Don Agustín, una vida entre la muerte y el fútbol
Don Agustín, una vida entre la muerte y el fútbol
Agustín Merino Tapia ha sido y es el principal agente funerario del Perú, único y verdadero monarca en el milenario oficio de dar el último adiós. Acaba de cumplir 80 años y entiende que la despedida está cerca.
Usted es el más célebre agente funerario del Perú, ¿cómo empezó?
Tengo que contarte que mi padre era un carpintero, un hombre pobre que vivía de su carpintería. Y vendía ataúdes que le mandaban a hacer. Yo me acuerdo que tenía 8 o 9 años, y la gente venía al taller y mandaba a hacer su ataúd y los hacía de un día para otro. La gente les llevaba las medidas de su difunto.
¿Usted ayudaba a su padre?
Ya desde los 12 años iba a ayudar a mi padre con los cepillos, los serruchos, a pintar los ataúdes en mis vacaciones. A los 14 años, en tercero media, mi padre me dijo “mira, yo no sé si voy a seguir con el negocio porque me siento medio mal, estoy padeciendo de algunos dolores que no logro saber de qué son, el médico me dice una cosa, luego otra”. Entonces me puse a trabajar con él y a estudiar de noche. Estudié dos años de noche, y a los 16, junto con mi padre, empecé a hacerme cargo de la agencia.
¿De niño no le daba un poco de miedo eso de andar entre ataúdes?
No, porque los conocí de chico, y era parte mi vida.
¿Cómo empezó la expansión?
Empezamos a atender al Rímac, a Barrios Altos, al público de La Victoria, etc.; porque la zona se convirtió en un sitio de agencias funerarias. Al frente estaba Crespo. Después estaba Aliaga, Lugo, Torres, el otro Torres, etc. La competencia era fuerte, todos querían vender.
¿Se encargaban solamente de los ataúdes?
No, también arreglábamos el servicio funerario, pero todavía no tocábamos el vagón de carrozas porque eso era de la Beneficencia Pública de Lima. Los cementerios también eran de la Beneficencia Pública del Callao, de la de Lima, y punto. Estaban, además, los cementerios de las municipalidades de Surco y Surquillo, y no más. Entonces, yo recibí una póliza de vida de cinco mil dólares que mi padre me dejó como su hijo mayor. La invertí en una camioneta Chevrolet del año 39-40 y comencé a atender a las otras agencias que no tenían camioneta. En ese tiempo no había vuelos de aviación para los departamentos, todo era traslado en ferrocarril o camioneta. Y los familiares de los que morían en los hospitales de Lima, querían llevar los restos a su tierra natal. Así empecé a irme a Tacna, a Tumbes, Arequipa, Chiclayo, Huancayo, etc. con los muertos adentro del carro. Iba con los familiares y regresaba con la camioneta solito.
Imagino que allí ya empezó a hacerse conocido.
Bueno, junté un poco de dinero y lo invertí en la agencia. Compré casilleros de vidrio para que los cajones se puedan exhibir, y fui haciendo mejoras. Me empezó a ir bastante bien. Atendí mucho tiempo a las colonias china y japonesa, y pude comprar dos camionetas nuevas. Luego, viajé a Chicago y me llevaron donde un fabricante de artículos y accesorios funerarios. Compré lo más moderno en capillas, carritos, velatorios, pantallas y paños que se ponían antiguamente.
Digamos que fue un innovador de los entierros.
Sí, pero había una costumbre que no le podía quitar a la gente: el riguroso negro que usaban cuando fallecía una persona. Toda la familia estaba de negro, desde el nieto hasta el mayor de todos. Para las mujeres eran 30 días del “luto cerrado”. Yo comencé a hacerles ver que no era posible eso, que no pasaba en ningún país del mundo.
¿Por qué cambiar esa costumbre?
Porque pensé que debían modernizarse, como en las fotografías que me habían enseñado. No podía uno irse a comprar un terno negro, un vestido negro, otro para la hijita. La gente antes forraba toda su casa de negro con unos paños que pegaban en las paredes. La casa del difunto parecía más un monasterio que un velatorio. Y se acostumbraba a pasar el café, los traguitos, el pisco, las galletas, los sánguches; y se volvía una fiesta con una contadera de chistes interminable.
Así eran los velorios antiguamente.
Sí. Entonces me hice muy amigo del padre Constancio, el superior de la Virgen del Pilar, con quien pusimos, casi entre los dos, un cementerio en la Planicie. Con él y otro padre más arreglamos un contrato por 20 años para poner tres velatorios en la iglesia. Así fui acostumbrando a la gente a que salgan de las casas y no pasen mala noche, ni tengan que lidiar con borrachos, y atender a medio mundo. Así cerraban las puertas a las 10 de la noche, cada uno a su casa a dormir, y al día siguiente temprano la familia podía seguir con su ser querido, y luego al entierro.
¿Y cómo introdujo las carrozas?
Eso vino después. En ese entonces había una carroza de pompones negra, enorme. Había otras 5 o 6 carrozas de la Beneficencia, pero sin pompones. Con el correr de los años se fueron malogrando, y yo traje una Cadillac para mí. Pedí permiso y la introduje en los entierros. La gente venía a buscarme porque les gustaba mi carroza.
Acaba de cumplir 80 años, ¿teme a la muerte?
Definitivamente no. He visto como se muere la gente. He visto morirse a gente de un año, de cinco, siete, veinte, de todas las edades y hasta más de cien. He visto que mucha gente se ha ido muy temprano, y otras nos estamos quedando tarde. Creo que ya Dios me ha dado la gracia de vivir bastantes años, y por lo menos en buen estado. No estoy tirado en una cama, todavía puedo movilizarme con mi bastón. Acabo de cumplir 80 años y me hice una fiesta como se merece, con 640 invitados. Con mucho cariño la hice porque había logrado vivir hasta los 80 años.
¿Alguna vez le ha pasado algo fuera de lo normal o sobrenatural en esto de estar con los muertos?
No. Lo que me ha pasado dos veces en todos estos años es que los muertos a veces han roncado y la gente ha creído que estaban vivos. ¿Qué pasa? Que se les habían quedado gases en el estómago atracados, y que después de una manera u otra salen. Entonces la familia pensaba que estaba vivo su fallecido y me llamaban urgente. Tuve que ir con el médico a decirles que sí estaba fallecido. Lo que también me pasó una vez es que tuve una operación grave de la columna, y estuve casi en coma en cuidados intensivos. Sentí que ya me había ido, no sé dónde estaba, pero no estaba acá.
¿Ninguno se ha despertado o ha estado en estado cataléptico?
Nunca, nunca.
¿Ya tiene planeado su funeral?
Sí, sí, indiscutiblemente. Ya mi hijo tiene todas las instrucciones que yo quiero.
¿Hay algo especial que haya solicitado?
Que en el cajón esté muerto con mi bandera de Alianza Lima.
¿A cuánta gente calcula que ha enterrado?
Habré enterrado casi un millón de personas en tantos años que llevo trabajando. Más de 50 años, imagínate.
“A Alarcón lo boté como a un perro, como lo que es” |
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Don Agustín es uno de los ex Presidentes más emblemáticos que ha tenido el Alianza Lima (lo era cuando cayó el Fokker). Se ha animado a contarnos su versión, justamente cuando se está preparando el estreno de una película sobre aquel imborrable accidente. Dado el gran respeto e influencia que tiene entre los íntimos, hace poco lo convocaron para que saque a Guillermo “Pocho” Alarcón, quien se había atornillado en la dirigencia. De él dice que es el único ser humano al que le haría su entierro “llevándolo a patadas al cementerio”. Usted fue presidente del Alianza Lima varios años, ¿cómo nace su afición por el equipo íntimo? ¿Cómo ve al Alianza ahora, pues la verdad anda muy mal? Usted se enfrentó a Guillermo Alarcón, ¿no? ¿Y a él le haría su entierro y velorio? Me decía que lo llamaron por el tema de Alarcón. ¿No le parece feo el cambio de camiseta, sobre todo siendo la anterior un signo tan emblemático de la cultura peruana? Ud. fue presidente del equipo cuando cayó el Fokker, ¿recuerda cómo lo agarró la noticia? ¿Tuvo esperanzas de que pudiera haber sobrevivientes? ¿Usted llegó a conversar en alguna ocasión con él? Con los años se habló de conspiraciones, que el avión llevaba droga… ¿Sigue llorando por ese tema? Alfredo Tomassini era buen nadador, y se dijo que habría sobrevivido y conversado con el piloto estando en el mar… Usted, como es lógico, se encargó de los funerales, ¿no? Para dejar de lado los recuerdos tristes, una última pregunta, ¿nunca le ha interesado dirigir la Federación de Fútbol? |