Muy bueno
Enviado por José García (no verificado) el
Hace pocas semanas el presidente Humala promulgó la nueva ley universitaria. Me parece que el espíritu de la ley es correcto y que, en líneas generales, está bien enrumbada. Es claro, sin embargo, que una ley no es suficiente para transformar el sistema universitario del país. Pero, además, la actual estructura educativa, que ya es bastante deficiente, está concentrada principalmente en las áreas técnicas y administrativas. La importancia que se da a la investigación en ciencias básicas es mínima y la que reciben las humanidades es aún menor. A pesar del gran número de universidades que hay en el país, tanto públicas como privadas, son muy pocas las que hacen investigación en ciencias básicas, y son menos aún las que la hacen en especialidades humanísticas. Esto nos dice algo de lo que la sociedad, o por lo menos la estructura universitaria, considera necesario o prescindible.
Esta realidad nos obliga a formularnos algunas preguntas. Por una parte, ¿cuál es el rol que las humanidades deben tener en un mundo con necesidades crecientemente tecnológicas? De otro lado, ¿cuál es el rol que la técnica debe tener para colaborar en el desarrollo social integral en una sociedad, como la nuestra, en donde el componente humano frecuencia se pierde de vista?
Si tuviera que precisar la razón por la que los estudios humanísticos son importantes en un mundo que privilegia la técnica, el consumo y el crecimiento económico monodimensional, diría que tienen como un objetivo prioritario investigar los temas que tienen que ver con el valor y el sentido, analizando y cuestionando también lo que se ha considerado valioso y significativo a través de los tiempos. Es importante notar que al hacer ello, confieren valor y sentido a un mundo que probablemente carecería de estos sin la auto reflexión humanística.
Asimismo, si tuviera que decir cuál creo que es el fin último de la investigación y el conocimiento en las humanidades, diría que es la ampliación del autoconocimiento y la autoconsciencia, lo que inevitablemente genera ampliación de la libertad. El conocimiento nos hace autoconscientes y la autoconsciencia nos hace libres. Esta suerte de ecuación entre conocimiento, autoconsciencia y libertad, que tiene un aroma agustiniano y hegeliano, es quizá el fin último al que todos aspiramos.
El desarrollo integral no se puede limitar al crecimiento económico, sino requiere también de una auto reflexión humanística, que permanentemente nos esté recordando qué rutas ya se recorrieron sin éxito
Pero todo esto es posible solo con la construcción de cultura, es decir, de redes de intercambio de información histórica, psicológica, artística y conceptual, entre otras, que, por una parte, permiten el desarrollo social y, además, mantienen la tradición. En toda época y en todo lugar hay y debe haber gente dedicada a mantener viva la tradición cultural, no solo para que esta no se olvide sino también para que sea repensada, replanteada, reinterpretada y redescubierta permanentemente. Cuando pienso en eso, con frecuencia releo la primera frase que Herodoto escribió en su primer libro de la historia. Dijo él: “Esta es la exposición de Herodoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres”.
El desarrollo integral no se puede limitar al crecimiento económico, sino requiere también de una auto reflexión humanística, que permanentemente nos esté recordando qué rutas ya se recorrieron sin éxito, y cuál podría ser el norte al que nuestras brújulas tendrían que apuntar. También es necesario saber qué características tenemos nosotros u otras culturas vecinas, para que sepamos cómo abordar nuestros respectivos destinos, y cómo podemos educar mejor a quienes heredarán el mundo que nosotros dejaremos, para que este sea algo menos inhóspito del que fue para nosotros y mucho más pleno de valores y sentidos.
La investigación sistemática sobre esas preguntas está prácticamente ausente, salvo excepciones puntuales, en el sistema universitario nacional. Y está menos presente aún en el sistema educativo escolar, el cual ya no tiene el curso de filosofía como obligatorio en los currículos secundarios. El riesgo que esto implica es que apuremos nuestro paso, sin tener claro por qué ni hacia dónde.
Aunque la filosofía es una de las disciplinas humanísticas más vinculadas a nuestras vidas concretas y nuestros objetivos personales cotidianos, es frecuente considerarla como la más alejada de lo real y concreto. Por ello, habrá quien se pregunte sobre su relevancia en tiempos de mayores urgencias, de transformaciones más radicales, o en momentos de penuria. A estas alturas la pregunta debiera sonar ociosa, porque es precisamente en tiempos como estos que la filosofía resulta imprescindible. Además, toda generación tiende a considerarse a sí misma como portadora de transformaciones más radicales o de mayores penurias que las otras. A pesar de ello, intentaré abordarla con una anécdota.
Cuando yo era estudiante en el pregrado de filosofía, a mediados de los ochenta, leí por primera vez el libro de Jan Lukasiewicz sobre la silogística de Aristóteles. En esos años el Perú estaba desgarrado por el terrorismo, el caos social y el colapso económico, al punto que la gente tenía la sensación de estar mirando al despeñadero. Por muchas razones, en aquella época, hacer y estudiar filosofía era algo verdaderamente heroico. La pregunta no era por qué leer filosofía sino cómo leerla, porque no se conseguían libros. Recuérdese que no existía ni Amazon ni Internet, y que los libros llegaban al Perú con veinte años de retraso. El punto es que, mientras leía a Lukasiewicz, me preguntaba si no había algo gravemente descontextualizado en leer algo tan abstracto como un libro sobre la silogística aristotélica en un país que se estaba cayendo a pedazos.
Pues bien, leí el libro de Lukasiewicz, aunque lo que más aprendí de él estaba en el prólogo. Al leerlo me enteré de que el libro que yo tenía entre mis manos había tenido que ser escrito tres veces durante la segunda guerra mundial. La razón es que cuando su autor terminó la primera versión, los aviones nazis bombardearon la imprenta en Polonia y se perdió el manuscrito. La segunda versión del libro se perdió cuando, poco tiempo después, los nazis bombardearon el área donde quedaba la casa de Lukasiewicz, con lo cual no sólo se perdió el libro sino también todas las propiedades de su autor. Finalmente, la tercera versión se salvó y se pudo publicar. Todavía recuerdo haber leído ese prólogo en días en que se iba la electricidad en cualquier momento y la hiperinflación impedía que uno pudiera comprar objetos de inmediata necesidad. Ahora, y con ventaja histórica, resulta reconfortante notar que lo coyuntural tarde o temprano pasa, y que las preguntas verdaderamente agudas tienen una duración de largo plazo.
Enviado por José García (no verificado) el
Enviado por Fernando Jara (no verificado) el
Totalmente de acuerdo, aunque no solo es valioso el campo humanístico para conocer las rutas recorridas y sin éxito, sino sobre todo para señalarnos la potencialidad del ser humano y su capacidad crítica frente a lo establecido y a los sistemas dominantes, en sí en realidad dominados por imperativos ajenos a los mas importantes valores humanos.
Enviado por Fernando Jara (no verificado) el
Totalmente de acuerdo. Aunque no solo son valiosas las humanidades por señalarnos los caminos recorridos sin éxito. lo son sobre todo por señalarnos la potencialidad del ser humano frente a los sistemas dominantes, en sí dominados a su vez por valores totalmente ajenos a los mas importantes valores humanos.
Enviado por Fernando Jara (no verificado) el
Totalmente de acuerdo. Aunque no solo son valiosas las humanidades por señalarnos los caminos recorridos sin éxito. lo son sobre todo por señalarnos la potencialidad del ser humano frente a los sistemas dominantes, en sí dominados a su vez por valores totalmente ajenos a los mas importantes valores humanos.
Muy bueno