La violencia de género no se le destierra por decreto
La violencia de género no se le destierra por decreto
Hace algunos días, conmemoramos en el Perú el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La ocasión es propicia para recordar que, a pesar de los significativos avances en el terreno de la igualdad de derechos para hombres y mujeres, en nuestra sociedad aún persisten y resisten formas diversas de violentar a estas últimas. Es decir, las luchas que a inicios del siglo XX emprendieron las mujeres con los movimientos sufragistas han tenido importantes logros en el ámbito legal y político, y también en el campo de lo social y económico, a pesar de lo cual encontramos aún altísimos índices de vulneración de los derechos de las mujeres y, notablemente, formas específicas de ejercer violencia contra ellas.
Tenemos, por ejemplo, que los feminicidios no cesan y más bien aumentan, convirtiéndose en materia prima noticiosa para una sociedad que consume acríticamente “hechos de sangre” y “arrebatos pasionales” como si fueran excepciones y casos aislados; como si las espeluznantes cifras no hablaran de un problema social que se sostiene en comportamientos habituales y relaciones sociales instituidas. Sabemos que la trata de mujeres y niños goza de buena salud, y que la tasa de denuncias por violaciones sexuales se mantiene alta en el Perú con el correr de los años. No deberíamos ignorar el hecho de que el 93% de las denuncias por violación sexual tienen a mujeres como víctimas, y que de este abrumador porcentaje el 78% son menores de 18 años, o que en el 24% de las denuncias el perpetrador tiene una relación directa con la víctima.1
Resulta entonces que una década de crecimiento económico no ha ido acompañada de una reducción de la violencia contra las mujeres, violencia que es persistente y resistente y se aloja en los hogares, aun en tiempos de reducción de la pobreza, democracia y políticas de inclusión social.
Y todo esto ocurre en “tiempos de paz”. No hace mucho hubo épocas peores para todos, pero también de manera específica para las mujeres. ¿Quién quiere recordar que en las últimas décadas del siglo pasado las mujeres fueron también en el Perú objeto y lugar para hacer la guerra? ¿Quién quiere imaginar, pensar, que sus cuerpos fueron convertidos en botín de guerra, en territorios por ser conquistados y arrasados, como si se pudiera realmente cosificar a una persona y convertirla en objeto de la rapiña y la crueldad para enseñorearse sobre los cuerpos femeninos pero también feminizados? Preferimos no mirar, olvidarlas, dejarlas atrás.
Pero la violencia de género persiste más allá del tiempo de la guerra, porque preexiste a ese momento, y se instala otra vez en nuestra normalidad, en nuestras relaciones de pareja, en nuestras relaciones sociales y en nuestras instituciones. La violencia de género no es un conjunto de acciones dispersas e inconexas alentadas por el machismo de unos contra otras, de hombres contra mujeres o contra quienes se perciben como transgresores del orden normativo heterosexual; la violencia de género es la expresión de un sistema sociocultural opresivo que se asienta en instituciones y prácticas de la sociedad y, como tal, es muy difícil de desterrar. Se adapta, se recrea, se reinventa. Lo adaptamos, lo recreamos, lo reinventamos.
No deberíamos ignorar el hecho de que el 93% de las denuncias por violación sexual tienen a mujeres como víctimas, y que de este abrumador porcentaje el 78% son menores de 18 años, o que en el 24% de las denuncias el perpetrador tiene una relación directa con la víctima.
A casi un siglo de iniciado el movimiento feminista en el Perú, queda todavía mucho por hacer en cuanto a desterrar la violencia de género. Hoy quizá más que ayer, la violencia contra las mujeres se produce en el hogar, en la casa, en el espacio de la intimidad, que, como han señalado varias importantes teóricas del feminismo, no es necesariamente el ámbito de lo privado. La violencia doméstica es un asunto público que concierne a la sociedad y al Estado, y sobre la que la Ley y los tribunales deben pronunciarse si predicamos la igualdad de derechos para todas las personas. Pero el gran “pero” del asunto, como ha señalado agudamente Rita Segato, es que las sociedades modernas desarrollan múltiples formas de reproducción y hasta crecimiento de la violencia de género a pesar de los avances normativos, muchos de los cuales terminan siendo declarativos frente a órdenes sociales y culturales con los que no se acaba por decreto.
Resulta entonces que el patriarcalismo se actualiza y se moderniza y sobrevive en nuestros comportamientos, en nuestras costumbres y bromas, pero también en nuestras prácticas institucionales.
Por ejemplo, esta semana hemos visto que se ha reabierto el caso de las esterilizaciones forzadas durante el gobierno de Fujimori. Casi 300.000 esterilizaciones forzadas como parte de una “política de planificación familiar” implementada desde el Estado y orientada a mujeres jóvenes, pobres, de zonas rurales, a quienes no se les dio información ni se les preguntó, y más bien se les mintió y hasta obligó a la esterilización. Esperemos que en esta nueva oportunidad se puedan establecer claramente responsabilidades y sanciones, y que se asuma también el derecho a la reparación y dignificación de las ciudadanas vulneradas en sus derechos. El Presidente de la República se pronunció justamente sobre este tema en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, para decir que él también esperaba que se hiciera justicia a las mujeres. Veremos qué pasa con este proceso judicial, pero mientras tanto observamos que se desarrollan otras prácticas que revelan que, a pesar de los cambios en los gobiernos, muchas prácticas instituidas en el Estado y no solo en la sociedad, también llevan entretejidas prácticas violentas contra las mujeres.
Pienso, por ejemplo, en la noticia de la forma en que miembros de la Policía Nacional reprimen la marcha de las enfermeras del Ejército que protestaban el 27 de noviembre (solo dos días después de la conmemoración del Día Internacional que estamos comentando) ante el local del Ministerio de Defensa.
En el video presentado en un reportaje del diario El Comercio vemos a una enfermera que describe entre lágrimas de dolor e indignación la vejación que sufrió a manos de un policía: “Me ha agarrado porque dice que hago mucho escándalo y me ha arrastrado, y lo único que yo he hecho es cerrar mis ojos porque estaba de miedo en ese momento”. Otra de las enfermeras fue más específica al relatar que el policía arrastró a la enfermera por la pista, le arrancó los botones del uniforme blanco, le abrió la camisa y le pellizcó los pezones. ¿Por qué el acto indigno e indignante, dirigido de manera específica a vulnerar la dignidad de la mujer, de la profesional que también lleva uniforme, el mismo que se rebaja y se desconoce? ¿Por qué es necesario despojar a la mujer de su ropa y con ella de su profesión, de su justo reclamo? ¿Qué tiene que ver esto con la función del policía? ¿Y dónde está la protesta por este hecho de la Ministra de la Mujer?
Hemos avanzado poco en cambiar el sustento de nuestras prácticas sociales, nuestras visiones sobre el “lugar” y los derechos de las mujeres y los hombres. Un amigo con el que conversaba sobre esto me decía que también podemos ver que las mujeres policías son menos respetadas que los varones policías en, por ejemplo, el manejo del tránsito. A las mujeres policía muchas veces se las insulta y hasta se les pega en las calles porque no se quiere o no se puede reconocer su autoridad.
Y así persisten y resisten y se recrean las formas de violencia de género en nuestra sociedad, porque se asientan en sistemas culturales que no desterramos por decreto, que cambian con lentitud porque se sustentan en nuestras formas de pensar y sentir, que a su vez instituyen prácticas y usos en los espacios públicos y en las relaciones íntimas, en las expresiones informales y espontáneas pero también en las prácticas institucionalizadas.
Un siglo no ha sido suficiente, aunque claro que vamos avanzando. ¿Cómo continuamos y cómo luchamos contra la violencia? Con conciencia de que se trata de procesos históricos de mediano y largo plazo, que toman su tiempo y sus varias generaciones, y que estos procesos requieren de que sigamos visibilizando lo invisible, denunciando lo injusto, criticando los límites de las reformas, e inventando nuevas formas de convivencia sin violencia de género.
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1MUJICA, Jaris: Violaciones sexuales en el Perú 2000-2009: Un informe sobre el estado de la cuestión. Lima: Promsex, 2011.