple, basta superar en votos a los contrincantes para ser el ganador en las elecciones. Se pueden hacer pequeñas correcciones: si un candidato regional o nacional no logra el 30% de los votos, habrá segunda vuelta. Una enmienda que, desde el punto de vista indígena, no sería suficiente. En cambio, la toma de decisiones indígenas implica un juicio diferente. No se busca el ganador por minoría, sino la aprobación “casi” por unanimidad. Razón por la cual se necesita mucha paciencia, que a lo ojos occidentales pudiera parecer una pérdida de tiempo. Sin embargo, estos consensos, una vez realizados, son firmes y respetados por todos, puesto que ya se ha dedicado el tiempo suficiente para la conversación, la meditación y los acuerdos. Esta es la razón por la que las asambleas indígenas en la toma de decisiones parecen eternizarse. En esta lógica es fácilmente comprensible que, cuando un candidato es el más votado, pero no tiene una amplia mayoría, no es respetado ni aceptado. Por tanto, la fuente de los disturbios no es la falta de respeto a las decisiones, sino que, desde el punto de vista indígena, se han tomado demasiado rápido, antes de alcanzar la unanimidad que obliga. Y eso no puede ser aceptado. Ganar por minoría implica imponer su voluntad a una mayoría, algo inaceptable para los indígenas. Por eso se revelan ante esta lógica y aceptan la elección cuando el candidato gana por amplia mayoría, aunque no sea mayoría absoluta, aceptando la derrota con tranquilidad. De ahí la importancia del “casi” por unanimidad. Este ganar por minoría conlleva una revancha en las revocatorias, dado que la población no se siente representada. Por tanto, podríamos evitar los gastos de revocatorias en pueblos indígenas, si les diéramos el tiempo y las herramientas oportunas para llegar a amplios consensos.
Los griegos encontraban estimulante un rival con quien polemizar, pero siempre dentro de un contexto de amistad. Era la oportunidad de poder avanzar en el propio pensamiento. Sin embargo, para los indígenas amazónicos no se trata de un contexto de amistad, sino al contrario: la norma es el enemigo. El enemigo como concepto, como ente metafísicoal que hay que “comer”, canibalizar, apropiarse de sus fuerzas vitales, como el matador hace con la víctima. El multi-verso (múltiples universos: en esta tierra, en el cielo, debajo del agua viven diversos seres con los que entramos en contacto en la vida cotidiana, para simplificar) es un “organismo” en constante intercambio de fuerzas. Si me apropio de las fuerzas del enemigo yo me hago fuerte, y él, débil. El enemigo es la posibilidad de redefinir “lo propio”, un enemigo al que hay que pulverizar para ganar sus energías y fuerzas.Con el enemigo no se puede conversar, tan solo matar o domesticar, aunque fuera simbólicamente. Se trata de una guerra. El enemigo merece el respeto necesario para poder devorarlo, aniquilarlo o, en todo caso, domesticarlo (que es una forma de sometimiento).
Bajo el concepto de enemigo desterramos la neutralidad. Nadie es imparcial y pretender serlo es ingenuo. Para los indígenas es una falta de seriedad. Por eso, un organismo como la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) o el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), que tienen como cometido la neutralidad, no son comprendidos por los indígenas. La acusación de “coimeros” y expresiones como “ya les han pagado” es la consecuencia lógica. Sin duda, es más fácil tener a estos dos organismos como “chivos expiatorios” que al resto de partidos contrincantes, porque aglutinan menos personas, están más indefensos y permanecen en el lugar de los hechos, además de no comprender las dinámicas que se desatan, haciéndolos aún más vulnerables. Lo primero que hace un partido político que gana las elecciones es retirarse de las inmediaciones del espacio electoral, no solo para festejar en su propio local, sino para evitar la ira de la población ajena a su partido que se siente defraudada.
Si el enemigo es el concepto más importante, la guerra es su consecuencia. La guerra necesita ser complementada con épocas de calma para reponerse y permitir que el socius se restituya. Una vez conseguido esto se está preparado para la siguiente guerra: sea una batalla electoral, un disturbio en torno al municipio, como en Nauta, una agria disputa entre comunidades en torno al territorio, o cualquier otro motivo. Una campaña electoral es la oportunidad de sacar a la luz las fisuras: una familia o una comunidad pueden estar divididas, pero no siempre se pueden mostrar las desavenencias. Las campañas políticas, entre otros, permiten externalizar esas viejas rencillas, de tal manera que nos podemos enemistar incluso dentro de la misma familia. Una vez pasada la contienda electoral volvemos a restañar las heridas. Pero no para dormir apaciblemente, sino para invernar hasta otra oportunidad que permita visibilizar de nuevo las fracturas. En este sentido apelar al diálogo, a la buena voluntad, a la cordura, está muy bien desde el punto de vista occidental, pero no sirve de nada desde el punto de vista indígena.
Se debería hacer algo más que convocar elecciones. Un Estado con un fuerte componente indígena no debe mirar únicamente a Grecia (léase Europa y USA) sino a su propia población para encontrar un sistema político que represente a sus ciudadanos. A no ser que desee considerar a sus pueblos indígenas como ciudadanos de “segunda categoría” que viven en el pasado y no aceptan la democracia, demostrando, una vez más, su exclusión y discriminación. A continuación pasamos a hacer un sucinto repaso de algunas ideas clave que están detrás de lo sucedido, sustentando las percepciones y dinámicas indígenas, según nuestro humilde parecer.
a. Si gana tu candidato puedes obtener algunas ventajas. No es que el alcalde dé trabajo a todos sus seguidores, eso es imposible y la gente lo sabe. Pero si tu candidato es alcalde es más fácil que te apoye en una posible enfermedad. Es una forma de invertir en seguridad.
b. Los líderes permiten que la gente se alinee. Es la oportunidad de marcar las discrepancias, como hemos indicado anteriormente.
La imposición externa de la democracia liberal implosiona en la selva. Los pueblos indígenas no beben de la tradición griega. La cuenca del Amazonas proporciona suficiente agua para tomar y las metáforas necesarias para su organización política. Este caudal debe ayudar a configurar un Estado peruano más inclusivo.
Las siglas bajo las que participan los diversos candidatos no configuran ningún pensamiento político ni ideología. Simplemente es la conquista del poder por el poder, nada más. No somos tan ingenuos para echar en falta partidos políticos fuertes, pero la mera mecánica de conseguir el poder nos aburre. Comprender lo sucedido en los disturbios electorales no significa justificar. Pero un Estado inoperante tiene responsabilidad en lo acontecido: su falta de comprensión de las lógicas indígenas provoca este tipo de situaciones. ¿Quién va a restituir el miedo pasado por los trabajadores de la ONPE, el JNE, además de sus objetos personales sustraídos? ¿Quién restituye el tiempo perdido, el dinero gastado? Las agrupaciones políticas ahora están enfrascadas en ganar, a cualquier precio. El Estado no hace de mediador y terminará por declarar Parinari como un distrito electoral conflictivo. Otra vez una lógica perversa que desconoce a los pueblos indígenas. ¿Servirán estos disturbios para repensar el Estado?
Cada uno de los puntos anteriores merece un mayor desarrollo, pero hemos privilegiado la visión de conjunto que nos permita comprender mejor el contexto en el que se desenvuelven los hechos. Los alcaldes, de igual modo los candidatos, no hacen política, en el mejor de los casos administran los fondos del municipio (y bastante mal por cierto). Sin embargo, temas como la contaminación del Marañón, reconocida por el Estado peruano, o la hidrovía (poner únicamente dos ejemplos) no entranen agenda municipal jamás.
Enviado por Fabio (no verificado) el
Muchas gracias a los autores del artículo. Es muy interesante resaltar la forma en la que se gestiona lo común en (¿la mayoría?) de comunidades indígenas amazónicas. Su artículo me genera una reflexión incómoda.
Por un lado, es claro que la política indígena que describen no continua la tradición política Ateniense. Más bien, lo que describen es una manera de hacer política tribal. La acción tribal precede la vida en la ciudad (desde donde toda la tradición democrática se construye). En ese sentido, la política y el pensamiento tribal son pre modernos. La construcción del estado es un paso aún más complejo. La aparición del Estado muestra el tránsito de una consciencia tribal a una consciencia nacional, y en sociedades post industriales esto tomó cientos (sino miles) de años.
Por otro, me resulta problemático su llamado a generar un estado más inclusivo. A simple vista, y usando brocha gorda, me parece que hay tres opciones. 1) Seguimos con el discurso que presenta al Perú como un país que comprende un número importante de comunidades pre modernas, lo que dificulta el proceso de construcción de una nación. Sobre la base de este discurso se refuerza la importancia de la educación para desarrollar una consciencia individual más allá de la tribu (o la etnia), que comprenda la ciudad y la nación y haga claros los mecanismos para avanzar sus intereses dentro del sistema. Esta línea nos lleva a tener una nación en construcción, con el objetivo de homogeneizar ciertos valores e "incluir" a las comunidades mencionadas. 2) La opinión pública del país toma cada vez más en cuenta que un número importante de comunidades en su territorio no comparte los mismos valores políticos, la misma cosmovisión, ni los mismos intereses generales. Debido a su naturaleza misma (y a los intereses que el Estado defiende), estas comunidades han sido dejadas de lado en la construcción del Estado. En la medida en que estas comunidades dificulten cada vez más el desarrollo del Estado en su modelo actual, sin integrarse plenamente a él, se generará conflicto. Esta línea nos lleva a tener un país inestable políticamente. 3) La opinión pública del país acepta que la existencia de estás comunidades, y del estado de su desarrollo organizativo (es decir, tribal). Esto equivale a decir que se acepta el que exista un número de comunidades para los que no existen reglas (o normas) compartidas con el resto de la "polis" más allá de su conveniencia inmediata. Parece ser esta la línea de pensamiento que los autores proponen. ¿Podrían desarrollarla?
En consecuencia, me gustaría escuchar a los autores compartir sus ideas sobre ¿Cómo la idea de Estado debe evolucionar para integrar este tipo de formas de organización? o ¿qué es para ustedes un "Estado más inclusivo"?
Lo mejor,
Fabio